Desde lo alto, el auto parecía un enorme insecto que avanzará por la carretera, la imagen, proyectada en una bola de cristal era de matices violáceos, como si se mirará a través de un cristal. Alguien aplicó un efecto de zoom, alejando la imagen, encogiendo el automóvil y expandiendo a kilómetros a la redonda un terreno desolado. Autos en llamas, autos varados en las grandes ciudades provocaban un tráfico estático, cadáveres desperdigados aquí y allá. La imagen se alejó aún más, el auto apenas era una mota de polvo oscuro en movimiento sobre la bola de cristal. En la ciudad de Los Ángeles quedaban algunos sobrevivientes, solos habían sido poco motivo de preocupación, pero ahora, que estaban juntándose, reorganizándose, planeando, buscando una explicación ante lo ocurrido, eran una autentica molestia. La mano de Stacy pas&oacu
Una vez puesto el hechizo, las ciudades de todas las latitudes del mundo recobraron su esplendor, las carreteras dejaron de ser silenciosas para volver a sus antiguos hábitos de bullicio y contaminación, los aviones volvieron a surcar los cielos, los niños volvieron a salir a las calles para jugar y crecer, los adultos retomaron sus rutinarias (y aburridas en su mayoría) vidas, sus empleos y sus responsabilidades. El plan era sencillo, al igual que con la larga noche, había un plazo. Un plazo que habría de cumplirse, pero mientras eso sucedía, era como si todo hubiera sido una pesadilla colectiva. Los muertos volverían a andar sobre sus propios pies y la ilusión de que todo volvía a ser como antes sería el punto clave para que el mal pudiera encaminarse a la victoria.No obstante, la visión no era para todos, las dos criaturas que se encontraban aún en la Tierra, continuaban viendo el m
Lo que los chicos vieron mientras el auto rodaba camino al Downtown de Los Ángeles les dejo boquiabiertos, no era que simplemente hubieran hallado a unos cuantos sobrevivientes, sino que la ciudad parecía tan normal como siempre: autos circulando por las calles y avenidas, gente haciendo las compras de la semana de manera despreocupada, parejas que caminaban tomadas de la mano, música sonando desde diferentes puntos de la ciudad, etc.- ¿Qué carajos…? – la voz de Madeleine se desvaneció como llevada por el viento.Martha miraba atónita a una pareja sentada en el parque, tomaban helado y parecían ser reales; sin más preocupaciones que su amor. Bill miraba hacia la acera, donde una muchacha se percató de su mirada y le sonrió con un deje de coquetería. Bill se estremeció, no por la mirada en sí, sino porque se imaginó de pronto a la chica sin ojos y con l
Ibrahim Al Khali estaba a punto de desmayarse, el intenso calor de la mañana no hacía otra cosa que consumir las escasas fuerzas que le quedaban. Había estado vomitando desde hacía un par de horas y pronto estaría deshidratado y demasiado débil como para dar un paso más. Un par de buitres sobrevolaban en lo alto, a la expectativa de que el hombre cayera para acercarse. El terrorista se miró los brazos y vio que en ellos estaban formándose llagas de color rojo sangre, como si alguien le hubiera golpeado a latigazos. Tocó una llaga con sus dedos y el dolor que le provocó fue tal que soltó un alarido. Estaba sediento, hambriento y para colmo, todavía no veía a ningún sobreviviente que pudiera reclutar. Al Khali comenzaba a creer que era una pérdida de tiempo, por un momento deseo haber muerto con sus compañeros de celda de la ADX Florence. La explosi&oacu
El encuentro de Jimmy Wayne con lo que Stacy denominaba como Los Observadores fue similar a lo que había sufrido el terrorista Ibrahim Al Khali. Mientras este último miraba su pierna destrozada por las fauces del gusano/lamprea, el reverendo Jimmy Wayne yacía hecho un ovillo dentro de una enorme caravana abandonada en la carretera. El suelo temblaba como si miles de camiones pesados estuvieran acercándose y Jimmy Wayne no tardó en darse cuenta que el temblor era acompasado, que parecía tener sincronía, ¡Peor aún! Parecía tener vida. El reverendo se refugió en la caravana y se cubrió de pies a cabeza con unas mantas que encontró allí. Las mantas tenían un olor desagradable, como si un perro se hubiera meado encima, pero en ese momento nada de eso importaba en lo absoluto.Transcurridos unos minutos, el temblor se intensifico tanto, que el auto mismo saltaba unos cen
