Los sábados, cuando no le salía contrato de alquiler a la miniteca, la ponían a sonar en la casa de cualquiera de ellos. Cobraban cinco bolívares para entrar y los que no teníamos la edad ni el dinero para pagar la entrada, debíamos valernos de ciertas astucias para entrar a bailar, o esperar hasta determinada
hora en que la entrada era libre. Por lo general eso ocurría después de las once o doce de la noche.Eran los años ochenta, mi época de adolescencia y quería estar a la moda. Por aquellos tiempos, me parecía que en todos los barrios de Caracas, los grupos de jóvenes solían ir de un sector a otro, de una fiesta a otra, sin m
¿Cómo llegamos hasta aquí?Todos observamos la vida a través de una ventana: La ventana de nuestros conocimientos. Esta nos hace ver y sentir en una forma singular los mundos en que vivimos: el físico, mental, y espiritual. Estos están influenciados por nuestras experiencias conscientes e inconscientes. Es decir que, además de lo que vemos, escuchamos, pensamos y sentimos, existe, tengamos noción o no, otros estados inconscientes y/o de parcial consciencia en que se nos manifiestan videncias, clarividencias, clariaudiencias y otras formas para percibir un mundo sutil que se conjuga con nuestras experiencias conscientes. Es el caso de algunos sueños que son transpolarizaciones, viajes astrales, desdoblamientos y otras formas sensoriales de percibir lo que no es común para la mayoría de las personas y por ello difícil de explicar.Al mismo tiempo, nuestra experiencia consciente, también va a estar influenciada por las experiencias ajenas que nos son
LA MUJER DE LA BOLSAEl Tren se acercaba a gran velocidad hacia aquella antigua estación abandonada en antaño, donde desde lejos se apreciaba el tumulto de tambores de bastimentos vacíos que fueron abandonados por los usuarios de las bodegas. Quedaban cercanos el viejo almacén y la casucha de la estación con sus tablones destartalados por la inclemencia del sol y del viento.De pronto, a lo lejos se desdibujó una figura de mujer en medio de aquel desierto. Me asaltó un halo de miedo y me persigné sentándome en mi asiento a la vez que escuché la algarabía del maquinista y los otros operadores que sobresalió por encima del rugir infernal del motor del tren. Eché una mirada al reloj y constaté que eran las Once y quince minutos, casi mediodía. Me extrañó que hubiéramos llegado tan rápido a esta parte de la vía. Habíamos adelantado, por lo menos, unos cincuenta minutos.En breve, el ruido producido por el silencio de voces, pe
EL ÁRBOL EN LA CARRETERASan Carlos de Cojedes, Marzo de 1990. Día Viernes, diez y media de la noche, caney de productores.Mientras jugaba en mi paladar con el sorbo de whisky y caía una tenue llovizna, y el sonido de la música llanera se filtraba por mis oídos haciéndome taconear los pies debajo de la mesa, surgió la conversación acerca del por qué Rafael se había empeñado en que nos viniéramos antes de las seis y media de la tarde, de la población de La Vega, sin dejarnos disfrutar la fiesta que había en aquel lugar, que por demás me resultaba agradable, sobre todo esa tarde en que el clima se había mostrado tan fresco y cuando no teníamos otro compromiso que cumplir en San Carlos. De hecho, después de regresar habíamos quedado en cenar en ese Caney a las ocho de la noche, por lo que me había dado tiempo de ir al hotel y cambiarme de ropa.En la tarde, después de una mañana ajetreada en la oficina que inspeccionaba por instr
