Ofelia permaneció quieta sentada sobre su cama. La puerta había sido cerrada de manera brusca por Luciano. Él se había marchado dejándola con el cuerpo y el corazón dolorido. Ella solamente quería que se fijara en ella, pero escuchar aquellas duras palabras salir de sus labios después de lo que habían hecho, fue como un balde de agua fría sobre su joven cuerpo, cómo una bofetada sobre su rostro. ¡Ella no era como su padre! No lo era, ella solo quería tener un lugar en el corazón de ese hombre frío. Solo quería que la mirara con ojos de orgullo, aunque fuera solo por una vez. Por eso había aceptado aquel plan. «¿Y crees que eso puede justificar lo que le has hecho?», le recriminó su conciencia con dureza. «Le mentiste, lo engañaste para que viniera a ti, lo drogaste para que yaciera contigo, como si fueras una put4…»
—¡Basta! ¡Basta! Solo quiero el respeto de mi padre, solo quiero que por una vez me vea con amor y se sienta orgulloso de mi. Seguí su consejo al pie de la letra, solo hice lo que él me pidió —gritó abrazando su cuerpo desnudo y dolorido.
»Solamente quiero que me quiera —sollozó con lágrimas en los ojos. Lloró hasta que perdió la noción del tiempo. Sabía que debía ponerse de pie y vestirse para que su madre no sospechara nada, pero se sentía rota, como si fuera una muñeca de trapo, sin valor.
«Debiste ser niño Ofelia, cuando acepté casarme con tu madre pensé que tendría un hijo varón que me hiciera sentir orgulloso de llamarlo hijo, que fuera como yo y no una versión más joven de Imperio. Si no fuera por el poco dinero de tu abuelo. Te juro que me habría desentendido de ella y de ti. Únicamente espero por el día que Silvestre muera para quedarme con ese dinero por el cuál he tenido que soportarlos a todos»
El recuerdo de las palabras de su padre dolió nuevamente, eso era lo más tierno que le había dicho, en ocasiones sentía que odiaba a su madre por el padre que había escogido darle y luego se odiaba a sí misma por no ser un niño. Las recientes palabras de su padre se abrieron paso por la bruma en la que se había sumergido.
«—Sabes Ofelia, hay una manera en la que tú puedes hacerme sentir orgulloso, solo tienes que hacer exactamente lo que yo te indique, si lo logras te juro que nunca más te echaré en cara tu condición de mujer, si logras conseguir que deje de ser un simple asalariado.
—¿Qué tengo que hacer papá, dime te juro que haré lo que me pidas, si prometes que me darás tu amor?
Ofelia escuchó atenta las palabras de su padre, mientras le entregaba un pequeño sobre.
—Solo tienes que verter este sobre en una bebida, no importa el tipo que sea, y luego dejar que él haga las cosas que necesite hacer. Tú solo debes cooperar. ¿Estás entendiendo Ofelia?
—Pero…
—Sin peros, necesito que hagas esto por mí ¿Sabes que la empresa de la familia Barrera es una de las más importantes del país? Si logras que me convierta en el suegro de Luciano, y tenga un puesto de acorde a mi nombre o quizás ni siquiera tendré que preocuparme por trabajar, te prometo que las cosas serán distintas.
—Pero mamá se molestará…
—No se lo diremos, cuando las cosas estén hechas, no podrá hacer nada al respecto. Tu madre es tan fácil de engañar, Ofelia, solo debes pensar cómo y cuándo hacerlo. ¿Lo harás por mí querida, le darás a tu padre motivos para sentirse orgulloso o serás como tu madre?»
Ofelia apretó los ojos con fuerza dejando escapar muchas más lágrimas de sus ojos. Esperaba que su padre estuviera complacido porque todo estaba hecho ya.
Mientras tanto Luciano sentía su mundo desmoronarse ante sus ojos. Jamás imaginó que Ofelia fuera capaz de hacer algo tan bajo cómo llegar a drogarlo. ¿Qué era lo que pretendía? Pensó mientras estacionaba el auto a un lado de la carretera. Su cuerpo aun sentía los efectos del afrodisiaco, temblaba y sudaba debido al deseo que aun podía sentir. Echó la cabeza hacia atrás y gruñó para disimular el gemido que salió de su garganta.
—Maldita la hora que atendí tu llamada Ofelia Carranza, no debí confiar en ti. Debí olvidarme de esa atracción que sentí por ti, ahora solo puedo sentir rabia y odio. ¡Te odio con todas las fuerzas de mi alma! —gritó golpeando el volante con sus manos.
