El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo?
—Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé.
La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo.
Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión.
Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo.
—Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación.
El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada.
—No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó.
La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver hacia adentro. Mónica asomó su ojo, y lo que vio la dejó tan aturdida que se quedó en shock.
Había una mujer pelirroja y con piel de porcelana encima de su esposo. David estaba sentado en su sillón, solo con su pantalón puesto. No tenía camisa y la mujer encima de él no paraba de dar saltitos sobre su miembro.
Su torso desnudo dejaba ver con claridad el rebote de sus grandes y firmes pechos. A Mónica se le destruyó el corazón al ver a su marido teniendo sexo con otra mujer.
—¿Tu esposa no se va a enterar al hacer mucho ruido? —le preguntó, mordiéndose el labio y haciendo movimientos más lentos y sensuales.
—No es la primera vez que hacemos esto, Catherine. Y en todas las ocasiones, ella está en la casa —respondió el hombre, jadeante—. ¿No crees que es más excitante?
Besó a la pelirroja con pasión, una pasión que ya no ocurría con Mónica.
Su pecho subía y bajaba con intensidad. Ella borró esas horribles imágenes para concentrarse en su bebé, llevó la mano a su vientre y se alejó de la puerta para no colapsar.
Ya había visto suficiente.
Delia la ayudó porque sus piernas flaquearon y casi se cayó.
—Vayamos a su habitación, señora... —Acarició su espalda—. Si los enfrenta ahora, será mucho peor.
Ambas estaban dándole prioridad a la vida que llevaba Mónica en su vientre. Se fueron de ahí, de camino a la habitación de la castaña, necesitaba calmarse o iba a perder la cordura.
—Y-yo... —soltó balbuceos.
No podía hablar.
—Shh, todo estará bien. No se esfuerce más de lo que debe.
Delia ayudó a Mónica a subirse en la cama y la arropó hasta el cuello porque empezó a temblar. Sabía que ver esa escena había sido un duro golpe para ella que todavía no aceptaba.
Mónica no lloraba, porque sabía que todo era una mentira. Estaba haciendo lo posible para obligar a su mente a olvidar esas horribles imágenes.
—Él va a cambiar cuando se entere de que estoy embarazada —dijo, con la respiración en orden—. Sí. No importa si me ha engañado, dejará de hacerlo cuando le comparta la noticia, ¿verdad?
Delia negó con la cabeza, decepcionada por el pensamiento de su señora. ¿Cómo le explicaba que David llevaba mucho tiempo haciendo eso?
—Oh, querida. No creo que sea lo correcto —Posó su mano sobre el vientre de Mónica—. Aunque si eso la ayuda a no perder los estribos, no me opondré. Usted sabe que ese hombre ya no la ama.
—¡Cállate, Delia! —gritó, alterada. Se le iba la olla—. ¡Todo esto es tu culpa! Si no me hubieras dicho para ir al despacho, nada de esto estaría pasando. Yo seguiría muy feliz por mi embarazo y mi mente no estaría distorsionada entre mantenerse estable o soltar el llanto.
Sabía que había sido un poco dura con Delia, la única mujer en esa casa que la apoyaba, pero no podía controlar sus emociones.
Todo en el interior de Mónica se había desbordado. Quería llorar, y si lo hacía, iba a terminar consumida por la tristeza y adiós a su bebé. Tenía que protegerlo a toda costa.
—Lo siento mucho —Se disculpó—. No debí de haberle insistido.
Delia se alejó, dispuesta a marcharse. No iba a discutir con su señora, porque en parte se sentía culpable de lo ocurrido. Iba a esperar.
—Por favor, necesito pensar en todo esto.
—Usted sabe que la mejor opción es dejar a ese hombre, señora. No importa si me dejas atrás con esa decisión, a mí me interesa que estés bien y no llena de mortificaciones —sentenció la mujer, inclinando ambas cejas con molestia—. Eres fuerte, muy fuerte. No te dejes dominar por el miedo.
Los pensamientos de Mónica estaban consumiéndola. ¿Dejar a David? ¿Empezar de cero? No podía ni siquiera imaginarlo.
Le aterraba la idea de ser mamá soltera.
—Vete, por favor. Quiero estar sola —Una lágrima cayó por su mejilla.
Delia asintió y se marchó después de apagar la luz. Mónica se hizo bolita y se cubrió con la sábana de pies a cabeza.
Las lágrimas inundaron sus ojos, aunque se controló para no desbordar por completo sus emociones, no quería hacerle daño al bebé.
La realidad era que se sentía rota, engañada y usada. No veía ningún valor en ella, salvo el bebé que esperaba de David.
Pensó: eso lo haría cambiar de opinión, ¿verdad?
Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso. No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros. Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa. No estaba solo. Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación. —R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas. Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo. Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana. —No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo. El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafae
Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. —Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. —Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. —Que Dios la acompañe. Mónica sonrió. Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la viero
—Mónica, no te queda de otra más que aceptar el divorcio —resopló Damián, él sí tenía esperanzas en ella—. Lo siento. Los labios de Mónica se apretaron, buscando ahogar el llanto que la consumía. Llevó una mano a su vientre, diciéndole mentalmente al bebé que todo estaría bien. —Uff, no soporto ni verle la cara —masculló Catherine. Los verdosos ojos de la pelirroja se clavaron en Mónica, quién se volvió pequeñita para calmar su respiración. Necesitaba mantenerse estable o perdería al bebé. —Hay otra noticia importante —intervino David—. No me estoy divorciando de Mónica solo porque ya no la amo. ¿Otra noticia? ¿Qué más faltaba para romperla por completo? —D-David… —Ella lo miró con agonía, deseaba que se arrepintiera de esa decisión. El hombre caminó a pasos lentos hasta el puesto de su esposa, mirándola con recelo y la mandíbula tensa. Ya no iba a soportarla más. Todo se acabaría. Tomó el mentón de Mónica con su dedo. —Desde que me enteré de tu problema, supe que lo nuestro
—¡¿Catherine?! —David se exaltó. Corrió hacia su amante, de la que se había enamorado perdidamente. La mujer estaba tendida en el suelo, con las manos temblorosas sobre su vientre. —¡Me duele mucho! —se quejó. Mónica abrió los ojos, sabía que no había hecho nada. La misma Catherine se fue de lado con más fuerza, provocando el accidente. Quedó pasmada. Un chorro de sangre empezó a salir por debajo de la falda de Catherine, preocupando a todos en el comedor. ¿Tan fuerte había sido el golpe? Pero… Ella misma lo provocó. ¿Qué tan cínica podía ser? Mónica se sentó en el suelo, devastada y sin poder decir una palabra al ver la escena. —¡Está sangrando! —exclamó Rowena, acercándose—. ¡Llama a una ambulancia ya, David! La sangre era mucho más abundante que la propia menstruación. David estaba aterrado, porque no quería perder a su pequeño heredero. Sacó su celular, llamando a emergencias. —Mi bebé… —titubeó Catherine, estaba débil. Sentía que iba a desmayarse, y le dolía, aunque er
Un día después, Mónica se despertó sobresaltada al escuchar que tiraron la puerta, como si le hubieran dado una fuerte patada para abrirla. Su corazón estaba loco. Vio a su marido entrar hecho una furia, su mandíbula estaba tensa y sus puños apretados. Veía a Mónica con el odio que fue acumulando durante años. —¡¿D-David?! —Se cubrió con la sábana, asustada. —Eres una maldita asesina, Mónica —masculló—. ¿Cómo pudiste llegar a ese extremo? Hiciste que Catherine perdiera al bebé. ¿Estás feliz? ¡Porque ni sueñes que voy a regresar contigo! David golpeó la mesita con los cosméticos de su esposa, tirando todo lo que había encima. Los productos frágiles de vidrio se rompieron al chocar contra la dura cerámica. Los ojos de Mónica se cerraron por el estruendo y el miedo la consumió. Creía que su esposo trataría de hacerle daño, o matarla en el peor de los casos. La señaló con el dedo. —Escúchame bien. Vas a firmar el maldito papel de divorcio en estos días, tal vez tarde unos meses en
—Oh, Delia… ¿Estarás bien después de ayudarme con esta locura? —Mónica tomó sus manos. Ambas estaban en la sala. David no le permitía salir de la mansión y era constantemente vigilada por los demás sirvientes. —Shh —Le susurró la mayor, viendo en todas direcciones—. Usted sabe que hay oídos por todos lados. Hable más bajo. No eran las únicas en la sala, otras sirvientas de David hacían la limpieza diaria en todo el salón, dejándolo impecable y escuchando la conversación que tenían las dos amigas. —No es posible que solo podamos tener privacidad en la habitación… —Es lo que hay, mi señora. No vaya a preocuparse por mí, ¿de acuerdo? —Comprimió una sonrisa—. Estaré bien. La firma del divorcio se llevó a cabo después de unas semanas del accidente, en dónde a Mónica la tenían secuestrada, prácticamente. Ya no podía ni ir al doctor, por eso, ese día estaba planeando robar el dinero de David con ayuda de su amiga. —Solo espere a que estas chismosas terminen su trabajo aquí —murmuró De
El ambiente se tornó tenso para ella, pero para Rafael, era extraordinario ver cómo la esposa de su deudor le robaba. Consideró a Mónica una mujer valiente e intrigante. Aunque, él sentía que la conocía de antes. Ese rostro que parecía tener una expresión preocupada todo el tiempo por su ceño fruncido, sin dudas, ya lo había visto, y no precisamente como la pareja de David. Rafael caminó a pasos lentos, obligando a Mónica a levantarse y alejarse hasta chocar con una pared cercana. —Eso también te pregunto yo a ti —habló, en un tono seductor que le erizó los vellos—. ¿Qué hace la ex esposa de David robándole? Sonrió de lado. Mónica estuvo a punto de jugar con sus dedos, pero se contuvo y decidió decir la verdad, tal vez ese hombre podía cubrirla. —Por favor… No se lo vaya a decir —suplicó, juntando ambas manos—. E-estoy embarazada, no puedo simplemente terminar en las calles y morirme de hambre junto a mi bebé. —Mmh —murmuró, le interesó la excusa de Mónica—. ¿Sabías que todos e
—¡Señora! ¿E-está bien? —titubeó Delia, al ver que Mónica corría con torpeza escaleras arriba. Se detuvo cuando notó que su amiga la estaba esperando al final de la escalera, contuvo las ganas de llorar después de haber pasado tremendo susto gracias a Rafael. No tenía ni idea de que David lo dejaba entrar a la mansión cuando quisiera, ¿así era el poder que tenía sobre él? —D-Delia, rápido —Agarró su brazo y la arrastró de camino a su habitación. Ambas caminaban a pasos rápidos, Mónica ya tenía todo el dinero guardado en su bolsito y estaba dispuesta a escapar ese mismo día. Entraron al cuarto y cerró la puerta con seguro. Tomó las manos de Delia, la miró con agonía porque le dolería dejarla atrás y tener que despedirse. —Sus cosas están listas… Le empaqué lo necesario, incluyendo el almuerzo —Acomodó un mechón de cabello desordenado en Mónica—. Puede irse, mi señora. Yo siempre rezaré por usted y su pequeño. —¿Por qué no vienes conmigo? Hay dinero suficiente, Delia… La mujer n