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Capítulo dos. ¡Cometiste un delito!

Luciano miró a Tristán con intensidad después de haberle revelado la verdad sobre lo que Ofelia le había hecho y lo que había ocurrido entre ellos.

Había guardado el secreto de todo, porque pensó que no tenía ningún sentido hacerlo público, ¿Qué ganaría con exponerla? Él era un hombre hecho y derecho, ¿Quién creería que había caído en la trampa de una mujer que apenas empezaba a vivir? Esas dudas le habían hecho callar, pero había sido un error en toda la extensión de la palabra. Porque no había dejado de pensar en lo ocurrido hasta el punto de no poder conciliar el sueño.

Las imágenes de dos cuerpos desnudos entrelazados lo perseguían y el sonido de los labios de Ofelia lo atormentaban que finalmente había sucumbido al deseo y la necesidad de expresarse, pensando que de esa manera podía arrancarse el recuerdo de la cabeza y la sensación, esa sensación extraña que recorría su cuerpo por las mañanas, llegó a pensar incluso que estaba enfermo cuando de repente las náuseas le asaltaban, no era normal.

Luciano esperó una reacción por parte de su amigo, podía ser y es que existía la posibilidad de que él pusiera en tela de juicio sus palabras, podía ser que Tristán no le creyera ni media palabra de lo que le había dicho; de una u otra manera nada podía cambiar lo ocurrido aquella noche hacía cinco semanas.

Cinco semanas en las que apenas había podido conciliar el sueño, como sí el culpable de todo fuera él; y quizás de cierta manera lo era por no adelantarse a los hechos, por no sospechar de las intenciones de Ofelia, pero jamás se le hubiera ocurrido que en ella existiera tanta maldad, como para tenderle una trampa y…

—No sé qué decirte Luciano, no sé ni siquiera cómo digerir esto que estás diciéndome —dijo el hombre evidentemente asombrado.

—Quizás no debí decírtelo yo… necesito salir de aquí —dijo Luciano tomando su saco y saliendo de la oficina, no quería hablar más, no quería pensar más, si pudiera regresar el tiempo jamás hubiera manejado hasta ella para «socorrerla», se rio de su propia estupidez, ella no necesitaba ser protegida de nada ni de nadie, esa chiquilla era el diablo hecha mujer y lo único que deseaba era dejar de pensar en ella, olvidarse de Ofelia y que la tierra se la tragara y la escupiera en el corazón del sol.

Por supuesto que en ese momento Luciano Barrera estaba lejos de pensar que las cosas terminaban allí. No tenía idea de que aquella noche tendría consecuencias que llegaría en poco menos de ocho meses.

****

Ofelia sintió la mirada de su madre sobre ella; pero no volteó a verla. Su corazón latía a mil por hora al escuchar las palabras de la doctora. «¿Era esto lo que papá quería?» se preguntó, mientras la mujer frente a ella le daba instrucciones a las que apenas prestó atención, su cabeza solo giraba en torno a la noticia, un hijo. Ella estaba embarazada de Luciano, una ligera sonrisa atravesó su rostro pensando que el hombre ya no podía negarse a casarse con ella; y…

—Vamos a casa —la voz de su madre la sacó de su letargo, caminó detrás de ella en completo silencio. Ni siquiera se recordó de despedirse de la doctora, tenía tantas cosas que pensar y planes que hacer.

Media hora más tarde volvieron a casa y ella sabía que los problemas comenzaban a partir de aquí.

—¿Qué es lo que tienes para decirme, Ofelia? —preguntó Imperio levantando las hojas con el resultado de la prueba de embarazo. Ofelia tenía cinco semanas de gestación.

—No tengo nada que decir, ya la doctora lo ha dicho todo —dijo sin parpadear.

—¡Estás embarazada! ¿Entiendes lo que eso significa? —preguntó con enojo. —Llevas un niño en tu interior, recién acabas de cumplir los dieciocho años ¿En qué demonios estabas pensando? —añadió lanzando las hojas contra la chica.

—Solamente hice lo que mi padre me pidió hacer —gritó sin poder evitarlo, de todas maneras, ya no había nada que su madre pudiera hacer.

—¿Qué?

—Papá me dijo exactamente lo que tenía que hacer y eso fue lo que hice ¿No es eso lo que me has enseñado, mamá? —le cuestionó. —Me has enseñado a obedecer ciegamente a lo que él quiera y pide, tal como lo haces tú, no puedes echarme en cara lo que hice —dijo con lágrimas en los ojos.

—¿Qué fue lo que hiciste? ¡Habla! —gritó la mujer perdiendo la paciencia con su hija.

—¡Lo drogué! —gritó antes de sentir la bofetada de su madre impactar contra su mejilla, haciéndola caer sobre el sillón.

—¿Qué clase de persona eres, qué clase de ser humano eres Ofelia Carranza? —le gritó su madre con lágrimas en los ojos.

—Solamente soy lo que ustedes han hecho de mí, solo sé obedecer la voluntad de mi padre, pregúntate a ti misma por qué —dijo sosteniendo su mejilla; era la primera vez que su madre le ponía una mano encima.

—¡Cometiste un delito!

—¡Solo quería que Luciano se fijara en mí! Y papá dijo que haría hasta lo imposible para que me casara con él —dijo levantándose nuevamente.

