—¡Evanora!... Por… Por favor, te lo ruego, toma a mis hijos con... con su padre, ¡me estoy muriendo… Y esta…… es mi última petición! —una lágrima resbaló por el rabillo del ojo de la pálida mujer mientras, con sus últimas fuerzas, cogía la mano de su hermana Evanora y le suplicaba que encontrara al verdadero padre del niño después de su muerte.
—Reyna, no, ¡No morirás!, no permitiré que me dejes así a mis sobrinos! Ellos necesitan a su madre, y yo te necesito a ti mi hermana, ¡tendríamos un futuro brillante!
—Por favor Eva, sé cómo me va a pasar. Me moriré… quiero que perdones a mi esposo, tu cuñado, como si nunca le hubiera guardado rencor, y deja que los niños lo reclamen como padre, y yo me contentaré con rezar por todos vosotros todos los días en el cielo...
—No me dejes, eres mi última familia en este mundo, ¡por favor! Noooo.
—Más que yo, tienes a mis dos bebés… Solo para ver que mis hijos puedan volver con su padre, eso es todo lo que pido, después de mi muerte.
[…]
Bajo un cielo nublado y la ligera llovizna que ofrecía aquel día funesto, se encontraba Evanora, la mujer que había cumplido veinticinco años la semana pasada, de rostro pálido que reflejaba la pena que estaba sufriendo, su cabello largo y oscuro le hacía el marco perfecto a su perfilado rostro, con ojos grises y sagaces, observaba con detenimiento, su reflejo dentro del ataúd.
—Reyna —susurró con un hilo de voz que se le resquebrajaba en la garganta.
Cerrando la tapa, dejando caer sobre esta el último ramo de flores, orquídeas, las favoritas de su hermana, se despidió de su gemela, había fallecido de forma repentina, tras haber dado a luz.
Los toques de la campana empezaron, ululaba relatando la corta y trágica vida de Reyna: hace un año le tendieron una trampa, su marido pensó que le traiciono la pobre y débil mujer fue expulsada sin piedad de su casa sin saber que estaba embarazada.
Meses después, Eva recibió a su pobre hermana expulsada y decidió ayudarla.
Eva estaba demasiado ocupada administrando un pequeño restaurante que dejaron sus padres poco antes de morir en el pueblo natal, lo que podía mantenerse la vida de la familia. Ella siempre creía que empezarían una nueva vida juntas, felices y seguras para siempre, pero tan solo 8 meses después, lo único que le queda a Evanora son dos niños gemelos recién nacidos y una montaña de facturas que han sido pegadas por toda la puerta de la casa donde viven, mientras los dos pequeños yacen tranquilamente en casa en sus cunas durmiendo, completamente ajenos a la noticia de la marcha definitiva de su madre Reyna debido a una complicación en el parto y una hemorragia interna.
—Te quiero… hermana —sorbió su nariz.
Evanora deposita un tierno beso sobre el ataúd, dispuesta a que termine la ceremonia y dar por terminado todo. De pronto, el sonido chirriante de las puertas de la iglesia al abrirse.
—¡¿Dónde está Reyna?!
La voz llamó la atención de Evanora, levantando el mentón. Un hombre vestido de traje se acercó al ataúd corriendo.
—¡ Estas viva o muerta! —el hombre alzó su voz, intentaba extender su mano y abrir el ataúd para confirmar la muerte.
—¡Qué hace! Detente! —Evanora impidió el hombre agarrando sus brazos.
El hombre giró la cabeza, en un instante podía reconocer que era su esposa...
—¿Está loco Señor? Aquí no debería entrar —el hombre seguía de pie sin moverse.
《No, esa no era su voz》
A la mirada del hombre, se ve decepción en él.
Según las noticias en el periódico del pueblo, murió una Sra. Taylor, que, en el obituario publicado, se decía que era una mayor de su familia, así podría aprovechar la oportunidad de la reunión de su familia para encontrar su esposa y su hijo, que, según las investigaciones de su detective, Reyna tiene un hijo..., cabe alta probabilidad de que es de él… quería pedir disculpa para poder volver a vivir juntos después de este funeral...,
Sin embargo, al llegar a la puerta, se escucha que la difunta es una joven...
¿Pero la difunta…? ¿Cómo puede ser su esposa?
—Sr. Salga de aquí, por favor. —la mirada de la mujer no aparta del ataúd, se apretó los puños.
—Pero Reyna, ¿no quieres verme? ¿Por qué no me ves?
El hombre alargó la mano para tocar el hombro de la mujer y ella retrocedió bruscamente. Observaba la mujer que estaba delante, no tenía el mismo brillo e ilusión que emanaba ternura en sus ojos, no era la mujer amable y tierna que solía recibirlo con una sonrisa cada que llegaba a su casa, o la misma que le horneaba galletas y pasteles cada que consideraba que era buena idea darle un detalle.
