—¡Evanora!... Por… Por favor, te lo ruego, toma a mis hijos con... con su padre, ¡me estoy muriendo… Y esta…… es mi última petición! —una lágrima resbaló por el rabillo del ojo de la pálida mujer mientras, con sus últimas fuerzas, cogía la mano de su hermana Evanora y le suplicaba que encontrara al verdadero padre del niño después de su muerte. —Reyna, no, ¡No morirás!, no permitiré que me dejes así a mis sobrinos! Ellos necesitan a su madre, y yo te necesito a ti mi hermana, ¡tendríamos un futuro brillante! —Por favor Eva, sé cómo me va a pasar. Me moriré… quiero que perdones a mi esposo, tu cuñado, como si nunca le hubiera guardado rencor, y deja que los niños lo reclamen como padre, y yo me contentaré con rezar por todos vosotros todos los días en el cielo... —No me dejes, eres mi última familia en este mundo, ¡por favor! Noooo. —Más que yo, tienes a mis dos bebés… Solo para ver que mis hijos puedan volver con su padre, eso es todo lo que pido, después de mi muerte. […] Bajo
Los ojos de Marcel no se apartaban de Evanora, quien le daba el último adiós a su hermana, mientras observaba el oscuro lugar al que estaba siendo bajado el ataúd, él pensó que eso no le gustaría a Reyna, ella odiaba la oscuridad, y de pronto se sintió culpable de que ella pudiera estar aterrada por estar toda la eternidad en un sitio tan frío. Hace una semana que se había enterado de todo, y ahora la culpa iba mermando todas sus energías, cada una de ellas. Aún saboreaba con amargo sabor, la noticia que fue el detonante de que esta situación le estremeciera las entrañas. —¿Qué avances tienes? —le preguntó Marcel con tono hosco, al detective privado que había contratado. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, uno que sin duda le incomodó a Marcel. —Desde que encontramos al adúltero hace una semana, ha estado jurando que no le ha hecho absolutamente nada importante a tu mujer, pero no fue hasta que yo hubiera descubierto que el traficaba con drogas, cuando admitió que hab
Los nervios y la paciencia de Evanora, se habían evaporado con esas sencillas palabras, sus piernas no le respondían a sus súplicas mentales. Tomó una larga bocanada de aire, ¿cómo le hizo para enterarse de todo? —No tengo idea de lo que hablas, aquí no hay nada tuyo, mucho menos hijos —exclamó ella con voz queda. —¡Sé que estás mintiendo, no te atrevas a esconder a mis hijos! —Marcel mermó el espacio entre los dos, haciendo que ella se sintiera más pequeña—. ¡Podría demandarte por esto! ¿Acaso no lo ves? No tienes caso que sigas escondiendo la verdad que ya salió a la luz.—¿Ver? —ella perdió la batalla con la cordura y lo empujó, aunque no le movió ni un solo milímetro—. Lo que veo es… ¡Qué ellos no necesitan un padre como tú! Las lágrimas se le acumulaban en el rostro a Evanora, él pudo ver que ella no estaba dispuesta a perder. Él tampoco. —¡A un hombre que trató a mi hermana como zorra, cuando ella el único pecado que cometió, fue enamorarse de un hombre sin corazón! —señaló
Evanora caminaba de un lado a otro, no iba a permitir que su cuñado Marcel, la intimidara, si bien era cierto que ella tenía más que perder en esta situación, no era de las mujeres que se dejaban vencer tan fácil, una cualidad que Reyna le admiraba. Se detuvo a admirar a sus sobrinos dormidos, ellos habían sacado el color de cabello castaño de Marcel, pero se parecían a su hermana, sus rasgos físicos, además de que heredaron los ojos grises que caracterizan a los Taylor. No quería dejarlos, eso le supondría un dolor inmenso en el pecho. Pero si bien era cierto, debía de solucionar los asuntos monetarios que tenía, por lo que habiendo dejado que durmieran, se dirigió al restaurante, temerosa de que se encontrara con Marcel de nuevo, afortunadamente no estaba. —¿Todo bien, jefa? La voz de Erin Scott, una chica de estatura mediana, cabello color rubio platino y ojos verdes, su mejor amiga, mesera y quien le ayudaba administrar el restaurante en su ausencia, la sacó de su ensimismamie