Luciano era un hombre adulto y con una madurez que pocos hombres tenían, sin embargo ni eso pudo evitar que se sintiera ultrajado. Esa era la palabra verdadera. Esa mujer había abusado de él, había cometido un crimen en su contra; Ofelia era mucho mucho peor que Valerio, esa mujer era el diablo.
Luciano perdió la noción del tiempo, no supo exactamente cuánto tiempo estuvo allí en medio de la nada, se sentía terriblemente mal. Su cuerpo dolía y su cabeza estaba a punto de reventar.
Se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que estaba llorando, se limpió con enojo aquellas lágrimas y volvió a encender el motor para volver a casa y olvidarse de lo sucedido, no quería volver a saber nada de Ofelia Carranza, la enviaría al baúl de los recuerdos, de los peores de su vida junto a aquella otra mujer que también tuvo el descaro de engañarlo, aunque comparado con lo que Ofelia le había hecho. Lo otro había sido una inocentada, pero igual de traidoras eran las dos.
Las siguientes semanas pasaron para los dos de diferente manera: mientras Luciano luchaba para olvidarse de Ofelia y de las imágenes que lo perseguían día y noche desde hacía cinco semanas, para Ofelia las cosas eran muy muy diferentes.
Luego de llamarle a su padre y decirle que todo estaba hecho, espero que Valerio cambiara su actitud hacia ella. Sin embargo su padre simplemente le dijo que tenía que esperar un poco más para saber si sus planes habían o no funcionado. Ella no entendía exactamente a qué se refería con esas palabras.
—Me has mentido —susurró con lágrimas en los ojos. —¡Me has mentido! —gritó mientras las náuseas volvían a estremecer su cuerpo. Corrió hacia el cuarto de baño y vació el contenido de su estómago. «Solo falta que termine por vomitar mis intestinos, llevo días sin poder probar bocado», pensó mientras se aferraba al retrete.
Había tenido que mentirle a su madre y decir que no tenía hambre y que comería algo en el colegio para evitar que le hiciera preguntas. No sabía si esto que le pasaba era provocado por algún virus estomacal o… «¿Era esto lo que papá estaba esperando?», pensó levantándose del suelo para lavarse la boca y los dientes. Se sentía de la patada y su aspecto no era mejor.
Bajo sus ojos había bolsas negras, las ojeras estaban muy marcadas y difícilmente podría cubrirlas con algo de maquillaje, aunque tenía una buena justificación en caso de que su madre preguntara, estaba en semanas de exámenes y era la excusa perfecta. Sin embargo, difícilmente podría explicar la pérdida de peso. Su rostro también se notaba más delgado.
Luchando contra una nueva ola de náuseas que le asaltó se dio una rápida ducha; estaba tarde y tenía que ir al colegio, no pudo evitar que su madre la llevase por lo tanto tenía que soportar el olor a diésel del auto y terminar visitando los baños del colegio.
Ofelia esperaba que Luciano pronto la buscara, él debía hacerlo o de lo contrario todo sería en balde y su padre estaría nuevamente molesto con ella.
Los siguientes tres días el patrón fue exactamente el mismo.
Ofelia visitó el baño religiosamente. Las náuseas matutinas no mejoraron, todo lo contrario, fueron haciéndose más y más molestas. Hasta que no pudo ocultarlo más y aquella mañana solo era el principio de todo lo que tendría que enfrentar.
—Ofelia, cariño, ¿Estás bien? —escuchó la voz de su madre en la habitación. Su cuerpo tembló, pero no pudo hacer nada para evitar volver a vaciar el estómago, llamando la atención de su madre al baño.
—¿Ofelia?
—No te acerques por favor —pidió poniéndose de pie y caminando al lavamanos para lavarse los dientes.
—¿Estás bien? —insistió.
—Creo que he cogido un virus estomacal, llevo algunos días así. ¡No quiero enfermar! —se quejó poniéndose en modo dramático para que su madre no preguntara tanto.
—Te llevaré a la clínica, estaré esperando abajo.
Ofelia ni siquiera respondió. Ella también quería saber lo que le ocurría a su cuerpo, se dio una ducha rápida y salió para encontrarse con su madre.
Media hora después salieron del consultorio para hacerse los chequeos que la doctora había solicitado.
—¿Por qué no me dijiste que te sentías mal? —escuchó a su madre preguntar.