No, aquella mujer tenía la más fría y severa mirada, había demasiado odio, resentimiento, culpa y dolor en aquella mirada fugaz y gélida.
El hombre se acercó lo suficiente, tratando de mermar el espacio que habitaba entre los dos, y en medio de un susurro bien ensayado con anticipación.
—¿Reyna, no seas enfadada, hablamos un rato vale?
—Señor, repito, que yo no soy Reyna. No te conozco ni los demás visitantes, no sé qué estás haciendo aquí, pero si tiene algo que decirle a mi hermana, te recuerdo que ya es tarde, su ataúd está listo para salir de aquí.
—Pero Reyna… No creo que no seas Reyna. Tú jamás me habías dicho nada de que tienes una hermana.
—¡Basta! Señor, si sigue ofendiendo a mi hermana aquí, no seguiré permitiendo que interrumpa el funeral aquí. —Eva es demasiada triste para tener energía de adivinar quien es este visitante.
—Vale… Solo necesito enterarme de una cosa y yo me voy.
—Dígame
—¿En dónde está mi hijo?
La ira lleno los ojos de Eva, se da cuenta inmediatamente quien es este hombre adelante. El bastardo cuñado, Marcel.
<¡Cómo se atreve a presentarse delante el cuerpo de mi hermana, un pecador sin sentimiento!>
—¡Vete de aquí! —exclamó.
Para su hermana, no comprendía cómo es que no le importe Reyna ni con una palabra más, aun estando su cadáver frente a él.
Pero no solo se trataba de eso, sino, que sintió que la rabia la estaban consumiendo al pensar que estaba frente al mismo hombre que bien pudo haber estado en la cama de alguna otra mujer, mientras su hermana sufría en el embarazo y daba a luz. La angustia de Evanora, se mezcló con todos esos sentimientos oscuros que había crecido dentro de ella como larva, desde que se enteró de que él había sido la desgracia para su hermana, no comprendía cómo es que no le importe Reyna ni con una palabra más, aun estando su cadáver frente a él.
El hombre frunció el ceño y se puso rígido.
—No, hasta que me digas en dónde se encuentra mi hijo.
—¿Ahora si te preocupa? —resopló ella, conteniendo las ganas que tenía de sacar a aquel hombre de la iglesia, sabiendo que era un insulto para ella y la memoria de sus padres—. ¿No crees que es un poco tarde?
La mirada del visitante se oscureció, nunca había sido un hombre que gozara de mucha paciencia.
—No pienso repetirlo dos veces, dame a mi hijo —esta vez sentenció.
Al lado del hombre, permanecía callado, un hombre rubio, de ojos ámbar, casi amarillos, con mirada astuta y sonrisa de media luna encantadora, pero que develaba que sus intenciones detrás de esa fachada de galán, se encontraba la maldad pura.
—Piensas que es tan fácil venir aquí, al funeral de mi hermana y reclamar a tu hijo, como si eso te diera todo el derecho, no —Evanora punteó con el pie, y los presentes comenzaron a murmurar, sorprendidos de verla actuar así de impulsiva—. Sientes que tienes el derecho de llamarte padre, cuando lo único que has hecho es ser todo, menos eso.
Poco a poco los murmullos de los asistentes la sacaron de su estupor y negando con la cabeza, se negó a seguir hablando con él.
—Este es el funeral de mi hermana, te pido que te vayas, no tienes ningún derecho a estar aquí —Evanora le lanzó una mirada cargada de silenciosas amenazas que había construido en su mente y que estaba decidida a llevar a cabo, en caso de que Marcel insista en llevarse a los gemelos.
Giró sobre sus talones con toda la intención de dar por terminado el tema, cuando el hombre tiró de su brazo, deteniendo su paso.
—¿Dónde has escondido a mi hijo? Solo necesito saber eso —refutó él.
—¡Ya te dije, vete y nunca vuelvas!
Evanora se retorció inquieta sobre su agarre, el hombre se negaba a irse sin su hijo, por lo que molesto, comenzó a tomarla con fuerza por los hombros.
—¡Bruja, dime, habla, en dónde está mi hijo!
—¡Ya te dije que no te lo diré!
—¡Si no me dices dónde está mi hijo, juro que te vas a arrepentir toda tu miserable vida!
—¡Quiero ver que lo intentes!
**
Suficiente, era la primera vez que Marcel se enfrentaba a esta situación, Reyna siempre había sido una esposa sumisa y obedecía todo lo que él pidiera, en cambio, Evanora, su hermana, era como la versión oscura y rebelde de ella.
