Amelia salió de la sala de juntas con el corazón latiendo a toda velocidad. Sentía que cada interacción con Matías era como caminar sobre brasas: una mezcla de peligro, excitación y un calor sofocante que no podía ignorar.
Cuando llegó a su oficina, encontró a Clara, su compañera de equipo y una de las pocas personas que parecía genuinamente amable, revisando unos documentos en el escritorio contiguo.
—¿Cómo fue tu reunión? —preguntó Clara, levantando la vista.
Amelia dejó sus cosas sobre la mesa y suspiró.
—Intensa, como todo con Matías Ferrer.
Clara sonrió con simpatía, aunque había un brillo curioso en sus ojos.
—Dicen que es un genio en los negocios, pero también que tiene un carácter… complicado.
Complicado era una forma amable de decirlo. Amelia asintió, recordando la manera en que Matías la había desafiado con esa sonrisa arrogante que parecía diseñar exclusivamente para ponerla de los nervios.
—Bueno, sobreviví. Eso ya es algo, ¿no?
Clara rió.
—Eso cuenta como un logro. Aunque cuidado, Matías no es de los que dejan pasar una oportunidad para probarte.
Amelia notó el leve tono de advertencia en su voz y decidió no darle demasiadas vueltas. Clara tenía razón, pero ella no iba a retroceder.
Más tarde, mientras Amelia terminaba de revisar unos correos, un mensaje en el chat interno de la empresa apareció en su pantalla.
Matías Ferrer: Mi oficina. Ahora.
El corazón de Amelia dio un vuelco. ¿Ahora qué? Se levantó, tratando de no mostrar nerviosismo, y caminó hacia la elegante oficina de Matías en el piso superior. Cuando llegó, tocó la puerta y esperó.
—Adelante —respondió su voz desde adentro.
Amelia entró, encontrándolo sentado detrás de un escritorio enorme de vidrio, con una vista panorámica de la ciudad a sus espaldas. Matías alzó la vista de su computadora y la miró con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Siéntate.
Ella obedeció, cruzando las piernas y enderezando la espalda.
—¿Qué pasa? —preguntó, manteniendo su tono neutral.
Matías dejó su bolígrafo sobre la mesa y se recostó en su silla, estudiándola con esos ojos oscuros que parecían capaces de desarmar a cualquiera.
—Quiero entender algo, Amelia.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué cosa?
—¿Por qué volviste a trabajar aquí? Podrías haber elegido cualquier otra empresa, cualquier otra ciudad. Pero elegiste esta. Elegiste enfrentarte a mí.
Amelia sintió que su garganta se apretaba. Claro que Matías no iba a dejar pasar la oportunidad de sacar a relucir su pasado.
—No vine aquí por ti, Matías. Vine porque necesito este trabajo. ¿O es tan difícil de creer que no todo gira a tu alrededor?
Él sonrió, una sonrisa lenta que no llegó a sus ojos.
—Quizás. Pero algo me dice que hay más en esta historia.
Amelia se inclinó ligeramente hacia adelante, mirándolo directamente.
—Y algo me dice que te encanta jugar a ser el detective.
Matías soltó una carcajada genuina esta vez, algo que Amelia no esperaba. La desconcertó verlo relajado, casi humano.
—Quizás. Pero no olvides, Amelia, que en este juego siempre gano.
Ella apretó los dientes, levantándose de la silla.
—No estoy aquí para jugar, Matías. Estoy aquí para trabajar. Y si me disculpas, tengo cosas más importantes que atender.
Antes de que él pudiera responder, Amelia salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella. Pero mientras caminaba hacia el ascensor, sintió que algo dentro de ella se encendía. Esto iba a ser una guerra.
Cuando llegó a su escritorio, Clara estaba esperándola, con una mirada que era mitad preocupación, mitad curiosidad.
—¿Todo bien? —preguntó.
Amelia asintió, aunque no estaba segura de si era completamente cierto.
—Sí, claro. Solo... Matías siendo Matías.
Clara frunció los labios, como si quisiera decir algo más, pero decidió quedarse callada.
Mientras tanto, desde el otro lado de la oficina, Joaquín, uno de los líderes del equipo de desarrollo, se acercó. Joaquín era conocido por su actitud despreocupada y su humor sarcástico.
