Ofelia observó por enésima vez el reloj en la pared. Imperio y Tristán recién habían salido a la cita que maquiavélicamente había planificado para llevar a cabo sus planes. No, no eran sus planes; eran los planes de su padre. Él quería que se casara con un hombre rico, que le ayudara a progresar en su carrera y claramente no importaba el medio para lograrlo.
Era más que claro que le tenía sin cuidado lo que ella pudiera desear o sentir.
«No tengo la culpa de que no nacieras hombre Ofelia. Me hubiese gustado tener un macho y no una…»
—Niña —susurró al recordar las palabras de su padre, el pan de cada día. No había día que él no le recordara el gran pecado de ser una mujer y no un niño cómo era su deseo.
Suspiró y esperó un poco más, estaba nerviosa y cuando el timbre sonó, todo su cuerpo se estremeció, sus manos temblaban. Por lo que se obligó a caminar para abrir la puerta y dibujar una sonrisa en el rostro para que él no se diera cuenta de nada.
—Buenas noches, ¿Cómo estás? —preguntó el hombre parado frente a ella, su sonrisa le derritió el corazón.
—Hola Luciano, ahora me siento un poco mejor, gracias por venir a mi rescate. La verdad es que no quería arruinar la primera salida de mamá con Tristán por culpa de mi abuelo, que finalmente no pudo venir —dijo ofreciéndole una bebida y un lugar en el sillón.
—No te preocupes Ofelia, para eso somos los amigos y tú eres la prima de mi mejor amigo, es lo menos que puedo hacer por Tristán y por tu madre que se ha portado muy bien conmigo —respondió bebiendo el jugo de naranja que ella le había ofrecido.
—Y entonces… ¿Cuál era la emergencia? —preguntó acomodándose en el sillón.
—La primera es que no quería quedarme sola y lo segundo es mi computador, estaaaan viejo que no quiere responder ¿Podrías revisar? —preguntó con una ligera sonrisa.
—No soy experto en computadoras, pero supongo que algo podré hacer —dijo Luciano poniéndose de pie. —¿Dónde está? —preguntó esperando que ella le indicara el camino.
—Está en mi habitación, mamá se molesta si uso el estudio, ya sabes cómo es —dijo caminando hacia las escaleras, esperando que él fuera tras ella.
Luciano pensó que era una verdadera pena que Ofelia fuera tan joven, la primera vez que la había visto, había captado su atención, lastimosamente la diferencia entre ellos eran abismales. Movió la cabeza ligeramente para apartar aquellos pensamientos, Ofelia era la prima hermana de Tristán y era totalmente prohibida para él.
Ofelia abrió la puerta y le enseñó el mueble donde estaba su computadora “descompuesta”
—Es esa, mira es terriblemente vieja, parece que fue de las primeras en fabricarse —dijo con un gesto de tristeza.
—Le hablaré a Tristán sobre un préstamo para que puedas comprarte una computadora nueva, pero mientras eso sucede, voy a revisar esta —dijo acercándose hacia el mueble.
Un repentino calor inundó su cuerpo y conforme los segundos fueron pasando su cuerpo se fue sintiendo terriblemente sensible y el roce de sus propias prendas le molestaba; trató de ignorar ese repentino malestar y revisó el computador. La pantalla no estaba conectada a la corriente y esa era la razón. Pero de repente algo en su cabeza hizo clic.
Ofelia dio un paso atrás cuando Luciano se giró abruptamente y sus ojos se volvieron fieros, su frente estaba perlada de sudor.
—¿Q-qué sucede? —preguntó al verlo caminar en su dirección.
—¿Qué fue lo que me hiciste? ¡¿Qué fue lo que me diste?! —rugió como si fuese un animal herido.
Luciano se maldijo por haber confiado en ella, había ido derechito a una m*****a trampa.
Caminó hacia la puerta, pero la m*****a chiquilla le había puesto seguro.
—Lo siento Luciano —susurró Ofelia a su espalda, demasiado cerca para su gusto y su cuerpo se estremeció ante el calor femenino.
