(Parte I)
La primera vez que lo percibí tendría a lo sumo entre siete y ocho años. Para entonces había una continua relación entre mi mamá y mi madrina de bautizo, Mercedes. Ella vivía con mis primos a los que denominábamos “Los Blancos”, aunque en realidad ese era su apellido. Estaban residenciados en un edificio de nombre Santa Rosa, en el sector del mismo nombre de lo que se conoce como Quebrada Honda, paralelo a la avenida Libertador, quedando muy cerca del Parque Los Caobos. Tanto este edificio como todas las demás construcciones de esa área de la ciudad fueron demolidos para darle cabida al modernismo y en la actualidad en ese lugar quedan el Teatro “Casa del Artista” y la Estación del Metro Colegio de Ingenieros.
Los visitábamos con bastante frecuencia y, en tiempos de vacaciones escolares me quedaba en su casa. Para mí ellos eran mis primos ricos. Admiraba el tipo de ropa que usaban. Por lo general era ropa de tela muy fina y de colores claros. Mi tío, el papá de mis primos era un señor muy delgado y alto que con frecuencia usaba un “liquiliqui” blanco o trajes claros. Cuando pasaban por mi lado me dejaban una agradable estela de fragancias. En ese apartamento comencé a escuchar por primera vez las palabras lino y seda.
Los más cariñosos conmigo eran mis primos Carmen, Luis, mi madrina Mercedes y la muchacha de servicio de quien no recuerdo el nombre, pero si que tenía seis dedos en cada pié. Los demás me parecían tan ocupados que no les daba tiempo de conversar conmigo. Llegaban en la tarde o comenzada la noche y se iban muy temprano por la mañana, salvo sábados y domingos que, por lo general, no estaban en la casa. Así que, como Luis estudiaba, Carmen y mi madrina trabajaban, compartía más tiempo con la muchacha del servicio, quien casi siempre estaba ocupada en sus quehaceres, cuyo mayor tiempo consistía en lavar o cocinar.
Aunque el resto de la casa me hacía sentir muy solo, me fascinaba quedarme en la residencia de mi madrina porque allí se respiraba a limpio, a bueno y a privado. Era mi mayor distracción, en vez de ver la televisión, buscarle conversación a la muchacha del servicio o salir de compras con ella y ayudarla a acomodar los víveres en la nevera y en la alacena.
Un día en que la muchacha de servicio me dejó sólo en la cocina mientras atendía una llamada telefónica en la sala, percibí un ruido que me llamó la atención. El sonido venía del apartamento de arriba y podría describirlo como cuando se lanza una metra o canica, es decir, esas pequeñas bolitas de colores, en vidrio, de piedra tallada o en metal, las cuales se agarran entre los dedos y se impulsan para que recorran un espacio o para que choquen con otras similares. Pues bien, el sonido era como el rodar de una de estas piezas, la cual se iba a estrellar contra la pared del fondo del lavadero de ropa del piso superior y rebotaba de nuevo hacia la cocina realizándose unas cortas pausas entre un lanzamiento y otro.
Traté de reparar en el número de supuestos jugadores de metras y hubo un pequeño silencio que fue roto por una especie de martilleo para continuar el sonido de la metra pero de manera diferente, ya que esta vez la dejaban caer y rebotaba varias veces para luego desplazarse en un rodar que era consumido por un nuevo caer de otra metra. Lo curioso del caso es que el sonido sucedía entre el área que debía corresponder a la cocina y al lavadero.
Después de haber percibido el sonido por primera vez, se me hizo una costumbre escucharlo a cualquier hora del día. En ciertas ocasiones el sonido era suspendido por un continuo arrastrar de cosas como muebles o mesas, quizás cajones muy pesados y por martilleos consecutivos. Me imaginaba que en el piso de arriba había un niño como yo que jugaba con metras y otros objetos con los que hacía los ruidos detrás de la muchacha de mantenimiento y que a veces esta mujer arrastraba la lavadora o algún otro mueble pesado.