— Oh, Bill gracias a Dios que te encuentro — Sarah se acercó hasta el automóvil detenido a medio camino de la salida del estacionamiento. Bill la miraba atónito, incapaz de creer lo que estaba pasando. Todo en ella estaba perfectamente igual a como la recordaba. El cabello castaño le llegaba hasta los pechos ondeando en el viento como el pelaje de un pura sangre, la piel blanca y reluciente, ligeramente bronceada en el cuello, un bronceado que a Bill siempre le había encantado; Sarah llevaba una blusa blanca traslucida que resaltaba sus generosos pechos, una falda corta color negro y un par de calcetas blancas y largas completaban la vestimenta. Era el mismo atuendo que Bill había visto muchas veces en las clases que llegó a compartir con Sarah. — Sarah… que… — comenzó Bill — Es lindo ver un rostro conocido – dijo la chica posando sus hermosos ojos color verde en Bill. — ¡Oh! Lo siento, que maleducada soy – añadió mirando a las acompañantes de Bill. — ¿
Dean sobrevolaba las tierras yermas. El sonido del aleteó se unía a los sonidos de grandes explosiones, fuertes terremotos y al sonido ocasional de alguno que otro animal agonizante. El Sol a sus espaldas, parecía del doble de su tamaño normal, la temperatura media en la Tierra había alcanzado los 55 grados centígrados y en los grandes desiertos del mundo, el termómetro alcanzaba fácilmente los 80 grados centígrados (con rachas ocasionales de hasta 100 grados en los desiertos de Atacama y del Sahara). Pese al intenso calor, Dean seguía vestido con una casaca negra y unos pantalones del mismo color con raras incrustaciones que destellaban en cuanto el sol las tocaba. El caballero de la muerte giró a la derecha cuando escuchó una fuerte explosión proveniente de una ciudad cercana. La detonación había sido causada cuando el fuego hubo alcanzado una estación de gasolina. Miles
Martha despertó sobresaltada. Sobre la frente tenía una fina capa de sudor. A medio levantar, apoyada sobre los codos, miró de un lado a otro tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba. Una cosa si sabía. Donde quiera que estuviera, el lugar era condenadamente frío; una corriente de aire helado se colaba por la ventana, agitando las cortinas y acariciándole la piel con dedos gélidos. La habitación estaba decorada con pósteres de bandas juveniles y con los flyers promocionales de algunas películas clasificación doble A; un par de lámparas de lava estaban frente al ancho mueble que contenía el televisor y media docena de cajones. El lugar olía a esencia de canela y sobre su cabeza, un ventilador de hélices acumulaba polvo y unas cuantas telarañas. Martha centró su atención en la puerta cuando escuchó voces provenientes de fuera. La p
Madeleine caminaba por la acera e iba tarareando una vieja canción que había escuchado en la radio cuando era una niña. No recordaba el título, pero sí que era una de las favoritas de su padre, que había muerto cuando ella apenas estaba en su más tierna infancia. Llevaba en su mano la bolsa con varios medicamentos de venta libre: analgésicos, aspirinas y antieméticos, además de un par de jeringas. No sabía porque las había comprado, pero su madre siempre solía tener jeringas de sobra en el pequeño botiquín de la casa. “Las inyecciones te curan más rápido, hija” – solía decirle cuando pequeña. A Madeleine le aterraban las agujas, pero, curiosamente, siempre que su madre solicitaba inyecciones, ella mejoraba notablemente. Las había tomado del anaquel más por un instinto que por una verdadera necesidad, pues r&aacu