Se vio una última vez en el gran espejo de su habitación. Mónica estaba radiante, se arregló mejor que nunca con la ayuda de Delia.
Llevaba puesto un vestido rojo intenso que combinaba con su labial. La pedrería fina en la parte del torso la hacía ver jovial. Dio una media vuelta, su cuerpo cobró firmeza.
—Se ve preciosa —soltó la sirvienta, dando los últimos retoques—. Está lista para sorprender a todos. Usted no se deje humillar por nadie.
—Quedarán con la boca abierta al saber que estoy embarazada.
Guardó la ecografía en su cartera. Delia le dio un leve empujón para que se fuera, ya que había sido avisada de la llegada de la familia Lambert.
—Que Dios la acompañe.
Mónica sonrió.
Salió llena de valor de su habitación y caminó por los pasillos hasta bajar las amplias escaleras. Escuchó los murmullos en el comedor, las voces de sus suegros.
Atravesó el umbral de la puerta, sintiéndose radiante por haberse arreglado para callarle la boca a David. Cuando Rowena y Damián la vieron entrar, sin dudas, abrieron la boca con sorpresa.
Era la primera vez que veían a Mónica lucirse con su belleza.
—Un placer volver a verlos, señor Damián, señora Rowena —Se inclinó con respeto—. ¿Y David?
—Lo mismo me pregunto yo —respondió el hombre barbudo y con falta de cabello—. Dijo que tardaría un poco más en llegar con una sorpresa.
Mónica frunció el ceño, su esposo no le mencionó nada al respecto. Se sentó.
—¿Sorpresa?
—Creímos que tú sabías algo —alegó la señora, con un semblante serio—. Esperamos que sea una noticia acerca de su embarazo.
La castaña se mordió el labio, no veía la hora de compartir su felicidad. Estaba segura de que cambiarían de opinión al verla.
David apareció, pero dejó a todos impactados al estar abrazado de una mujer pelirroja que Mónica no tardó en reconocer.
¿Por qué la trajo a ella a la reunión? ¿Y por qué parecían ser una pareja?
Su corazón se estrelló, tuvo que tragarse el nudo que se formó en su garganta para no romper en llanto. Lo que más temía se estaba haciendo realidad.
—David, ¿quién es esa mujer? —inquirió su padre, indignado por lo que veía.
—Vaya, Mónica. Hasta que decides arreglarte un poco —bromeó el hombre, agarró la cintura de su amante—. Papá, mamá. Quiero presentarles a Catherine.
El señor se levantó y golpeó la mesa, haciendo un estruendo.
—¿De qué carajos hablas, David? Tu esposa está aquí —reprochó, entre dientes—. Estás casado. No puedes simplemente presentarnos a otra mujer.
—De hecho, quiero aprovechar esta reunión para decirlo —resopló, rascándose el cuello. David estaba frustrado—. Quiero el divorcio, Mónica Bustamante. Planeo casarme con esta mujer.
Agarró a Catherine y la besó frente a todos, dejando a Mónica con el corazón más roto de lo que estaba. Ella no podía hablar, su marido, el amor de su vida le estaba pidiendo el divorcio.
Quería dejarla de lado.
Sola, desamparada, sin ningún centavo porque no trabajaba.
Los padres de David soltaron un suspiro ahogado, no podían creer la escena que montó su hijo para separarse. Mientras tanto, Catherine sonreía con malicia porque había logrado su cometido, quedarse con David.
—¡David! —Mónica se exaltó—. No puedes hacerme esto. ¡Estoy embarazada! ¡Espero un hijo tuyo!
Buscó con desespero y nerviosismo la ecografía en su cartera. La colocó sobre la mesa, haciendo el momento más intenso de lo que estaba.
David rodó los ojos.
—¿A quién le compraste esa ecografía? —cuestionó—. Sabes mejor que nadie que tu probabilidad de quedar embarazada es mínima.
—Acepta de una vez que tu esposo ahora es mío, querida —Ese tono cínico enfureció a Mónica.
—Mónica, no llegues a tal extremo con tal de quedarte con mi hijo —refutó Rowena, decepcionada de su nuera.
En verdad, nadie le creía a Mónica. Sus palabras fueron pisoteadas como a una cucaracha. Su bebé no existía, más que para ella misma.
Sintió que una pared empezó a crecer entre los Lambert y ella en cuestión de segundos.
—Estoy diciendo la verdad —sentenció—. ¡Quedé embarazada gracias a los tratamientos! ¡Tienes que creerme, David!
Le rogó.
Casi se arrodillaba por él para que creyera en sus palabras. El rubio la vio con desprecio y arrugó la nariz, ya Mónica le daba lástima.
