Los ojos de Marcel no se apartaban de Evanora, quien le daba el último adiós a su hermana, mientras observaba el oscuro lugar al que estaba siendo bajado el ataúd, él pensó que eso no le gustaría a Reyna, ella odiaba la oscuridad, y de pronto se sintió culpable de que ella pudiera estar aterrada por estar toda la eternidad en un sitio tan frío.
Hace una semana que se había enterado de todo, y ahora la culpa iba mermando todas sus energías, cada una de ellas. Aún saboreaba con amargo sabor, la noticia que fue el detonante de que esta situación le estremeciera las entrañas.
—¿Qué avances tienes? —le preguntó Marcel con tono hosco, al detective privado que había contratado.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, uno que sin duda le incomodó a Marcel.
—Desde que encontramos al adúltero hace una semana, ha estado jurando que no le ha hecho absolutamente nada importante a tu mujer, pero no fue hasta que yo hubiera descubierto que el traficaba con drogas, cuando admitió que había sido contratado por alguien.
—¿Quién le contrataba? —interrogó Marcel.
—Dijo que la única razón por la que está declarando todo, es porque no quiere que lo acusen de una posible violación, nos permitió tener acceso al registro de sus cuentas bancarias y encontramos en una, un depósito por más de cien mil euros, la persona que pagó esa cantidad fue…
Marcel frunció el ceño.
—Habla, ¿quién fue?
Tras un breve suspiro de cansancio, finalmente el hombre respondió, sabiendo que a su jefe no le iba a gustar nada la respuesta.
—La señorita Nicolle Turner, su hermanastra.
La rabia le subió al rostro, haciendo que arrasara con todos los papeles que estaban sobre su escritorio.
—¡No puede ser, m*****a sea! —bramó con el corazón palpitando fuertemente dentro de su caja torácica, colgando el teléfono.
No podía imaginar, ni por asomo, que su bien educada hermanastra hiciera algo así. Para tenderle una trampa a su cuñada, ¿por qué?
—¿Seguro que es mi hermana? ¿Podría haber algún malentendido?
—De ninguna manera, es su cuenta privada no una cuenta pública
Si antes se sentía mal, ahora mucho peor, por lo que echo una furia, con un vorágine llena de emociones, se subió a su mercedes y pisando el acelerador, hizo que las llantas emitieran un chirrido ensordecedor, sabía la dirección del hotel en el que se estaba hospedando su ex mujer, recordando que una semana después de haberla abandonado, él le mandó con su abogado los papeles del divorcio, y ella los firmó.
—Joder —golpeó el volante con fuerza contenida.
El tráfico a esa hora era un desastre, recordando que había estado casado con Reyna, tres años, en los cuales, pese al gusto que tenía por su exquisita belleza, sus corazones jamás encajaron, sus sentimientos no estaban en la misma sintonía, a él le faltaba algo más en su vida, y eso, no se lo pudo ofrecer ella.
No tenían nada en común, el problema nunca fue ella, al contrario, siempre había sido una mujer maravillosa, buena esposa, pero incluso en la cama, no estaban sincronizados. Por lo que poco a poco él se fue enfrascando en su trabajando, puso distancia y su relación se congeló.
Pero al llegar al hotel, se enteró de que hacía meses que ella se había marchado, el mundo se le derrumbó encima, ordenó a sus investigadores a que la encontraran, y cuando se enteró de que ella estaba embarazada y que había regresado al pueblo que la vio crecer.
No recordaba mucho de ese sitio, solo estuvo una vez, por su boda, después, desapareció del mapa para él, hasta ahora, sabiendo que había cometido muchos errores, pero que estaba un hijo de por medio, con el corazón hecho trizas, decidió que tenía que recuperar lo único que lo ataba al mundo mundano.
[...]
Cuando Evanora logró escabullirse después del funeral, regresó al restaurante, el cual se encontraba ubicado al lado de la casa en donde vivía. Necesitaba un respiro, después de todo, haber visto a su cuñado fue un golpe duro. Arrastrando los pies, con el cansancio por encima, entró al restaurante, sin saber que a las afueras, ya estaba el auto del detective del Sr. Turner, vigilando con ojos de halcón.