—Aléjate de mí —le pidió. Pero sabía muy bien que ya todo estaba perdido, el deseo recorría su cuerpo como lava, quemaba y dolía hasta el punto que empezaba a nublarle la mente.
Luciano hizo un último intento por apartarse, pero fracasó estrepitosamente y de un momento a otro terminó sobre la cama y no fue del todo consciente de lo que sucedió.
Un par de horas más tarde abrió los ojos, estaba sudoroso y desnudo junto al cuerpo de Ofelia. El enojo se abrió paso a través de su embotada mente. Él había luchado contra el deseo que nació y quemó en su interior, pero finalmente no pudo evitarlo. Estaba seguro, completamente seguro que Ofelia Carranza lo había drogado y abusado de él.
—¿Podemos ser novios? ¿Te casarás conmigo? —preguntó Ofelia, había hecho las cosas tal cual su padre se las había indicado. Había sido él quien le había dado el polvo que vertió en la bebida de Luciano. Esperaba que su padre finalmente se sintiera orgulloso de ella, aunque su feminidad doliera mucho, ella había cumplido.
—No quiero volver a saber nada más de ti, no quiero volver a verte —dijo Luciano incorporándose de la cama. Tenía una sensación extraña en el cuerpo, pero se obligó a tomar su ropa y vestirse rápidamente, se sentía asqueado por lo que allí había sucedido.
—Luciano, por favor no puedes hablar enserio después de lo que sucedió —dijo con lágrimas en sus ojos.
—Eres mucho peor que tu padre, Ofelia —respondió, quitó el seguro que horas antes no pudo y salió de esa casa como alma que lleva el diablo.
Ofelia permaneció quieta sentada sobre su cama. La puerta había sido cerrada de manera brusca por Luciano. Él se había marchado dejándola con el cuerpo y el corazón dolorido. Ella solamente quería que se fijara en ella, pero escuchar aquellas duras palabras salir de sus labios después de lo que habían hecho, fue como un balde de agua fría sobre su joven cuerpo, cómo una bofetada sobre su rostro. ¡Ella no era como su padre! No lo era, ella solo quería tener un lugar en el corazón de ese hombre frío. Solo quería que la mirara con ojos de orgullo, aunque fuera solo por una vez. Por eso había aceptado aquel plan. «¿Y crees que eso puede justificar lo que le has hecho?», le recriminó su conciencia con dureza. «Le mentiste, lo engañaste para que viniera a ti, lo drogaste para que yaciera contigo, como si fueras una put4…»
Luciano miró a Tristán con intensidad después de haberle revelado la verdad sobre lo que Ofelia le había hecho y lo que había ocurrido entre ellos.Había guardado el secreto de todo, porque pensó que no tenía ningún sentido hacerlo público, ¿Qué ganaría con exponerla? Él era un hombre hecho y derecho, ¿Quién creería que había caído en la trampa de una mujer que apenas empezaba a vivir? Esas dudas le habían hecho callar, pero había sido un error en toda la extensión de la palabra. Porque no había dejado de pensar en lo ocurrido hasta el punto de no poder conciliar el sueño.Las imágenes de dos cuerpos desnudos entrelazados lo perseguían y el sonido de los labios de Ofelia lo atormentaban que finalmente había sucumbido al deseo y la necesidad de expresarse, pensando que de esa manera p
Luciano observó el vaso de whisky sobre el escritorio, sentía unas inmensas ganas de emborracharse hasta ser capaz de olvidarse de su nombre y de todo lo que le atormentaba. Pero sabía que esa no era una buena decisión, no había probado licor desde hacía una semana, porque los recuerdos se volvían mucho más nítidos y más dolorosos. Los dos suaves toques a la puerta lo distrajeron de su deseo y agradeció a quien quiera que le interrumpió.—Adelante —dijo cambiando su semblante, por un momento se olvidó que sus padres estaban fuera.—Lamento interrumpirlo señor Barrera, pero afuera hay un hombre que pide hablar con usted —dijo la joven.—Te dijo su nombre —preguntó, porque él no recordaba haber citado a nadie a su casa.—No, pero dijo que era urgente y que era mejor que lo recibiera si no quería ser
