San Carlos de Cojedes, Marzo de 1990. Día Viernes, diez y media de la noche, caney de productores.
Mientras jugaba en mi paladar con el sorbo de whisky y caía una tenue llovizna, y el sonido de la música llanera se filtraba por mis oídos haciéndome taconear los pies debajo de la mesa, surgió la conversación acerca del por qué Rafael se había empeñado en que nos viniéramos antes de las seis y media de la tarde, de la población de La Vega, sin dejarnos disfrutar la fiesta que había en aquel lugar, que por demás me resultaba agradable, sobre todo esa tarde en que el clima se había mostrado tan fresco y cuando no teníamos otro compromiso que cumplir en San Carlos. De hecho, después de regresar habíamos quedado en cenar en ese Caney a las ocho de la noche, por lo que me había dado tiempo de ir al hotel y cambiarme de ropa.
En la tarde, después de una mañana ajetreada en la oficina que inspeccionaba por instrucciones de la oficina de Auditoría General de Caracas, había recibido la invitación de parte de los productores Manuel Quijada y Rafael Mendoza, para que los acompañara para el pueblo de La Vega. Para ese momento tenía trabajando cuarentitrés días en dicha Sucursal, además que ya en otras ocasiones había hecho levantamiento de información acerca de casos que resultaron fraudulentos y en los que estos productores y otros, me habían guiado por los distintos sectores de la ciudad y por las afueras de esta, ayudándome a obtener información valiosa para mi trabajo, por lo que había hecho amistad no sólo con ellos sino con casi todos los empleados que prestaban servicio para esta agencia.
Así que una vez en la población de La Vega, aunque un poco tarde, porque eran casi las dos de la tarde, almorzamos en un restaurante de un conocido de Manuel, para que luego éste y Rafael visitaran algunos clientes del lugar y realizaran algunos cobros, fue así como en una de las visitas surgió la invitación para que nos quedáramos, ya que ese fin de semana, a partir de ese mismo viernes, se iniciaban unas fiestas de Arpa, Cuatro y Maracas.
Por un momento, analizamos la posibilidad de quedarnos, pero evaluamos las alternativas que teníamos a la hora en que nos atacara el cansancio o el sueño a alguno de los tres, llegando a la única opción que se nos presentaba y que consistía en regresar de madrugada o a altas horas de la noche ante la ausencia de hoteles. Esta información activó una especie de terror en Rafael y Manuel, quienes entre serio y broma se vieron a las caras y observaron sus relojes. Para ese momento eran pasadas las seis de la tarde. Casi al unísono expresaron la decisión tomada en nombre de los tres en forma definitiva: “Regresar de inmediato a San Carlos”. Cuando ya nos disponíamos a subirnos a los vehículos, acordamos encontrarnos para cenar en El Caney de Productores a las ocho de la noche”.
La actitud un tanto misteriosa de los dos me hizo retomar el tema de la fiesta, mi intención era el saber por qué habían decidido regresar cuando nadie nos esperaba y estábamos libres al día siguiente, además el por qué debió ser tan inmediato, si bien el retorno pudo haber sido a las ocho o nueve de la noche.
Fue entonces cuando Manuel comenzó a narrar una historia acerca de que, en la carretera que comunica entre San Carlos y La Vega, existe un árbol grande al margen de la vía, el cual, bajo una supuesta influencia diabólica, se desplaza hasta el centro de la carretera ocasionando accidentes automovilísticos con saldos mortales.
Rafael tomó la palabra dirigiéndose a mí y me contó que hacía dos años había sido invitado a unas fiestas patronales en la población de La Vega. Entrada la noche, el y un amigo suyo de nombre Luis, decidieron ir a la fiesta. Sus amigos insistían para que no fueran basados en los cuentos del árbol de la carretera. No obstante a la oposición, ellos se aventuraron a realizar el misterioso trayecto y cuando iban pasando por el sector del Caney se consiguieron a dos muchachas que habían salido de ese establecimiento y pedían cola a orillas de la carretera. Rafael y Luis optaron por dársela en el rústico que conducían.