—¿Luciano? ¡Te has vuelto loca! —gritó Imperio enloqueciendo al darse cuenta de todo lo que significaba.

—¡No! no estoy loca, ¡Únicamente quiero asegurar mi futuro, como papá lo hizo contigo! —gritó con enojo, recordando las palabras de su padre.

—No puedo creerlo Ofelia ¿Y esperas qué Luciano responda por tus acciones? —le cuestionó Imperio.

—Tiene que hacerlo, estoy esperando un hijo suyo, no puede dejarme aquí, él no puede dejarnos aquí.

—Vete a tu habitación y no salgas de ahí —le pidió y ella salió corriendo sin mirar atrás.

Ofelia se encerró en su habitación, no supo en qué momento se quedó dormida, pero los gritos que provenían de la sala captaron su atención al darse cuenta que eran sus padres quienes discutían y era más que evidente que el motivo era ella y su embarazo.

La muchacha estaba segura de que su madre no podría comprender jamás la necesidad de querer hacer sentir orgulloso a su padre. Porque su abuelo Silvestre era un amor, la apoyaba y siempre tenía palabras de aliento para ella. Mientras ella había vivido los últimos diez años de su vida atormentada por Valerio, mientras Imperio jugaba a la casita feliz, ella era víctima de abuso emocional.  Cada vez que su padre le echaba en cara el pecado de ser mujer, las veces que le gritaba que habría deseado tener un hijo varón al cual poder llamar hijo y de quien podía sentirse orgulloso. Y finalmente ahora que podía complacerlo, que por fin le había sido de ayuda, su madre se interponía. Ella quería a Luciano e iba a darle un hijo, ¡Un hijo! Porque sería varón.

«Eres inútil igual que tu madre, no sé cómo m****a fuiste a salir niña», aquellas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza.

Se dejó caer sobre la cama, se hizo un ovilló, sentía su alma desgarrada, su intención no había sido causar daño, ella solo quería por una sola vez no ser víctima de esos insultos que la minimizaban haciéndola sentir insignificante.  No pudo dejar de llorar, por haber sido una hija no deseada por su padre, porque Luciano la miraba con odio, porque su madre se sentía decepcionada, lloró por sí misma, por su hijo en el vientre, por nunca haber conocido la felicidad, lloró desconsoladamente, sintiendo como si alguien estrujara con fuerza su corazón lastimándola, sin embargo, en el fondo de ella tenía una leve esperanza de que Luciano finalmente pudiera librarla de ese tormento y pudiera cambiar su vida. Deseaba con todas sus fuerzas de que Luciano fuera su caballero de brillante armadura y la rescatara de la miserable vida que tenía.

Sin embargo, todo se complicó. Su madre terminó echando a su padre de casa y ella estaba en el limbo. No tenía a su padre y su relación con su madre era imposible. Ella la miraba con desprecio por lo que había hecho y su padre, no estaba para cumplir lo que le prometió.

Los siguientes días no fueron distintos, todos los días visitó el baño, vomitó hasta casi vaciar el estómago. El niño que crecía en su interior parecía estar castigándola por sus acciones, había adelgazado mucho más y sus ojeras se marcaban en su rostro y para terminar de rematar su abuelo el único hombre que de verdad le había mostrado afecto y cariño sincero, la miraba con ojos de decepción y con enojo, incluso la había ignorado durante el desayuno, se había marchado sin siquiera hablarle y eso le dolió. Se sentía sensible por el embarazo y ver a su abuelo enojado no ayudaba a su estado de ánimo.

Se ocupó de levantar los platos y limpiar la mesa tal como su madre se lo había pedido. Era claro que ya no tendría los pequeños privilegios que su madre le daba y con lo que pensaba que llenaba el desastre que era su matrimonio.

Una vez que terminó de fregar los platos se dirigió al estudio de su madre tal como se lo había pedido. Sabía que venía una charla nada agradable, pero que debía escuchar lo quisiera o no.

—He terminado con lo que me has pedido —dijo apenas abrió la puerta.

—Siéntate —le ordenó con evidente molestia.

—No quiero esto mamá —dijo refiriéndose a su embarazo.

—Lo siento Ofelia, es lo que tú querías y es lo que has obtenido.

El dolor atravesó el corazón de Ofelia al escuchar las palabras de su madre. No era lo que ella quería, era lo que su padre le había pedido.

—Lo siento, por favor perdóname —pidió con lágrimas en sus ojos. Sin embargo, su madre no se apiadó de ella; le dejó las cosas muy claras en cuanto a lo que tenía que hacer y no había manera de negociar.

Imperio le ofreció todo su apoyo incondicional para terminar sus estudios, pero le dejó claro que el bebé era completamente responsabilidad suya.

Ofelia subió a su habitación después de la conversación con su madre, se sintió abatida y por un momento deseó no tener al niño. Era un sentimiento extraño, pensar que dentro de su joven cuerpo crecía otro ser. «Un hijo de Luciano», pensó con entusiasmo, quizás no todo estaba perdido para ella; quizás tendría una oportunidad de casarse con él y de formar una familia a su lado, solo debía encontrar una manera para decirle que estaba embarazada, que esperaba un hijo suyo.

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