—¿Me prestas un bolígrafo? —preguntó. Se lo pasé—. Gracias.
Teníamos una hora libre, para variar. Aproveché el tiempo para adelantar un trabajo práctico y no fui la única. La biblioteca estaba repleta de alumnos. Era raro porque, generalmente, era uno de los lugares menos concurridos. Sin embargo, debo resaltar una cosa bastante llamativa porque comencé a tratar bien al chico, bueno, algo así. La mayoría de la veces, cuando se colgaba a hablar de no sé qué, simplemente mis palabras salían solas: «Deja de hablar tanto», «No me interesa», «Quita tu mano y ni se te ocurra tocarme de nuevo», «Eres un pesado», «Déjame en paz», «Estás completamente loco»… y un sinfín de respuestas similares, pero siempre obtenía lo mismo de su parte: «Me gusta ser el causante de tu sonrisa».
Algo estaba pasándome y, durante estos días, mi cuerpo sufría de ciertos temblores, cosquilleos en el vientre y sentir los latidos de mi corazón. Esto último comenzaba a asustarme. Creí que el hielo seguiría intacto, tan gélido, tan impenetrable, tan macizo… Me equivoqué porque Valentín tenía, y tiene, una tenacidad inexplicable y, lo peor, él mismo se estaba encargando de derretir el hielo de mi corazón, tan deprisa que la calidez en mi pecho crecía cada un poco más.
No puedo negar el miedo que me produce el hecho de permitir crecer este algo que siento cada que estoy a su lado, cada que me sonríe, me habla, me… toca. Porque sí, el muy desgraciado se atrevía a rozar su mano con la mía e incluso llegó a dejar suaves caricias en mis mejillas con la tonta excusa: «Tienes una piel muy tersa y tus mejillas me gustan mucho». Maldito Valentín y sus tonterías.
Y ahora lo tenía que aguantar, sentado a mi lado, pidiéndome prestadas mis cosas.
Suspiré con notable cansancio, comenzando a guardar los libros y cuadernos.
—¿Terminaste? —cuestionó.
—Sí —repliqué y lo miré por primera vez desde que habíamos llegado—. Y no hables. Estamos en la biblioteca —regañé.
—Pero quiero hablar contigo —murmuró, haciendo un puchero cual niño pequeño—. Aunque a mí me falta terminar algo aquí —objetó.
—Pues allá tú —Me incorporé de la silla, la mochila al hombro y, antes de dar el segundo paso, lo miré una vez más—. Entonces, ¿no vienes? —pregunté.
Decir que casi tira la silla cuando se irguió de golpe, es decir poco. Luego de unos breves minutos, ambos salimos del silencioso lugar. Valentín sonreía como tonto y, tal vez, eso comenzaba a gustarme más de la cuenta.
(…)
He luchado hasta el agotamiento, envolví y congelé mi corazón, pero, aun así, luego de todas mis acciones antipáticas, todos mis rechazos, él ha conseguido vencer a mis demonios. Él traspasó cada barrera y ha conseguido derretir, con sus sonrisas, sus palabras, sus acciones, su tenaz insistencia, el hielo que hasta hace poco cubría del todo mi corazón.
¿En qué momento? No lo sé. Después de ese estúpido impulso de pedirle que nos fuésemos de la biblioteca —hace tres semanas atrás—, he dejado de ponerme límites. Aun así, solo es con él. Sigo siendo la misma chica de siempre, aunque debo de admitir que ahora sonrío más.
¿Me estaré volviendo loca? Porque el loco aquí es el chico de sonrisa bonita y no yo o tal vez sí; puede que sí porque dejar que el chico risueño y hasta cansino entre a mi mundo, a mi burbuja, es prueba de ello…
Estoy loca.
Pese a todo, había algo más que debo resaltar: mi madre. Ella quería saber absolutamente cada detalle. Luego de narrarle todo, venía la razón de su interrogatorio y salía con cada cosa como: «¿Cuándo lo traerás a casa?», «Es porque está enamorada, por eso sonríes», «Te gusta, admítelo ya, Bella»… Debo admitir que sí, el tonto sabía cómo conseguir que sonriese. En resumen, lo que viví estas tres últimas semanas ha sido increíble, no lo negaré. Estaba dejándome arrastrar, ya no resistía, ya no mas respuestas desagradables. Solo esperaba que fuese para bien. No quiero sufrir de nuevo porque si eso llegase a ocurrir, ya no volvería siquiera a ser la sombra de lo que soy hoy día.