Era tanto el escándalo, algunos asistentes tuvieron que subir a separarlos, el rubio que acompañaba a Marcel, hizo lo propio encargándose de su amigo. Evanora lanzó un par de palabras con doble intención para que se marchara, sin embargo, Marcel no pensaba
hacerlo, y fueron las palabras de su acompañante, lo que hicieron que se tranquilizara.
Una vez separados, ambos sabían que ninguno iba a ceder, el funeral transcurrió con calma, pero Marcel jamás apartó la mirada de su cuñada, estudiando cada uno de sus movimientos, supo que no iba a volver a cometer el mismo error dos veces, y que no se iría sin su hijo, mientras que Evanora pensaba detenidamente, llegando a la conclusión de que escaparía en cuanto terminara el cortejo fúnebre, aprovechando la multitud para escapar.
“Jamás te voy a entregar a mis sobrinos, desgraciado"
Los ojos de Marcel no se apartaban de Evanora, quien le daba el último adiós a su hermana, mientras observaba el oscuro lugar al que estaba siendo bajado el ataúd, él pensó que eso no le gustaría a Reyna, ella odiaba la oscuridad, y de pronto se sintió culpable de que ella pudiera estar aterrada por estar toda la eternidad en un sitio tan frío. Hace una semana que se había enterado de todo, y ahora la culpa iba mermando todas sus energías, cada una de ellas. Aún saboreaba con amargo sabor, la noticia que fue el detonante de que esta situación le estremeciera las entrañas. —¿Qué avances tienes? —le preguntó Marcel con tono hosco, al detective privado que había contratado. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, uno que sin duda le incomodó a Marcel. —Desde que encontramos al adúltero hace una semana, ha estado jurando que no le ha hecho absolutamente nada importante a tu mujer, pero no fue hasta que yo hubiera descubierto que el traficaba con drogas, cuando admitió que hab
Los nervios y la paciencia de Evanora, se habían evaporado con esas sencillas palabras, sus piernas no le respondían a sus súplicas mentales. Tomó una larga bocanada de aire, ¿cómo le hizo para enterarse de todo? —No tengo idea de lo que hablas, aquí no hay nada tuyo, mucho menos hijos —exclamó ella con voz queda. —¡Sé que estás mintiendo, no te atrevas a esconder a mis hijos! —Marcel mermó el espacio entre los dos, haciendo que ella se sintiera más pequeña—. ¡Podría demandarte por esto! ¿Acaso no lo ves? No tienes caso que sigas escondiendo la verdad que ya salió a la luz.—¿Ver? —ella perdió la batalla con la cordura y lo empujó, aunque no le movió ni un solo milímetro—. Lo que veo es… ¡Qué ellos no necesitan un padre como tú! Las lágrimas se le acumulaban en el rostro a Evanora, él pudo ver que ella no estaba dispuesta a perder. Él tampoco. —¡A un hombre que trató a mi hermana como zorra, cuando ella el único pecado que cometió, fue enamorarse de un hombre sin corazón! —señaló
Evanora caminaba de un lado a otro, no iba a permitir que su cuñado Marcel, la intimidara, si bien era cierto que ella tenía más que perder en esta situación, no era de las mujeres que se dejaban vencer tan fácil, una cualidad que Reyna le admiraba. Se detuvo a admirar a sus sobrinos dormidos, ellos habían sacado el color de cabello castaño de Marcel, pero se parecían a su hermana, sus rasgos físicos, además de que heredaron los ojos grises que caracterizan a los Taylor. No quería dejarlos, eso le supondría un dolor inmenso en el pecho. Pero si bien era cierto, debía de solucionar los asuntos monetarios que tenía, por lo que habiendo dejado que durmieran, se dirigió al restaurante, temerosa de que se encontrara con Marcel de nuevo, afortunadamente no estaba. —¿Todo bien, jefa? La voz de Erin Scott, una chica de estatura mediana, cabello color rubio platino y ojos verdes, su mejor amiga, mesera y quien le ayudaba administrar el restaurante en su ausencia, la sacó de su ensimismamie
Evanora se sentía acechada por su cuñado y su abogado, como se acababa de presentar, ella les ofreció café de mala gana, no confiaba en ninguno de ellos, los corrió varias veces hasta que desató la risa cruel de Finn, dejándole en claro, que no se iban a ir hasta que ella los escuchara, solo por eso aceptó que se quedaran. Y ahora estaban delante de ella, ella miraba a Marcel con ojos cargados de odio, desprecio en el más fiero filo, mientras que Finn, advertía las malas condiciones en las que se hallaba viviendo. —¿Y bien? —fue ella quien rompió el silencio—. Hablen, tengo cosas que hacer. Lo cierto es que ella no quería que estuvieran presentes en las negociaciones que quería hacerle a aquel hombre, mirando con impaciencia la hora en su reloj, sin darse cuenta, comenzó con un tic nervioso que le hacía repiquetear la pierna. —Vengo a ofrecerte un trato, a cambio de mis hijos —habló Marcel. Evanora, molesta, triste y aturdida, levantó el mentón con débil orgullo, no iba a dejar
