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Capítulo 2: Visitante Inesperado

Los ojos de Marcel no se apartaban de Evanora, quien le daba el último adiós a su hermana, mientras observaba el oscuro lugar al que estaba siendo bajado el ataúd, él pensó que eso no le gustaría a Reyna, ella odiaba la oscuridad, y de pronto se sintió culpable de que ella pudiera estar aterrada por estar toda la eternidad en un sitio tan frío. 

Hace una semana que se había enterado de todo, y ahora la culpa iba mermando todas sus energías, cada una de ellas. Aún saboreaba con amargo sabor, la noticia que fue el detonante de que esta situación le estremeciera las entrañas. 

—¿Qué avances tienes? —le preguntó Marcel con tono hosco, al detective privado que había contratado. 

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, uno que sin duda le incomodó a Marcel. 

—Desde que encontramos al adúltero hace una semana, ha estado jurando que no le ha hecho absolutamente nada importante a tu mujer, pero no fue hasta que yo hubiera descubierto que el traficaba con drogas, cuando admitió que había sido contratado por alguien.

—¿Quién le contrataba? —interrogó Marcel.

—Dijo que la única razón por la que está declarando todo, es porque no quiere que lo acusen de una posible violación, nos permitió tener acceso al registro de sus cuentas bancarias y encontramos en una, un depósito por más de cien mil euros, la persona que pagó esa cantidad fue… 

Marcel frunció el ceño. 

—Habla, ¿quién fue? 

Tras un breve suspiro de cansancio, finalmente el hombre respondió, sabiendo que a su jefe no le iba a gustar nada la respuesta. 

—La señorita Nicolle Turner, su hermanastra.   

La rabia le subió al rostro, haciendo que arrasara con todos los papeles que estaban sobre su escritorio. 

—¡No puede ser, m*****a sea! —bramó con el corazón palpitando fuertemente dentro de su caja torácica, colgando el teléfono.

No podía imaginar, ni por asomo, que su bien educada hermanastra hiciera algo así. Para tenderle una trampa a su cuñada, ¿por qué?

—¿Seguro que es mi hermana? ¿Podría haber algún malentendido?

—De ninguna manera, es su cuenta privada no una cuenta pública

Si antes se sentía mal, ahora mucho peor, por lo que echo una furia, con un vorágine llena de emociones, se subió a su mercedes y pisando el acelerador, hizo que las llantas emitieran un chirrido ensordecedor, sabía la dirección del hotel en el que se estaba hospedando su ex mujer, recordando que una semana después de haberla abandonado, él le mandó con su abogado los papeles del divorcio, y ella los firmó. 

—Joder —golpeó el volante con fuerza contenida. 

El tráfico a esa hora era un desastre, recordando que había estado casado con Reyna, tres años, en los cuales, pese al gusto que tenía por su exquisita belleza, sus corazones jamás encajaron, sus sentimientos no estaban en la misma sintonía, a él le faltaba algo más en su vida, y eso, no se lo pudo ofrecer ella. 

No tenían nada en común, el problema nunca fue ella, al contrario, siempre había sido una mujer maravillosa, buena esposa, pero incluso en la cama, no estaban sincronizados. Por lo que poco a poco él se fue enfrascando en su trabajando, puso distancia y su relación se congeló. 

Pero al llegar al hotel, se enteró de que hacía meses que ella se había marchado, el mundo se le derrumbó encima, ordenó a sus investigadores a que la encontraran, y cuando se enteró de que ella estaba embarazada y que había regresado al pueblo que la vio crecer. 

No recordaba mucho de ese sitio, solo estuvo una vez, por su boda, después, desapareció del mapa para él, hasta ahora, sabiendo que había cometido muchos errores, pero que estaba un hijo de por medio, con el corazón hecho trizas, decidió que tenía que recuperar lo único que lo ataba al mundo mundano. 

[...] 

Cuando Evanora logró escabullirse después del funeral, regresó al restaurante, el cual se encontraba ubicado al lado de la casa en donde vivía. Necesitaba un respiro, después de todo, haber visto a su cuñado fue un golpe duro. Arrastrando los pies, con el cansancio por encima, entró al restaurante, sin saber que a las afueras, ya estaba el auto del detective del Sr. Turner, vigilando con ojos de halcón. 

Sin saber ella, que él se había adelantado y ya incluso había almorzado antes en aquel lugar, con el fin de recolectar información.

El hombre levantó el teléfono y no dudó el marcar el número del hotel en el que se estaba quedando Marcel. 

—¿Algún progreso? Espero la hayas encontrado —añadió con el ceño fruncido. 

Al tiempo que miraba a través de la ventana, el paisaje nublado. 

—La encontré, está dentro del restaurante que era propiedad de los padres de su ex esposa y su hermana, hay servicio, una de las trabajadoras me informó que ella cuida de dos bebés, al parecer no les va muy bien. 

El impacto de la noticia hizo que Marcel tragara grueso y que sintiera toda la adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo, de pronto, era como si se le hubiera olvidado respirar, procesando las palabras del detective. 

—¿Dos? —se alejó de la ventana y se pasó una mano por el cabello. 

—Sí, señor, ¿quiere que busqué más? 

—No, déjalo así —argumentó ansioso y colgó. 

Marcel se dispuso a ir al restaurante, con el corazón latiendo frenético. Por otra parte, a través de la reja que separaba el local de la casa, podía escuchar los llantos de sus sobrinos, pese a la ligera llovizna. Se fue en busca de la cocina para revisar las provisiones, no quedaban demasiadas cosas, necesitaba comprar más leche en polvo, así como pañales. 

No contaba con demasiado dinero en esos momentos, por lo que tendría que resolver eso cuanto antes, con el corazón en la mano, sintiéndose miserable por no poder hacer más por ellos en estos momentos, salió del restaurante y se dedicó a atender a Dante y a Dorian, como les había puesto. Estaba tirando al cesto de basura el último pañal que le quedaba, una vez que los había dormido, cuando escuchó el timbre. 

Evanora dio un respingo sabiendo que quizás se trataba del cartero con una nueva factura de luz, bajó las escaleras y se dirigió hacia el recibidor. 

—¿Quién es? —preguntó dudosa. 

Al no obtener la respuesta, armándose de valor, abrió la puerta, pero al ver a la persona que estaba frente a sus ojos, maldijo para sus adentros e intentó cerrar de nuevo la puerta. 

—¡Mierda! 

Empujó con fuerza, con la idea vana de darle con la puerta en las narices, pero no pudo, debido a que la empujaron. 

—¿Así es como le das la bienvenida al marido de tu hermana? —le preguntó Marcel, entrando a la fuerza—. Cuñada. 

El tono irónico en su voz, la hizo perder los estribos. Su pecho subía y bajaba, el aire le parecía pesado, el ambiente se volvió hostil, pero él no estaba reparando en sus ojos asesinos, sino, en la blusa desabotonada que traía puesta Evanora, dejando entrever sus pechos firmes, nada en comparación con los casi inexistentes de Reyna, su ex esposa. 

—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó ella con firmeza, poniendo las manos en jarras—. ¡No eres bienvenido, te voy a demandar por acoso y allanamiento a la morada! 

—No me quedaré mucho tiempo —él dio un paso adelante—. Solo he venido por lo que es mío. 

—¡Aquí no hay nada tuyo, así que largo de mi vida, que ya has hecho demasiado daño! —punteó Evanora, señalándolo con el dedo. 

Ambos se lanzaron una mirada envenenada, sin embargo, fue Marcel quien ladeo una mueca.

—Hablo de mis hijos, sé que son gemelos. 

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