Sin saber ella, que él se había adelantado y ya incluso había almorzado antes en aquel lugar, con el fin de recolectar información.
El hombre levantó el teléfono y no dudó el marcar el número del hotel en el que se estaba quedando Marcel.
—¿Algún progreso? Espero la hayas encontrado —añadió con el ceño fruncido.
Al tiempo que miraba a través de la ventana, el paisaje nublado.
—La encontré, está dentro del restaurante que era propiedad de los padres de su ex esposa y su hermana, hay servicio, una de las trabajadoras me informó que ella cuida de dos bebés, al parecer no les va muy bien.
El impacto de la noticia hizo que Marcel tragara grueso y que sintiera toda la adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo, de pronto, era como si se le hubiera olvidado respirar, procesando las palabras del detective.
—¿Dos? —se alejó de la ventana y se pasó una mano por el cabello.
—Sí, señor, ¿quiere que busqué más?
—No, déjalo así —argumentó ansioso y colgó.
Marcel se dispuso a ir al restaurante, con el corazón latiendo frenético. Por otra parte, a través de la reja que separaba el local de la casa, podía escuchar los llantos de sus sobrinos, pese a la ligera llovizna. Se fue en busca de la cocina para revisar las provisiones, no quedaban demasiadas cosas, necesitaba comprar más leche en polvo, así como pañales.
No contaba con demasiado dinero en esos momentos, por lo que tendría que resolver eso cuanto antes, con el corazón en la mano, sintiéndose miserable por no poder hacer más por ellos en estos momentos, salió del restaurante y se dedicó a atender a Dante y a Dorian, como les había puesto. Estaba tirando al cesto de basura el último pañal que le quedaba, una vez que los había dormido, cuando escuchó el timbre.
Evanora dio un respingo sabiendo que quizás se trataba del cartero con una nueva factura de luz, bajó las escaleras y se dirigió hacia el recibidor.
—¿Quién es? —preguntó dudosa.
Al no obtener la respuesta, armándose de valor, abrió la puerta, pero al ver a la persona que estaba frente a sus ojos, maldijo para sus adentros e intentó cerrar de nuevo la puerta.
—¡Mierda!
Empujó con fuerza, con la idea vana de darle con la puerta en las narices, pero no pudo, debido a que la empujaron.
—¿Así es como le das la bienvenida al marido de tu hermana? —le preguntó Marcel, entrando a la fuerza—. Cuñada.
El tono irónico en su voz, la hizo perder los estribos. Su pecho subía y bajaba, el aire le parecía pesado, el ambiente se volvió hostil, pero él no estaba reparando en sus ojos asesinos, sino, en la blusa desabotonada que traía puesta Evanora, dejando entrever sus pechos firmes, nada en comparación con los casi inexistentes de Reyna, su ex esposa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó ella con firmeza, poniendo las manos en jarras—. ¡No eres bienvenido, te voy a demandar por acoso y allanamiento a la morada!
—No me quedaré mucho tiempo —él dio un paso adelante—. Solo he venido por lo que es mío.
—¡Aquí no hay nada tuyo, así que largo de mi vida, que ya has hecho demasiado daño! —punteó Evanora, señalándolo con el dedo.
Ambos se lanzaron una mirada envenenada, sin embargo, fue Marcel quien ladeo una mueca.
—Hablo de mis hijos, sé que son gemelos.