Año tras año fue pasando el tiempo y se sucedieron las vacaciones, pero también para que yo pudiera percibir que desde el cuarto que ocupaba para dormir y a veces desde el cuarto de baño, escuchaba los mismos sonidos. Cuando tenía como trece años, mientras paseaba con la muchacha de mantenimiento por el Parque Los Caobos, le dije acerca de los sonidos en el piso de arriba que siempre había percibido, ya que me parecía ridículo que un muchacho de doce o trece años aún jugara con metras en la cocina o en el lavadero de un apartamento. Ella me respondió que también oía los ruidos, pero que allí no vivía nadie. Me dijo que ese apartamento tenía varios años desocupado. Pensé que era una broma suya y no le toqué más el tema.
Cuando regresé a las siguientes vacaciones, me encontré con otra muchacha de servicio y apenas percibí el ruido le pregunté que de qué se trataba. Sólo pude apreciar que puso cara de miedo pero no me respondió. Ese día como era sábado, apenas llegó mi primo Luis, le dije que fuéramos con la muchacha de mantenimiento al piso superior, que yo quería verificar algo. El levantando los hombros y haciendo una mueca en la cara como señal de extrañeza se me quedó mirando en silencio.
Al cabo de un rato le recordé el deseo que tenía de ir al apartamento de arriba y sólo me contestó “vamos”. Salimos del apartamento y apenas comenzamos a subir las escaleras empecé a percibir gran cantidad de polvo en el suelo de escalones y pasillos. Al llegar al frente del apartamento que tenía por piso lo que sería el techo del apartamento de mi madrina y de donde provenían los ruidos, observé que el mismo no tenía puertas. Fue entonces cuando le dije a Luis lo que yo escuchaba y el me contestó que podían ser las ratas ya que ese apartamento, como algunos pisos superiores, tenían mas de cinco años desocupados.
Me quedé pensando que mi primo tenía razón, eran las ratas. A partir de ese momento en adelante o los ruidos se hicieron más tenues y esporádicos o dejé de ponerle atención. Es decir, sólo a veces los escuchaba. Creo que les resté importancia. Al fin mi madrina se mudó para La California y el edificio fue demolido.
EL INQUILINO (Parte II)Treinta años más tarde me tocó mudarme alquilado a la Calle Bolívar, del barrio del mismo nombre en Carrizal, Estado Miranda. El apartamento que me tocó quedaba en la planta baja del módulo de viviendas que tenía la casera para arrendar, por lo que debía bajar una prolongada escalera en “L” para llegar a la puerta de lo que constituía mi hogar.Lo primero que comencé a percibir en ese apartamento fue que en la mañana mi señora y yo nos íbamos a nuestros respectivos trabajos dejando todo en orden y al regresar entrada la noche y encender las luces sentíamos un fuerte olor a orine humano. En otras ocasiones además del olor al entrar al dormitorio, observábamos pequeños pozos amarillentos y aún húmedos sobre la cama. Al ponerle la queja a la casera nos indicó que podía tratarse de alguna filtración venida del p
EL INQUILINO (Parte III)Estos capítulos de mi vida, apenas en cuanto pude, lo consulté con mi madre y con mis hermanos y no le conseguimos explicación y como mi señora estaba esperando para dar a luz su primer hijo no le quise referir acerca de la experiencia vivida.Es el caso que otra madrugada soñé que una bruma blanca y helada invadía toda la casa y que mientras eso sucedía del techo caían gotas de un líquido semitransparente. En medio de la pesadilla mi papá se me presentó a las puertas de la casa, la cual estaba abierta de par en par y me decía algo que yo no le entendía (Quiero agregar que para esos entonces mi padre, estaba muy enfermo y murió meses después).Con un grito desperté de la pesadilla y mi señora también despe
EL INQUILINO (Parte IV)Pasadas otras semanas, un día en que mi señora estaba de viaje, me tocó regresar tarde a casa por cuanto tuve exceso de trabajo. En el camino me conseguí con una gallina muy grande acurrucada en el medio de la carretera, en la rampa que conducía a la entrada del barrio y donde daban la vuelta los autobuses de la ruta Carrizal – Los Teques.Este hecho me pareció extraño: primero, por el gran tamaño del animal; segundo, por su color tan blanco y tercero, por cuanto al pasar por su lado comenzó a cacarear en una forma muy extraña que hizo que se me erizara todo el cuerpo. De allí hasta que llegué a la entrada de las escalinatas que conducían hasta la casa me acompañaron continuos escalofríos y la impresión de que alguien me
