Capítulo 5: Humillación

Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia. 

Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza. 

—Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie. 

—Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada. 

Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert. 

—Que Dios la acompañe. 

Mónica sonrió. 

Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros. 

Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la vieron entrar, sin dudas, abrieron la boca con sorpresa. 

Era la primera vez que veían a Mónica lucirse con su belleza. 

—Un placer volver a verlos, señor Damián, señora Rowena —Se inclinó con respeto—. ¿Y David? 

—Lo mismo me pregunto yo —respondió el hombre barbudo y con falta de cabello—. Dijo que tardaría un poco más en llegar con una sorpresa. 

Mónica frunció el ceño, su esposo no le mencionó nada al respecto. Se sentó. 

—¿Sorpresa? 

—Creímos que tú sabías algo —alegó la señora, con un semblante serio—. Esperamos que sea una noticia acerca de su embarazo. 

La castaña se mordió el labio, no veía la hora de compartir su felicidad. Estaba segura de que cambiarían de opinión al verla. 

David apareció, pero dejó a todos impactados al estar abrazado de una mujer pelirroja que Mónica no tardó en reconocer. 

¿Por qué la trajo a ella a la reunión? ¿Y por qué parecían ser una pareja? 

Su corazón se estrelló, tuvo que tragarse el nudo que se formó en su garganta para no romper en llanto. Lo que más temía se estaba haciendo realidad. 

—David, ¿quién es esa mujer? —inquirió su padre, indignado por lo que veía.

—Vaya, Mónica. Hasta que decides arreglarte un poco —bromeó el hombre, agarró la cintura de su amante—. Papá, mamá. Quiero presentarles a Catherine. 

El señor se levantó y golpeó la mesa, haciendo un estruendo. 

—¿De qué carajos hablas, David? Tu esposa está aquí —reprochó, entre dientes—. Estás casado. No puedes simplemente presentarnos a otra mujer. 

—De hecho, quiero aprovechar esta reunión para decirlo —resopló, rascándose el cuello. David estaba frustrado—. Quiero el divorcio, Mónica Bustamante. Planeo casarme con esta mujer. 

Agarró a Catherine y la besó frente a todos, dejando a Mónica con el corazón más roto de lo que estaba. Ella no podía hablar, su marido, el amor de su vida le estaba pidiendo el divorcio. 

Quería dejarla de lado. 

Sola, desamparada, sin ningún centavo porque no trabajaba. 

Los padres de David soltaron un suspiro ahogado, no podían creer la escena que montó su hijo para separarse. Mientras tanto, Catherine sonreía con malicia porque había logrado su cometido, quedarse con David. 

—¡David! —Mónica se exaltó—. No puedes hacerme esto. ¡Estoy embarazada! ¡Espero un hijo tuyo! 

Buscó con desespero y nerviosismo la ecografía en su cartera. La colocó sobre la mesa, haciendo el momento más intenso de lo que estaba. 

David rodó los ojos. 

—¿A quién le compraste esa ecografía? —cuestionó—. Sabes mejor que nadie que tu probabilidad de quedar embarazada es mínima. 

—Acepta de una vez que tu esposo ahora es mío, querida —Ese tono cínico enfureció a Mónica. 

—Mónica, no llegues a tal extremo con tal de quedarte con mi hijo —refutó Rowena, decepcionada de su nuera. 

En verdad, nadie le creía a Mónica. Sus palabras fueron pisoteadas como a una cucaracha. Su bebé no existía, más que para ella misma. 

Sintió que una pared empezó a crecer entre los Lambert y ella en cuestión de segundos. 

—Estoy diciendo la verdad —sentenció—. ¡Quedé embarazada gracias a los tratamientos! ¡Tienes que creerme, David! 

Le rogó. 

Casi se arrodillaba por él para que creyera en sus palabras. El rubio la vio con desprecio y arrugó la nariz, ya Mónica le daba lástima. 

Decidió aplastar su corazón, y no iba a descansar hasta quitársela de encima. 

—Eres una infértil, ¿cómo puedes jugar con algo tan serio para hacernos creer que estás embarazada? —soltó su marido, disgustado—. Llegaste al extremo con tal de tenerme solo para ti, Mónica. Es despreciable ver lo que haces. 

Todos en la sala se burlaron después de esa humillación. Para Mónica, el mundo a su alrededor dejó de existir, todo se detuvo y solo escuchaba su propia respiración agitada. 

Los latidos de su corazón eran feroces. Tenía mucho miedo de terminar en las calles, sola y embarazada. Nadie la respaldaba. Sabía que si regresaba con sus padres, sería el hazme reír de la familia por no mantener su matrimonio y no la aceptarían. 

—Amor, ya deja a esta inútil y prosigue —Catherine se pegó a David, sus firmes pechos se hundieron entre el brazo del hombre—. Sabes que me emociona mucho. 

—Hijo, sabíamos que tarde o temprano dejarías a Mónica por no darte un heredero, pero esta no era la manera correcta de hacerlo —intervino su padre, angustiado. 

—Cállate, Damián. Nuestro hijo es un adulto y sabe decidir por su cuenta —Su esposa le pateó el pie por debajo de la mesa. Ella siempre odió a su nuera por no darle nietos—. Mónica es tan decepcionante, que ni siquiera puede hacer lo mínimo que se le exige a una mujer. 

Las lágrimas salieron de sus cuencas, Mónica no podía escuchar más palabras destructivas, o se dejaría llevar por sus emociones… 

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