Luciano observó el vaso de whisky sobre el escritorio, sentía unas inmensas ganas de emborracharse hasta ser capaz de olvidarse de su nombre y de todo lo que le atormentaba. Pero sabía que esa no era una buena decisión, no había probado licor desde hacía una semana, porque los recuerdos se volvían mucho más nítidos y más dolorosos. Los dos suaves toques a la puerta lo distrajeron de su deseo y agradeció a quien quiera que le interrumpió.
—Adelante —dijo cambiando su semblante, por un momento se olvidó que sus padres estaban fuera.
—Lamento interrumpirlo señor Barrera, pero afuera hay un hombre que pide hablar con usted —dijo la joven.
—Te dijo su nombre —preguntó, porque él no recordaba haber citado a nadie a su casa.
—No, pero dijo que era urgente y que era mejor que lo recibiera si no quería ser portada de los diarios mañana por la mañana —respondió la joven.
Luciano endureció la expresión de su rostro, caminó hasta el ventanal desde donde podía observar al intruso que se atrevía llegar hasta su casa y amenazar.
El enojo corrió por su cuerpo al darse cuenta de quién se trataba, no era otro sino Valerio Carranza.
—Déjalo pasar y tráelo aquí —pidió, quería saber qué era lo que el hombre buscaba. Bien pudo haberlo despachado, pero con personas como él debía tener un ojo abierto y el otro mucho más abierto.
Luciano bebió de un solo trago el contenido de su copa, algo en su interior le gritó que lo necesitaría para escuchar lo que el tipo tuviera que decirle antes de darse el placer de botarlo de su casa como el animal rastrero que era.
—Luciano, creí por un momento que te negarías a recibirme —dijo el hombre apenas entró al despacho.
—¿Qué es lo que buscas en mi casa? —preguntó con seriedad.
—Con calma, Luciano, que no he venido a pelear contigo, pero si a discutir lo que haremos con Ofelia —dijo sentándose sin ser invitado.
—¿Qué haremos? No tengo nada que hacer con tu hija, lo que sea que quieras decirme de ella me tiene sin cuidado —anunció poniéndose de pie.
—No puedes hablar en serio, después de lo que pasó entre ustedes, no puedes apartarte sin tomar la responsabilidad de tus actos Luciano, mi hija está embarazada, espera un hijo tuyo —anunció con una sonrisa de oreja a oreja.
El cuerpo de Luciano tembló violentamente y él no sabía si la razón era la noticia que estaba recibiendo o descubrir lo complacido que Valerio estaba al contarle.
—Eso no puede ser cierto —dijo acercándose al hombre.
—Respóndeme algo ¿Te cuidaste cuando estuviste con ella? —preguntó y el rostro de Luciano palideció. —Me lo imaginé, tu cara lo dice todo.
—Vete de mi casa Valerio o te juro que no me haré responsable de mis actos —le amenazó al darse cuenta de que él tenía mucho que ver en las acciones de Ofelia.
—No voy a marcharme sin tener una oferta de matrimonio para mi hija, hablaré con tus padres para ponernos de acuerdo. Lo quieras o no te casarás con Ofelia —aseguró.
Luciano lo tomó por las solapas del saco y acercó su rostro peligrosamente a él.
—No te atrevas a amenazarme, no soy Imperio, ni soy Ofelia para hacer tu voluntad y no vas a imponerme absolutamente nada, por tu actitud puedo deducir que fuiste tú quien le pidió a Ofelia hacer lo que hizo —gruñó casi juntando su nariz contra Valerio.
—Le dije exactamente lo que tenía que hacer y tú hiciste el resto, no puedes negarlo, mi hija era virgen y ahora está preñada —soltó con una sonrisa mezquina.
Luciano lo soltó y antes de que Valerio pudiera saborear la libertad de su agarre sintió el puño de Luciano estrellarse contra su rostro enviándolo al piso.
—Eres el peor hombre que he tenido la mala suerte de conocer Valerio Carranza, pero te aseguro que ninguno de tus planes funcionará para que te conviertas en parte de mi familia. Ahora termina de largarte o te echaré a la calle como a un perro —anunció.