Decidió aplastar su corazón, y no iba a descansar hasta quitársela de encima.
—Eres una infértil, ¿cómo puedes jugar con algo tan serio para hacernos creer que estás embarazada? —soltó su marido, disgustado—. Llegaste al extremo con tal de tenerme solo para ti, Mónica. Es despreciable ver lo que haces.
Todos en la sala se burlaron después de esa humillación. Para Mónica, el mundo a su alrededor dejó de existir, todo se detuvo y solo escuchaba su propia respiración agitada.
Los latidos de su corazón eran feroces. Tenía mucho miedo de terminar en las calles, sola y embarazada. Nadie la respaldaba. Sabía que si regresaba con sus padres, sería el hazme reír de la familia por no mantener su matrimonio y no la aceptarían.
—Amor, ya deja a esta inútil y prosigue —Catherine se pegó a David, sus firmes pechos se hundieron entre el brazo del hombre—. Sabes que me emociona mucho.
—Hijo, sabíamos que tarde o temprano dejarías a Mónica por no darte un heredero, pero esta no era la manera correcta de hacerlo —intervino su padre, angustiado.
—Cállate, Damián. Nuestro hijo es un adulto y sabe decidir por su cuenta —Su esposa le pateó el pie por debajo de la mesa. Ella siempre odió a su nuera por no darle nietos—. Mónica es tan decepcionante, que ni siquiera puede hacer lo mínimo que se le exige a una mujer.
Las lágrimas salieron de sus cuencas, Mónica no podía escuchar más palabras destructivas, o se dejaría llevar por sus emociones…
—Mónica, no te queda de otra más que aceptar el divorcio —resopló Damián, él sí tenía esperanzas en ella—. Lo siento. Los labios de Mónica se apretaron, buscando ahogar el llanto que la consumía. Llevó una mano a su vientre, diciéndole mentalmente al bebé que todo estaría bien. —Uff, no soporto ni verle la cara —masculló Catherine. Los verdosos ojos de la pelirroja se clavaron en Mónica, quién se volvió pequeñita para calmar su respiración. Necesitaba mantenerse estable o perdería al bebé. —Hay otra noticia importante —intervino David—. No me estoy divorciando de Mónica solo porque ya no la amo. ¿Otra noticia? ¿Qué más faltaba para romperla por completo? —D-David… —Ella lo miró con agonía, deseaba que se arrepintiera de esa decisión. El hombre caminó a pasos lentos hasta el puesto de su esposa, mirándola con recelo y la mandíbula tensa. Ya no iba a soportarla más. Todo se acabaría. Tomó el mentón de Mónica con su dedo. —Desde que me enteré de tu problema, supe que lo nuestro
—¡¿Catherine?! —David se exaltó. Corrió hacia su amante, de la que se había enamorado perdidamente. La mujer estaba tendida en el suelo, con las manos temblorosas sobre su vientre. —¡Me duele mucho! —se quejó. Mónica abrió los ojos, sabía que no había hecho nada. La misma Catherine se fue de lado con más fuerza, provocando el accidente. Quedó pasmada. Un chorro de sangre empezó a salir por debajo de la falda de Catherine, preocupando a todos en el comedor. ¿Tan fuerte había sido el golpe? Pero… Ella misma lo provocó. ¿Qué tan cínica podía ser? Mónica se sentó en el suelo, devastada y sin poder decir una palabra al ver la escena. —¡Está sangrando! —exclamó Rowena, acercándose—. ¡Llama a una ambulancia ya, David! La sangre era mucho más abundante que la propia menstruación. David estaba aterrado, porque no quería perder a su pequeño heredero. Sacó su celular, llamando a emergencias. —Mi bebé… —titubeó Catherine, estaba débil. Sentía que iba a desmayarse, y le dolía, aunque er
Un día después, Mónica se despertó sobresaltada al escuchar que tiraron la puerta, como si le hubieran dado una fuerte patada para abrirla. Su corazón estaba loco. Vio a su marido entrar hecho una furia, su mandíbula estaba tensa y sus puños apretados. Veía a Mónica con el odio que fue acumulando durante años. —¡¿D-David?! —Se cubrió con la sábana, asustada. —Eres una maldita asesina, Mónica —masculló—. ¿Cómo pudiste llegar a ese extremo? Hiciste que Catherine perdiera al bebé. ¿Estás feliz? ¡Porque ni sueñes que voy a regresar contigo! David golpeó la mesita con los cosméticos de su esposa, tirando todo lo que había encima. Los productos frágiles de vidrio se rompieron al chocar contra la dura cerámica. Los ojos de Mónica se cerraron por el estruendo y el miedo la consumió. Creía que su esposo trataría de hacerle daño, o matarla en el peor de los casos. La señaló con el dedo. —Escúchame bien. Vas a firmar el maldito papel de divorcio en estos días, tal vez tarde unos meses en
