Contrato con el enemigo de mi ex: ¡mi hija no te pertenece!
Contrato con el enemigo de mi ex: ¡mi hija no te pertenece!
Por: Pantergirl
Capítulo 1: Desprecio

—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. 

Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. 

Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? 

—Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. 

El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. 

Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. 

David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. 

—S-sé que ambos podemos lograrlo —La castaña se acercó de nuevo a él, temblorosa—. No podemos rendirnos, David. He estado en tratamiento, y el doctor me ha dicho que ya casi alcanzo la meta. 

Tenían tres años de casados y buscando un heredero. A Mónica le habían diagnosticado problemas de infertilidad, la probabilidad de concebir era demasiado baja, menos del cinco por ciento, y eso cambió a David. 

—¡Basta, Mónica! —gritó, no aguantaba la molestia que le causaba su esposa. 

Ella se había vuelto un dolor de cabeza. Él nunca quiso casarse, pero tuvo que hacerlo para heredar la compañía familiar. Durante el primer año se sintió atraído por Mónica, ya que era una mujer atractiva de veinticinco años, pero con el pasar del tiempo, se fue descuidando. 

Mónica todavía era joven, con veintiocho, lo que la hacía ver mayor era su estilo de vestir y ni se arreglaba su desordenado cabello. 

—David… 

—No soporto escuchar tu voz —Se sobó la sien estresado—. No quiero volver a acostarme contigo, ¿entiendes? Me das asco ya. Estoy cansado de intentar e intentar para nunca lograr nada. Tus tetas están caídas, y ni hablar de tu trasero. 

El nudo en la garganta invadió a Mónica, no pudo evitar las lágrimas que salieron de sus cuencas debido al maltrato verbal que le daba su esposo. 

Ella solo quería tener una familia feliz. 

¿Era difícil? 

—No importa cuántos tratamientos hagas, jamás podrás quedar embarazada. Ríndete ya —sentenció el rubio, con unos ojos amenazantes—. Deja de vivir en tu cuento de hadas y acepta la realidad. 

El hombre acomodó su corbata y se marchó del despacho. Mónica se quedó sola y pensando en el por qué del actuar de su marido. 

¿Qué había hecho mal? Fue una buena esposa, siempre lo puso por delante y buscó satisfacerlo en todo. 

Recordaba todos los buenos momentos, ¿acaso el amor que le dio durante el primer año había sido fingido? 

—Mi señora, ¿está bien? 

Delia, la sirvienta, entró al ver que el señor de la casa se había marchado. Ella era la única buena amiga que tenía Mónica en esa mansión, se contaban todo. La miró con preocupación, arrugando su frente. 

—N-no te preocupes por mí, Delia —sollozó, sentándose en un sillón cercano. 

—Venga, ¿cuánto más va a aguantar las humillaciones? —Puso ambas manos en sus caderas, en reproche. 

Delia le aconsejaba todo el tiempo que lo mejor era pedirle el divorcio. Pero, la estabilidad emocional de Mónica estaba atada a su marido, ella no podía dejarlo. 

Estaba enamorada, a pesar de los malos tratos. La sirvienta era unos años mayor que Mónica, por lo que tenía más experiencia y quería abrirle los ojos. 

—Es mi esposo, no voy a dejarlo. Además, ¿qué haré si me echa de aquí? No quiero terminar en la calle. 

—Ningún hijo te ata a él. Usted todavía es joven. Puede regresar con su familia, ellos la ayudarán —Delia tomó las manos de Mónica para animarla—. Es joven y hermosa. No se deje consumir por un hombre que no vale la pena. 

Y sí, Delia ya tenía unas cuantas canas con cuarenta años. Sus ojos eran oscuros y le sobraban algunos kilos de más. 

—Gracias por los ánimos, Delia. Pero no pienso dejarlo a menos que me engañe… —murmuró la mujer, bajando la cabeza. 

En ese momento, a Delia se le encendió un bombillo en la cabeza. Sabía que le dolería a su amiga, recordó los rumores que había escuchado últimamente en la cocina de la mansión, dónde solía trabajar medio tiempo. 

Inhaló hondo, dispuesta a contarle. 

—Mi señora, las demás sirvientas están esparciendo ciertos rumores. 

—Siempre lo han hecho, no es ninguna novedad. 

—Rumores sobre su esposo —corrigió, en ese tono chismoso con el que solía hablarle—. Han visto a otra mujer, mucho más joven que usted. Le calculan unos veinte años o más. 

—¿Q-qué? —titubeó, aterrada—. Él siempre hace negocios aquí en la casa. 

—Dicen que la han visto escabullirse con el señor Lambert aquí en su despacho. Si yo fuera usted, iría a preguntarle —Delia se encogió de hombros, haciéndose la inocente—. Es solo un rumor, pero, ¿y si resulta ser verdad? ¿Y si su marido la engaña? 

Mónica se quedó con la boca abierta, consternada por no creer que su esposo podía engañarla en su propia casa. 

¿Sería cierto? ¿Le estaba siendo infiel después de todo lo que habían pasado juntos? 

Ella sabía que su esposo se lo negaría todo, así que debía de estar más pendiente de los supuestos “asociados” de trabajo que él traía a casa. 

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