(Parte IV)
Pasadas otras semanas, un día en que mi señora estaba de viaje, me tocó regresar tarde a casa por cuanto tuve exceso de trabajo. En el camino me conseguí con una gallina muy grande acurrucada en el medio de la carretera, en la rampa que conducía a la entrada del barrio y donde daban la vuelta los autobuses de la ruta Carrizal – Los Teques.
Este hecho me pareció extraño: primero, por el gran tamaño del animal; segundo, por su color tan blanco y tercero, por cuanto al pasar por su lado comenzó a cacarear en una forma muy extraña que hizo que se me erizara todo el cuerpo. De allí hasta que llegué a la entrada de las escalinatas que conducían hasta la casa me acompañaron continuos escalofríos y la impresión de que alguien me
EL INQUILINO (Parte V)Siguieron pasando los días y pude percibir que cuando nos íbamos a dormir, sobre nuestro cuarto arrastraban cosas, lanzaban objetos, y los niños hacían correr o dejaban caer sus metras y, algunas madrugadas los sonidos lo despertaban a uno. Los sábados en la mañana y algunos domingos hacían lo mismo. Tuve intensión de reclamar, pero mi señora me contuvo al referirme que nosotros ya habíamos molestado bastante a la casera con lo de las filtraciones, la humedad sobre la cama y el animal que se metía. Ella iba a pensar que éramos unos inquilinos problemáticos.Transcurrieron varios días y mi señora tuvo que viajar de nuevo y yo me quedé sólo en la casa. Ese día llegué temprano, me di un baño y me
DE TAXISTA IAquella noche de octubre se había perfilado silenciosa, lenta, calurosa, un tanto clara, por cuanto la media luna alumbraba arriba en el cielo estrellado de la costa. Ramón Aguiar se había estado desplazando muy despacio, con sus cinco sentidos puestos en cualquier sombra o silueta que se vislumbrara al margen de las calles y avenidas, dispuesto a ofrecer sus servicios como taxista. Ese no era su oficio, sin embargo, en los últimos dos años, debido a su precaria situación económica después de que hacía tres años y medio había perdido su empleo como tipógrafo, debió aceptar la propuesta que le había hecho su tío Andrés, hermano de su padre, para trabajarle el carro a cambio de un treinta por ciento de lo que produjera en el día.Ramón se conocía a sí mismo como un hombre honesto, por lo que, cada vez que subía un cliente lo registraba en una libreta de anotaciones que le acompañaba en su recorrido. Para él era
PIDE COLAS ILas fiestas patronales de la población de Río Caribe se habían desarrollado en un clima de mucha alegría. De hecho, José María Tremaria “Che María” venía rememorando con sumo contento que hacía mucho tiempo que no disfrutaba una fiesta como esta. Luis José Rodríguez “Güícho”, hacía énfasis en la cantidad de muchachas buenamozas con las que había bailado, mientras que Ramón Urquiola “Monchito”, conducía silbando alegre y tarareando la comparsa que Radio Carúpano transmitía en ese momento, opinando a intervalos en medio de la animada conversación. A todas estas, José Manuel Quilarque “Cheo” dormía como producto de la “pea” de tres días con dos noches en las que sólo habían dormido por peque&
UN AUTO FANTASMAEl automóvil se desplazaba entre sesenta y setenta kilómetros por hora. El radio-reproductor acababa de cambiar al reverso la cinta de casete en la que se escuchaban los éxitos de Michael Jackson. En el interior del vehículo viajábamos mi esposa y sus dos hijos, mis dos hijos y yo. Disfrutábamos de las melodías, cantando y haciendo comentarios acerca de las piezas musicales. Hubo un trecho de la carretera La Raiza, en que comencé a hacer bailar el automóvil mediante pequeños movimientos bruscos hacia cada lado del volante creando un efecto de bamboleo al ritmo de la música mientras todos reíamos embargados de la felicidad de la proximidad de la noche de año nuevo aunque no la pasaríamos juntos.Era la noche del día treinta de diciembre y nos dirigíamos hacia el pueblo de Santa Lucía en los Vall
PIDE COLAS IIJosé Francisco Roa, trabajaba de taxista en la ciudad de San Cristóbal. Aquel día, cercano a las once de la mañana, en las cercanías del terminal de pasajeros, le fue solicitado el servicio para trasladar a cinco personas, miembros de un grupo familiar, hacia la ciudad de Tovar en el estado Mérida.En vista del ofrecimiento en dinero aceptó hacer el traslado. Ya en horas de la tarde, cuando venía de regreso, decidió venirse por la vía de los páramos. Pensó que le rendiría el camino, pero un pinchazo en una llanta y debido a que una tuerca del Rin presentó dificultad para ceder, tuvo cierto retraso. Solventada la situación continuó su regreso hacia San Cristóbal, con las contrariedades de que le tomó la noche y el trayecto se encontraba con mucha neblina, lo cual lo obligaba a anda
EL ACOMPAÑANTE¿Quién no ha sentido en las noches, mientras camina solitario por algún paraje o camino, por una calle o avenida y cuando se adentra en un callejón, de una presencia perseguidora que lo hace detener y voltear en forma continua, para conseguirse de frente con las sombras sinuosas del silencio y de la nada?¿Quién no ha escuchado en medio del silencio de la oscuridad de las noches, el sonido suave y pausado de unos pasos sobre la calzada que generalmente se detienen cuando nos detenemos? Sin embargo, son muchas las ocasiones que tratamos de sorprender a nuestro nocturno perseguidor y ante una parada brusca de nosotros, escuchamos por corto espacio de tiempo, el continuar del sonido de esos pasos, uno, dos, tres y hasta cuatro pisadas más, de manera que, cuando tomamos conciencia de su presencia y hemos pensado que se trata de otro ser humano y decidimos ocultamos en la misma oscuridad para sorprenderlo, ent
DE TAXISTA IIJosé María Galindo, hacía doce años que se había venido de Calabozo para la Capital, a buscar una fuente de empleo y una vida mejor para sí y para su familia. Estaba cansado de trabajar como peón en las haciendas, donde no veía futuro para sus hijos, sino el de ser unos jornaleros más como había sido él.Un día se decidió e hizo las diligencias para localizar a su compadre Pedro Manuel Goitía, quien lo animó en su decisión. Primero se vino con el mayor de sus hijos y con la ayuda de su compadre construyeron un rancho en la parte baja del sector Nueva Esparta del Barrio Gramovén de Catia y comenzó a trabajar de caletero para los camiones que vienen cargados de plátanos desde el Estado Zulia para el mercado Mersifrica en
CHA - CU - CHÁFrancisco José Malavé, “Chicho” como le llamaban en su casa, se perfiló desde siempre como un joven muy inquieto. Le gustaba cantar y bailar. Así lo definía la señora María Auxiliadora, su madre.Según sus amigos del barrio, el se acompañaba con la música del radio a todo volumen, siendo sus preferidas la cumbia y el ballenato, no obstante a que era venezolano. Le encantaba bailar y cantar una pieza que repetía el sonsonete: “Cha-cuchá-cuchá-cuchá, Cha-cuchá-cuchá-cuchá, un pasito pálante y otro...” Por eso los amigos lo bautizaron “Chacuchá”. Además, Francisco usaba un silbido muy particular y característico, el cual utilizaba para llamar a sus amigos o para anunciarles que se encontraba presente en el sector.“Chacuchá”, como le decían en el Barrio Kennedy y Las Adjuntas, donde se crió, apenas había terminado el bachillerato, sorprendió a todos con la noticia de que había sido aceptado para ingr