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Capítulo seis. ¿Mi bebé?

Ofelia se recargó ligeramente contra la puerta, sentía que sus piernas iban a fallarle en cualquier momento. Escuchar las palabras de Luciano fue devastador, pero como se lo había prometido ya no tenía tiempo para llorar por lo que había hecho, era momento de resurgir y aunque el proceso fuera muy doloroso, estaba decidida a conseguirlo.

Sé limpió las lágrimas y caminó hacia la recepción. Vio el auto de su padre estacionado en el parqueo y antes de poder pensarlo mejor y volver a ser la cobarde de siempre se dirigió hacia la chica detrás del escritorio y con una fingida sonrisa habló:

—Hola.

—Hola, ¿Hay algo más en qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer con amabilidad.

—Eeh… Sí, la verdad sí, quisiera saber si puedo salir por la puerta de emergencia —susurró con preocupación, mirando hacia el ventanal con insistencia.

—¿Qué sucede? ¿Tiene algún problema?

Ofelia no le dio tiempo a la duda, asintió y dijo:

—Es el auto de allá, me ha estado siguiendo desde que salí del colegio, y…

—¿Quiere que llame a la policía? —le ofreció y la valentía de Ofelia estuvo a punto de salir por la ventana.

Llamar a la policía era muy malo para ella, sabía que Valerio con el argumento de ser su padre podía fácilmente convencer a la policía que solo estaba teniendo un momento de rebeldía, como toda hija desagradecida y terminaría llevándosela con él y entonces nada podría impedir que él le hiciera perder a su hijo.

—No, solo quiero irme de aquí sin que él pueda verme, por favor —pidió, casi suplicó.

La recepcionista pareció dudar un momento, pero luego asintió.

—Venga por aquí, le ayudaré a salir por la puerta de la bodega, solo espero no estar buscándome un problema con mi jefe, necesito el trabajo —susurró y Ofelia se sintió terriblemente mal por ponerla en una difícil situación, deseo con todo su corazón que Luciano ni siquiera se diera cuenta de su huida y de la complicidad de la mujer, porque ya era terrible haber arruinado su vida, como para hacerlo con otra persona inocente.

—Gracias, le prometo que jamás olvidaré lo que ha hecho por mí hoy —le dijo antes de salir corriendo por la puerta trasera, Ofelia no conocía bien la ciudad, nunca salía si no era en compañía de sus padres lo que era exactamente nunca. Tomó el primer taxi que apareció en su camino y le dio la dirección de su casa.

Hasta el momento que las puertas del condominio se abrieron fue consciente que había estado conteniendo la respiración todo el tiempo. Bajó y pagó al taxista y entró como un rayo al interior de su casa, temerosa de que su padre llegara hasta ella.

La tranquilidad se apoderó de ella, al darse cuenta que estaba en casa, que el peligro había pasado por el momento y lo mejor: su madre no estaba en casa y Tristán menos.

Se dirigió a su habitación para cambiarse el uniforme y bajar a la cocina. Puso un video de cocina y preparó algo rápido para comer, tenía hambre y no pensaba hacerle pasar hambre a su pequeño bebé.

—Pronto comeremos mi pequeño arrocito. No tengas miedo de nada, mamá va a protegerte y te prometo que nadie en la vida te hará daño, porque no voy a permitirlo. No he sido una buena hija, ni una buena persona. Pero por ti haré hasta lo imposible por ser digna de que me llames mamá —Ofelia acarició su vientre con ternura sin ser consciente, ella conocía muy poco ese sentimiento.

Los siguientes días fueron un completo infierno. Ofelia tenía una resolución de acero y quería cambiar, pero vivía con el miedo constante de que su padre se presentara de nuevo en la escuela. Afortunadamente, eso no sucedió y cuando su madre le explicó que debía continuar sus estudios en línea fue como si le hubiesen quitado el peso del mundo de encima.

Sus días fueron colmándose de paz, esa paz interior que nunca antes había tenido en su diario vivir. Trató de acercarse a su madre, de ser una buena hija; quería reparar de alguna manera el daño que inconsciente o conscientemente le había causado por todas las veces que antepuso las necesidades de su padre.

Pero con la decisión de jamás revelarle lo que había sufrido a manos de Valerio Carranza, no tenía caso, cuando ella estaba por fin liberándose de él; ahora que finalmente había conseguido ser valiente y echarlo de su vida para siempre.

Mientras tanto los días para Luciano Barrera, fueron todo menos tranquilos. Por alguna razón no podía olvidar las palabras de Ofelia. Él no quería creer, no quería caer en el juego de ese par, pero podía sentir de alguna manera un dolor inexplicable emanar de ella.

—¿No ha vuelto a venir Ofelia? —preguntó esa mañana dos semanas más tarde.