—¿Ya sobreviviste a la “Audiencia con el Rey”? —bromeó, refiriéndose a Matías.
Amelia no pudo evitar sonreír.
—Barely.
Joaquín se rió, apoyándose en el borde del escritorio.
—No te preocupes, todos pasamos por eso. El truco está en no dejar que te intimide. Aunque, conociéndolo, probablemente disfruta verte un poco incómoda.
Amelia rodó los ojos, aunque sabía que Joaquín tenía razón.
—No pienso darle ese placer.
—Buena suerte con eso. Si necesitas un aliado en esta jungla, ya sabes dónde encontrarme.
Amelia le agradeció con una sonrisa, aunque algo en su tono le hizo preguntarse si Joaquín tenía un interés más personal. Sin embargo, ahora mismo no tenía tiempo para distraerse con eso.
Mientras regresaba a sus tareas, un pensamiento cruzó por su mente: había demasiados ojos puestos en ella. Y entre Matías, Clara, Joaquín y el resto del equipo, Amelia sabía que cada paso que daba sería observado con atención.
Lo que no imaginaba era que, fuera de la oficina, alguien más también la estaba vigilando.
Amelia decidió que necesitaba un respiro. Las constantes idas y venidas con Matías, sumadas a la atención inesperada de algunos compañeros de trabajo, empezaban a ser demasiado. Salió de la oficina rumbo a la cafetería de la planta baja, con la intención de tomar un café y despejarse, aunque sabía que su tranquilidad sería temporal.
Mientras esperaba su pedido, sintió una mirada fija en ella. Era como un escalofrío que recorría su espalda, y cuando giró la cabeza, ahí estaba: Matías, apoyado contra una pared cercana, con los brazos cruzados y una expresión indescifrable.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó, tratando de mantener la compostura.
Matías alzó una ceja, una sonrisa ladeada apareciendo en su rostro.
—¿De verdad crees que no tengo cosas más importantes que hacer?
—Entonces, ¿qué haces aquí?
—Café. Como tú. —Se encogió de hombros, pero sus ojos la desafiaban, como si estuviera disfrutando cada segundo de la conversación.
El barista llamó a Amelia para entregarle su bebida, interrumpiendo momentáneamente el intercambio. Mientras ella recogía su café y se giraba para irse, Matías habló de nuevo.
—Por cierto, tienes razón en algo.
Amelia se detuvo, mirando por encima del hombro.
—¿En qué?
—Esto no es un juego para ti. Pero para mí, sí lo es. —La sonrisa de Matías se ensanchó, y antes de que ella pudiera responder, él se alejó, dejando su perfume amaderado flotando en el aire.
Amelia apretó el vaso de café con más fuerza de la necesaria, reprimiendo el impulso de lanzárselo a la espalda.
"¿Quién se cree que es?", pensó, mientras volvía a su escritorio. Sabía que tendría que encontrar una manera de manejar a Matías, o terminaría perdiendo la cordura.
De vuelta en su oficina, el día transcurrió en una mezcla de trabajo frenético y pensamientos intrusivos sobre su exmarido. Aunque intentaba concentrarse en los informes y las reuniones, cada interacción con él era como un recordatorio constante de su historia compartida.
Cerca del final del día, Clara se acercó de nuevo, con una expresión intrigada.
—¿Te has dado cuenta de que Matías no deja de mirarte?
Amelia levantó la vista, frunciendo el ceño.
—¿De qué hablas?
Clara se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa.
—No sé, pero es como si no pudiera evitarlo. Es algo... intenso.
Amelia soltó un suspiro, pero por dentro sentía un nudo formándose en su estómago.
—Es solo porque trabajamos juntos. No hay nada más.
—Si tú lo dices... —respondió Clara, claramente no convencida.
Pero antes de que Amelia pudiera responder, Joaquín apareció de nuevo, con su actitud relajada de siempre.
—¿Lista para el evento de esta noche?
Amelia lo miró, confundida.
—¿Qué evento?
—El coctel para los inversores. Es obligatorio para los jefes de equipo, ¿no te lo dijeron?
