Evanora evitó mirar a Marcel, deseando en el fondo que se apartara de ella. Que la dejara en paz un momento, había muchas cosas que procesar. —Quiero estar sola —le pidió. —Reyna era dulce, amable, inocente, tienes que… Evanora rechinó los molares a tal grado que la fricción le pareció casi dolorosa. —No tienes que repetirme lo que debo hacer. Marcel estudió la expresión en blanco de su cuñada, esto era más difícil de lo que creyó. —La niñera de mis hijos se llama Angela Cirbelle, es una de las mejores capacitadas para este tipo de trabajo, así que tu único trabajo será administrar la casa —Marcel mermó el espacio entre los dos, con la única intención de intimidarla. El problema es que no funcionó. Todo lo tenía planeado, Evanora pensó que su cuñado era un hombre que solía exagerar las cosas, un maníaco del control. —Quisiera trabajar —propuso ella. Estaba de acuerdo a regañadientes con hacer de administradora del hogar, pero el poder aprovechar ese tiempo haciendo algo de pro
En cuanto Evanora sintió la vergüenza, calentando sus mejillas, maldijo el no haberse puesto un par de zapatos con tacón corto, no pensó que fuera necesario, sí, como no, estaba acostumbrada a tratar estos temas con calma, sin embargo, no estaba en su territorio, los nervios la mataron y solo se olvidó de ello, rápidamente intentó dar un paso con la cabeza alta, pero eso no era lo que le preocupaba, sino, el hecho de que su cuñado la estuviera fulminando con la mirada. Por lo que decidió levantar la cabeza y tratar de dar un nuevo paso, no obstante, el dolor se disparó por su columna vertebral, al bajar la mirada, se dio cuenta de que su tobillo estaba teñido de un rojo carmín escandaloso, pero no solo se trataba de eso, sino, que el dolor parecía más una torcedura, al intentar dar un nuevo paso, perdió el equilibrio y casi cayó, de no ser por un par de brazos fuertes que la sostenían. La única razón por la que no le decía nada, era porque tenía que actuar como buen marido frente a t
La alarma del despertador no pudo contra los nervios de Evanora, durmió bien, sin embargo, se despertó demasiado temprano, con dolor de cabeza al recordar las palabras que me dijo Nicolle, ella era una mala persona. Se metió a la ducha, se puso unos de los tantos trajes bien recatados de su hermana, aunque al final, se desabotonó tres ojales más, pensó que eso le daría un toque extra de su buen gusto, luego se dirigió a la habitación de sus sobrinos, en donde Ángela les daba el biberón. —Buenos días, señora Turner —la saludó con la típica sonrisa arrolladora. —Hola —sonrió Evanora. Se acercó a sus sobrinos, les dio un beso a cada uno de ellos en la coronilla, y luego se dirigió a la salida. —Muchas gracias por cuidarlos —le dijo a la mujer, antes de que se marchara. —Pierda cuidado, yo los cuidaré bien. Con esas palabras se salió. No estaba tan segura, veía que ella era buena, pero también sabía que las apariencias engañan, por lo que decidió tomarse las cosas con calma. Justo
Cuando Evanora llegó a su trabajo, se sintió demasiado abrumada, no podía creer lo que había hecho con su cuñado, el hormigueo en sus labios la alteraba, su corazón no dejaba de latir. Molesta, se dirigió a su oficina, donde quiso comenzar su trabajo, ya había llegado tarde. —¡El hecho de que seas la esposa de Marcel, no quiere decir que te dejaré las cosas fáciles! —espetó aquel hombre con firmeza. Sus ojos irradiaban con malicia, una que le causó escalofríos a Evanora, no comprendía por qué el cambio de actitud, cuando estaba con Marcel, él parecía amable, ahora, parecía que la quisiera asesinar. Quiso abrir la boca para decirle unas cuantas cosas, aunque en último momento cambió de idea, ya que Reyna nunca actuaría de frente, su personalidad era más sumisa de lo que ella podría llegar a ser. —Entiendo, siento si le causo alguna molestia, trataré de hacer mi mayor esfuerzo —respondió con una sonrisa de media luna. Bear la volvió a mirar fijo, a él le gustaba intimidar a las mujer
