Había pasado un día después de haberlo visto revolcándose con otra mujer, y ella estaba decidida en hablar con él respecto a eso.
No planeaba mencionar lo del embarazo todavía. Estaba guardando esa carta para la reunión con sus suegros.
Buscó a David y lo encontró en su despacho. Él solía trabajar desde allí y pocas veces tenía que ir a la empresa.
No estaba solo.
Se quedó detrás de la puerta para escuchar la conversación.
—R-Rafael… Esta vez prometo pagarte, solo necesito un tiempo más —titubeó—. Ten, esto puede apaciguar las cosas.
Mónica no podía ver, ya que la puerta estaba cerrada, pero David le había entregado una pequeña cantidad de dinero en efectivo a su enemigo.
Rafael tenía un semblante serio y despreocupado. Agarró los billetes de mala gana.
—No me agrada esto de estar recibiendo tu pago en pequeñas cantidades, Lambert —resopló—. Si sigues así, pronto tendré que cobrarme con otras cosas… Tu dedo, por ejemplo.
El rubio se horrorizó ante tal amenaza, sabía que Rafael era conocido por no perdonar y dejar en la ruina a los que no cumplían con su parte del trato, pero todo el dinero que le debía… Era lo suficiente para quitarle la vida.
—¡Vale! Ya entendí. Prometo que cuando regreses tendré una cantidad más grande —Lo empujó para que se fuera.
Rafael sonrió con diversión, adoraba ver a sus víctimas suplicar piedad de una forma indirecta. Él seguiría esperando, porque mientras más tiempo pasaba, más se incrementaba la deuda.
—Vendré pronto.
David se sentó en su escritorio, cabizbajo y con el corazón a mil por el miedo que le tenía a ese hombre. Quería destruirlo, pero todavía no conseguía el poder suficiente.
Rafael abrió la puerta y una Mónica asustada yacía del otro lado. Abrió los ojos, sin poder moverse por haber sido descubierta.
Ella se quedó con la boca abierta al ver al enemigo de su esposo. Sus miradas se conectaron por un instante que bastó para retumbar sus corazones. Rafael sintió que la había visto antes, en el pasado. Y Mónica se quedó embelesada al detallarlo.
Un apuesto y alto hombre de cabello castaño claro y bien peinado. Sus azulados ojos se oscurecieron por su mirada seria, eso no evitó que no lo apreciara.
—Con permiso —dijo Rafael, pasando por su lado.
Sin dudas, fue una leve conexión extraña la que sintió Mónica. Inhaló hondo para calmarse y enfrentar a su marido como estaba previsto.
—Cariño, ¿podemos hablar? —preguntó su esposa, entrando con lentitud.
—Ahora no, Mónica. Estoy muy ocupado —respondió, tecleando en su computadora con un estrés palpable.
Los puños de Mónica se apretaron al lado de sus caderas y no pudo aguantar más. Tenía que expulsar esa rabia que sentía por haber sido engañada.
—¡Sé que te acuestas con otra mujer! —exclamó.
David dejó lo que estaba haciendo. Alzó el mentón para ver a su mujer con indignación después de una acusación seria como esa.
—¿De qué carajos hablas? ¿Te has vuelto loca? —interrogó, arrugando todo el rostro—. Deja de pasar tiempo con Delia. Esa mujer te está lavando el cerebro.
—Yo misma te vi, David. Ayer estabas con una pelirroja —masculló—. ¡Los vi teniendo sexo!
La voz de Mónica se mantuvo firme. Su prioridad era salvar su matrimonio, pero primero necesitaba la confesión de su marido.
El hombre rodó el sillón para levantarse y caminar hasta la ubicación de su esposa. Acarició sus hombros, viéndola con ese deseo que hace mucho no le demostraba.
—Amor, tú sabes que no sería capaz de hacerte daño —Trató de convencerla—. Estamos casados.
Besó a Mónica en los labios, pero ella sabía que se estaba engañando a sí misma si lo perdonaba sin obtener explicaciones.
Ese beso supo amargo, tan amargo que el estómago de Mónica se revolvió y le dieron ganas de vomitar. Separó a David con un empujón.
—No me veas como una tonta, porque no lo soy —Lo amenazó con el dedo—. Soy tu esposa, exijo el respeto que me prometiste en el altar.
Él se carcajeó.
Le pareció gracioso ver a su mujer armar un drama por celos. Jamás la había visto con esa expresión decidida, como si quisiera dejarlo.
Sabía que esa mujer estaba tan obsesionada, que no era capaz de pedirle el divorcio. Pero él pronto lo haría, porque estaba harto y asqueado.
—¿Quieres que te respete? ¿Hablas en serio? —inquirió, divertido—. Pues bien. Sí tengo una amante, ¿cuál es el problema? Ella sabe mover mucho mejor el trasero, y no sabes lo rica que es su…
¡Bam!
El sonido de una fuerte cachetada volvió el ambiente incómodo y silencioso. Mónica tenía su mano estirada, había golpeado a David por primera vez. Se sintió ofendida.
