La oficina estaba en calma, pero Amelia sabía que era solo una ilusión. Desde su confrontación con Sofía, los murmullos y miradas inquisitivas habían aumentado. La gente hablaba a sus espaldas y se preguntaba cómo había conseguido un puesto tan alto sin experiencia en la empresa. Amelia lo sabía, lo sentía en el aire cargado de tensión cada vez que caminaba por los pasillos.
El verdadero desafío no era su trabajo, sino la necesidad de demostrar que pertenecía ahí sin revelar la verdad sobre su relación con Matías.
Aquella mañana, mientras revisaba los reportes de las reuniones pasadas, recibió un correo de Recursos Humanos. "Reunión de desempeño" decía el asunto. Frunció el ceño. Apenas llevaba unas semanas en la empresa y ya la estaban evaluando. Era obvio que alguien había movido los hilos para hacerle la vida más difícil.
—¿Problemas? —La voz de Matías la sacó de sus pensamientos. Estaba apoyado en el marco de su oficina, mirándola con curiosidad.
—Nada fuera de lo normal —respondió, cerrando la pantalla de su computadora—. Recursos Humanos quiere una reunión conmigo.
Matías asintió lentamente, sin apartar la mirada.
—No dejes que te intimiden. Haces un buen trabajo.
La afirmación fue sencilla, pero algo en su tono la hizo sentirse respaldada. Amelia respiró hondo y se preparó para lo que fuera que le esperaba.
La sala de juntas estaba fría, iluminada con la luz blanca de los fluorescentes. Frente a ella, un hombre de cabello canoso y gafas la observaba con profesionalismo. Era el director de Recursos Humanos, el señor Vergara. A su lado, Sofía estaba sentada con una expresión neutral, pero Amelia podía notar el leve destello de satisfacción en sus ojos.
—Señorita Amelia Varela, queremos hablar sobre su desempeño hasta el momento —comenzó el señor Vergara con un tono pausado—. Hemos recibido comentarios sobre su integración en el equipo y creemos que es importante discutir algunos puntos.
Amelia cruzó las manos sobre la mesa.
—¿Comentarios de quién? —preguntó sin rodeos.
El hombre parpadeó, incómodo.
—Eso no es relevante. Lo importante es que queremos asegurarnos de que se sienta cómoda en su puesto y que su adaptación sea la mejor posible.
Amelia contuvo una sonrisa. Sabía exactamente de dónde venía esto.
—Aprecio la preocupación, pero estoy segura de que mi trabajo habla por sí solo —respondió con diplomacia—. ¿Hay algún inconveniente con mi rendimiento?
Sofía se aclaró la garganta.
—Más que nada, queremos asegurarnos de que la dinámica laboral sea adecuada. No queremos que nadie se sienta desplazado.
Amelia sostuvo su mirada sin pestañear.
—Eso depende de cada quien, ¿no cree? Yo vine a hacer mi trabajo, no a desplazar a nadie.
El señor Vergara asintió con aprobación.
—Bien dicho. Apreciamos su disposición. Solo queríamos asegurarnos de que no hubiera problemas de comunicación. Por ahora, todo sigue igual.
Sofía apretó los labios, claramente frustrada por el resultado de la reunión. Amelia lo notó y sintió una pequeña victoria.
Más tarde, mientras intentaba concentrarse en sus tareas, una notificación en su computadora la sacó de su trabajo. Un nuevo correo de Sofía. "Informe de revisión: Necesito que lo revises y lo envíes en la próxima hora."
Amelia revisó el documento adjunto y sintió su paciencia tambalearse. Era un archivo de más de cincuenta páginas con errores evidentes que claramente querían hacerla perder tiempo.
Sabía que Sofía estaba probándola. Si fallaba, quedaría mal ante Matías y el equipo. Si se quejaba, parecería que no podía manejar la carga de trabajo.
Concentrada, comenzó a corregir el informe. Le llevó menos de treinta minutos identificar y solucionar los errores más graves. Una vez terminado, lo envió con un simple "Listo".
Pocos minutos después, Sofía pasó por su escritorio, fingiendo revisar unos papeles.
—Qué eficiente. Pensé que te tomaría más tiempo —comentó con un tono casual.
Amelia sonrió.
—Podría haberlo hecho en menos, pero tenía otras prioridades.
Sofía entrecerró los ojos, pero no respondió. Se alejó con un leve susurro de su perfume caro, dejando a Amelia con la certeza de que esto solo era el comienzo.
Horas después, Matías se acercó a su escritorio cuando la oficina ya estaba más vacía.
—Recibí el informe. Hiciste un buen trabajo —dijo con voz neutra, aunque en sus ojos había algo más, algo que ella intentaba no descifrar.
—Gracias. Solo estaba haciendo lo que me corresponde —respondió con calma.
Matías la miró por un momento, como si quisiera decir algo más, pero finalmente asintió.
—Nos vemos mañana. Descansa.
Amelia esperó a que él desapareciera por el pasillo antes de soltar un suspiro.
Sabía que esta guerra en la oficina estaba lejos de terminar. Pero no se dejaría vencer.
Las sombras del pasado podían acecharla todo lo que quisieran. Ella seguiría adelante.