—Voy a demandarte, te acusaré de violación, haré que Ofelia testifique en tu contra, tu familia y tú estarán arruinados, andarán en boca de todo el mundo, me encargaré de que nadie quiera hacer negocios contigo —amenazó limpiándose la sangre de la comisura de los labios.
—No me importa lo que hagas Valerio, no voy a caer en tu trampa. Tengo el dinero suficiente para enfrentarte en los juzgados y pruebas que demuestran que fue tu hija quien me drogó, quizás tú puedas explicar ante un juez como es que ella consiguió un producto ilegal —respondió con dureza.
—No te atreverás, nadie te creerá, mi hija es casi una niña —insistió.
—Existen cárceles para menores y para gente despreciable como tú, ¡ahora termina de largarte de mi casa de una m*****a vez! —gritó furioso.
Luciano quería matarlo con sus propias manos, pero ese hombre no era nadie y no arruinaría su vida de ninguna manera posible.
—Veremos quién tiene la razón, tu dinero no podrá borrar el embarazo de mi hija. Te espero mañana por la noche en mi casa y arreglaremos este asunto de una buena vez, te juro que haré un escándalo si no llegas a presentarte —dijo antes de salir hecho una furia por no haber conseguido su propósito tan fácilmente.
Mientras tanto Luciano no podía apartar las palabras del hombre. Era posible que Ofelia estuviera embarazada, él sabía que existía la posibilidad y lo había estado pensando durante varios días, pero se negaba a creer, él no quería nada que lo atara a una mujer como Ofelia. Una mujer capaz de cometer un crimen con tal de salirse con la suya, así fueran ideas de un tercero, ella debió pensar en el daño que podía causar su actuar.
Bebió un par de copas más antes de irse a la cama, no quería pensar, sin embargo, su sueño estuvo plagado de una pequeña bebé llorando, buscando sus brazos.
Aquella noche, fue la peor noche de todas, porque de ser cierto que Ofelia esperaba un hijo suyo, ¿Qué iba a hacer? Sus padres estarían felices con la noticia, era algo que le habían estado pidiendo, pero él no sería capaz de ver la cara de Ofelia y fingir que todo estaba bien.
A la mañana siguiente tomó la firme decisión de hablar con Tristán, él era el único que podía sacarlo de su duda, la incertidumbre lo acechaba y sabía que no estaría tranquilo hasta saber si era o no cierto que Ofelia esperaba un hijo suyo.
Luciano esperó pacientemente a que Tristán hiciera acto de presencia en la oficina, había llegado más temprano de lo normal, como si eso pudiera darle una respuesta a sus dudas e inquietudes y no fue hasta que escuchó los dos toques a la puerta que no se dio cuenta de que el tiempo había pasado volando.
—Adelante —dijo fingiendo ordenar unos documentos.
—Estás bien, ¿Qué sucede? —preguntó Tristán al darse cuenta de la palidez en el rostro de su amigo.
—No, nada está bien —aceptó. —Valerio se presentó a mi casa exigiendo que tomará la responsabilidad de Ofelia y del niño que, según él, ella está esperando —dijo con el rostro desencajado.
—¿Cómo que llegó a tu casa?
—Me ha citado esta noche en su casa para que resolvamos el asunto, ha amenazado con armar un escándalo e incluso ha amenazado con enfrentarse en los tribunales y exponerme ante los medios —dijo con frustración.
—Valerio está loco, ¿Qué piensas hacer?
—Ofelia ¿Está embarazada? —preguntó
—Sí, Imperio la llevó a hacerse un chequeo y descubrió que no era una enfermedad, sino un embarazo —aceptó Tristán.
El corazón de Luciano casi se detuvo, porque si de alguien no podía desconfiar era precisamente de su mejor amigo.
—¡Me han tendido una trampa! —exclamó golpeando el escritorio con su puño, estaba terriblemente enojado con Ofelia, con Valerio, con el mundo, pero sobre todo consigo mismo por haber caído como un tonto.