Amelia maldijo en silencio. Estaba tan ocupada adaptándose a la dinámica de la oficina que no había prestado atención al calendario de eventos.
—¿Qué tan formal es? —preguntó, tratando de ocultar su nerviosismo.
—Muy formal. Traje o vestido largo. —Joaquín sonrió, divertido.
Clara se inclinó hacia Amelia, murmurando:
—Por suerte para ti, siempre te ves bien.
Amelia rodó los ojos, pero agradeció el cumplido. Esa noche prometía ser un nuevo desafío, y lo último que necesitaba era enfrentarse a Matías en un entorno social.
El evento se llevó a cabo en el salón principal de un hotel lujoso, con candelabros brillando sobre una multitud de empresarios y ejecutivos vestidos impecablemente. Amelia llegó justo a tiempo, luciendo un vestido negro que abrazaba sus curvas con elegancia, aunque se sentía fuera de lugar entre tantas caras conocidas.
Mientras tomaba una copa de vino, sintió nuevamente esa sensación de ser observada. No tuvo que buscar mucho para encontrar la fuente: Matías, parado al otro lado del salón, con un vaso de whisky en la mano y los ojos fijos en ella.
Amelia decidió ignorarlo, enfocándose en entablar conversación con algunos colegas. Pero Matías, como siempre, no tardó en encontrar una excusa para acercarse.
—Te ves bien esta noche —dijo, su voz baja y grave mientras se colocaba a su lado.
Amelia se giró hacia él, manteniendo una expresión neutral.
—¿Eso es un cumplido? Porque viniendo de ti, suena más como una trampa.
Matías sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Quizás sea las dos cosas.
Ella suspiró, apartándose un poco.
—¿Qué quieres, Matías?
—Hablar. —La seriedad en su tono la tomó por sorpresa.
—¿Hablar de qué?
Matías miró alrededor, asegurándose de que nadie estaba demasiado cerca para escuchar.
—De por qué estás aquí, Amelia. Y de lo que realmente quieres de esta empresa... y de mí.
El corazón de Amelia dio un salto, pero no dejó que él lo notara.
—Ya te lo dije, estoy aquí por trabajo. ¿Por qué es tan difícil para ti aceptarlo?
Matías la miró con intensidad, como si estuviera tratando de descifrar un código secreto.
—Porque no te creo.
—Bueno, eso suena como un problema tuyo.
Ella dio un paso para irse, pero Matías la tomó suavemente del brazo, deteniéndola. La electricidad del contacto hizo que Amelia se quedara inmóvil por un segundo.
—Esta conversación no ha terminado, Amelia.
Ella lo miró directamente a los ojos, desafiándolo.
—Eso lo veremos.
Se soltó de su agarre y caminó hacia la multitud, dejando a Matías detrás, con una mezcla de frustración y algo más difícil de identificar en su rostro.
Amelia se inclinó ligeramente hacia el espejo de su baño privado para retocar su maquillaje. Los labios, pintados en un rojo suave, eran una declaración: segura, pero no demasiado provocativa. Tenía claro que no necesitaba impresionar a nadie, aunque su subconsciente le gritaba otra cosa cada vez que Matías aparecía en su campo visual.
Justo cuando estaba ajustando un mechón rebelde de su cabello, su teléfono vibró en el borde del lavabo.
"Reunión en 15 minutos. No llegues tarde."
El mensaje era de él. Breve, autoritario, como siempre. Amelia rodó los ojos y dejó escapar un suspiro. "¿Se creerá que soy su secretaria personal?", murmuró para sí misma.Minutos después, entró a la sala de juntas con su tablet en mano y el ceño ligeramente fruncido. Matías ya estaba ahí, junto a un grupo de directores, revisando gráficos en una pantalla enorme. Pero lo que realmente le llamó la atención fue Paula, sentada a su lado, inclinándose demasiado cerca como si intentara estudiar algo en su laptop, aunque todos sabían que no era el caso.
—Amelia, al fin. —Matías levantó la vista cuando ella entró, su tono firme pero cargado con ese matiz que siempre hacía que sus mejillas se encendieran un poco.
Amelia se obligó a no mirar cómo Paula se enderezaba en su silla, lanzándole una mirada rápida, cargada de juicio. Ya había tenido pequeños roces con ella antes, comentarios pasivo-agresivos aquí y allá, pero hoy parecía especialmente decidida a marcar territorio.
—Buenos días. —Amelia tomó asiento al otro lado de la mesa, ignorando el cosquilleo molesto en su pecho al notar cómo Paula rozaba el brazo de Matías al pasarle un informe.
—Como decía… —Matías retomó la conversación, pero Amelia apenas podía concentrarse. Su atención vagaba entre la voz grave y firme de Matías y la molesta presencia de Paula, quien reía suavemente ante cada comentario que él hacía, aunque no tuviera nada de gracioso.
Cuando la reunión terminó, Amelia se apresuró a salir, pero no lo suficientemente rápido. Paula la alcanzó en el pasillo, sus tacones resonando como un eco molesto.
—Amelia, ¿tienes un minuto? —preguntó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—¿Qué necesitas? —respondió, manteniendo un tono profesional, aunque sentía que estaba a punto de estallar.
—Solo quería darte un consejo… amigable. —Paula inclinó la cabeza con un aire de falsa amabilidad. —Quizá deberías ser más proactiva en las reuniones. Matías parece apreciar mucho a quienes aportan ideas interesantes, ¿sabes?
Amelia apretó la mandíbula, pero se limitó a devolverle una sonrisa cortante.
—Gracias por el consejo, Paula. Me aseguraré de ser más "proactiva".
Cuando Paula se alejó, Amelia sintió que su paciencia estaba llegando a su límite. Ese consejo no era más que una excusa para menospreciarla, y ambas lo sabían.
Más tarde, mientras revisaba unos documentos en su oficina, escuchó el sonido familiar de unos nudillos golpeando la puerta. Antes de que pudiera decir algo, Matías entró sin esperar invitación.
—Necesito que revises esto antes del final del día. —Colocó un sobre en su escritorio, pero no se fue de inmediato.
—¿Qué pasa con enviar correos? —Amelia arqueó una ceja, señalando la obviedad de que podía haberle mandado los papeles sin necesidad de aparecer en persona.
—¿Y perderme la oportunidad de verte? —respondió con una sonrisa que era tanto un desafío como una provocación.
El aire en la oficina pareció volverse más denso. Amelia no podía ignorar cómo su cuerpo reaccionaba a su cercanía, ese calor que la hacía sentir fuera de control.
—No tengo tiempo para tus juegos, Matías. —Intentó sonar firme, pero su voz salió más suave de lo que esperaba.
Él dio un paso más cerca, apoyando una mano en el borde de su escritorio, inclinándose hacia ella.
—¿Juegos? —preguntó, su voz baja y cargada de insinuación. —¿Y quién está jugando aquí, Amelia? Porque yo no soy el que se muere por dar el primer paso.
Amelia sintió su corazón acelerarse, pero se negó a ceder terreno.
—Tienes un concepto muy elevado de ti mismo.
Él se enderezó, su sonrisa ladeada aún en su rostro.
—Quizá, pero sabes que tengo razón.
Antes de que pudiera responder, Matías salió de la oficina, dejándola con una mezcla de frustración y… algo más, algo que no quería admitir en voz alta.
Esa noche, Amelia se encontraba en su pequeño apartamento, tratando de concentrarse en la televisión, pero su mente seguía volviendo a la oficina, al calor de su intercambio con Matías.
Justo cuando estaba a punto de apagar la luz, su teléfono vibró. Era un mensaje de Matías.
"No olvides el informe para mañana. Espero que te hayas divertido tanto como yo hoy."
Amelia soltó un bufido, pero no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en su rostro mientras apagaba el teléfono.
Esa noche, Amelia se encontraba en su pequeña sala, rodeada por un caos encantador que solo dos niños de cinco años podían crear. Lía y Max, sus gemelos, estaban repartiendo piezas de un rompecabezas gigante por todo el suelo, mientras competían para ver quién lograba encajar más rápido las figuras.
—¡Mami! Lía está haciendo trampa, está escondiendo las piezas detrás de su espalda. —Max cruzó los brazos, sus grandes ojos marrones mirándola con indignación.