—Oh, Delia… ¿Estarás bien después de ayudarme con esta locura? —Mónica tomó sus manos. Ambas estaban en la sala. David no le permitía salir de la mansión y era constantemente vigilada por los demás sirvientes. —Shh —Le susurró la mayor, viendo en todas direcciones—. Usted sabe que hay oídos por todos lados. Hable más bajo. No eran las únicas en la sala, otras sirvientas de David hacían la limpieza diaria en todo el salón, dejándolo impecable y escuchando la conversación que tenían las dos amigas. —No es posible que solo podamos tener privacidad en la habitación… —Es lo que hay, mi señora. No vaya a preocuparse por mí, ¿de acuerdo? —Comprimió una sonrisa—. Estaré bien. La firma del divorcio se llevó a cabo después de unas semanas del accidente, en dónde a Mónica la tenían secuestrada, prácticamente. Ya no podía ni ir al doctor, por eso, ese día estaba planeando robar el dinero de David con ayuda de su amiga. —Solo espere a que estas chismosas terminen su trabajo aquí —murmuró De
El ambiente se tornó tenso para ella, pero para Rafael, era extraordinario ver cómo la esposa de su deudor le robaba. Consideró a Mónica una mujer valiente e intrigante. Aunque, él sentía que la conocía de antes. Ese rostro que parecía tener una expresión preocupada todo el tiempo por su ceño fruncido, sin dudas, ya lo había visto, y no precisamente como la pareja de David. Rafael caminó a pasos lentos, obligando a Mónica a levantarse y alejarse hasta chocar con una pared cercana. —Eso también te pregunto yo a ti —habló, en un tono seductor que le erizó los vellos—. ¿Qué hace la ex esposa de David robándole? Sonrió de lado. Mónica estuvo a punto de jugar con sus dedos, pero se contuvo y decidió decir la verdad, tal vez ese hombre podía cubrirla. —Por favor… No se lo vaya a decir —suplicó, juntando ambas manos—. E-estoy embarazada, no puedo simplemente terminar en las calles y morirme de hambre junto a mi bebé. —Mmh —murmuró, le interesó la excusa de Mónica—. ¿Sabías que todos e
—¡Señora! ¿E-está bien? —titubeó Delia, al ver que Mónica corría con torpeza escaleras arriba. Se detuvo cuando notó que su amiga la estaba esperando al final de la escalera, contuvo las ganas de llorar después de haber pasado tremendo susto gracias a Rafael. No tenía ni idea de que David lo dejaba entrar a la mansión cuando quisiera, ¿así era el poder que tenía sobre él? —D-Delia, rápido —Agarró su brazo y la arrastró de camino a su habitación. Ambas caminaban a pasos rápidos, Mónica ya tenía todo el dinero guardado en su bolsito y estaba dispuesta a escapar ese mismo día. Entraron al cuarto y cerró la puerta con seguro. Tomó las manos de Delia, la miró con agonía porque le dolería dejarla atrás y tener que despedirse. —Sus cosas están listas… Le empaqué lo necesario, incluyendo el almuerzo —Acomodó un mechón de cabello desordenado en Mónica—. Puede irse, mi señora. Yo siempre rezaré por usted y su pequeño. —¿Por qué no vienes conmigo? Hay dinero suficiente, Delia… La mujer n
Unos días después, Mónica estaba más tranquila en la comodidad de su nuevo hogar. Ya había llorado lo suficiente al ver su rostro en las noticias, la tacharon de criminal. A ella no le importó. Logró hacerse un cambio de look y pintó su cabello a un tono más amarillo, ya no era castaño, solo tenía que esperar a que las aguas se calmaran.Estaba haciendo las compras en el supermercado, cuando chocó su hombro con el de otra persona. Ella alzó el mentón, para darse cuenta de que era un hombre conocido. —Veo que has logrado tu objetivo. Me alegro —Rafael sonrió, con una mano en el bolsillo. ¿Qué hacía él en un supermercado? Si tenía el dinero suficiente para mandar a alguna sirvienta u otra persona. —¿M-me estás siguiendo? —Fue lo primero que pensó Mónica. —Te vi de casualidad entrando aquí —respondió, sin mucho interés—. Y al saber que eres la persona más buscada actualmente, quería proponerte algo. Ella tragó saliva. —¿No me veo diferente? —Si yo pude reconocerte, ¿crees que Dav
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé