Marcel se sentía aturdido, no sabía qué decir o cómo actuar, hacía más de dos semanas que Evanora se estaba comportando de un modo extraño, distante, poco a poco recordaba algunas cosas vagas, en su mayoría sobre su infancia, en general tenía la intuición de que estaba ocultando algo. Cuando sus miradas se encontraban, era solo para enfocarse en algo que había hecho mal, luego se apartaba, se alejaba y se encerraba en ese caparazón duro y hostil. Leroy había estado visitando la casa y pasaba horas encerrada en su despacho, luego se iba y todo volvía a ser como antes. La cuestión es que no había estado intentando algo nuevo, debido a que quería darle espacio, no se imaginaba lo que era tener la mente en blanco, que todos te dieran una parte de su versión, pero que ni con eso, pudieras reconstruir toda la verdad. Una vida entera perdida gracias a su hermanastra, Nicolle. Bear seguía en fugas y su empresa iba mejorando, con la ayuda de Evanora había vuelto a recuperar la confianza de
Evanora tomó una bocanada de aire profundo, mientras intentaba lentamente abrir los ojos, el olor a antiséptico le picó la nariz, poco a poco una luz cegadora la hizo querer volver a la oscuridad en la que se había hundido estas últimas semanas, los recuerdos había llegado de golpe, era como si la película de su vida hubiese pasado delante de sus ojos. Al abrir los ojos y darse cuenta de que se encontraba dentro de una habitación de hospital, se incorporó, recordaba todo, Nicolle disparándole, Bear como cómplice, luego el impacto de bala, todo le daba vueltas, el ácido estomacal se le subió por la garganta y sin poderlo evitar, salió de la cama y comenzó a vomitar, no pudo contenerse. Vio su reflejo en el espejo y sintió deseos de llorar, se veía demacrada, cuando regresó a la cama, la puerta ya estaba abierta y Marcel entraba con un vaso de café. —Despertaste. —Marcel —frunció el ceño—. Recuerdo todo. El alma le regresó al cuerpo a él en cuanto dijo esas palabras, dejó el café s
MINUTOS ANTESMarcel se encontraba ansioso por terminar la reunión con Alejandra cruz, la mejor amiga que cualquier hombre pudiera tener, pero que tiene la fortuna de que sea él quien lo sea, una rubia de ojos azules tan hermosa, que hacía voltear a cualquiera que se cruzara a su paso, una lástima para ellos, porque ella era lesbiana. La había conocido hace muchos años, en la universidad, cuando eran muy cercanos y la gente incluso pensaba que terminarían juntos en medio de un feliz matrimonio, no podían estar más alejados de la realidad. Si no fuera por su orientación sexual, probablemente él hubiera pensado lo mismo e incluso hubiese intentado algo con ella, no es el caso. —No puedo creer que tantas cosas hayan pasado en mi ausencia. La voz de Alejandra lo hizo salir de sus pensamientos y se concentró en ella, ya habían firmado el contrato que ahora los convertía en socios, había sido un duro trabajo, pero gracias a ella y algunos que creían en él todavía, su empresa se recuperab
—¡Evanora!... Por… Por favor, te lo ruego, toma a mis hijos con... con su padre, ¡me estoy muriendo… Y esta…… es mi última petición! —una lágrima resbaló por el rabillo del ojo de la pálida mujer mientras, con sus últimas fuerzas, cogía la mano de su hermana Evanora y le suplicaba que encontrara al verdadero padre del niño después de su muerte. —Reyna, no, ¡No morirás!, no permitiré que me dejes así a mis sobrinos! Ellos necesitan a su madre, y yo te necesito a ti mi hermana, ¡tendríamos un futuro brillante! —Por favor Eva, sé cómo me va a pasar. Me moriré… quiero que perdones a mi esposo, tu cuñado, como si nunca le hubiera guardado rencor, y deja que los niños lo reclamen como padre, y yo me contentaré con rezar por todos vosotros todos los días en el cielo... —No me dejes, eres mi última familia en este mundo, ¡por favor! Noooo. —Más que yo, tienes a mis dos bebés… Solo para ver que mis hijos puedan volver con su padre, eso es todo lo que pido, después de mi muerte. […] Bajo