—¡No es cierto! —protestó Lía, su cara idéntica a la de su hermano, aunque siempre adornada con una chispa traviesa que la delataba.
Amelia dejó escapar una risa suave mientras recogía un par de piezas del suelo.
—Lía, ¿es cierto? —preguntó, alzando una ceja.
—Solo un poquito… —admitió, bajando la mirada como si estuviera realmente arrepentida.
Amelia sacudió la cabeza, acercándose para sentarse en el suelo junto a ellos.
—Está bien, pero juguemos limpio. ¿Qué les parece si yo ayudo a Max esta vez?
—¡No es justo! —protestó Lía, aunque su risa contagiosa llenó la habitación, haciendo que Max se uniera al juego con renovada energía.
Amelia no pudo evitar detenerse un momento a observarlos, su corazón llenándose de calidez. Sus hijos eran todo para ella. Desde el día que descubrió que estaba embarazada, había decidido que haría lo imposible por darles la mejor vida posible. Habían sido cinco años llenos de sacrificios, pero nunca se arrepentiría de su decisión de mantenerlos lejos del caos que alguna vez compartió con Matías.
Justo cuando Max y Lía lograban colocar las últimas piezas del rompecabezas, la puerta del apartamento se abrió y una voz familiar rompió la calma.
—¿Dónde están mis pequeños monstruos?
—¡Abuela! —gritaron los niños al unísono, corriendo hacia la entrada para abrazar a Patricia, la madre de Amelia.
Patricia soltó una carcajada mientras dejaba su bolso a un lado para recibir a los niños.
—¿Han estado portándose bien con su mamá?
—Sí… —respondió Lía, alargando la palabra con una sonrisa inocente.
—Más o menos —intervino Max, ganándose una mirada de reproche de su hermana.
Amelia se acercó, sonriendo al ver cómo su madre los abrazaba con tanto cariño. Patricia había sido su roca durante los últimos años, ayudándola a criar a los gemelos mientras equilibraba su carrera y su vida personal.
—Gracias por venir, mamá. —Amelia le dio un beso en la mejilla.
—Sabes que siempre estaré aquí para ustedes. —Patricia le devolvió la sonrisa antes de mirar a los niños. —Ahora, ¿quién quiere un chocolate caliente antes de dormir?
—¡Yo! —gritaron los dos al mismo tiempo, corriendo hacia la cocina mientras Patricia los seguía, riendo.
Amelia se quedó en la sala, recogiendo las piezas del rompecabezas mientras su mente comenzaba a divagar. Siempre había querido decirle a Matías que tenía hijos, pero cada vez que lo consideraba, algo la detenía.
La Amelia de hace cinco años hubiera corrido a buscarlo, convencida de que su amor era suficiente para superar cualquier obstáculo. Pero la Amelia de ahora sabía que no era tan sencillo. Matías era un hombre complicado, con prioridades y un estilo de vida que probablemente no encajarían con la vida que había construido para sus gemelos.
—¿Amelia? —La voz de su madre la sacó de sus pensamientos. Patricia se acercó con una taza de té en la mano, observándola con curiosidad. —Pareces preocupada.
—Estoy bien, mamá. —Amelia forzó una sonrisa mientras tomaba la taza.
—¿Es algo del trabajo? —Patricia se sentó a su lado, mirándola con esa expresión maternal que siempre lograba que Amelia se abriera.
Amelia dudó por un momento antes de suspirar.
—Es Matías. Está… está en mi vida otra vez.
La sorpresa en el rostro de Patricia fue evidente.
—¿Matías? ¿Tu exmarido?
Amelia asintió lentamente.
—Es mi jefe ahora. Y, mamá, no es el mismo de antes. Sigue siendo él, pero hay algo diferente… más intenso, más… no sé.
—¿Y cómo te sientes al respecto? —preguntó Patricia, sin juzgarla.
Amelia se quedó en silencio por un momento, mirando el vapor que subía de su taza de té.
—Confundida. No sé si puedo manejar tenerlo tan cerca sin que descubra que… que tiene dos hijos.
Patricia tomó su mano, dándole un apretón reconfortante.
—Amelia, eres fuerte. Has hecho un trabajo increíble criando a esos niños, y sé que tomarás la decisión correcta cuando llegue el momento.