—Lo sé Luciano, pero eso no borra el hecho de que Ofelia espera un hijo tuyo. ¿Irás a la cita esta noche?
—No tengo otra opción, iré, aunque no se necesita ser un genio para saber lo que tu tío pretende. Lo que más coraje me da es que tu prima se prestara a ser partícipe de esta bajeza, pero supongo que ha heredado la mala sangre de su padre —aseguró con enojo.
—Comprendo tu enojo Tristán ninguno de los dos tiene justificación.
—Ninguno de los dos la tiene y te aseguro que ninguno de los dos conseguirá lo que quieren.
Tristán no dijo nada y luego de un largo silencio se puso de pie y salió de la oficina dejando a Luciano solo con sus pensamientos.
El resto del día transcurrió sin sobresaltos, Luciano ocupó su mente entre papeles, se saltó el almuerzo porque era incapaz de probar bocado y en la mañana apenas había podido tomar un poco de jugo de vegetales y dos galletas saladas, porque las náuseas continuaban atacándolo y ahora quizás supiera la razón. No sabía mucho sobre el tema, pero en el pasado había investigado un poco, cuando estúpidamente había creído que sería padre.
«Ahora que tienes la oportunidad de ser papá de verdad, la madre no es mejor, ni distinta a la mujer que en el pasado también te engañó» le recordó su conciencia.
—No estás obligado a visitar la casa de Valerio. Ninguna de sus amenazas te puede afectar —se dijo mirándose al espejo mientras se arreglaba la corbata.Pero él sabía que, si no asistía esa noche, Valerio no dejaría de acosarlo y hostigarlo, él no quería eso, no lo necesitaba. Sin embargo, dejaría claro de una buena vez las cosas con la familia Carranza.Bajó de su habitación y salió de casa, tratando de mantenerse sereno, porque de lo contrario terminaría asesinando a Valerio y la bruja de su hija.Mientras tanto Ofelia escuchaba los gritos que provenían del primer piso, sabía que sus padres estaban discutiendo de nuevo y esta vez era ella la principal razón; ella y el bebé que esperaba.—¿Qué haces aquí? —escuchó la voz de su madre.Ofelia nunca creyó que su madre se arma
—Lamento interrumpir su clase, seño Clarita, pero el señor Valerio pregunta por su hija. Ofelia, tu padre te espera en el salón de reuniones —dijo la directora.Ofelia se sorprendió al escuchar las palabras de la señora directora. Valerio no era un hombre que se molestara por presentarse al colegio, ni siquiera para la celebración del día del padre, ese lugar era para su abuelo Silvestre.—Date prisa, no quiero interrumpir al resto de tus compañeros —le apremió y ella sin remedio tomó su mochila y caminó detrás de la mujer.Ofelia respiró profundo antes de abrir la puerta para encontrar la mirada seria de su padre. Podía adivinar con facilidad que estaba furioso.—¿Q-qué ha-haces aquí? —tartamudeo sin atreverse a dar un solo paso más.—¿Qué hago aquí? Eres
Ofelia se recargó ligeramente contra la puerta, sentía que sus piernas iban a fallarle en cualquier momento. Escuchar las palabras de Luciano fue devastador, pero como se lo había prometido ya no tenía tiempo para llorar por lo que había hecho, era momento de resurgir y aunque el proceso fuera muy doloroso, estaba decidida a conseguirlo.Sé limpió las lágrimas y caminó hacia la recepción. Vio el auto de su padre estacionado en el parqueo y antes de poder pensarlo mejor y volver a ser la cobarde de siempre se dirigió hacia la chica detrás del escritorio y con una fingida sonrisa habló:—Hola.—Hola, ¿Hay algo más en qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer con amabilidad.—Eeh… Sí, la verdad sí, quisiera saber si puedo salir por la puerta de emergencia —susurró con preocupación