Aun así, algo en su corazón le decía que David la tomaría en serio al enterarse de que esperaban un hijo.
—¿Acabas de darme una cachetada? —Sobó su mejilla enrojecida.
El hombre se enojó tanto, que jaló el corto cabello de Mónica para darle a entender que el que mandaba en la relación era él.
—¡Ah! ¡Suéltame!
Le dolía el cuero cabelludo. No le importó el sufrimiento de Mónica, ¿en verdad ese era su esposo?
—Tú no eres nadie, Mónica. Una simple mujer infértil no me puede dar órdenes y mucho menos exigir que le sea fiel.
Su mandíbula estaba tan apretada, que iba a romperse. Los ojos de Mónica se llenaron de temor al ver de lo que David era capaz.
La pegó contra un estante, tumbando todos los libros y haciendo que Mónica sintiera un impacto desgarrador en todo su cuerpo. Se quedó sin aliento después de eso.
Ella se preocupó por el bebé.
—¡David! ¡Estoy embarazada! ¡No lo hagas, por favor! —chilló.
No le quedó de otra más que confesarlo, ya que temía por la vida de su hijo. David se echó a reír como si fuera un chiste y agarró el cuello de Mónica con presión.
—¿Embarazada? ¿En verdad vas a usar esa excusa para manipularme? —No le creyó—. ¡No me mientas, mujer!
La lanzó al suelo. Mónica se cubrió el abdomen para evitar cualquier daño, su prioridad era la vida que llevaba dentro. Tosió unos segundos por el ardor en su garganta.
Necesitaba darle las pruebas tanto a él como a su familia. Estaba decidida en mostrar la ecografía en la reunión, eso iba a callar bocas.
—¡Vete de aquí! ¡Perra mentirosa! —ordenó David, señalando la puerta—. ¡No quiero verte!
Se levantó como pudo, con dificultad porque le dolía la espalda. Las lágrimas adornaban su rostro por la agonía.
David había cambiado, ni siquiera era capaz de dormir en la misma habitación que ella. Estaba aún más destrozada porque sería muy difícil hacerlo cambiar de opinión.
¿De verdad un hijo lo haría feliz? ¿O solo empeoraría las cosas?
Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. —Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. —Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. —Que Dios la acompañe. Mónica sonrió. Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la viero
—Mónica, no te queda de otra más que aceptar el divorcio —resopló Damián, él sí tenía esperanzas en ella—. Lo siento. Los labios de Mónica se apretaron, buscando ahogar el llanto que la consumía. Llevó una mano a su vientre, diciéndole mentalmente al bebé que todo estaría bien. —Uff, no soporto ni verle la cara —masculló Catherine. Los verdosos ojos de la pelirroja se clavaron en Mónica, quién se volvió pequeñita para calmar su respiración. Necesitaba mantenerse estable o perdería al bebé. —Hay otra noticia importante —intervino David—. No me estoy divorciando de Mónica solo porque ya no la amo. ¿Otra noticia? ¿Qué más faltaba para romperla por completo? —D-David… —Ella lo miró con agonía, deseaba que se arrepintiera de esa decisión. El hombre caminó a pasos lentos hasta el puesto de su esposa, mirándola con recelo y la mandíbula tensa. Ya no iba a soportarla más. Todo se acabaría. Tomó el mentón de Mónica con su dedo. —Desde que me enteré de tu problema, supe que lo nuestro
—¡¿Catherine?! —David se exaltó. Corrió hacia su amante, de la que se había enamorado perdidamente. La mujer estaba tendida en el suelo, con las manos temblorosas sobre su vientre. —¡Me duele mucho! —se quejó. Mónica abrió los ojos, sabía que no había hecho nada. La misma Catherine se fue de lado con más fuerza, provocando el accidente. Quedó pasmada. Un chorro de sangre empezó a salir por debajo de la falda de Catherine, preocupando a todos en el comedor. ¿Tan fuerte había sido el golpe? Pero… Ella misma lo provocó. ¿Qué tan cínica podía ser? Mónica se sentó en el suelo, devastada y sin poder decir una palabra al ver la escena. —¡Está sangrando! —exclamó Rowena, acercándose—. ¡Llama a una ambulancia ya, David! La sangre era mucho más abundante que la propia menstruación. David estaba aterrado, porque no quería perder a su pequeño heredero. Sacó su celular, llamando a emergencias. —Mi bebé… —titubeó Catherine, estaba débil. Sentía que iba a desmayarse, y le dolía, aunque er