(…)
—¿Sabes una cosa? —Negué con la cabeza, sin mirarlo—. Cada día que pasa me enamoro más de ti —espetó.
Directo. Siempre sin rodeos. Me comenzaba a gustar también ese lado suyo. Lo peor era que cada me gustaban más cosas de él.
—Eres cansino —proferí, esbozando una tenue sonrisa.
La brisa suave mecía los árboles, las hojas comenzaban a caer… Algo que me fascinaba, en parte, era poder apreciar los diferentes matices de colores; el clima iba cambiando, el frío cada más cerca mientras que mi corazón cada más cálido.
Irónico.
—No puedo creer que me digas eso —habló—. Y encima en nuestra primera cita.
—Alto ahí —Frené los pasos, posicionándome frente a él—. No confundas una salida de amigos con una cita.
—Déjame soñar, ¿de acuerdo? —Sonrió con nostalgia—. Isabella, ha pasado un mes desde que nos llevamos bien, dime, ¿en todo este tiempo no has sentido nada, absolutamente nada por mi ni un poquito de cariño?
—No —respondí, volviendo a caminar.
Escuché sus pasos a mi lado. Había aceptado salir con él, aprovechando mi día libre. No hicimos nada fuera de lo normal. Fuimos al cine, a comer y ahora me acompañaba hasta unas pocas calles de casa y no, aún no conocía mi casa y tampoco estaba en mis planes llevarlo… por el momento.
—¿Quieres ir al parque? —preguntó, casi inaudible—. Aún es temprano.
—Mejor lo dejamos por hoy —proferí—. Estoy algo cansada.
—Está bien, dejémoslo para otro día —inquirió.
Sentí un malestar en mi pecho. Desconocía la causa, pero tal vez fue por el tono de su voz, tal vez por sus ojos opacos, tal vez porque… No lo sé. No sé qué me estaba pasando.
—Bueno, aquí me despido —Frené los pasos—. La pasamos bien. Me divertí. Nos vemos el lunes.
—Yo igual —Sonrió, ¿triste? ¿Por qué?—. Cuídate.
—Tú también —Algo me impedía mover los pies—. Espero que podamos ser muy buenos amigos de ahora en más y tal vez repetir salidas como esta.
—Por supuesto —profesó—. Trataré de ser tu amigo, lo prometo.
—Bien —Suspiré, tratando de anular el nudo en mí pecho—. Espero que cumplas tu promesa.
—Lo… haré —murmuró, no muy convincente.
—Adiós, Valentín —saludé.
Por fin pude moverme. Dejando atrás a Valentín con un rostro nostálgico.
—Adiós, Isabella.
No volteé a verlo, solo alcé la mano, correspondiendo el saludo.
(…)
El silencio de la calle solo era interrumpido por el palpitar de mi corazón. Sí, el muy condenado órgano latía de manera frenética.
Inhalé y exhalé profundamente, tratando de calmar todas mis raras emociones. Levanté la mirada al cielo, encontrándome con un manto gris; llovería. Apresuré los pasos y divisé el atajo que me dejaba justo a una cuadra de casa. Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia el camino tan conocido por mis pies. No era la primera vez que lo hacía, pero lo cierto era que nunca noté o vi a nadie caminar por aquí o por lo menos no cuando yo lo hacía, razón por la cual el eco de mis pasos se oía perfectamente.
Continué hasta que me percaté de que no era la única persona que caminaba por el pasaje. No quise girar para ver quién era. No me importaba y faltaba poco para la salida a la calle principal. Agarré velocidad en mi andar, había algo en el ambiente que no me era confiable. Algo pasaría, lo intuía y alguien me agarró del brazo derecho, doblándolo hacia la espalda; no sentí dolor, pero si una terrible incomodidad. Un brazo desconocido se posicionó como dueño de mi cintura. Una fragancia llegó a mis fosas nasales y las ganas de asesinar a dicha persona me embargaron por completo. Antes de que dijese alguna cosa, el idiota se adelantó.
—Lo siento —musitó, cerca de mi cuello—. No quise asustarte, pero no puedo cumplir la promesa que te hice hace solo unos minutos atrás.
—Si no me sueltas, te juro que no te vuelvo a dirigir palabra alguna —acoté.