—Nunca te das cuenta de nada mamá, desde que Tristán llegó a casa toda tu atención es para él, apenas te fijas en mí.
—No digas eso, Tristán es quien me ayuda a…
—Sé muy bien que Tristán te ayuda en la cocina, pero no puedes culparme. Nunca me enseñaste que debía hacerlo. Me dejaste suelta por la casa, nunca me delegaste ninguna responsabilidad por miedo a que hiciera algo malo o quebrara alguna de tus vajillas y papá terminara enojado. Prácticamente caminamos sobre la punta de nuestros pies cuando se trata de él —interrumpió a su madre, no sabía porque tocaba el tema o porque lo tenía atorado en su garganta y necesitaba sacarlo.
—Ofelia, no digas eso, yo solo…
—Tú solo te dejas llevar y hacer, si papá dice rana tú saltas. Nunca te he visto llevarle la contraria. Aceptas cada cosa que te impone y perdóname si el otro día no te apoyé con la oferta de trabajo que tenías, pero no tenía sentido ir en contra de papá si finalmente ibas a terminar haciendo lo que él te dijera.
—Estás siendo injusta Ofelia —susurró Imperio.
—¿Injusta? Injusta es la vida que tú me has dado al lado de mi padre, ¿De verdad no pudiste fijarte en otro hombre? —preguntó con decisión. Tenía que decirle todo lo que pasaba a su espalda. Decirle que la vida perfecta que creía tener era una mentira. Decirle el odio que su padre le mostraba por el simple hecho de ser una chica. Pero sus palabras se quedaron en la punta de su lengua, cuando la enfermera les entregó el resultado y les pidió pasar a la clínica de la doctora que la estaba atendiendo.
—Hablaremos de esto en casa —dijo su madre y ella se encogió de hombros, estaba segura que no volverían a tocar el tema nuevamente.
Ofelia escuchó las palabras de la doctora sin mucho interés según los exámenes realizados sólo tenía una ligera anemia que seguramente se arreglaría comiendo. Hasta que el semblante de la mujer cambió y la miró con interés.
—Me dijiste hace un momento que no habías intimado con ningún hombre —dijo la mujer arrugando el ceño.
Ofelia miró primero a su madre y luego a la profesional.
—¿Qué pasa? —preguntó al notar el silencio y la mirada de su madre sobre ella.
—Estás embarazada Ofelia, esperas un hijo….
Luciano miró a Tristán con intensidad después de haberle revelado la verdad sobre lo que Ofelia le había hecho y lo que había ocurrido entre ellos.Había guardado el secreto de todo, porque pensó que no tenía ningún sentido hacerlo público, ¿Qué ganaría con exponerla? Él era un hombre hecho y derecho, ¿Quién creería que había caído en la trampa de una mujer que apenas empezaba a vivir? Esas dudas le habían hecho callar, pero había sido un error en toda la extensión de la palabra. Porque no había dejado de pensar en lo ocurrido hasta el punto de no poder conciliar el sueño.Las imágenes de dos cuerpos desnudos entrelazados lo perseguían y el sonido de los labios de Ofelia lo atormentaban que finalmente había sucumbido al deseo y la necesidad de expresarse, pensando que de esa manera p
Luciano observó el vaso de whisky sobre el escritorio, sentía unas inmensas ganas de emborracharse hasta ser capaz de olvidarse de su nombre y de todo lo que le atormentaba. Pero sabía que esa no era una buena decisión, no había probado licor desde hacía una semana, porque los recuerdos se volvían mucho más nítidos y más dolorosos. Los dos suaves toques a la puerta lo distrajeron de su deseo y agradeció a quien quiera que le interrumpió.—Adelante —dijo cambiando su semblante, por un momento se olvidó que sus padres estaban fuera.—Lamento interrumpirlo señor Barrera, pero afuera hay un hombre que pide hablar con usted —dijo la joven.—Te dijo su nombre —preguntó, porque él no recordaba haber citado a nadie a su casa.—No, pero dijo que era urgente y que era mejor que lo recibiera si no quería ser
—No estás obligado a visitar la casa de Valerio. Ninguna de sus amenazas te puede afectar —se dijo mirándose al espejo mientras se arreglaba la corbata.Pero él sabía que, si no asistía esa noche, Valerio no dejaría de acosarlo y hostigarlo, él no quería eso, no lo necesitaba. Sin embargo, dejaría claro de una buena vez las cosas con la familia Carranza.Bajó de su habitación y salió de casa, tratando de mantenerse sereno, porque de lo contrario terminaría asesinando a Valerio y la bruja de su hija.Mientras tanto Ofelia escuchaba los gritos que provenían del primer piso, sabía que sus padres estaban discutiendo de nuevo y esta vez era ella la principal razón; ella y el bebé que esperaba.—¿Qué haces aquí? —escuchó la voz de su madre.Ofelia nunca creyó que su madre se arma
