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Capítulo uno. Embarazada

Ofelia permaneció quieta sentada sobre su cama. La puerta había sido cerrada de manera brusca por Luciano. Él se había marchado dejándola con el cuerpo y el corazón dolorido. Ella solamente quería que se fijara en ella, pero escuchar aquellas duras palabras salir de sus labios después de lo que habían hecho, fue como un balde de agua fría sobre su joven cuerpo, cómo una bofetada sobre su rostro. ¡Ella no era como su padre! No lo era, ella solo quería tener un lugar en el corazón de ese hombre frío. Solo quería que la mirara con ojos de orgullo, aunque fuera solo por una vez. Por eso había aceptado aquel plan. «¿Y crees que eso puede justificar lo que le has hecho?», le recriminó su conciencia con dureza. «Le mentiste, lo engañaste para que viniera a ti, lo drogaste para que yaciera contigo, como si fueras una put4…»

—¡Basta! ¡Basta! Solo quiero el respeto de mi padre, solo quiero que por una vez me vea con amor y se sienta orgulloso de mi. Seguí su consejo al pie de la letra, solo hice lo que él me pidió —gritó abrazando su cuerpo desnudo y dolorido.

»Solamente quiero que me quiera —sollozó con lágrimas en los ojos. Lloró hasta que perdió la noción del tiempo. Sabía que debía ponerse de pie y vestirse para que su madre no sospechara nada, pero se sentía rota, como si fuera una muñeca de trapo, sin valor.

«Debiste ser niño Ofelia, cuando acepté casarme con tu madre pensé que tendría un hijo varón que me hiciera sentir orgulloso de llamarlo hijo, que fuera como yo y no una versión más joven de Imperio. Si no fuera por el poco dinero de tu abuelo. Te juro que me habría desentendido de ella y de ti. Únicamente espero por el día que Silvestre muera para quedarme con ese dinero por el cuál he tenido que soportarlos a todos»

El recuerdo de las palabras de su padre dolió nuevamente, eso era lo más tierno que le había dicho, en ocasiones sentía que odiaba a su madre por el padre que había escogido darle y luego se odiaba a sí misma por no ser un niño. Las recientes palabras de su padre se abrieron paso por la bruma en la que se había sumergido.

«—Sabes Ofelia, hay una manera en la que tú puedes hacerme sentir orgulloso, solo tienes que hacer exactamente lo que yo te indique, si lo logras te juro que nunca más te echaré en cara tu condición de mujer, si logras conseguir que deje de ser un simple asalariado.

—¿Qué tengo que hacer papá, dime te juro que haré lo que me pidas, si prometes que me darás tu amor?

Ofelia escuchó atenta las palabras de su padre, mientras le entregaba un pequeño sobre.

—Solo tienes que verter este sobre en una bebida, no importa el tipo que sea, y luego dejar que él haga las cosas que necesite hacer. Tú solo debes cooperar. ¿Estás entendiendo Ofelia?

—Pero…

—Sin peros, necesito que hagas esto por mí ¿Sabes que la empresa de la familia Barrera es una de las más importantes del país? Si logras que me convierta en el suegro de Luciano, y tenga un puesto de acorde a mi nombre o quizás ni siquiera tendré que preocuparme por trabajar, te prometo que las cosas serán distintas.

—Pero mamá se molestará…

—No se lo diremos, cuando las cosas estén hechas, no podrá hacer nada al respecto. Tu madre es tan fácil de engañar, Ofelia, solo debes pensar cómo y cuándo hacerlo. ¿Lo harás por mí querida, le darás a tu padre motivos para sentirse orgulloso o serás como tu madre?»

Ofelia apretó los ojos con fuerza dejando escapar muchas más lágrimas de sus ojos. Esperaba que su padre estuviera complacido porque todo estaba hecho ya.

Mientras tanto Luciano sentía su mundo desmoronarse ante sus ojos. Jamás imaginó que Ofelia fuera capaz de hacer algo tan bajo cómo llegar a drogarlo. ¿Qué era lo que pretendía? Pensó mientras estacionaba el auto a un lado de la carretera. Su cuerpo aun sentía los efectos del afrodisiaco, temblaba y sudaba debido al deseo que aun podía sentir. Echó la cabeza hacia atrás y gruñó para disimular el gemido que salió de su garganta.

—Maldita la hora que atendí tu llamada Ofelia Carranza, no debí confiar en ti. Debí olvidarme de esa atracción que sentí por ti, ahora solo puedo sentir rabia y odio. ¡Te odio con todas las fuerzas de mi alma! —gritó golpeando el volante con sus manos.

Luciano era un hombre adulto y con una madurez que pocos hombres tenían, sin embargo ni eso pudo evitar que se sintiera ultrajado. Esa era la palabra verdadera. Esa mujer había abusado de él, había cometido un crimen en su contra; Ofelia era mucho mucho peor que Valerio, esa mujer era el diablo.

Luciano perdió la noción del tiempo, no supo exactamente cuánto tiempo estuvo allí en medio de la nada, se sentía terriblemente mal. Su cuerpo dolía y su cabeza estaba a punto de reventar.

Se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que estaba llorando, se limpió con enojo aquellas lágrimas y volvió a encender el motor para volver a casa y olvidarse de lo sucedido, no quería volver a saber nada de Ofelia Carranza, la enviaría al baúl de los recuerdos, de los peores de su vida junto a aquella otra mujer que también tuvo el descaro de engañarlo, aunque comparado con lo que Ofelia le había hecho. Lo otro había sido una inocentada, pero igual de traidoras eran las dos.

