Capítulo 3: Corazón roto

El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? 

—Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. 

La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. 

Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. 

Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. 

—Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. 

El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. 

—No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. 

La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver hacia adentro. Mónica asomó su ojo, y lo que vio la dejó tan aturdida que se quedó en shock. 

Había una mujer pelirroja y con piel de porcelana encima de su esposo. David estaba sentado en su sillón, solo con su pantalón puesto. No tenía camisa y la mujer encima de él no paraba de dar saltitos sobre su miembro. 

Su torso desnudo dejaba ver con claridad el rebote de sus grandes y firmes pechos. A Mónica se le destruyó el corazón al ver a su marido teniendo sexo con otra mujer. 

—¿Tu esposa no se va a enterar al hacer mucho ruido? —le preguntó, mordiéndose el labio y haciendo movimientos más lentos y sensuales. 

—No es la primera vez que hacemos esto, Catherine. Y en todas las ocasiones, ella está en la casa —respondió el hombre, jadeante—. ¿No crees que es más excitante? 

Besó a la pelirroja con pasión, una pasión que ya no ocurría con Mónica. 

Su pecho subía y bajaba con intensidad. Ella borró esas horribles imágenes para concentrarse en su bebé, llevó la mano a su vientre y se alejó de la puerta para no colapsar. 

Ya había visto suficiente. 

Delia la ayudó porque sus piernas flaquearon y casi se cayó. 

—Vayamos a su habitación, señora... —Acarició su espalda—. Si los enfrenta ahora, será mucho peor. 

Ambas estaban dándole prioridad a la vida que llevaba Mónica en su vientre. Se fueron de ahí, de camino a la habitación de la castaña, necesitaba calmarse o iba a perder la cordura. 

—Y-yo... —soltó balbuceos.

No podía hablar. 

—Shh, todo estará bien. No se esfuerce más de lo que debe. 

Delia ayudó a Mónica a subirse en la cama y la arropó hasta el cuello porque empezó a temblar. Sabía que ver esa escena había sido un duro golpe para ella que todavía no aceptaba. 

Mónica no lloraba, porque sabía que todo era una mentira. Estaba haciendo lo posible para obligar a su mente a olvidar esas horribles imágenes. 

—Él va a cambiar cuando se entere de que estoy embarazada —dijo, con la respiración en orden—. Sí. No importa si me ha engañado, dejará de hacerlo cuando le comparta la noticia, ¿verdad? 

Delia negó con la cabeza, decepcionada por el pensamiento de su señora. ¿Cómo le explicaba que David llevaba mucho tiempo haciendo eso? 

—Oh, querida. No creo que sea lo correcto —Posó su mano sobre el vientre de Mónica—. Aunque si eso la ayuda a no perder los estribos, no me opondré. Usted sabe que ese hombre ya no la ama. 

—¡Cállate, Delia! —gritó, alterada. Se le iba la olla—. ¡Todo esto es tu culpa! Si no me hubieras dicho para ir al despacho, nada de esto estaría pasando. Yo seguiría muy feliz por mi embarazo y mi mente no estaría distorsionada entre mantenerse estable o soltar el llanto. 

Sabía que había sido un poco dura con Delia, la única mujer en esa casa que la apoyaba, pero no podía controlar sus emociones. 

Todo en el interior de Mónica se había desbordado. Quería llorar, y si lo hacía, iba a terminar consumida por la tristeza y adiós a su bebé. Tenía que protegerlo a toda costa. 

—Lo siento mucho —Se disculpó—. No debí de haberle insistido. 

Delia se alejó, dispuesta a marcharse. No iba a discutir con su señora, porque en parte se sentía culpable de lo ocurrido. Iba a esperar. 

—Por favor, necesito pensar en todo esto. 

—Usted sabe que la mejor opción es dejar a ese hombre, señora. No importa si me dejas atrás con esa decisión, a mí me interesa que estés bien y no llena de mortificaciones —sentenció la mujer, inclinando ambas cejas con molestia—. Eres fuerte, muy fuerte. No te dejes dominar por el miedo. 

Los pensamientos de Mónica estaban consumiéndola. ¿Dejar a David? ¿Empezar de cero? No podía ni siquiera imaginarlo. 

Le aterraba la idea de ser mamá soltera. 

—Vete, por favor. Quiero estar sola —Una lágrima cayó por su mejilla. 

Delia asintió y se marchó después de apagar la luz. Mónica se hizo bolita y se cubrió con la sábana de pies a cabeza. 

Las lágrimas inundaron sus ojos, aunque se controló para no desbordar por completo sus emociones, no quería hacerle daño al bebé. 

La realidad era que se sentía rota, engañada y usada. No veía ningún valor en ella, salvo el bebé que esperaba de David. 

Pensó: eso lo haría cambiar de opinión, ¿verdad? 

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