Capítulo 2: Buena noticia

Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. 

Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. 

—Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. 

Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… 

—Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. 

La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. 

—¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. 

El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. 

—Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo ha dado frutos después de tantos años. ¿No ha notado cambios? ¿Mareos? 

Los ojos de la mujer se abrieron como platos. Ella no se lo podía creer, su corazón dio un vuelco dentro de su pecho por la inmensa felicidad que le hizo saber esa noticia. 

—¿E-está hablando en serio? 

Ella no recordaba haber tenido ningún síntoma de embarazo, si es que a eso se refería el doctor. 

—No tengo por qué mentir cuando estoy trabajando —expresó, juntando sus manos sobre el escritorio—. Tienes un mes de embarazo. Le recomiendo ir a un ginecólogo más especializado para que empiece a hacerse los chequeos. 

Las manos de Mónica temblaban de la emoción. Por fin su esposo iba a querer seguir a su lado después de saber que iban a tener un hijo. 

Tenía que aprovechar la reunión familiar que se llevaría a cabo pronto. Los suegros de Mónica iban a ir a la mansión en unos días para cenar y celebrar los triunfos que había tenido David en la empresa. 

—Se lo agradezco mucho, Doctor —Estrechó su mano—. La emoción que siento es indescriptible. Iré hoy mismo al ginecólogo para hacerme el primer eco. Mi marido estará encantado. 

—Le deseo mucha suerte, Mónica Lambert —sonrió, asintiendo. 

(...) 

Mónica había llegado a la comodidad de su hogar junto a una ecografía de su pequeño retoño. Recién podía distinguirse, ya que no se había formado por completo, pero saber que llevaba una vida en su interior, le alegraba.

—¡Delia! —Llamó a su sirvienta, en un tono lleno de entusiasmo—. ¡Delia! ¡Delia! 

La sirvienta se fue de la cocina corriendo al escuchar las exclamaciones de su señora. Le costaba correr debido a su grasa, pero hizo lo que pudo hasta llegar con la respiración entre cortada. 

—¿Q-qué sucede, mi señora? —jadeó. 

—Prepara el té de la tarde. Tengo mucho que contarte. 

—Y-yo… Señora, creo que su esposo está con la mujer de la que le hablé ayer —Frunció el ceño. 

Delia sabía que no debía entrometerse en la relación de dos, pero necesitaba abrirle los ojos a su señora de una vez por todas. 

—Primero necesito decirte algo importante —Se mordió el labio. 

Jaló a la sirvienta del brazo para llevarla al comedor. Un lugar limpio y brillante, con una mesa ovalada en el centro en donde cabían diez personas. 

—Muy bien, déjeme traerle el té —Hizo una reverencia. 

Mónica no podía esperar ni un segundo más para contarle a su esposo la noticia. Tenía que aguantarse para sorprender hasta a sus suegros. 

Delia no tardó mucho en servir el té y unas galletas en la bandeja de plata. Caminó sin prisas hacia el comedor y colocó todo en la mesa. 

—Usted es muy impredecible —confesó, en un suspiro—. Cuénteme, ¿cómo le fue en el doctor? Hoy tardó más de lo normal. 

—Siéntate, Delia. 

Hizo caso a su orden. 

—Señora, le estoy diciendo que su esposo está en el despacho con la mujer que siempre viene… Yo misma lo acabé de ver hace un rato —comentó, tratando de convencer a Mónica. 

Pero la castaña no hizo caso. Estaba tan alegre por su embarazo que dedujo la situación de su esposo, lo más seguro era que se tratara de una reunión de negocios, como siempre. 

No iba a preocuparse. 

—Olvídalo un rato —Tomó una galleta para meterla a su boca. Después de masticar, añadió—: Voy a tener un hijo, Delia. ¡Seré mamá! 

La sirvienta ahogó un suspiro lleno de sorpresa y no dudó en levantarse para felicitar a su amiga con un gran abrazo que demostró su lealtad. 

—¡Mi señora! ¡Eso es una gran noticia! —exclamó, sonriente. 

Sabía todo lo que Mónica había esperado ese embarazo, y con más razón necesitaba abrirle los ojos para que dejara de una vez por todas al imbécil de su esposo. 

Delia había visto a la misma mujer joven y pelirroja entrar al despacho de su señor,  bien agarrados de manos como si fueran pareja. 

—Estoy tan emocionada por contarle la noticia a David. 

—¿Por qué no va ahorita mismo? 

—¡No! En unos días vendrán sus padres a cenar. Aprovecharé el momento —alegó, sin dejar de sonreír. 

—¿Vienen a felicitarlo por sus triunfos o por sus deudas? —resopló la mayor, acomodando un florero—. Le recuerdo que el señor David le debe mucho dinero a Rafael Rowling. Todos en esta mansión lo saben.

Mónica sabía ese detalle. Rafael se había vuelto el principal enemigo de David con el pasar de los años, era un hombre al que su esposo le temía. Aun así, se hacía el tonto para no pagarle. 

—No menciones a ese hombre por aquí —Hizo una seña de silencio—. Si David nos escucha, nos puede ir mal. 

—Señora… —Delia tomó sus manos, preocupada y decidió cambiar a un tema más importante—. Por favor, tiene que averiguar quién es esa mujer que trae su esposo a la casa. Sé que está aquí hoy. 

—Delia, estás más preocupada que yo —rio. 

—¡Ah! ¡David! —Un chillido más parecido a un gemido alertó a Mónica. 

Delia se la quedó viendo con las cejas hundidas. Ella ya había entendido todo. El despacho quedaba en la planta baja, no muy lejos del comedor, por eso las sirvientas siempre estaban al pendiente de las personas que acompañaban a David. 

—¡Ahí no, David! —Se escuchó otra vez. 

¿La peor pesadilla de Mónica se haría realidad? 

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