—No estás obligado a visitar la casa de Valerio. Ninguna de sus amenazas te puede afectar —se dijo mirándose al espejo mientras se arreglaba la corbata.Pero él sabía que, si no asistía esa noche, Valerio no dejaría de acosarlo y hostigarlo, él no quería eso, no lo necesitaba. Sin embargo, dejaría claro de una buena vez las cosas con la familia Carranza.Bajó de su habitación y salió de casa, tratando de mantenerse sereno, porque de lo contrario terminaría asesinando a Valerio y la bruja de su hija.Mientras tanto Ofelia escuchaba los gritos que provenían del primer piso, sabía que sus padres estaban discutiendo de nuevo y esta vez era ella la principal razón; ella y el bebé que esperaba.—¿Qué haces aquí? —escuchó la voz de su madre.Ofelia nunca creyó que su madre se arma
—Lamento interrumpir su clase, seño Clarita, pero el señor Valerio pregunta por su hija. Ofelia, tu padre te espera en el salón de reuniones —dijo la directora.Ofelia se sorprendió al escuchar las palabras de la señora directora. Valerio no era un hombre que se molestara por presentarse al colegio, ni siquiera para la celebración del día del padre, ese lugar era para su abuelo Silvestre.—Date prisa, no quiero interrumpir al resto de tus compañeros —le apremió y ella sin remedio tomó su mochila y caminó detrás de la mujer.Ofelia respiró profundo antes de abrir la puerta para encontrar la mirada seria de su padre. Podía adivinar con facilidad que estaba furioso.—¿Q-qué ha-haces aquí? —tartamudeo sin atreverse a dar un solo paso más.—¿Qué hago aquí? Eres
Ofelia se recargó ligeramente contra la puerta, sentía que sus piernas iban a fallarle en cualquier momento. Escuchar las palabras de Luciano fue devastador, pero como se lo había prometido ya no tenía tiempo para llorar por lo que había hecho, era momento de resurgir y aunque el proceso fuera muy doloroso, estaba decidida a conseguirlo.Sé limpió las lágrimas y caminó hacia la recepción. Vio el auto de su padre estacionado en el parqueo y antes de poder pensarlo mejor y volver a ser la cobarde de siempre se dirigió hacia la chica detrás del escritorio y con una fingida sonrisa habló:—Hola.—Hola, ¿Hay algo más en qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer con amabilidad.—Eeh… Sí, la verdad sí, quisiera saber si puedo salir por la puerta de emergencia —susurró con preocupación
Luciano tenía aquella extraña sensación de que el corazón le iba a salir de su pecho. Había escuchado el corazón de su pequeño bebé y también descubierto que Ofelia realmente pensaba en él, cuando no estaba presente y eso jodidamente no era fingido. Ella no tenía manera de saber que estaba justo allí detrás de la cortina y había escuchado todo.Cuando Ofelia se marchó, apartó la cortina, las piernas del hombre fuerte y seguro de sí, parecían de gelatina, se sentó en la silla más cercana.—¿Todo bien? —le preguntó la doctora al verlo.—No, nada está bien conmigo, pero le agradezco este gesto que ha tenido conmigo. Por favor, no le diga que estuve aquí y cualquier situación que se presente con el embarazo no dude en llamarme —pidió entregando su número pe
Ofelia ya ni recordaba cómo había terminado la discusión con su madre, se sentía vapuleada emocionalmente y prefirió retirarse de la sala. Estaba cansada de una manera que nadie podía comprender o quizás sí, únicamente alguien que había sufrido lo mismo que ella podía ser capaz de entender su dolor.Por un perturbador momento, tuvo el impulso de tomar su maleta y marcharse, pero un rayo de lucidez le hizo darse cuenta de dos cosas. Primero: no tenía un lugar a donde ir, no podía siquiera contar con Luciano, a ese hombre ya le había hecho mucho daño, para intentar pedirle ayuda y Dos: Necesitaba ayuda desesperadamente. Ella por su cuenta no lo había logrado, seguía siendo frágil ante las adversidades, sobre todo, porque seguía guardando todo lo ocurrido en lo más profundo de su corazón; era algo que la atormentaba y no le dejaba ver