Cuando era niña creía que nada era imposible. Era feliz pensando de esa manera, quizá porque solo era una niña y la inocencia formaba parte de uno mismo como un todo.¿Una infancia feliz? Sí, hasta que cumplí 14 años. La adolescencia fue algo más que cambios físicos y hormonales porque trajo consigo algo más. Supuse que algo andaba mal conmigo cuando mis amigas comenzaron a hablar sobre chicos; algo completamente típico a esa edad, pero yo… A mí no me interesaba hablar solo de chicos. Al principio pensé que era común, no todos los adolescentes son iguales y creí que, tal vez, con el tiempo lograría estar tan embobada hablando con mis amigas sobre muchachos, pero no fue así.Conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de que miraba a las chicas y chicos por igual. Qué ironía, ¿verdad? La primera vez que me di cuenta
Nunca supe que fue de Gina, supongo que con todo lo que pasó, prefirió alejarse de mí y la entendí. Además, no tuve las ganas necesarias para saber de ella.Pasé los siguiente cuatros meses más duros, fríos y solitarios de mi vida y, con ellos, se sumaban nuevos sentimientos. Egoísmo, orgullo, vanidad, soledad… frialdad. Mi cumpleaños número 18 lo pasé en un parque, comiendo un pote de frutas que había sido parte de un pago, junto a unos cuantos billetes, después de haber limpiado los baños de un restaurante. Aun así, fui feliz, era libre, pero aquella libertad no era como la hubiese deseado.Comencé a trabajar de camarera en una cafetería y fue cuando la conocí. Iba todas las tardes a tomar el té y, casi siempre, yo era la encargada de atender su mesa. Primero fueron saludos cordiales, como con todos los clientes; pas
Luego de ir al sanitario, mojarme el rostro, limpiarme el brazo y posterior de haber colocado la bandita, regresé al salón de clases.Todos hablando, gritando, riendo, como si estuviesen en un medio de un partido de fútbol. La razón, teníamos una hora libre. No era la primera vez que sucedía así que me dediqué a lo que mejor que sabía hacer, auriculares puesto, música tranquila y lectura.Quizá había pasado unos 10 minutos cuando la puerta se abrió de par en par y el ruido de estas chocando con las paredes hizo que, por inercia, levantase la mirada y me quitase los auriculares. Todo un mar de estudiantes corrieron hasta sus puesto, algunos se tropezaban a mitad de la avalancha. La profesora era la que menos paciencia tenía, pero no ingresó la mujer cincuentona con lentes y con humor de perros que todos estaban esperando, sino un chico. No recuerdo haberlo visto o ta
—¿Me prestas un bolígrafo? —preguntó. Se lo pasé—. Gracias.Teníamos una hora libre, para variar. Aproveché el tiempo para adelantar un trabajo práctico y no fui la única. La biblioteca estaba repleta de alumnos. Era raro porque, generalmente, era uno de los lugares menos concurridos. Sin embargo, debo resaltar una cosa bastante llamativa porque comencé a tratar bien al chico, bueno, algo así. La mayoría de la veces, cuando se colgaba a hablar de no sé qué, simplemente mis palabras salían solas: «Deja de hablar tanto», «No me interesa», «Quita tu mano y ni se te ocurra tocarme de nuevo», «Eres un pesado», «Déjame en paz», «Estás completamente loco»… y un sinfín de respuestas similares, pero siempre obtenía lo mismo de su parte: «
Ingresamos a casa, riéndonos. Valentín no dejó de decir tonterías durante todo el trayecto —que fue poco para suerte de ambos—, sus chistes malos casi me desarman de la risa mientras corríamos como locos bajo la lluvia.Cerré la puerta como pude porque él me sujetó de la cintura nuevamente, haciéndome leves cosquillas en la zona. El agua se escurría de nuestras ropas, mojando el piso, terminamos completamente empapados. La fricción de nuestro contacto causaba estragos en mi cuerpo. Más allá de la risa, algo más se apoderaba de mí. Resté importancia. No era momento para pensar en nada.—Basta —pedí—. Te aprovechas porque… tienes más fuerzas que yo.Me removí entre sus brazos, ocasionando una risotada de su parte.—No, no pararé —musitó, casi sobre mi cuello.<
En la última semana no había hecho otra cosa que no fuese estudiar. Muchas veces, incluso, hasta la madrugada. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y no podía ni debía distraerme. Mi noviazgo con Valentín iba viento en popa, pero ambos estábamos metidos de lleno en los estudios y, como compartíamos varías clases, muy a menudo íbamos juntos a la biblioteca.En medio de un montón de libros, cuadernos de apuntes, maquetas a medio terminar, nos llenábamos de besos, caricias y susurros cariñosos. Nos veíamos todos los días y, tal cual lo había prometido, cada uno era distinto, único y perfecto. Hubo ocasiones en las cuales atravesaba las puertas del aula con ramos de rosas, cajas con chocolates, osos de felpas gigantes, globos de helio en formas de corazón, entre otras cosas y por más cansancio, siempre encontrábamos un tiempo para n
Un pitido constante y sonoro me invadía los oídos. Traté de abrir los ojos, pero los párpados me pesaban mucho. Algo que alertó todos mis sentidos fue el hecho de querer moverme y no pude. Las piernas, los brazos… todo mi cuerpo dolía.Como pude, logré mover un brazo con la intención de dar un buen manotazo a lo que fuese que estuviese emitiendo aquel ruido y, otra vez, me vi imposibilitada. No entendía, no comprendía el por qué de tanto dolor y, con un enorme esfuerzo, comencé a abrir los ojos. La vista nublada, quizá por el sueño, pero algo no estaba bien. Cuando pude enfocar bien la mirada, lo primero que noté fue la puerta blanca. La de mi cuarto no era blanca. No. Quise sentarme, pero solo causé que un fuerte dolor me atravesase la cabeza y, para horror, descubrí que no me encontraba en mi habitación.—¡Bella! —excl
La misma rutina. Costó volver a adaptarme. Perdí el semestre y, por lo tanto, hubo una reunión con los profesores en la cual me permitieron recuperar las clases y rendir los exámenes correspondientes, siempre y cuando estuviese en condiciones. Por supuesto, no titubeé ni un instante, mi carrera era primordial. Pasé la mayor parte de los días estudiando hasta llegar a cansarme, quedando dormida sobre el escritorio, entre un montón de libros y apuntes, esto último cortesía de uno de mis compañeros. Al final del mes, expuse un trabajo y rendí todos los exámenes.Recuperé mi trabajo en la cafetería. La dueña sabía de antemano lo del accidente.Poco a poco mi vida regresaba donde una vez estuvo.Los mismos rumores de mi persona, las mismas clases, los mismos “colegas”, el mismo trabajo, el mismo hogar. No había nadie esperando por