Evanora se sentía confundida, extasiada de poder estar al lado de sus sobrinos, el único recuerdo que le había dejado su hermana mayor por dos minutos, antes de morir, Marcel había cumplido con su palabra, de hecho, el hombre no tardó en pagar las deudas que ella tenía y en comprar el restaurante, de ese modo, ya estaba liberada de las cadenas monetarias que por años, la habían estado a punto de ahorcar, incluyendo con la hipoteca de la casa, así que ahora se sentía libre. Recordó la última plática que tuvo con su mejor amiga, Erin, a quien dejó a cargo de todo mientras ella regresaba, porque tenía la firme convicción de que lo haría. —¿Estás segura de lo que haces? —inquirió Erin con el ceño ligeramente fruncido. Evanora le había confesado todo, con ella nunca tenía secretos. —Sí, es lo mejor, el desgraciado ha cumplido con su palabra, además, aunque quisiera, ya no puedo echarme atrás, está de por medio el contrato que he firmado. —Siento que te has metido en la boca del lobo y
Evanora la reconoció al instante, ella era la mujer que les tendió la trampa, la hermanastra de Marcel, Nicolle Turner. A palabras de su hermana, era una mujer tan superficial y frívola. Jamás quiso a Reyna y ahora lo podía comprobar. Cuando ella posó sus ojos sobre Evanora, creyendo que se trataba de Reyna. —¡¿Qué hace esta zorra aquí?! —la apuntó con el dedo. Evanora tuvo que contener la rabia. —¡Marcel, esta zorra no puede estar aquí, recuerda cómo te engañó! —exclamó Nicolle, fingiendo que le dolía toda aquella situación. Marcel sintió como poco a poco su genio se iba pudriendo, sabía perfectamente que su hermanastra era quien había tenido toda la culpa de su separación con Reyna, ella fue quién pagó al modelo que encontró en la cama con su ex esposa. La rabia comenzaba a consumirlo y eso era algo de lo que se dio cuenta Evanora. «Actúa como Reyna, actúa como tu hermana»Marcelo pudo ver claramente la lucha interna de su cuñada, temeroso de que ella no supiera cómo reacciona
Evanora evitó mirar a Marcel, deseando en el fondo que se apartara de ella. Que la dejara en paz un momento, había muchas cosas que procesar. —Quiero estar sola —le pidió. —Reyna era dulce, amable, inocente, tienes que… Evanora rechinó los molares a tal grado que la fricción le pareció casi dolorosa. —No tienes que repetirme lo que debo hacer. Marcel estudió la expresión en blanco de su cuñada, esto era más difícil de lo que creyó. —La niñera de mis hijos se llama Angela Cirbelle, es una de las mejores capacitadas para este tipo de trabajo, así que tu único trabajo será administrar la casa —Marcel mermó el espacio entre los dos, con la única intención de intimidarla. El problema es que no funcionó. Todo lo tenía planeado, Evanora pensó que su cuñado era un hombre que solía exagerar las cosas, un maníaco del control. —Quisiera trabajar —propuso ella. Estaba de acuerdo a regañadientes con hacer de administradora del hogar, pero el poder aprovechar ese tiempo haciendo algo de pro
En cuanto Evanora sintió la vergüenza, calentando sus mejillas, maldijo el no haberse puesto un par de zapatos con tacón corto, no pensó que fuera necesario, sí, como no, estaba acostumbrada a tratar estos temas con calma, sin embargo, no estaba en su territorio, los nervios la mataron y solo se olvidó de ello, rápidamente intentó dar un paso con la cabeza alta, pero eso no era lo que le preocupaba, sino, el hecho de que su cuñado la estuviera fulminando con la mirada. Por lo que decidió levantar la cabeza y tratar de dar un nuevo paso, no obstante, el dolor se disparó por su columna vertebral, al bajar la mirada, se dio cuenta de que su tobillo estaba teñido de un rojo carmín escandaloso, pero no solo se trataba de eso, sino, que el dolor parecía más una torcedura, al intentar dar un nuevo paso, perdió el equilibrio y casi cayó, de no ser por un par de brazos fuertes que la sostenían. La única razón por la que no le decía nada, era porque tenía que actuar como buen marido frente a t