Luciano tenía aquella extraña sensación de que el corazón le iba a salir de su pecho. Había escuchado el corazón de su pequeño bebé y también descubierto que Ofelia realmente pensaba en él, cuando no estaba presente y eso jodidamente no era fingido. Ella no tenía manera de saber que estaba justo allí detrás de la cortina y había escuchado todo.Cuando Ofelia se marchó, apartó la cortina, las piernas del hombre fuerte y seguro de sí, parecían de gelatina, se sentó en la silla más cercana.—¿Todo bien? —le preguntó la doctora al verlo.—No, nada está bien conmigo, pero le agradezco este gesto que ha tenido conmigo. Por favor, no le diga que estuve aquí y cualquier situación que se presente con el embarazo no dude en llamarme —pidió entregando su número pe
Ofelia ya ni recordaba cómo había terminado la discusión con su madre, se sentía vapuleada emocionalmente y prefirió retirarse de la sala. Estaba cansada de una manera que nadie podía comprender o quizás sí, únicamente alguien que había sufrido lo mismo que ella podía ser capaz de entender su dolor.Por un perturbador momento, tuvo el impulso de tomar su maleta y marcharse, pero un rayo de lucidez le hizo darse cuenta de dos cosas. Primero: no tenía un lugar a donde ir, no podía siquiera contar con Luciano, a ese hombre ya le había hecho mucho daño, para intentar pedirle ayuda y Dos: Necesitaba ayuda desesperadamente. Ella por su cuenta no lo había logrado, seguía siendo frágil ante las adversidades, sobre todo, porque seguía guardando todo lo ocurrido en lo más profundo de su corazón; era algo que la atormentaba y no le dejaba ver
—Hola —saludó Ofelia con cierto temor. Tenía la seguridad de que su madre le había contado a su abuelo toda la pataleta que había hecho al descubrir la relación que tenía con Tristán.—¿Tu madre? —preguntó Silvestre con seriedad.—En el trabajo, creo que hoy tenía que firmar con una empresa que se ha interesado en sus diseños —le comunicó sin moverse de su sitio ni un solo paso.—Me parece niña que tú y yo debemos tener una seria conversación —le dijo antes de señalar el sillón para que se sentara.Ofelia asintió, ella lo necesitaba tanto, pero primero escucharía lo que su abuelo tenía para decirle.—No voy a pedirte disculpas en nombre de tu madre por su comportamiento reciente. No puedes juzgarla porque eso es algo que no les corresponde a los hijos hacer.
A la mañana siguiente Ofelia acudió a la cita con la ginecóloga en compañía de su madre. Sabía que Luciano había llamado temprano pidiendo estar presente y ella no se había negado.—¿Estás segura de esto? —Ofelia sabía que la pregunta de su madre era lógica luego de lo ocurrido.—Sí, mamá, estoy segura de esto. Luciano es el padre de mi bebé y tiene los mismos derechos que yo sobre él y antes que lo preguntes no lo hago por un sentimiento de culpa, sino porque él ha demostrado interés en todo lo relacionado con el bebé —le recordó e Imperio asintió.»Como mujer no espero mucho de él, pero como madre espero todo de Luciano, sobre todo que acepte a mi bebé sin importar su sexo y su color —dijo con una serenidad que asustó a Imperio.Ofelia parecía ot
Ofelia respiró profundo varias veces para ser tolerable el dolor, pero era imposible. Era como si los huesos se le rompieran uno a uno y temía que esto solo fuera el principio.Se armó de valor y salió de la habitación sosteniendo su vientre y agarrándose de las paredes, tenía miedo de que algo malo le pasara a su bebé. Había esperado tanto por ella; perderla a esas alturas sería morir en vida.—¡Tristán ve por el auto! —Ofelia escuchó a su madre gritar y había tanto miedo en su voz que solo se asustó un poco más.—No lo soporto, mamá, duele, duele mucho. ¿Por qué me pasa esto? —preguntó con lágrimas en los ojos y el miedo echando raíces en su cuerpo.—Respira cariño, es posible que el parto se te adelantara. Es normal en las madres primerizas —respondió I