De un rápido movimiento, cambió la posición y no, no me soltó. El muy tonto rodeó con ambos brazos mi cuerpo, apretujándolo contra el suyo. No podía mover un solo músculo. ¿Por qué? No quería saber esa respuesta por más que mi consciencia me gritaba, por más que mi corazón saltaba con ímpetu en mi pecho. Por más que luchase una y otra vez, negándolo, la respuesta era tan simple, tan sencilla… En sus brazos me sentía protegida, amada, deseada… Me sentía bien. Había caído. Ya no mas corazón gélido, ya no mas luchas, ya no… había barreras. Descubrí que me había… enamorado.
Me enamoré de Valentín.
Que estúpida.
—Te necesito a mi lado —musitó, ciñéndome más hacia sí—. Ya no puedo sobrellevar lo que siento por ti —Sus palabras atravesaban cada poro de mi piel—. Por favor, déjame derretir el hielo que cubre tu corazón, déjame curarte, déjame protegerte, déjame y déjate amar —Hizo una pausa, inhalando el aroma de mi cabello—. Te amo, Isabella, te amo con toda mi alma. Lo hago desde hace mucho, así que, por favor, déjame ser parte de tu vida. Déjame entrar en ella y te juro que no te arrepentirás, prometo que cada día será único, distinto al anterior. Por favor, ya no puedo más, yo…
—Ya lo hiciste —interrumpí, me tenía envuelta entre sus brazos y su cuerpo se sentía cálido—. Derretiste el hielo, eres un grandísimo tonto. No sé cómo ni cuándo, pero te metiste sin permiso en mi vida, derribaste con creces todas mis barreras…
—Lo logré —espetó bajito—. Eso quiere decir que... —Lentamente, fue aflojando su agarre y pude, al fin, ver sus ojos y una perfecta y tierna sonrisa en sus labios—. ¿Me darás una oportunidad? —Asentí—. ¿De verdad? —Asentí de nuevo—. ¿Me dejaras amarte? —Asentí otra vez—. Entonces, ¿puedo besarte? —Negué, totalmente seria—. Pues lo haré igual.
Sus ojos permanecían fijos en los míos; el cosquilleo molesto, aquel que había olvidado por completo, aquel que era semejante a un centenar de mariposas revoloteando en plena revolución, se apoderó de mi estómago. El frenesí de mi corazón, la calidez de su cuerpo junto al mío… Sus intensos ojos abandonaron los míos para mirar mis labios.
Un acercamiento interminable, un roce… Algo que comenzó como un simple tacto se transformó en un casto beso. Hacía mucho, mucho tiempo que no besaba… a nadie. No había tenido contacto alguno con ninguna persona. Valentín era el primero, después de lo que pasó con… mejor ni nombrarlo. Y deseé, muy egoístamente, que fuese el último.
Sus brazos seguían firmes alrededor de mi cintura y cuando mi cuerpo reaccionó, rodeé su cuello con los brazos. Con los dedos, jugué con los cabellos de su nuca. Describir las miles de sensaciones que llenaban mi ser era… imposible. Faltarían palabras. Nuestros labios encajaban a la perfección, moviéndose al compás, como si fuesen hechos el uno para el otro. Su sabor mezclándose con el mío.
Su lengua húmeda y tibia, buscó la mía, comenzando caricias tórridas, mutando el beso en algo más apasionado. Sus brazos me estrujaron más, ciñéndome más a su cuerpo y la tibieza que emanaba traspasó mis ropas, envolviéndome, mientras que un leve temblor me invadía. El incesante latido de mi corazón; ya no había ni rastro de hielo. Ya no estaba sola dentro mi burbuja, ahora era nuestra burbuja… Nuestros labios seguían unidos en un beso interminable, en un contacto que ninguno era capaz de romper.
Un pequeño gruñido imperó cuando una de mis aventureras manos se deslizó en el minúsculo espacio entre nuestras anatomías, palpando su pecho. Mordió mi labio inferior a la par soltaba un leve gemido. Mis labios ardían, mis pulmones exigían a gritos sordos el tan ansiado aire. Hice caso omiso, no quería separarme, no quería dejar de saborear su boca, no quería que su lengua dejase de recorrer con ansias mi boca, pero todo aquello quebró cuando sentimos las primeras gotas.
—Imaginé… —musitó—. Imaginé muchas veces como sería probar tus labios, pero esto superó todo lo que en mi mente idealicé.