EL INQUILINO (Parte V)Siguieron pasando los días y pude percibir que cuando nos íbamos a dormir, sobre nuestro cuarto arrastraban cosas, lanzaban objetos, y los niños hacían correr o dejaban caer sus metras y, algunas madrugadas los sonidos lo despertaban a uno. Los sábados en la mañana y algunos domingos hacían lo mismo. Tuve intensión de reclamar, pero mi señora me contuvo al referirme que nosotros ya habíamos molestado bastante a la casera con lo de las filtraciones, la humedad sobre la cama y el animal que se metía. Ella iba a pensar que éramos unos inquilinos problemáticos.Transcurrieron varios días y mi señora tuvo que viajar de nuevo y yo me quedé sólo en la casa. Ese día llegué temprano, me di un baño y me
DE TAXISTA IAquella noche de octubre se había perfilado silenciosa, lenta, calurosa, un tanto clara, por cuanto la media luna alumbraba arriba en el cielo estrellado de la costa. Ramón Aguiar se había estado desplazando muy despacio, con sus cinco sentidos puestos en cualquier sombra o silueta que se vislumbrara al margen de las calles y avenidas, dispuesto a ofrecer sus servicios como taxista. Ese no era su oficio, sin embargo, en los últimos dos años, debido a su precaria situación económica después de que hacía tres años y medio había perdido su empleo como tipógrafo, debió aceptar la propuesta que le había hecho su tío Andrés, hermano de su padre, para trabajarle el carro a cambio de un treinta por ciento de lo que produjera en el día.Ramón se conocía a sí mismo como un hombre honesto, por lo que, cada vez que subía un cliente lo registraba en una libreta de anotaciones que le acompañaba en su recorrido. Para él era
PIDE COLAS ILas fiestas patronales de la población de Río Caribe se habían desarrollado en un clima de mucha alegría. De hecho, José María Tremaria “Che María” venía rememorando con sumo contento que hacía mucho tiempo que no disfrutaba una fiesta como esta. Luis José Rodríguez “Güícho”, hacía énfasis en la cantidad de muchachas buenamozas con las que había bailado, mientras que Ramón Urquiola “Monchito”, conducía silbando alegre y tarareando la comparsa que Radio Carúpano transmitía en ese momento, opinando a intervalos en medio de la animada conversación. A todas estas, José Manuel Quilarque “Cheo” dormía como producto de la “pea” de tres días con dos noches en las que sólo habían dormido por peque&
UN AUTO FANTASMAEl automóvil se desplazaba entre sesenta y setenta kilómetros por hora. El radio-reproductor acababa de cambiar al reverso la cinta de casete en la que se escuchaban los éxitos de Michael Jackson. En el interior del vehículo viajábamos mi esposa y sus dos hijos, mis dos hijos y yo. Disfrutábamos de las melodías, cantando y haciendo comentarios acerca de las piezas musicales. Hubo un trecho de la carretera La Raiza, en que comencé a hacer bailar el automóvil mediante pequeños movimientos bruscos hacia cada lado del volante creando un efecto de bamboleo al ritmo de la música mientras todos reíamos embargados de la felicidad de la proximidad de la noche de año nuevo aunque no la pasaríamos juntos.Era la noche del día treinta de diciembre y nos dirigíamos hacia el pueblo de Santa Lucía en los Vall
PIDE COLAS IIJosé Francisco Roa, trabajaba de taxista en la ciudad de San Cristóbal. Aquel día, cercano a las once de la mañana, en las cercanías del terminal de pasajeros, le fue solicitado el servicio para trasladar a cinco personas, miembros de un grupo familiar, hacia la ciudad de Tovar en el estado Mérida.En vista del ofrecimiento en dinero aceptó hacer el traslado. Ya en horas de la tarde, cuando venía de regreso, decidió venirse por la vía de los páramos. Pensó que le rendiría el camino, pero un pinchazo en una llanta y debido a que una tuerca del Rin presentó dificultad para ceder, tuvo cierto retraso. Solventada la situación continuó su regreso hacia San Cristóbal, con las contrariedades de que le tomó la noche y el trayecto se encontraba con mucha neblina, lo cual lo obligaba a anda