Las siguientes semanas pasaron para los dos de diferente manera: mientras Luciano luchaba para olvidarse de Ofelia y de las imágenes que lo perseguían día y noche desde hacía cinco semanas, para Ofelia las cosas eran muy muy diferentes.

Luego de llamarle a su padre y decirle que todo estaba hecho, espero que Valerio cambiara su actitud hacia ella. Sin embargo su padre simplemente le dijo que tenía que esperar un poco más para saber si sus planes habían o no funcionado. Ella no entendía exactamente a qué se refería con esas palabras.

—Me has mentido —susurró con lágrimas en los ojos. —¡Me has mentido! —gritó mientras las náuseas volvían a estremecer su cuerpo. Corrió hacia el cuarto de baño y vació el contenido de su estómago. «Solo falta que termine por vomitar mis intestinos, llevo días sin poder probar bocado», pensó mientras se aferraba al retrete.

Había tenido que mentirle a su madre y decir que no tenía hambre y que comería algo en el colegio para evitar que le hiciera preguntas. No sabía si esto que le pasaba era provocado por algún virus estomacal o… «¿Era esto lo que papá estaba esperando?», pensó levantándose del suelo para lavarse la boca y los dientes. Se sentía de la patada y su aspecto no era mejor.

Bajo sus ojos había bolsas negras, las ojeras estaban muy marcadas y difícilmente podría cubrirlas con algo de maquillaje, aunque tenía una buena justificación en caso de que su madre preguntara, estaba en semanas de exámenes y era la excusa perfecta. Sin embargo, difícilmente podría explicar la pérdida de peso. Su rostro también se notaba más delgado.

Luchando contra una nueva ola de náuseas que le asaltó se dio una rápida ducha; estaba tarde y tenía que ir al colegio, no pudo evitar que su madre la llevase por lo tanto tenía que soportar el olor a diésel del auto y terminar visitando los baños del colegio.

Ofelia esperaba que Luciano pronto la buscara, él debía hacerlo o de lo contrario todo sería en balde y su padre estaría nuevamente molesto con ella.

Los siguientes tres días el patrón fue exactamente el mismo.

Ofelia visitó el baño religiosamente. Las náuseas matutinas no mejoraron, todo lo contrario, fueron haciéndose más y más molestas. Hasta que no pudo ocultarlo más y aquella mañana solo era el principio de todo lo que tendría que enfrentar.

—Ofelia, cariño, ¿Estás bien? —escuchó la voz de su madre en la habitación. Su cuerpo tembló, pero no pudo hacer nada para evitar volver a vaciar el estómago, llamando la atención de su madre al baño.

—¿Ofelia?

—No te acerques por favor —pidió poniéndose de pie y caminando al lavamanos para lavarse los dientes.

—¿Estás bien? —insistió.

—Creo que he cogido un virus estomacal, llevo algunos días así. ¡No quiero enfermar! —se quejó poniéndose en modo dramático para que su madre no preguntara tanto.

—Te llevaré a la clínica, estaré esperando abajo.

Ofelia ni siquiera respondió. Ella también quería saber lo que le ocurría a su cuerpo, se dio una ducha rápida y salió para encontrarse con su madre.

Media hora después salieron del consultorio para hacerse los chequeos que la doctora había solicitado.

—¿Por qué no me dijiste que te sentías mal? —escuchó a su madre preguntar.

—Nunca te das cuenta de nada mamá, desde que Tristán llegó a casa toda tu atención es para él, apenas te fijas en mí.

—No digas eso, Tristán es quien me ayuda a…

—Sé muy bien que Tristán te ayuda en la cocina, pero no puedes culparme. Nunca me enseñaste que debía hacerlo. Me dejaste suelta por la casa, nunca me delegaste ninguna responsabilidad por miedo a que hiciera algo malo o quebrara alguna de tus vajillas y papá terminara enojado. Prácticamente caminamos sobre la punta de nuestros pies cuando se trata de él —interrumpió a su madre, no sabía porque tocaba el tema o porque lo tenía atorado en su garganta y necesitaba sacarlo.

—Ofelia, no digas eso, yo solo…

—Tú solo te dejas llevar y hacer, si papá dice rana tú saltas. Nunca te he visto llevarle la contraria. Aceptas cada cosa que te impone y perdóname si el otro día no te apoyé con la oferta de trabajo que tenías, pero no tenía sentido ir en contra de papá si finalmente ibas a terminar haciendo lo que él te dijera.

—Estás siendo injusta Ofelia —susurró Imperio.

—¿Injusta? Injusta es la vida que tú me has dado al lado de mi padre, ¿De verdad no pudiste fijarte en otro hombre? —preguntó con decisión. Tenía que decirle todo lo que pasaba a su espalda. Decirle que la vida perfecta que creía tener era una mentira. Decirle el odio que su padre le mostraba por el simple hecho de ser una chica. Pero sus palabras se quedaron en la punta de su lengua, cuando la enfermera les entregó el resultado y les pidió pasar a la clínica de la doctora que la estaba atendiendo.

—Hablaremos de esto en casa —dijo su madre y ella se encogió de hombros, estaba segura que no volverían a tocar el tema nuevamente.

Ofelia escuchó las palabras de la doctora sin mucho interés según los exámenes realizados sólo tenía una ligera anemia que seguramente se arreglaría comiendo. Hasta que el semblante de la mujer cambió y la miró con interés.

—Me dijiste hace un momento que no habías intimado con ningún hombre —dijo la mujer arrugando el ceño.

Ofelia miró primero a su madre y luego a la profesional.

—¿Qué pasa? —preguntó al notar el silencio y la mirada de su madre sobre ella.

—Estás embarazada Ofelia, esperas un hijo….

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