—Lamento interrumpir su clase, seño Clarita, pero el señor Valerio pregunta por su hija. Ofelia, tu padre te espera en el salón de reuniones —dijo la directora.Ofelia se sorprendió al escuchar las palabras de la señora directora. Valerio no era un hombre que se molestara por presentarse al colegio, ni siquiera para la celebración del día del padre, ese lugar era para su abuelo Silvestre.—Date prisa, no quiero interrumpir al resto de tus compañeros —le apremió y ella sin remedio tomó su mochila y caminó detrás de la mujer.Ofelia respiró profundo antes de abrir la puerta para encontrar la mirada seria de su padre. Podía adivinar con facilidad que estaba furioso.—¿Q-qué ha-haces aquí? —tartamudeo sin atreverse a dar un solo paso más.—¿Qué hago aquí? Eres
Ofelia se recargó ligeramente contra la puerta, sentía que sus piernas iban a fallarle en cualquier momento. Escuchar las palabras de Luciano fue devastador, pero como se lo había prometido ya no tenía tiempo para llorar por lo que había hecho, era momento de resurgir y aunque el proceso fuera muy doloroso, estaba decidida a conseguirlo.Sé limpió las lágrimas y caminó hacia la recepción. Vio el auto de su padre estacionado en el parqueo y antes de poder pensarlo mejor y volver a ser la cobarde de siempre se dirigió hacia la chica detrás del escritorio y con una fingida sonrisa habló:—Hola.—Hola, ¿Hay algo más en qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer con amabilidad.—Eeh… Sí, la verdad sí, quisiera saber si puedo salir por la puerta de emergencia —susurró con preocupación
Luciano tenía aquella extraña sensación de que el corazón le iba a salir de su pecho. Había escuchado el corazón de su pequeño bebé y también descubierto que Ofelia realmente pensaba en él, cuando no estaba presente y eso jodidamente no era fingido. Ella no tenía manera de saber que estaba justo allí detrás de la cortina y había escuchado todo.Cuando Ofelia se marchó, apartó la cortina, las piernas del hombre fuerte y seguro de sí, parecían de gelatina, se sentó en la silla más cercana.—¿Todo bien? —le preguntó la doctora al verlo.—No, nada está bien conmigo, pero le agradezco este gesto que ha tenido conmigo. Por favor, no le diga que estuve aquí y cualquier situación que se presente con el embarazo no dude en llamarme —pidió entregando su número pe
Ofelia ya ni recordaba cómo había terminado la discusión con su madre, se sentía vapuleada emocionalmente y prefirió retirarse de la sala. Estaba cansada de una manera que nadie podía comprender o quizás sí, únicamente alguien que había sufrido lo mismo que ella podía ser capaz de entender su dolor.Por un perturbador momento, tuvo el impulso de tomar su maleta y marcharse, pero un rayo de lucidez le hizo darse cuenta de dos cosas. Primero: no tenía un lugar a donde ir, no podía siquiera contar con Luciano, a ese hombre ya le había hecho mucho daño, para intentar pedirle ayuda y Dos: Necesitaba ayuda desesperadamente. Ella por su cuenta no lo había logrado, seguía siendo frágil ante las adversidades, sobre todo, porque seguía guardando todo lo ocurrido en lo más profundo de su corazón; era algo que la atormentaba y no le dejaba ver
—Hola —saludó Ofelia con cierto temor. Tenía la seguridad de que su madre le había contado a su abuelo toda la pataleta que había hecho al descubrir la relación que tenía con Tristán.—¿Tu madre? —preguntó Silvestre con seriedad.—En el trabajo, creo que hoy tenía que firmar con una empresa que se ha interesado en sus diseños —le comunicó sin moverse de su sitio ni un solo paso.—Me parece niña que tú y yo debemos tener una seria conversación —le dijo antes de señalar el sillón para que se sentara.Ofelia asintió, ella lo necesitaba tanto, pero primero escucharía lo que su abuelo tenía para decirle.—No voy a pedirte disculpas en nombre de tu madre por su comportamiento reciente. No puedes juzgarla porque eso es algo que no les corresponde a los hijos hacer.