Un día después, Mónica se despertó sobresaltada al escuchar que tiraron la puerta, como si le hubieran dado una fuerte patada para abrirla. Su corazón estaba loco. Vio a su marido entrar hecho una furia, su mandíbula estaba tensa y sus puños apretados. Veía a Mónica con el odio que fue acumulando durante años. —¡¿D-David?! —Se cubrió con la sábana, asustada. —Eres una maldita asesina, Mónica —masculló—. ¿Cómo pudiste llegar a ese extremo? Hiciste que Catherine perdiera al bebé. ¿Estás feliz? ¡Porque ni sueñes que voy a regresar contigo! David golpeó la mesita con los cosméticos de su esposa, tirando todo lo que había encima. Los productos frágiles de vidrio se rompieron al chocar contra la dura cerámica. Los ojos de Mónica se cerraron por el estruendo y el miedo la consumió. Creía que su esposo trataría de hacerle daño, o matarla en el peor de los casos. La señaló con el dedo. —Escúchame bien. Vas a firmar el maldito papel de divorcio en estos días, tal vez tarde unos meses en
—Oh, Delia… ¿Estarás bien después de ayudarme con esta locura? —Mónica tomó sus manos. Ambas estaban en la sala. David no le permitía salir de la mansión y era constantemente vigilada por los demás sirvientes. —Shh —Le susurró la mayor, viendo en todas direcciones—. Usted sabe que hay oídos por todos lados. Hable más bajo. No eran las únicas en la sala, otras sirvientas de David hacían la limpieza diaria en todo el salón, dejándolo impecable y escuchando la conversación que tenían las dos amigas. —No es posible que solo podamos tener privacidad en la habitación… —Es lo que hay, mi señora. No vaya a preocuparse por mí, ¿de acuerdo? —Comprimió una sonrisa—. Estaré bien. La firma del divorcio se llevó a cabo después de unas semanas del accidente, en dónde a Mónica la tenían secuestrada, prácticamente. Ya no podía ni ir al doctor, por eso, ese día estaba planeando robar el dinero de David con ayuda de su amiga. —Solo espere a que estas chismosas terminen su trabajo aquí —murmuró De
El ambiente se tornó tenso para ella, pero para Rafael, era extraordinario ver cómo la esposa de su deudor le robaba. Consideró a Mónica una mujer valiente e intrigante. Aunque, él sentía que la conocía de antes. Ese rostro que parecía tener una expresión preocupada todo el tiempo por su ceño fruncido, sin dudas, ya lo había visto, y no precisamente como la pareja de David. Rafael caminó a pasos lentos, obligando a Mónica a levantarse y alejarse hasta chocar con una pared cercana. —Eso también te pregunto yo a ti —habló, en un tono seductor que le erizó los vellos—. ¿Qué hace la ex esposa de David robándole? Sonrió de lado. Mónica estuvo a punto de jugar con sus dedos, pero se contuvo y decidió decir la verdad, tal vez ese hombre podía cubrirla. —Por favor… No se lo vaya a decir —suplicó, juntando ambas manos—. E-estoy embarazada, no puedo simplemente terminar en las calles y morirme de hambre junto a mi bebé. —Mmh —murmuró, le interesó la excusa de Mónica—. ¿Sabías que todos e
—¡Señora! ¿E-está bien? —titubeó Delia, al ver que Mónica corría con torpeza escaleras arriba. Se detuvo cuando notó que su amiga la estaba esperando al final de la escalera, contuvo las ganas de llorar después de haber pasado tremendo susto gracias a Rafael. No tenía ni idea de que David lo dejaba entrar a la mansión cuando quisiera, ¿así era el poder que tenía sobre él? —D-Delia, rápido —Agarró su brazo y la arrastró de camino a su habitación. Ambas caminaban a pasos rápidos, Mónica ya tenía todo el dinero guardado en su bolsito y estaba dispuesta a escapar ese mismo día. Entraron al cuarto y cerró la puerta con seguro. Tomó las manos de Delia, la miró con agonía porque le dolería dejarla atrás y tener que despedirse. —Sus cosas están listas… Le empaqué lo necesario, incluyendo el almuerzo —Acomodó un mechón de cabello desordenado en Mónica—. Puede irse, mi señora. Yo siempre rezaré por usted y su pequeño. —¿Por qué no vienes conmigo? Hay dinero suficiente, Delia… La mujer n
Unos días después, Mónica estaba más tranquila en la comodidad de su nuevo hogar. Ya había llorado lo suficiente al ver su rostro en las noticias, la tacharon de criminal. A ella no le importó. Logró hacerse un cambio de look y pintó su cabello a un tono más amarillo, ya no era castaño, solo tenía que esperar a que las aguas se calmaran.Estaba haciendo las compras en el supermercado, cuando chocó su hombro con el de otra persona. Ella alzó el mentón, para darse cuenta de que era un hombre conocido. —Veo que has logrado tu objetivo. Me alegro —Rafael sonrió, con una mano en el bolsillo. ¿Qué hacía él en un supermercado? Si tenía el dinero suficiente para mandar a alguna sirvienta u otra persona. —¿M-me estás siguiendo? —Fue lo primero que pensó Mónica. —Te vi de casualidad entrando aquí —respondió, sin mucho interés—. Y al saber que eres la persona más buscada actualmente, quería proponerte algo. Ella tragó saliva. —¿No me veo diferente? —Si yo pude reconocerte, ¿crees que Dav