Amelia asintió, aunque la incertidumbre seguía pesando en su pecho.
—Gracias, mamá.
Unos minutos después, Lía y Max regresaron corriendo a la sala, llenos de energía renovada gracias al chocolate caliente. Se lanzaron sobre Amelia, abrazándola mientras ella soltaba una risa despreocupada.
Por ahora, eso era suficiente.
El sonido constante del teclado llenaba el despacho, marcando el ritmo de la mañana. Amelia, concentrada en organizar las reuniones de la semana, mantenía la mirada fija en la pantalla mientras trataba de ignorar la imponente presencia de Matías, que repasaba documentos en su escritorio. Pero el peso de su mirada era inconfundible.Finalmente, exhaló con exasperación y alzó la vista. “¿Por qué me miras así?”Matías no apartó los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante. “Estaba pensando en cómo alguien tan brillante pudo cometer errores tan... impulsivos en el pasado.”Amelia arqueó una ceja, no dispuesta a dejarle la última palabra. “Tal vez porque los impulsos son más humanos que la arrogancia”.La sonrisa que apareció en los labios de Matías era peligrosa, como si hubiera encontrado el desafío que esperaba. “¿Te refieres a mi arrogancia oa la tuya?”Antes de que pudiera responder, la puerta del despacho se abrió de golpe, revelando a Sofía, la compañera de oficina que parecía
El sonido del despertador perforó la tranquilidad de la madrugada, arrancando a Amelia de un sueño inquieto. Su cuerpo aún sentía el cansancio de la noche anterior, cuando los gemelos insistieron en jugar hasta quedarse dormidos en sus brazos. Los cubrió con una manta antes de dirigirse al baño, donde se enfrentó a su reflejo.Ojeras sutiles oscurecían su mirada, un recordatorio de la carga que llevaba. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad por siempre, pero cada vez que pensaba en cómo Matías reaccionaría, una ola de incertidumbre la paralizaba.Respiró hondo y se preparó para un nuevo día en la oficina.Cuando llegó al edificio, intentó mantener la compostura. Se subió al elevador y ajustó su blusa, preparándose mentalmente para la jornada.Al entrar a la oficina de Matías, lo encontró revisando documentos, su expresión severa como siempre. Levantó la vista cuando ella entró, y por un momento, sus miradas se encontraron.—Buenos días —saludó ella con voz firme.—Buenos días,
El ambiente en la oficina de Ferrer Enterprises era un campo de batalla silencioso. Amelia lo había notado desde el primer día, pero ahora que llevaba más tiempo ahí, era imposible ignorarlo. No era solo la tensión natural de trabajar con su exmarido, sino también la guerra fría que se libraba entre sus compañeros. Y en el centro de todo, como una reina intocable en su trono de arrogancia, estaba Sofía.—¿Puedes traerme los informes de la junta de la tarde? —preguntó Sofía con una sonrisa demasiado dulce para ser sincera.Amelia ni siquiera levantó la vista de su escritorio. Sabía que Sofía era la mano derecha de Matías antes de que ella llegara. Y aunque técnicamente seguía en el mismo puesto, parecía que no le hacía gracia compartir responsabilidades con la nueva asistente ejecutiva del CEO.—No están en mi área de trabajo —respondió Amelia con calma—. Creo que podrías pedírselos directamente a contabilidad.El falso encanto de Sofía se desvaneció de inmediato, y su expresión se vol
La oficina estaba en calma, pero Amelia sabía que era solo una ilusión. Desde su confrontación con Sofía, los murmullos y miradas inquisitivas habían aumentado. La gente hablaba a sus espaldas y se preguntaba cómo había conseguido un puesto tan alto sin experiencia en la empresa. Amelia lo sabía, lo sentía en el aire cargado de tensión cada vez que caminaba por los pasillos.El verdadero desafío no era su trabajo, sino la necesidad de demostrar que pertenecía ahí sin revelar la verdad sobre su relación con Matías.Aquella mañana, mientras revisaba los reportes de las reuniones pasadas, recibió un correo de Recursos Humanos. "Reunión de desempeño" decía el asunto. Frunció el ceño. Apenas llevaba unas semanas en la empresa y ya la estaban evaluando. Era obvio que alguien había movido los hilos para hacerle la vida más difícil.—¿Problemas? —La voz de Matías la sacó de sus pensamientos. Estaba apoyado en el marco de su oficina, mirándola con curiosidad.—Nada fuera de lo normal —respondi