Sonreí, sintiendo como la lluvia nos mojaba.
—Bueno, quizá podría haber próxima vez —susurré.
—La habrá —inquirió, esbozando la más dulce sonrisa—. Porque me encargaré de qué así sea, ¿sabes por qué? —Negué, moviendo apenas la cabeza—. Porque te has convertido en mi droga. Si antes era adicto a ti, aún si tenerte en mis brazos, ahora que te tengo pegado a mí, que tuve el placer de probar el delicioso néctar de tus labios, ya no podré vivir sin la necesidad de besarte cada que pueda.
—Estás loco —espeté, riendo por lo bajo—, pero la loca soy yo por dejar que lo hagas.
—Entonces…
No le di tiempo a que terminase de decir, lo qué fuese que iba a decir.
Reclamé su boca porque sus labios también se habían convertido en mi droga, mi adicción.
La lluvia se hizo más intensa y me di cuenta de que ambos estábamos empapándonos. Nos volvimos a separar. Dejé de lado toda la personalidad que había creado. Dejé de lado todo tipo de pensamientos negativos. Dejé ir por fin mi pasado, a los fantasmas.
Agarré su mano, entrelazando mis dedos con los suyos. Bajó la mirada a nuestras manos juntas, unidas, y, luego, me regaló una sonrisa única que quedará tatuada en mi memoria. Su mirada atiborrada de ilusión y mi corazón brincó de alegría. Sonreí como una niña, como jamás lo había hecho porque supe, en ese instante, que Valentín nunca sería capaz de hacerme daño. No sé por qué razón, no sé si hubiese en realidad un por qué, solo sé que algo dentro de mi deseó no volver a soltar su mano.
—Vamos —indiqué, dando unos pasos—. Nos estamos mojando y no quiero enfermar ni deseo que tú enfermes.
—Pero, ¿a dónde? —preguntó.
—A casa.
Ingresamos a casa, riéndonos. Valentín no dejó de decir tonterías durante todo el trayecto —que fue poco para suerte de ambos—, sus chistes malos casi me desarman de la risa mientras corríamos como locos bajo la lluvia.Cerré la puerta como pude porque él me sujetó de la cintura nuevamente, haciéndome leves cosquillas en la zona. El agua se escurría de nuestras ropas, mojando el piso, terminamos completamente empapados. La fricción de nuestro contacto causaba estragos en mi cuerpo. Más allá de la risa, algo más se apoderaba de mí. Resté importancia. No era momento para pensar en nada.—Basta —pedí—. Te aprovechas porque… tienes más fuerzas que yo.Me removí entre sus brazos, ocasionando una risotada de su parte.—No, no pararé —musitó, casi sobre mi cuello.<
En la última semana no había hecho otra cosa que no fuese estudiar. Muchas veces, incluso, hasta la madrugada. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y no podía ni debía distraerme. Mi noviazgo con Valentín iba viento en popa, pero ambos estábamos metidos de lleno en los estudios y, como compartíamos varías clases, muy a menudo íbamos juntos a la biblioteca.En medio de un montón de libros, cuadernos de apuntes, maquetas a medio terminar, nos llenábamos de besos, caricias y susurros cariñosos. Nos veíamos todos los días y, tal cual lo había prometido, cada uno era distinto, único y perfecto. Hubo ocasiones en las cuales atravesaba las puertas del aula con ramos de rosas, cajas con chocolates, osos de felpas gigantes, globos de helio en formas de corazón, entre otras cosas y por más cansancio, siempre encontrábamos un tiempo para n
Un pitido constante y sonoro me invadía los oídos. Traté de abrir los ojos, pero los párpados me pesaban mucho. Algo que alertó todos mis sentidos fue el hecho de querer moverme y no pude. Las piernas, los brazos… todo mi cuerpo dolía.Como pude, logré mover un brazo con la intención de dar un buen manotazo a lo que fuese que estuviese emitiendo aquel ruido y, otra vez, me vi imposibilitada. No entendía, no comprendía el por qué de tanto dolor y, con un enorme esfuerzo, comencé a abrir los ojos. La vista nublada, quizá por el sueño, pero algo no estaba bien. Cuando pude enfocar bien la mirada, lo primero que noté fue la puerta blanca. La de mi cuarto no era blanca. No. Quise sentarme, pero solo causé que un fuerte dolor me atravesase la cabeza y, para horror, descubrí que no me encontraba en mi habitación.—¡Bella! —excl