Los nervios y la paciencia de Evanora, se habían evaporado con esas sencillas palabras, sus piernas no le respondían a sus súplicas mentales. Tomó una larga bocanada de aire, ¿cómo le hizo para enterarse de todo? —No tengo idea de lo que hablas, aquí no hay nada tuyo, mucho menos hijos —exclamó ella con voz queda. —¡Sé que estás mintiendo, no te atrevas a esconder a mis hijos! —Marcel mermó el espacio entre los dos, haciendo que ella se sintiera más pequeña—. ¡Podría demandarte por esto! ¿Acaso no lo ves? No tienes caso que sigas escondiendo la verdad que ya salió a la luz.—¿Ver? —ella perdió la batalla con la cordura y lo empujó, aunque no le movió ni un solo milímetro—. Lo que veo es… ¡Qué ellos no necesitan un padre como tú! Las lágrimas se le acumulaban en el rostro a Evanora, él pudo ver que ella no estaba dispuesta a perder. Él tampoco. —¡A un hombre que trató a mi hermana como zorra, cuando ella el único pecado que cometió, fue enamorarse de un hombre sin corazón! —señaló
Evanora caminaba de un lado a otro, no iba a permitir que su cuñado Marcel, la intimidara, si bien era cierto que ella tenía más que perder en esta situación, no era de las mujeres que se dejaban vencer tan fácil, una cualidad que Reyna le admiraba. Se detuvo a admirar a sus sobrinos dormidos, ellos habían sacado el color de cabello castaño de Marcel, pero se parecían a su hermana, sus rasgos físicos, además de que heredaron los ojos grises que caracterizan a los Taylor. No quería dejarlos, eso le supondría un dolor inmenso en el pecho. Pero si bien era cierto, debía de solucionar los asuntos monetarios que tenía, por lo que habiendo dejado que durmieran, se dirigió al restaurante, temerosa de que se encontrara con Marcel de nuevo, afortunadamente no estaba. —¿Todo bien, jefa? La voz de Erin Scott, una chica de estatura mediana, cabello color rubio platino y ojos verdes, su mejor amiga, mesera y quien le ayudaba administrar el restaurante en su ausencia, la sacó de su ensimismamie
Evanora se sentía acechada por su cuñado y su abogado, como se acababa de presentar, ella les ofreció café de mala gana, no confiaba en ninguno de ellos, los corrió varias veces hasta que desató la risa cruel de Finn, dejándole en claro, que no se iban a ir hasta que ella los escuchara, solo por eso aceptó que se quedaran. Y ahora estaban delante de ella, ella miraba a Marcel con ojos cargados de odio, desprecio en el más fiero filo, mientras que Finn, advertía las malas condiciones en las que se hallaba viviendo. —¿Y bien? —fue ella quien rompió el silencio—. Hablen, tengo cosas que hacer. Lo cierto es que ella no quería que estuvieran presentes en las negociaciones que quería hacerle a aquel hombre, mirando con impaciencia la hora en su reloj, sin darse cuenta, comenzó con un tic nervioso que le hacía repiquetear la pierna. —Vengo a ofrecerte un trato, a cambio de mis hijos —habló Marcel. Evanora, molesta, triste y aturdida, levantó el mentón con débil orgullo, no iba a dejar
Evanora se sentía confundida, extasiada de poder estar al lado de sus sobrinos, el único recuerdo que le había dejado su hermana mayor por dos minutos, antes de morir, Marcel había cumplido con su palabra, de hecho, el hombre no tardó en pagar las deudas que ella tenía y en comprar el restaurante, de ese modo, ya estaba liberada de las cadenas monetarias que por años, la habían estado a punto de ahorcar, incluyendo con la hipoteca de la casa, así que ahora se sentía libre. Recordó la última plática que tuvo con su mejor amiga, Erin, a quien dejó a cargo de todo mientras ella regresaba, porque tenía la firme convicción de que lo haría. —¿Estás segura de lo que haces? —inquirió Erin con el ceño ligeramente fruncido. Evanora le había confesado todo, con ella nunca tenía secretos. —Sí, es lo mejor, el desgraciado ha cumplido con su palabra, además, aunque quisiera, ya no puedo echarme atrás, está de por medio el contrato que he firmado. —Siento que te has metido en la boca del lobo y
