—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert.
Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido.
Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió?
—Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad.
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé.
Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert.
David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario.
—S-sé que ambos podemos lograrlo —La castaña se acercó de nuevo a él, temblorosa—. No podemos rendirnos, David. He estado en tratamiento, y el doctor me ha dicho que ya casi alcanzo la meta.
Tenían tres años de casados y buscando un heredero. A Mónica le habían diagnosticado problemas de infertilidad, la probabilidad de concebir era demasiado baja, menos del cinco por ciento, y eso cambió a David.
—¡Basta, Mónica! —gritó, no aguantaba la molestia que le causaba su esposa.
Ella se había vuelto un dolor de cabeza. Él nunca quiso casarse, pero tuvo que hacerlo para heredar la compañía familiar. Durante el primer año se sintió atraído por Mónica, ya que era una mujer atractiva de veinticinco años, pero con el pasar del tiempo, se fue descuidando.
Mónica todavía era joven, con veintiocho, lo que la hacía ver mayor era su estilo de vestir y ni se arreglaba su desordenado cabello.
—David…
—No soporto escuchar tu voz —Se sobó la sien estresado—. No quiero volver a acostarme contigo, ¿entiendes? Me das asco ya. Estoy cansado de intentar e intentar para nunca lograr nada. Tus tetas están caídas, y ni hablar de tu trasero.
El nudo en la garganta invadió a Mónica, no pudo evitar las lágrimas que salieron de sus cuencas debido al maltrato verbal que le daba su esposo.
Ella solo quería tener una familia feliz.
¿Era difícil?
—No importa cuántos tratamientos hagas, jamás podrás quedar embarazada. Ríndete ya —sentenció el rubio, con unos ojos amenazantes—. Deja de vivir en tu cuento de hadas y acepta la realidad.
El hombre acomodó su corbata y se marchó del despacho. Mónica se quedó sola y pensando en el por qué del actuar de su marido.
¿Qué había hecho mal? Fue una buena esposa, siempre lo puso por delante y buscó satisfacerlo en todo.
Recordaba todos los buenos momentos, ¿acaso el amor que le dio durante el primer año había sido fingido?
—Mi señora, ¿está bien?
Delia, la sirvienta, entró al ver que el señor de la casa se había marchado. Ella era la única buena amiga que tenía Mónica en esa mansión, se contaban todo. La miró con preocupación, arrugando su frente.
—N-no te preocupes por mí, Delia —sollozó, sentándose en un sillón cercano.
—Venga, ¿cuánto más va a aguantar las humillaciones? —Puso ambas manos en sus caderas, en reproche.
Delia le aconsejaba todo el tiempo que lo mejor era pedirle el divorcio. Pero, la estabilidad emocional de Mónica estaba atada a su marido, ella no podía dejarlo.
Estaba enamorada, a pesar de los malos tratos. La sirvienta era unos años mayor que Mónica, por lo que tenía más experiencia y quería abrirle los ojos.
—Es mi esposo, no voy a dejarlo. Además, ¿qué haré si me echa de aquí? No quiero terminar en la calle.
—Ningún hijo te ata a él. Usted todavía es joven. Puede regresar con su familia, ellos la ayudarán —Delia tomó las manos de Mónica para animarla—. Es joven y hermosa. No se deje consumir por un hombre que no vale la pena.
Y sí, Delia ya tenía unas cuantas canas con cuarenta años. Sus ojos eran oscuros y le sobraban algunos kilos de más.
—Gracias por los ánimos, Delia. Pero no pienso dejarlo a menos que me engañe… —murmuró la mujer, bajando la cabeza.
En ese momento, a Delia se le encendió un bombillo en la cabeza. Sabía que le dolería a su amiga, recordó los rumores que había escuchado últimamente en la cocina de la mansión, dónde solía trabajar medio tiempo.
Inhaló hondo, dispuesta a contarle.
—Mi señora, las demás sirvientas están esparciendo ciertos rumores.
—Siempre lo han hecho, no es ninguna novedad.
—Rumores sobre su esposo —corrigió, en ese tono chismoso con el que solía hablarle—. Han visto a otra mujer, mucho más joven que usted. Le calculan unos veinte años o más.
—¿Q-qué? —titubeó, aterrada—. Él siempre hace negocios aquí en la casa.
—Dicen que la han visto escabullirse con el señor Lambert aquí en su despacho. Si yo fuera usted, iría a preguntarle —Delia se encogió de hombros, haciéndose la inocente—. Es solo un rumor, pero, ¿y si resulta ser verdad? ¿Y si su marido la engaña?
Mónica se quedó con la boca abierta, consternada por no creer que su esposo podía engañarla en su propia casa.
¿Sería cierto? ¿Le estaba siendo infiel después de todo lo que habían pasado juntos?
