*Valentín*El paisaje había cambiado radicalmente y ver de soslayo el rostro lleno de confusión de mi prometida era un disfrute pleno. Por mucho meses he ocultado el por qué de mis repentinas ausencias, pero creo que valdrá la pena.—Val, ¿dónde estamos?—Ya lo verás —comenté, doblando por fin en la recta final—. Llegamos.—Pero, ¿qué se supone hacemos aquí? —cuestionó—. Espero y no sea otra de tus locuras porque…—Ven y lo sabrás —invité. Si bien es cierto que durante todo el tiempo que llevamos de relación hice algunas que otras locuras, pero todas fueron buenas y sanas. No entraré en detalles. Una vez fuera del auto, ceñí su mano y la guié hasta la entrada de un enorme portón de rejas. Lo abrí y caminamos por el pasillo que conducía a la puerta principal.—Aguarda, Val, qué…—Isabella, quizá esto sea precipitado y, bueno… —Frené los pasos, situándome frente a ella—. Soy consciente de que he ocultado cosas este último tiempo, pero todo tiene una razón —Metí la mano libre dentro del
*Valentín*Seis años hace que contraje matrimonio con Isabella y no todos los planes salieron como predije. Sin embargo, si hay algo que he aprendido y que me ha enseñado mi esposa, es que nada sale cómo uno lo planifica. Ningún matrimonio es perfecto y el nuestro, por supuesto, no es la excepción. Discusiones, desacuerdos, incluso hasta dormir en el sofá del living o en algunos de los cuartos de huéspedes es, dentro de todo, normal en nuestro matrimonio. Parece que fue ayer cuando dimos el «sí, acepto» y unimos nuestras vidas en una sola, por siempre. Sí, por más años que pasen, sigo siendo el mismo cursi sin remedio de cuando era más joven. El resto de la historia, supongo que puedo resumirla. Trabajé en la empresa, con mi madre, pero, paralelo a ello, estuve haciendo mis propios proyectos y trabajos, el camino fue muy tedioso, pero valió la pena. Hoy día tengo mi propia empresa, soy dueño y jefe y nunca creí llegar tan lejos, pero no estoy solo. Hace dos años atrás, hice a Jacob
*Valentín*Un centenar de fotografías decoraban las paredes del enorme living. Cada una contando una historia distinta, única y perfecta. Son nuestras memorias, las que hemos petrificado en papel y enmarcadas para que podamos verlas cada día.Diez años y el tiempo sigue corriendo. Puedo decir, con toda certeza, que cada día es único e irrepetible porque con Isabella y mis hijos todo es así, espontáneo. No existe una rutina a la cual someternos ni siquiera en el trabajo. No sabría de qué manera explicarlo, solo puedo decir que somos felices. Ha pasado tantas cosas, situaciones que nos hicieron poner a prueba nuestro amor, pero la confianza y comunicación van de la mano, es el conjunto que nos mantiene más que unidos. Hoy día no solo nos comunicamos con palabras, lo hacemos con la mirada porque nos conocemos muy bien al punto de saber lo que piensa el otro. Sin embargo, a veces también discutimos y es algo normal, pero la discordia no dura más que unos minutos. Ninguno está dispuesto a
Cuando era niña creía que nada era imposible. Era feliz pensando de esa manera, quizá porque solo era una niña y la inocencia formaba parte de uno mismo como un todo.¿Una infancia feliz? Sí, hasta que cumplí 14 años. La adolescencia fue algo más que cambios físicos y hormonales porque trajo consigo algo más. Supuse que algo andaba mal conmigo cuando mis amigas comenzaron a hablar sobre chicos; algo completamente típico a esa edad, pero yo… A mí no me interesaba hablar solo de chicos. Al principio pensé que era común, no todos los adolescentes son iguales y creí que, tal vez, con el tiempo lograría estar tan embobada hablando con mis amigas sobre muchachos, pero no fue así.Conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de que miraba a las chicas y chicos por igual. Qué ironía, ¿verdad? La primera vez que me di cuenta
Nunca supe que fue de Gina, supongo que con todo lo que pasó, prefirió alejarse de mí y la entendí. Además, no tuve las ganas necesarias para saber de ella.Pasé los siguiente cuatros meses más duros, fríos y solitarios de mi vida y, con ellos, se sumaban nuevos sentimientos. Egoísmo, orgullo, vanidad, soledad… frialdad. Mi cumpleaños número 18 lo pasé en un parque, comiendo un pote de frutas que había sido parte de un pago, junto a unos cuantos billetes, después de haber limpiado los baños de un restaurante. Aun así, fui feliz, era libre, pero aquella libertad no era como la hubiese deseado.Comencé a trabajar de camarera en una cafetería y fue cuando la conocí. Iba todas las tardes a tomar el té y, casi siempre, yo era la encargada de atender su mesa. Primero fueron saludos cordiales, como con todos los clientes; pas
Luego de ir al sanitario, mojarme el rostro, limpiarme el brazo y posterior de haber colocado la bandita, regresé al salón de clases.Todos hablando, gritando, riendo, como si estuviesen en un medio de un partido de fútbol. La razón, teníamos una hora libre. No era la primera vez que sucedía así que me dediqué a lo que mejor que sabía hacer, auriculares puesto, música tranquila y lectura.Quizá había pasado unos 10 minutos cuando la puerta se abrió de par en par y el ruido de estas chocando con las paredes hizo que, por inercia, levantase la mirada y me quitase los auriculares. Todo un mar de estudiantes corrieron hasta sus puesto, algunos se tropezaban a mitad de la avalancha. La profesora era la que menos paciencia tenía, pero no ingresó la mujer cincuentona con lentes y con humor de perros que todos estaban esperando, sino un chico. No recuerdo haberlo visto o ta
—¿Me prestas un bolígrafo? —preguntó. Se lo pasé—. Gracias.Teníamos una hora libre, para variar. Aproveché el tiempo para adelantar un trabajo práctico y no fui la única. La biblioteca estaba repleta de alumnos. Era raro porque, generalmente, era uno de los lugares menos concurridos. Sin embargo, debo resaltar una cosa bastante llamativa porque comencé a tratar bien al chico, bueno, algo así. La mayoría de la veces, cuando se colgaba a hablar de no sé qué, simplemente mis palabras salían solas: «Deja de hablar tanto», «No me interesa», «Quita tu mano y ni se te ocurra tocarme de nuevo», «Eres un pesado», «Déjame en paz», «Estás completamente loco»… y un sinfín de respuestas similares, pero siempre obtenía lo mismo de su parte: «
Ingresamos a casa, riéndonos. Valentín no dejó de decir tonterías durante todo el trayecto —que fue poco para suerte de ambos—, sus chistes malos casi me desarman de la risa mientras corríamos como locos bajo la lluvia.Cerré la puerta como pude porque él me sujetó de la cintura nuevamente, haciéndome leves cosquillas en la zona. El agua se escurría de nuestras ropas, mojando el piso, terminamos completamente empapados. La fricción de nuestro contacto causaba estragos en mi cuerpo. Más allá de la risa, algo más se apoderaba de mí. Resté importancia. No era momento para pensar en nada.—Basta —pedí—. Te aprovechas porque… tienes más fuerzas que yo.Me removí entre sus brazos, ocasionando una risotada de su parte.—No, no pararé —musitó, casi sobre mi cuello.<