Evanora se sentía acechada por su cuñado y su abogado, como se acababa de presentar, ella les ofreció café de mala gana, no confiaba en ninguno de ellos, los corrió varias veces hasta que desató la risa cruel de Finn, dejándole en claro, que no se iban a ir hasta que ella los escuchara, solo por eso aceptó que se quedaran. Y ahora estaban delante de ella, ella miraba a Marcel con ojos cargados de odio, desprecio en el más fiero filo, mientras que Finn, advertía las malas condiciones en las que se hallaba viviendo. —¿Y bien? —fue ella quien rompió el silencio—. Hablen, tengo cosas que hacer. Lo cierto es que ella no quería que estuvieran presentes en las negociaciones que quería hacerle a aquel hombre, mirando con impaciencia la hora en su reloj, sin darse cuenta, comenzó con un tic nervioso que le hacía repiquetear la pierna. —Vengo a ofrecerte un trato, a cambio de mis hijos —habló Marcel. Evanora, molesta, triste y aturdida, levantó el mentón con débil orgullo, no iba a dejar
Evanora se sentía confundida, extasiada de poder estar al lado de sus sobrinos, el único recuerdo que le había dejado su hermana mayor por dos minutos, antes de morir, Marcel había cumplido con su palabra, de hecho, el hombre no tardó en pagar las deudas que ella tenía y en comprar el restaurante, de ese modo, ya estaba liberada de las cadenas monetarias que por años, la habían estado a punto de ahorcar, incluyendo con la hipoteca de la casa, así que ahora se sentía libre. Recordó la última plática que tuvo con su mejor amiga, Erin, a quien dejó a cargo de todo mientras ella regresaba, porque tenía la firme convicción de que lo haría. —¿Estás segura de lo que haces? —inquirió Erin con el ceño ligeramente fruncido. Evanora le había confesado todo, con ella nunca tenía secretos. —Sí, es lo mejor, el desgraciado ha cumplido con su palabra, además, aunque quisiera, ya no puedo echarme atrás, está de por medio el contrato que he firmado. —Siento que te has metido en la boca del lobo y
Evanora la reconoció al instante, ella era la mujer que les tendió la trampa, la hermanastra de Marcel, Nicolle Turner. A palabras de su hermana, era una mujer tan superficial y frívola. Jamás quiso a Reyna y ahora lo podía comprobar. Cuando ella posó sus ojos sobre Evanora, creyendo que se trataba de Reyna. —¡¿Qué hace esta zorra aquí?! —la apuntó con el dedo. Evanora tuvo que contener la rabia. —¡Marcel, esta zorra no puede estar aquí, recuerda cómo te engañó! —exclamó Nicolle, fingiendo que le dolía toda aquella situación. Marcel sintió como poco a poco su genio se iba pudriendo, sabía perfectamente que su hermanastra era quien había tenido toda la culpa de su separación con Reyna, ella fue quién pagó al modelo que encontró en la cama con su ex esposa. La rabia comenzaba a consumirlo y eso era algo de lo que se dio cuenta Evanora. «Actúa como Reyna, actúa como tu hermana»Marcelo pudo ver claramente la lucha interna de su cuñada, temeroso de que ella no supiera cómo reacciona
Evanora evitó mirar a Marcel, deseando en el fondo que se apartara de ella. Que la dejara en paz un momento, había muchas cosas que procesar. —Quiero estar sola —le pidió. —Reyna era dulce, amable, inocente, tienes que… Evanora rechinó los molares a tal grado que la fricción le pareció casi dolorosa. —No tienes que repetirme lo que debo hacer. Marcel estudió la expresión en blanco de su cuñada, esto era más difícil de lo que creyó. —La niñera de mis hijos se llama Angela Cirbelle, es una de las mejores capacitadas para este tipo de trabajo, así que tu único trabajo será administrar la casa —Marcel mermó el espacio entre los dos, con la única intención de intimidarla. El problema es que no funcionó. Todo lo tenía planeado, Evanora pensó que su cuñado era un hombre que solía exagerar las cosas, un maníaco del control. —Quisiera trabajar —propuso ella. Estaba de acuerdo a regañadientes con hacer de administradora del hogar, pero el poder aprovechar ese tiempo haciendo algo de pro