Las muchachas les contaron que tenían mas de hora y media esperando y no había pasado nadie que les diera el aventón. Ellos en forma de broma les refirieron que lo que pasaba era que había mucha gente supersticiosa en el pueblo y por eso muy poca gente se arriesgaba a transitar esa vía durante la noche. Las Muchachas preguntaron que si por lo del cuento del árbol y todos rieron de la gracia que la ocurrencia les ocasionó.
Apenas habían transcurrido unos diez minutos de la conversación, cuando observaron que a lo lejos, en medio de la vía se apreciaba una serie de obstáculos, por lo que redujeron la velocidad y colocaron las luces altas y los faros auxiliares para lograr detallar que se trataba de personas tiradas en el suelo y una camioneta tipo rústico volcada en medio de la carretera.
De inmediato Luis le preguntó a Rafael que si veía lo mismo que él y este en medio del susto que presentaba le contestó que observaba un accidente de transito y al parecer habían muertos y heridos, sugiriéndole a Luis que se detuviera para auxiliar a los que pudieran estar lesionados, sin embargo Luis que ya había detenido el vehículo comenzó a retroceder deteniéndose a cierta distancia mientras enfocaba todo el escenario que se le presentaba ante sus ojos. Las muchachas que estaban en la parte trasera se arrimaron hacia los asientos delanteros ante la indecisión que observaban del conductor y su copiloto y les pidieron a gritos que ayudaran a esa gente.
Por instinto, Rafael abrió la puerta del lado del rústico en que viajaba y Luis le sugirió que esperara. Fue cuando todos pudieron observar que del suelo se levantaron, primero un hombre y después una mujer, con los rostros y ropas rasgadas y ensangrentadas, gimiendo de dolor y extendiendo sus manos hacia ellos a la vez que se les acercaban al vehículo.
El mismo miedo hizo reaccionar a Luis, quien colocó la palanca del rústico en retroceso y apretando el acelerador a fondo arrancó rechinando los cauchos sobre el pavimento mientras que Rafael por poco salía despedido del vehículo y una de las muchachas se vino impulsada hacia adelante golpeándose con el parabrisas. Luis frenó y la puerta que había abierto Rafael se cerró con fuerte estrépito. Luis giró el volante a la vez que cambió a primera y luego a segunda haciendo un giro en “U” para enrrumbarse hacia San Carlos bajo la crítica negativa de sus acompañantes, quienes venían sometidos a cierta angustia. Luis para tranquilizarlos les dijo que había actuado de esa manera por el susto que la situación le producía, pero que se dirigía a buscar ayuda para las pobres víctimas de la carretera.
Al llegar a San Carlos se dirigieron al puesto de la Guardia Nacional, donde informaron con detalle todo lo que habían visto. Allí se quedaron las dos muchachas, mientras que Luis y Rafael se trasladaron en las unidades rústicas de la Guardia Nacional hacia el lugar del accidente.
El hecho fue que recorrieron toda la carretera hasta llegar a La Vega y regresaron a San Carlos. En todo el trayecto Luis y Rafael enmudecieron por el pánico al darse cuenta que habían sido sorprendidos por “cosas del más allá”, debiendo soportar una sarta de improperios y amenazas de parte de los Guardias Nacionales, quienes una vez en el puesto de comando dejaron ir a las muchachas y dejaron detenidos por más de cuarenta y ocho horas de arresto a los dos muchachos, quienes durante las noches sucesivas durmieron sometidos a continuas pesadillas derivadas del terror de lo sucedido.
El día lunes cerca de las diez de la mañana fueron puestos en libertad. Ni los Guardias, ni los amigos, ni los familiares les creyeron la historia que ellos contaron. Apenas habían pasado dos meses, cuando un día lunes, Luis fue a visitar a Rafael y le mostró un periódico del domingo, en el que informaban acerca de un accidente en la vía hacia La Vega donde murieron dos jóvenes. La sorpresa estaba en que las fotografías correspondían a las dos muchachas a las que ellos les dieron la cola y el lugar del accidente fue el mismo donde ellos tuvieron aquella macabra visión. Acerca de dicha coincidencia tampoco nadie les creyó.
Me apresuré a preguntar acerca de Luis. Rafael me contó que había muerto ahogado, hacía unos meses, en las playas de Puerto Cabello, por lo que sólo él guarda la experiencia y su historia corre de boca en boca como una más de las leyendas del pueblo. Al día siguiente me llevaron a conocer el frondoso roble que se mantiene erguido a la orilla del camino como vigilante de la carretera y de un arrozal a la izquierda de la vía. Detallé su corteza desfigurada por múltiples impactos que quizás por conductores irresponsables que bajo el efecto del alcohol o del exceso de velocidad, dieron pie a que el demonio o almas en pena se posesionaran del lugar cobrando de vez en cuando nuevas víctimas.
LA MANO EN EL BALCONEran aquellos años de adolescente, en que me desvivía por lograrme un levante. Apenas con dieciséis años, tenía ansias de experimentar la vida de los adultos. Durante cada semana cumplía con mi obligación de asistir a clases, realizar mis tareas e intentar pasar los exámenes parciales en cada materia; mientras que los fines de semana los alternaba entre lavar carros, cargar algunas bolsas y ayudar al heladero a vender helados para ganarme algunas monedas que iría a disfrutar con mis amigos del barrio, compartiendo una botella de anís o canelita, mientras tocaba la guitarra en las esquinas. En la medida que era posible, nos dirigíamos a alguna playa del cercano litoral o caminábamos ensimismados por algún parque de la capital.Para aquellos entonces mis parques preferidos eran Los Caobos y el Parque del Este, donde disfrutaba retozando sobre la grama verde o pisando las hojas secas al caminar y quedándome a rat
EL INQUILINO(Parte I)La primera vez que lo percibí tendría a lo sumo entre siete y ocho años. Para entonces había una continua relación entre mi mamá y mi madrina de bautizo, Mercedes. Ella vivía con mis primos a los que denominábamos “Los Blancos”, aunque en realidad ese era su apellido. Estaban residenciados en un edificio de nombre Santa Rosa, en el sector del mismo nombre de lo que se conoce como Quebrada Honda, paralelo a la avenida Libertador, quedando muy cerca del Parque Los Caobos. Tanto este edificio como todas las demás construcciones de esa área de la ciudad fueron demolidos para darle cabida al modernismo y en la actualidad en ese lugar quedan el Teatro “Casa del Artista” y la Estación del Metro Colegio de Ingenieros.Los visitábamos con bastante frecuencia y, en tiempos de vacaciones escolares me quedaba en su casa. Para mí ellos eran mis primos r
EL INQUILINO (Parte II)Treinta años más tarde me tocó mudarme alquilado a la Calle Bolívar, del barrio del mismo nombre en Carrizal, Estado Miranda. El apartamento que me tocó quedaba en la planta baja del módulo de viviendas que tenía la casera para arrendar, por lo que debía bajar una prolongada escalera en “L” para llegar a la puerta de lo que constituía mi hogar.Lo primero que comencé a percibir en ese apartamento fue que en la mañana mi señora y yo nos íbamos a nuestros respectivos trabajos dejando todo en orden y al regresar entrada la noche y encender las luces sentíamos un fuerte olor a orine humano. En otras ocasiones además del olor al entrar al dormitorio, observábamos pequeños pozos amarillentos y aún húmedos sobre la cama. Al ponerle la queja a la casera nos indicó que podía tratarse de alguna filtración venida del p