El aire en la oficina se había vuelto más denso desde el enfrentamiento con Sofía. Amelia podía sentir las miradas sobre ella, como si cada movimiento suyo fuera analizado en busca de una razón para desacreditarla. Aunque trataba de concentrarse en su trabajo, la tensión era innegable. Sabía que no podía permitirse errores.Matías también parecía notarlo. Aunque no había vuelto a intervenir directamente, su actitud había cambiado. No era abiertamente protector, pero de vez en cuando lanzaba miradas de advertencia a cualquiera que pareciera estar dificultando el trabajo de Amelia. Era un equilibrio extraño: por un lado, mantenían la profesionalidad, pero por otro, la conexión entre ellos seguía latente.El día se volvió aún más complicado cuando Matías convocó a una reunión de equipo. El proyecto en el que estaban trabajando era de suma importancia para la empresa, y la presión por presentar resultados era alta. Amelia entró en la sala de conferencias con su tableta en mano, lista para
La oficina estaba en completo silencio. El murmullo habitual de teclados, teléfonos y conversaciones había desaparecido, dejando solo el leve zumbido del aire acondicionado y el sonido de la ciudad a lo lejos.Amelia se sentó frente a la computadora en la sala de conferencias, repasando el informe con atención. Cada número debía cuadrar perfectamente, cada proyección debía estar justificada. No podía haber margen de error, no cuando Matías había confiado en ella para arreglar el desastre que Sofía había dejado.Suspiró y se frotó las sienes. La noche sería larga.—Espero que no te moleste la compañía —la voz grave de Matías la sacó de su concentración.Amelia levantó la mirada y lo vio apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, observándola con esa intensidad característica.—¿Tú también te vas a quedar? —preguntó, sorprendida.—No voy a dejarte sola trabajando en esto. Además… —hizo una pausa, con una media sonrisa—. Me aseguré de que nos traigan cena.Antes de que
La oficina, con sus paredes blancas y muebles de madera, parecía un lugar poco probable para que la pasión se desatara. Pero allí, en ese espacio aparentemente ordinario, la tensión entre Amelia y Matías ardía bajo la superficie, lista para consumirlos en cualquier momento. Amelia, con su cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, estaba concentrada en la pantalla de su computadora, tecleando con determinación. Su mirada, fija en las cifras y gráficos, reflejaba una mente analítica y precisa. Pero algo más profundo en su interior revelaba un deseo reprimido, una chispa de lujuria que luchaba por liberarse. Matías, su compañero de trabajo, se había convertido en una distracción constante. Con su presencia alta y su cabello oscuro cuidadosamente peinado, irradiaba una confianza que contrastaba con la timidez natural de Amelia. Mientras ella se perdía en los datos, él la observaba desde su escritorio, sus ojos oscuros brillando conuna intensidad que ella no podía ignorar
Amelia estaba ahora expuesta, vestida solo con su ropa interior negra, pero no sentía vergüenza. El deseo en los ojos de Matías la hacía sentir poderosa, deseada. Él se arrodilló frente a ella, sus manos recorriendo sus muslos, acercándose a su centro de placer. —Quiero saborearte —susurró, y sin esperar una respuesta, bajó su cabeza, deslizando su lengua por su vientre. Amelia se aferró a la pared, sus piernas temblando al sentir su lengua explorando su piel. Matías se tomó su tiempo, disfrutando de su sabor, antes de centrarse en su punto más sensible. Lamió y chupó su clítoris con habilidad, haciendo que Amelia se retorciera de placer. Sus dedos se unieron a su lengua, penetrando su humedad, haciendo que su cuerpo se tensara al borde del éxtasis. —¡Oh, Dios! —gimió Amelia, su voz llena de necesidad. Matías la miró a los ojos, viendo la pasión reflejada en su rostro. —¿Quieres más? —preguntó, su voz ronca. Amelia asintió, incapaz de hablar.—Te daré más — aviso. Matías se l