—No, señor Barrera. Aunque debo decir que la chica me dejó preocupada. No pensaba decírselo, pero ya que usted pregunta. El otro día que vino, dijo que un auto la estuvo siguiendo desde que salió del colegio, incluso le ayudé a escapar por la puerta de la bodega. El auto que ella me señaló estuvo mucho tiempo allí fuera y varios minutos después salió como alma que lleva el diablo, pero ella no quiso que llamara a la policía.

Luciano frunció el ceño, pero no tuvo tiempo de preguntar o pensar nada más. El sonido de su móvil llamó su atención.

—Imperio, buenos días —saludó al escuchar la voz de la mujer al otro lado de la línea.

—Buenos días, Luciano. Únicamente quería comunicarte que hoy llevaré a Ofelia a la clínica para hacerle la primera ecografía, y me preguntaba sí… ¿Te gustaría venir?

Lo primero que Luciano pensó fue en Ofelia y en las palabras que la recepcionista le había dicho. Tenía una sensación extraña en el pecho que le impedía respirar con normalidad.

—Envía la dirección en un mensaje, haré todo lo posible por estar allí, pero si no llego a tiempo tendrás que disculparme —le dijo casi de manera atropellada.

—Por supuesto, te enviaré todos los datos ahora mismo —respondió Imperio antes de cerrar la llamada.

Luciano ni siquiera esperó a que el mensaje llegara, subió a su auto y cuando recibió la información que necesitaba ya estaba en el centro de la ciudad. Desvió el auto en la siguiente calle y estacionó frente a la clínica. No estaba seguro de lo que haría, así que permaneció varios minutos en el lugar.

Mientras tanto Ofelia bajó de su habitación para reunirse con su madre en la sala. Hoy era su primera ecografía y estaba nerviosa, porque le había pedido que llamara a Luciano para informarle.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó sin poder evitarlo.

—Le acabo de enviar la dirección de la clínica, dijo que trataría de estar presente. No podemos obligarlo, Ofelia, lo lamento —respondió al ver la tristeza en los ojos de la muchacha.

—No te preocupes mamá, ya he comprendido mi error y no voy a presionarlo. Aceptaré lo que él quiera darle a mi bebé, porque tiene derechos y mi bebé merece la oportunidad de conocer a su padre.

Si su madre se sorprendió por su cambio, no hizo comentario alguno y de cierta manera eso le hizo sentir bien y minutos más tarde estacionaban frente a la clínica, Ofelia respiró profundamente antes de bajar del auto.

Caminaron al interior de la clínica y esta vez no tuvieron que esperar para ser atendidas, la cita había sido programada un día antes.

—Bienvenidas, por favor, tomen asiento —la doctora Vickers les atendió amablemente e hizo las preguntas de rutina, antes de pedirle a Ofelia pasar a la camilla para llevar realizar la ecografía.

—Por favor recuéstate —le pidió antes de esparcir el gel transductor sobre la piel de la muchacha. —Lo siento, es un poco frío —se disculpó al verla temblar.

—Estoy bien —respondió Ofelia con un nudo en la garganta.

La doctora deslizó el transductor lentamente por la piel brillosa de la joven, tenía casi los cuatro meses de embarazo y en poco tiempo se convertiría en madre. Sus pensamientos fueron interrumpidos al escuchar el latido de su hijo, era como el aleteo de los pajaritos y su corazón se estrujó dentro de su pecho de una manera que no podía explicar.

—¿Mi bebé? —preguntó con lágrimas en los ojos.

—Sí, Ofelia, es tu bebé y al parecer tiene un corazón fuerte y sano —le respondió con una ligera sonrisa.

—¡Cielos, es el sonido más hermoso que he escuchado! —sollozó, sentir la cálida mano de su madre sobre su mano, solo le hizo darse cuenta de algo: amaba a su madre y a su hijo con toda el alma, de una manera inexplicable.

—Lo siento mamá, siento todo lo que te hecho pasar —susurró. Imperio asintió con lágrimas deslizándose por sus mejillas.

—Olvidemos el pasado cariño y empecemos de nuevo —le pidió y Ofelia no pudo más que estar de acuerdo.

—Todo está perfecto con este bebé, ¿Deseas tener una copia de la primera foto? —le preguntó la doctora.

—Sí, me encantaría —dijo y antes que la doctora respondiera agregó—. ¿Puede imprimir dos copias?

—¿Dos copias? —preguntó Imperio.

—Sí, una para mí y otra para Luciano, quizás quiera conocer a nuestro bebé, ya que no ha podido venir —respondió sorprendiendo a su madre.

—¿Es posible? —preguntó ahora Imperio a la doctora.

—Por supuesto que sí, ahora mismo imprimiré las copias —esperaron unos pocos minutos antes de recibir las impresiones, Ofelia sonrió.

—Por favor mamá, dale esto a Luciano, dudo mucho que lo reciba si intento hacerlo yo —pidió con un deje de tristeza en su voz.

Sin embargo, Ofelia Carranza estaba lejos de imaginar que Luciano Barrera se encontraba en esa misma habitación y con lágrimas en los ojos.

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