EL INQUILINO (Parte III)Estos capítulos de mi vida, apenas en cuanto pude, lo consulté con mi madre y con mis hermanos y no le conseguimos explicación y como mi señora estaba esperando para dar a luz su primer hijo no le quise referir acerca de la experiencia vivida.Es el caso que otra madrugada soñé que una bruma blanca y helada invadía toda la casa y que mientras eso sucedía del techo caían gotas de un líquido semitransparente. En medio de la pesadilla mi papá se me presentó a las puertas de la casa, la cual estaba abierta de par en par y me decía algo que yo no le entendía (Quiero agregar que para esos entonces mi padre, estaba muy enfermo y murió meses después).Con un grito desperté de la pesadilla y mi señora también despe
EL INQUILINO (Parte IV)Pasadas otras semanas, un día en que mi señora estaba de viaje, me tocó regresar tarde a casa por cuanto tuve exceso de trabajo. En el camino me conseguí con una gallina muy grande acurrucada en el medio de la carretera, en la rampa que conducía a la entrada del barrio y donde daban la vuelta los autobuses de la ruta Carrizal – Los Teques.Este hecho me pareció extraño: primero, por el gran tamaño del animal; segundo, por su color tan blanco y tercero, por cuanto al pasar por su lado comenzó a cacarear en una forma muy extraña que hizo que se me erizara todo el cuerpo. De allí hasta que llegué a la entrada de las escalinatas que conducían hasta la casa me acompañaron continuos escalofríos y la impresión de que alguien me
EL INQUILINO (Parte V)Siguieron pasando los días y pude percibir que cuando nos íbamos a dormir, sobre nuestro cuarto arrastraban cosas, lanzaban objetos, y los niños hacían correr o dejaban caer sus metras y, algunas madrugadas los sonidos lo despertaban a uno. Los sábados en la mañana y algunos domingos hacían lo mismo. Tuve intensión de reclamar, pero mi señora me contuvo al referirme que nosotros ya habíamos molestado bastante a la casera con lo de las filtraciones, la humedad sobre la cama y el animal que se metía. Ella iba a pensar que éramos unos inquilinos problemáticos.Transcurrieron varios días y mi señora tuvo que viajar de nuevo y yo me quedé sólo en la casa. Ese día llegué temprano, me di un baño y me
DE TAXISTA IAquella noche de octubre se había perfilado silenciosa, lenta, calurosa, un tanto clara, por cuanto la media luna alumbraba arriba en el cielo estrellado de la costa. Ramón Aguiar se había estado desplazando muy despacio, con sus cinco sentidos puestos en cualquier sombra o silueta que se vislumbrara al margen de las calles y avenidas, dispuesto a ofrecer sus servicios como taxista. Ese no era su oficio, sin embargo, en los últimos dos años, debido a su precaria situación económica después de que hacía tres años y medio había perdido su empleo como tipógrafo, debió aceptar la propuesta que le había hecho su tío Andrés, hermano de su padre, para trabajarle el carro a cambio de un treinta por ciento de lo que produjera en el día.Ramón se conocía a sí mismo como un hombre honesto, por lo que, cada vez que subía un cliente lo registraba en una libreta de anotaciones que le acompañaba en su recorrido. Para él era
PIDE COLAS ILas fiestas patronales de la población de Río Caribe se habían desarrollado en un clima de mucha alegría. De hecho, José María Tremaria “Che María” venía rememorando con sumo contento que hacía mucho tiempo que no disfrutaba una fiesta como esta. Luis José Rodríguez “Güícho”, hacía énfasis en la cantidad de muchachas buenamozas con las que había bailado, mientras que Ramón Urquiola “Monchito”, conducía silbando alegre y tarareando la comparsa que Radio Carúpano transmitía en ese momento, opinando a intervalos en medio de la animada conversación. A todas estas, José Manuel Quilarque “Cheo” dormía como producto de la “pea” de tres días con dos noches en las que sólo habían dormido por peque&