Marcel comenzaba a cansarse de aquella situación, no soportaba la idea de que todos los presentes, no dejaran de adular tanto a su nuevo socio, quien ya había firmado el contrato con supervisión de su abogado. Bebió todo su trago hasta que el gran Leroy le puso atención, desde que Evanora se había marchado, fue como si dejara de existir para Leroy. —Con todo respeto, Marcel —le miró fijo—. Tienes una esposa hermosa. Marcel tensó el cuerpo. Pero se obligó a sonreír rechinando los dientes. —Muchas gracias. —Mujeres como ella, solo hay una vez en la vida, debo admitir que si no estuvieras casado con ella, te la robaría —anunció con un deje de burla en su tono. Marcel se inclinó hacia adelante. —Estoy seguro de ello, el asunto es que Reyna no es cualquier mujer —rechinó los molares—. Ella es mía, es mujer de un solo hombre, y ese soy yo, espero que lo tengas muy claro. —Oh, por supuesto que lo tengo muy claro, solo hablo de lo que es claro para todos. Ambos se quedaron viendo y el
Cuando Marcel había llegado a su casa, sintió que había algo diferente en el ambiente, notó a sus empleados distantes, le lanzaban una mirada llena de lástima, como si él estuviese dolido por algo, cosa que le molestaba de sobremanera, no podía creer que ellos pensaran en él como alguien débil y sin futuro. Subió molesto las escaleras, no soportaba la actitud arrogante de Leroy, pero como los dos tenían una gran semejanza en su carácter, pensó que tal vez lo mejor era mantener a Evanora lejos de su campo de visión, le había molestado que hablara de ella, le enfureció que dijera que ella era hermosa. No hacía falta que nadie se lo dijera, lo tenía muy claro, por lo que apartó esos pensamientos de su cabeza, estuvo a punto de dar marcha atrás para regresar a su despacho y aclarar su mente, haciéndole una llamada a Finn, cuando una de sus empleadas, lo interceptó. Ella parecía demasiado nerviosa, tenía la cabeza gacha, como si no quisiera verlo, o mejor dicho, como si al verlo directo
Marcel no dejaba de pensar en su cuñada, mientras firmaba un par de documentos sobre los acuerdos de los nuevos contratos, cuando su móvil comenzó a sonar, se trataba del número de Evanora, no le respondió, pensando que seguro se trataba de una nueva rabieta, siguió con lo suyo, hasta que esta vez fue Angela, la niñera, quien se atrevió a llamarle. Con el ceño fruncido y un mal presentimiento, atendió la llamada, seguro de que si se trataba de ella, era algo importante, y pensó rápido en sus hijos. —¿Qué sucede? —es lo primero que dijo. —Señor Turner, siento llamarlo a esta hora del día, pero le aviso que estoy en el hospital con su esposa, el pequeño Emmet se puso mal, tiene mucha fiebre, su esposa Reyna ya está haciéndose cargo. Marcel sintió como si el piso se le moviera, se puso de pie tan rápido que tiró un par de documentos e incluso el bolígrafo que estaba usando. —Enseguida voy para allá —colgó. Mientras Marcel se dirigía a su auto, en el hospital, Evanora caminaba de un
Evanora estaba tan sorprendida como Marcel, las cosas se les habían salido de control, su mano temblaba y su corazón le latía con fuerza, no podía creer que su primer beso se lo hubiese dado su cuñado, el padre de sus sobrinos, el ex esposo de su hermana, el hombre que Reyna había amado con toda su alma. Ahora se sentía como una persona nefasta. —Lo siento —murmuró ella cuando pudo recuperar la voz. El problema radicaba en que era Marcel quien se encontraba confundido, para empezar, no tenía idea de por qué lo había hecho, pero estaba seguro de que sentía el imperioso deseo de que se volviera a repetir el beso. —Evanora —dijo él con un tono de voz grueso. —No, yo… solo quiero estar sola —mencionó ella con el ceño fruncido. Marcel quiso darle su espacio, por lo que aceptó que ella se fuera sin que él le dijera algo más, Evanora giró sobre sus talones con el corazón latiendo al mil, no sabía qué hacer, estaba tan confundida, desilusionada y alterada, ese había sido su primer beso,