Ella sabía que su esposo se lo negaría todo, así que debía de estar más pendiente de los supuestos “asociados” de trabajo que él traía a casa.
Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. —Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… —Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. —¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. —Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? —Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. —Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. —No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver
Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso. No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros. Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa. No estaba solo. Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación. —R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas. Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo. Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana. —No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo. El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafae
Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. —Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. —Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. —Que Dios la acompañe. Mónica sonrió. Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la viero
—Mónica, no te queda de otra más que aceptar el divorcio —resopló Damián, él sí tenía esperanzas en ella—. Lo siento. Los labios de Mónica se apretaron, buscando ahogar el llanto que la consumía. Llevó una mano a su vientre, diciéndole mentalmente al bebé que todo estaría bien. —Uff, no soporto ni verle la cara —masculló Catherine. Los verdosos ojos de la pelirroja se clavaron en Mónica, quién se volvió pequeñita para calmar su respiración. Necesitaba mantenerse estable o perdería al bebé. —Hay otra noticia importante —intervino David—. No me estoy divorciando de Mónica solo porque ya no la amo. ¿Otra noticia? ¿Qué más faltaba para romperla por completo? —D-David… —Ella lo miró con agonía, deseaba que se arrepintiera de esa decisión. El hombre caminó a pasos lentos hasta el puesto de su esposa, mirándola con recelo y la mandíbula tensa. Ya no iba a soportarla más. Todo se acabaría. Tomó el mentón de Mónica con su dedo. —Desde que me enteré de tu problema, supe que lo nuestro
—¡¿Catherine?! —David se exaltó. Corrió hacia su amante, de la que se había enamorado perdidamente. La mujer estaba tendida en el suelo, con las manos temblorosas sobre su vientre. —¡Me duele mucho! —se quejó. Mónica abrió los ojos, sabía que no había hecho nada. La misma Catherine se fue de lado con más fuerza, provocando el accidente. Quedó pasmada. Un chorro de sangre empezó a salir por debajo de la falda de Catherine, preocupando a todos en el comedor. ¿Tan fuerte había sido el golpe? Pero… Ella misma lo provocó. ¿Qué tan cínica podía ser? Mónica se sentó en el suelo, devastada y sin poder decir una palabra al ver la escena. —¡Está sangrando! —exclamó Rowena, acercándose—. ¡Llama a una ambulancia ya, David! La sangre era mucho más abundante que la propia menstruación. David estaba aterrado, porque no quería perder a su pequeño heredero. Sacó su celular, llamando a emergencias. —Mi bebé… —titubeó Catherine, estaba débil. Sentía que iba a desmayarse, y le dolía, aunque er
Un día después, Mónica se despertó sobresaltada al escuchar que tiraron la puerta, como si le hubieran dado una fuerte patada para abrirla. Su corazón estaba loco. Vio a su marido entrar hecho una furia, su mandíbula estaba tensa y sus puños apretados. Veía a Mónica con el odio que fue acumulando durante años. —¡¿D-David?! —Se cubrió con la sábana, asustada. —Eres una maldita asesina, Mónica —masculló—. ¿Cómo pudiste llegar a ese extremo? Hiciste que Catherine perdiera al bebé. ¿Estás feliz? ¡Porque ni sueñes que voy a regresar contigo! David golpeó la mesita con los cosméticos de su esposa, tirando todo lo que había encima. Los productos frágiles de vidrio se rompieron al chocar contra la dura cerámica. Los ojos de Mónica se cerraron por el estruendo y el miedo la consumió. Creía que su esposo trataría de hacerle daño, o matarla en el peor de los casos. La señaló con el dedo. —Escúchame bien. Vas a firmar el maldito papel de divorcio en estos días, tal vez tarde unos meses en
—Oh, Delia… ¿Estarás bien después de ayudarme con esta locura? —Mónica tomó sus manos. Ambas estaban en la sala. David no le permitía salir de la mansión y era constantemente vigilada por los demás sirvientes. —Shh —Le susurró la mayor, viendo en todas direcciones—. Usted sabe que hay oídos por todos lados. Hable más bajo. No eran las únicas en la sala, otras sirvientas de David hacían la limpieza diaria en todo el salón, dejándolo impecable y escuchando la conversación que tenían las dos amigas. —No es posible que solo podamos tener privacidad en la habitación… —Es lo que hay, mi señora. No vaya a preocuparse por mí, ¿de acuerdo? —Comprimió una sonrisa—. Estaré bien. La firma del divorcio se llevó a cabo después de unas semanas del accidente, en dónde a Mónica la tenían secuestrada, prácticamente. Ya no podía ni ir al doctor, por eso, ese día estaba planeando robar el dinero de David con ayuda de su amiga. —Solo espere a que estas chismosas terminen su trabajo aquí —murmuró De