La misma rutina. Costó volver a adaptarme. Perdí el semestre y, por lo tanto, hubo una reunión con los profesores en la cual me permitieron recuperar las clases y rendir los exámenes correspondientes, siempre y cuando estuviese en condiciones. Por supuesto, no titubeé ni un instante, mi carrera era primordial. Pasé la mayor parte de los días estudiando hasta llegar a cansarme, quedando dormida sobre el escritorio, entre un montón de libros y apuntes, esto último cortesía de uno de mis compañeros. Al final del mes, expuse un trabajo y rendí todos los exámenes.Recuperé mi trabajo en la cafetería. La dueña sabía de antemano lo del accidente.Poco a poco mi vida regresaba donde una vez estuvo.Los mismos rumores de mi persona, las mismas clases, los mismos “colegas”, el mismo trabajo, el mismo hogar. No había nadie esperando por
Exhalé un largo suspiro.Ingresé, cerrando la puerta detrás de mí. Crucé el vestíbulo mientras observaba algunas fotografías, cuadros y diplomas enmarcados, colgando de las paredes. No presté mayor importancia a ninguno de ellos.Quedé viendo, por unos segundos, las escaleras alfombradas que conducían al segundo piso y luego seguí hasta llegar al living. Los sillones se veían realmente cómodos, la mesita en el centro y otros muebles mas. El ambiente no cambiaba mucho si lo comparaba con mi casa. Bastante hogareño y cálido. Todo en perfecto orden como si fuese decorado por un profesional. Del hijo de Sofía no hallé rastro alguno hasta que recordé que había dicho que se encontraba en la cocina. No tenía ni la más mínima intención de ir directamente hacia la cocina, sería muy raro.Dudé y gir&
No soy un chico perfecto. Me considero uno más del montón. Alguien ordinario, pero nunca fue suficiente, al menos, no para las personas a las cuales consideraba mis amigos. Tampoco fue suficiente para mi pareja.Mucho tiempo ha pasado desde mi última relación. Dos años para ser precisos. Sufrí mucho luego de que descubrí que me había engañado. Como toda relación, al principio fue color rosa. Sin embargo, y a pesar de darlo todo, no fue suficiente. Por ser un ciego, por amarla, dejé de lado muchas cosas con tal de complacerla. Por estar estúpidamente enamorado, desplacé a todos aquellos que alguna vez fueron importantes en mi vida, pero, ¿de qué sirve entrar en detalles? No vale la pena.(…)Mi vida diaria no es diferente a la de cualquier chico-adulto ordinario. Estudio y trabajo.Hace un par de años atrás mis padres tomar
Ha pasado dos semanas desde que Emma e Isabella cenaron en casa. Lo bueno de aquella noche fue el hecho de conocerla un poco. Sin embargo, puedo decir que hay algo que ella oculta, que la agobia y no sé que puede ser. Además, mi mente no tuvo la mejor idea de relacionarla con ese alguien de mis raros sueños, bueno, solo su voz. Isabella nos contó que estudia en la misma universidad a la que asisto. Cursa el tercer año de Publicidad. No tiene amigos, lo único que le importa es recibirse y trabajar de lo que la apasiona. Trabaja de medio tiempo en una cafetería.No negaré que me intriga. Todo en ella es como un aura misteriosa. No puedo asegurar que seamos amigos, solo... simples conocidos y vecinos (por el momento). Aun así, Isabella es una chica que despierta mi total curiosidad y quizá lo que sucede realmente es… Me asusta. Me aterra lo que estoy experimentando en tan poco
*Valentín*No dormí bien porque la ansiedad crecía con cada segundo que pasaba, pero el insomnio también se debió al tan recurrente sueño que he estado teniendo últimamente. Una parte de mi relaciona esa voz —que me llama en sueños— con la de Isabella. Sé que está mal porque no es sano pensar y pensar en la misma cosa una y otra vez. La fatiga solo empeora si mantengo esto último en mente. Quizá debería comenzar a hacer cosas nuevas que me distraigan de esas tonterías. Opté por centrarme en la salida que tendría con Isabella.Posterior a múltiples dilemas, me decidí por algo casual y elegante. Nada fuera de lo ordinario a como visto para salir. Lo peor de la situación eran los nervios ya que suelo controlar ese aspecto de mi personalidad. Me considero un chico de lo más normalito que existe, pero, sin embargo, rec