LA MANO EN EL BALCONEran aquellos años de adolescente, en que me desvivía por lograrme un levante. Apenas con dieciséis años, tenía ansias de experimentar la vida de los adultos. Durante cada semana cumplía con mi obligación de asistir a clases, realizar mis tareas e intentar pasar los exámenes parciales en cada materia; mientras que los fines de semana los alternaba entre lavar carros, cargar algunas bolsas y ayudar al heladero a vender helados para ganarme algunas monedas que iría a disfrutar con mis amigos del barrio, compartiendo una botella de anís o canelita, mientras tocaba la guitarra en las esquinas. En la medida que era posible, nos dirigíamos a alguna playa del cercano litoral o caminábamos ensimismados por algún parque de la capital.Para aquellos entonces mis parques preferidos eran Los Caobos y el Parque del Este, donde disfrutaba retozando sobre la grama verde o pisando las hojas secas al caminar y quedándome a rat
EL INQUILINO(Parte I)La primera vez que lo percibí tendría a lo sumo entre siete y ocho años. Para entonces había una continua relación entre mi mamá y mi madrina de bautizo, Mercedes. Ella vivía con mis primos a los que denominábamos “Los Blancos”, aunque en realidad ese era su apellido. Estaban residenciados en un edificio de nombre Santa Rosa, en el sector del mismo nombre de lo que se conoce como Quebrada Honda, paralelo a la avenida Libertador, quedando muy cerca del Parque Los Caobos. Tanto este edificio como todas las demás construcciones de esa área de la ciudad fueron demolidos para darle cabida al modernismo y en la actualidad en ese lugar quedan el Teatro “Casa del Artista” y la Estación del Metro Colegio de Ingenieros.Los visitábamos con bastante frecuencia y, en tiempos de vacaciones escolares me quedaba en su casa. Para mí ellos eran mis primos r
EL INQUILINO (Parte II)Treinta años más tarde me tocó mudarme alquilado a la Calle Bolívar, del barrio del mismo nombre en Carrizal, Estado Miranda. El apartamento que me tocó quedaba en la planta baja del módulo de viviendas que tenía la casera para arrendar, por lo que debía bajar una prolongada escalera en “L” para llegar a la puerta de lo que constituía mi hogar.Lo primero que comencé a percibir en ese apartamento fue que en la mañana mi señora y yo nos íbamos a nuestros respectivos trabajos dejando todo en orden y al regresar entrada la noche y encender las luces sentíamos un fuerte olor a orine humano. En otras ocasiones además del olor al entrar al dormitorio, observábamos pequeños pozos amarillentos y aún húmedos sobre la cama. Al ponerle la queja a la casera nos indicó que podía tratarse de alguna filtración venida del p
EL INQUILINO (Parte III)Estos capítulos de mi vida, apenas en cuanto pude, lo consulté con mi madre y con mis hermanos y no le conseguimos explicación y como mi señora estaba esperando para dar a luz su primer hijo no le quise referir acerca de la experiencia vivida.Es el caso que otra madrugada soñé que una bruma blanca y helada invadía toda la casa y que mientras eso sucedía del techo caían gotas de un líquido semitransparente. En medio de la pesadilla mi papá se me presentó a las puertas de la casa, la cual estaba abierta de par en par y me decía algo que yo no le entendía (Quiero agregar que para esos entonces mi padre, estaba muy enfermo y murió meses después).Con un grito desperté de la pesadilla y mi señora también despe
EL INQUILINO (Parte IV)Pasadas otras semanas, un día en que mi señora estaba de viaje, me tocó regresar tarde a casa por cuanto tuve exceso de trabajo. En el camino me conseguí con una gallina muy grande acurrucada en el medio de la carretera, en la rampa que conducía a la entrada del barrio y donde daban la vuelta los autobuses de la ruta Carrizal – Los Teques.Este hecho me pareció extraño: primero, por el gran tamaño del animal; segundo, por su color tan blanco y tercero, por cuanto al pasar por su lado comenzó a cacarear en una forma muy extraña que hizo que se me erizara todo el cuerpo. De allí hasta que llegué a la entrada de las escalinatas que conducían hasta la casa me acompañaron continuos escalofríos y la impresión de que alguien me