Evanora la reconoció al instante, ella era la mujer que les tendió la trampa, la hermanastra de Marcel, Nicolle Turner. A palabras de su hermana, era una mujer tan superficial y frívola. Jamás quiso a Reyna y ahora lo podía comprobar. Cuando ella posó sus ojos sobre Evanora, creyendo que se trataba de Reyna. —¡¿Qué hace esta zorra aquí?! —la apuntó con el dedo. Evanora tuvo que contener la rabia. —¡Marcel, esta zorra no puede estar aquí, recuerda cómo te engañó! —exclamó Nicolle, fingiendo que le dolía toda aquella situación. Marcel sintió como poco a poco su genio se iba pudriendo, sabía perfectamente que su hermanastra era quien había tenido toda la culpa de su separación con Reyna, ella fue quién pagó al modelo que encontró en la cama con su ex esposa. La rabia comenzaba a consumirlo y eso era algo de lo que se dio cuenta Evanora. «Actúa como Reyna, actúa como tu hermana»Marcelo pudo ver claramente la lucha interna de su cuñada, temeroso de que ella no supiera cómo reacciona
Evanora evitó mirar a Marcel, deseando en el fondo que se apartara de ella. Que la dejara en paz un momento, había muchas cosas que procesar. —Quiero estar sola —le pidió. —Reyna era dulce, amable, inocente, tienes que… Evanora rechinó los molares a tal grado que la fricción le pareció casi dolorosa. —No tienes que repetirme lo que debo hacer. Marcel estudió la expresión en blanco de su cuñada, esto era más difícil de lo que creyó. —La niñera de mis hijos se llama Angela Cirbelle, es una de las mejores capacitadas para este tipo de trabajo, así que tu único trabajo será administrar la casa —Marcel mermó el espacio entre los dos, con la única intención de intimidarla. El problema es que no funcionó. Todo lo tenía planeado, Evanora pensó que su cuñado era un hombre que solía exagerar las cosas, un maníaco del control. —Quisiera trabajar —propuso ella. Estaba de acuerdo a regañadientes con hacer de administradora del hogar, pero el poder aprovechar ese tiempo haciendo algo de pro
En cuanto Evanora sintió la vergüenza, calentando sus mejillas, maldijo el no haberse puesto un par de zapatos con tacón corto, no pensó que fuera necesario, sí, como no, estaba acostumbrada a tratar estos temas con calma, sin embargo, no estaba en su territorio, los nervios la mataron y solo se olvidó de ello, rápidamente intentó dar un paso con la cabeza alta, pero eso no era lo que le preocupaba, sino, el hecho de que su cuñado la estuviera fulminando con la mirada. Por lo que decidió levantar la cabeza y tratar de dar un nuevo paso, no obstante, el dolor se disparó por su columna vertebral, al bajar la mirada, se dio cuenta de que su tobillo estaba teñido de un rojo carmín escandaloso, pero no solo se trataba de eso, sino, que el dolor parecía más una torcedura, al intentar dar un nuevo paso, perdió el equilibrio y casi cayó, de no ser por un par de brazos fuertes que la sostenían. La única razón por la que no le decía nada, era porque tenía que actuar como buen marido frente a t
La alarma del despertador no pudo contra los nervios de Evanora, durmió bien, sin embargo, se despertó demasiado temprano, con dolor de cabeza al recordar las palabras que me dijo Nicolle, ella era una mala persona. Se metió a la ducha, se puso unos de los tantos trajes bien recatados de su hermana, aunque al final, se desabotonó tres ojales más, pensó que eso le daría un toque extra de su buen gusto, luego se dirigió a la habitación de sus sobrinos, en donde Ángela les daba el biberón. —Buenos días, señora Turner —la saludó con la típica sonrisa arrolladora. —Hola —sonrió Evanora. Se acercó a sus sobrinos, les dio un beso a cada uno de ellos en la coronilla, y luego se dirigió a la salida. —Muchas gracias por cuidarlos —le dijo a la mujer, antes de que se marchara. —Pierda cuidado, yo los cuidaré bien. Con esas palabras se salió. No estaba tan segura, veía que ella era buena, pero también sabía que las apariencias engañan, por lo que decidió tomarse las cosas con calma. Justo