Los ojos de Marcel no se apartaban de Evanora, quien le daba el último adiós a su hermana, mientras observaba el oscuro lugar al que estaba siendo bajado el ataúd, él pensó que eso no le gustaría a Reyna, ella odiaba la oscuridad, y de pronto se sintió culpable de que ella pudiera estar aterrada por estar toda la eternidad en un sitio tan frío. Hace una semana que se había enterado de todo, y ahora la culpa iba mermando todas sus energías, cada una de ellas. Aún saboreaba con amargo sabor, la noticia que fue el detonante de que esta situación le estremeciera las entrañas. —¿Qué avances tienes? —le preguntó Marcel con tono hosco, al detective privado que había contratado. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, uno que sin duda le incomodó a Marcel. —Desde que encontramos al adúltero hace una semana, ha estado jurando que no le ha hecho absolutamente nada importante a tu mujer, pero no fue hasta que yo hubiera descubierto que el traficaba con drogas, cuando admitió que hab
Los nervios y la paciencia de Evanora, se habían evaporado con esas sencillas palabras, sus piernas no le respondían a sus súplicas mentales. Tomó una larga bocanada de aire, ¿cómo le hizo para enterarse de todo? —No tengo idea de lo que hablas, aquí no hay nada tuyo, mucho menos hijos —exclamó ella con voz queda. —¡Sé que estás mintiendo, no te atrevas a esconder a mis hijos! —Marcel mermó el espacio entre los dos, haciendo que ella se sintiera más pequeña—. ¡Podría demandarte por esto! ¿Acaso no lo ves? No tienes caso que sigas escondiendo la verdad que ya salió a la luz.—¿Ver? —ella perdió la batalla con la cordura y lo empujó, aunque no le movió ni un solo milímetro—. Lo que veo es… ¡Qué ellos no necesitan un padre como tú! Las lágrimas se le acumulaban en el rostro a Evanora, él pudo ver que ella no estaba dispuesta a perder. Él tampoco. —¡A un hombre que trató a mi hermana como zorra, cuando ella el único pecado que cometió, fue enamorarse de un hombre sin corazón! —señaló
Evanora caminaba de un lado a otro, no iba a permitir que su cuñado Marcel, la intimidara, si bien era cierto que ella tenía más que perder en esta situación, no era de las mujeres que se dejaban vencer tan fácil, una cualidad que Reyna le admiraba. Se detuvo a admirar a sus sobrinos dormidos, ellos habían sacado el color de cabello castaño de Marcel, pero se parecían a su hermana, sus rasgos físicos, además de que heredaron los ojos grises que caracterizan a los Taylor. No quería dejarlos, eso le supondría un dolor inmenso en el pecho. Pero si bien era cierto, debía de solucionar los asuntos monetarios que tenía, por lo que habiendo dejado que durmieran, se dirigió al restaurante, temerosa de que se encontrara con Marcel de nuevo, afortunadamente no estaba. —¿Todo bien, jefa? La voz de Erin Scott, una chica de estatura mediana, cabello color rubio platino y ojos verdes, su mejor amiga, mesera y quien le ayudaba administrar el restaurante en su ausencia, la sacó de su ensimismamie
Evanora se sentía acechada por su cuñado y su abogado, como se acababa de presentar, ella les ofreció café de mala gana, no confiaba en ninguno de ellos, los corrió varias veces hasta que desató la risa cruel de Finn, dejándole en claro, que no se iban a ir hasta que ella los escuchara, solo por eso aceptó que se quedaran. Y ahora estaban delante de ella, ella miraba a Marcel con ojos cargados de odio, desprecio en el más fiero filo, mientras que Finn, advertía las malas condiciones en las que se hallaba viviendo. —¿Y bien? —fue ella quien rompió el silencio—. Hablen, tengo cosas que hacer. Lo cierto es que ella no quería que estuvieran presentes en las negociaciones que quería hacerle a aquel hombre, mirando con impaciencia la hora en su reloj, sin darse cuenta, comenzó con un tic nervioso que le hacía repiquetear la pierna. —Vengo a ofrecerte un trato, a cambio de mis hijos —habló Marcel. Evanora, molesta, triste y aturdida, levantó el mentón con débil orgullo, no iba a dejar