El aire en la oficina se había vuelto más denso desde el enfrentamiento con Sofía. Amelia podía sentir las miradas sobre ella, como si cada movimiento suyo fuera analizado en busca de una razón para desacreditarla. Aunque trataba de concentrarse en su trabajo, la tensión era innegable. Sabía que no podía permitirse errores.Matías también parecía notarlo. Aunque no había vuelto a intervenir directamente, su actitud había cambiado. No era abiertamente protector, pero de vez en cuando lanzaba miradas de advertencia a cualquiera que pareciera estar dificultando el trabajo de Amelia. Era un equilibrio extraño: por un lado, mantenían la profesionalidad, pero por otro, la conexión entre ellos seguía latente.El día se volvió aún más complicado cuando Matías convocó a una reunión de equipo. El proyecto en el que estaban trabajando era de suma importancia para la empresa, y la presión por presentar resultados era alta. Amelia entró en la sala de conferencias con su tableta en mano, lista para
La oficina estaba en completo silencio. El murmullo habitual de teclados, teléfonos y conversaciones había desaparecido, dejando solo el leve zumbido del aire acondicionado y el sonido de la ciudad a lo lejos.Amelia se sentó frente a la computadora en la sala de conferencias, repasando el informe con atención. Cada número debía cuadrar perfectamente, cada proyección debía estar justificada. No podía haber margen de error, no cuando Matías había confiado en ella para arreglar el desastre que Sofía había dejado.Suspiró y se frotó las sienes. La noche sería larga.—Espero que no te moleste la compañía —la voz grave de Matías la sacó de su concentración.Amelia levantó la mirada y lo vio apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, observándola con esa intensidad característica.—¿Tú también te vas a quedar? —preguntó, sorprendida.—No voy a dejarte sola trabajando en esto. Además… —hizo una pausa, con una media sonrisa—. Me aseguré de que nos traigan cena.Antes de que
La oficina, con sus paredes blancas y muebles de madera, parecía un lugar poco probable para que la pasión se desatara. Pero allí, en ese espacio aparentemente ordinario, la tensión entre Amelia y Matías ardía bajo la superficie, lista para consumirlos en cualquier momento. Amelia, con su cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, estaba concentrada en la pantalla de su computadora, tecleando con determinación. Su mirada, fija en las cifras y gráficos, reflejaba una mente analítica y precisa. Pero algo más profundo en su interior revelaba un deseo reprimido, una chispa de lujuria que luchaba por liberarse. Matías, su compañero de trabajo, se había convertido en una distracción constante. Con su presencia alta y su cabello oscuro cuidadosamente peinado, irradiaba una confianza que contrastaba con la timidez natural de Amelia. Mientras ella se perdía en los datos, él la observaba desde su escritorio, sus ojos oscuros brillando conuna intensidad que ella no podía ignorar
Amelia estaba ahora expuesta, vestida solo con su ropa interior negra, pero no sentía vergüenza. El deseo en los ojos de Matías la hacía sentir poderosa, deseada. Él se arrodilló frente a ella, sus manos recorriendo sus muslos, acercándose a su centro de placer. —Quiero saborearte —susurró, y sin esperar una respuesta, bajó su cabeza, deslizando su lengua por su vientre. Amelia se aferró a la pared, sus piernas temblando al sentir su lengua explorando su piel. Matías se tomó su tiempo, disfrutando de su sabor, antes de centrarse en su punto más sensible. Lamió y chupó su clítoris con habilidad, haciendo que Amelia se retorciera de placer. Sus dedos se unieron a su lengua, penetrando su humedad, haciendo que su cuerpo se tensara al borde del éxtasis. —¡Oh, Dios! —gimió Amelia, su voz llena de necesidad. Matías la miró a los ojos, viendo la pasión reflejada en su rostro. —¿Quieres más? —preguntó, su voz ronca. Amelia asintió, incapaz de hablar.—Te daré más — aviso. Matías se l
A la mañana siguiente, la oficina estaba más silenciosa de lo habitual. Amelia llegó temprano, revisó los últimos detalles del informe que había corregido y lo dejó sobre el escritorio de Matías. Sabía que la reunión de las dos de la tarde sería tensa, y aunque había hecho su parte, no podía evitar sentir un leve nerviosismo.Poco antes del mediodía, Matías llamó a Sofía a su oficina. Su tono de voz era serio, lo que dejó en claro que la conversación no sería placentera. Cuando ella entró, cerró la puerta tras de sí con cierta altivez, pero su expresión cambió al ver la mirada fría de su jefe.—Sofía, explícame cómo es posible que un informe tan importante estuviera incompleto la noche anterior —su voz era firme, controlada, pero con una clara nota de desaprobación.Sofía tragó saliva y compuso una sonrisa forzada.—Hubo algunas complicaciones, pero pensé que el equipo podría ajustarlo hoy en la mañana… —comenzó a decir.Matías la interrumpió con un gesto de la mano.—No es excusa. Es
Matías cerró la puerta de su oficina con un suspiro, dejando caer su cuerpo contra el respaldo de su silla. La reunión había sido un recordatorio de que, por más que intentara mantener el control, siempre habría factores inesperados que amenazarían con desmoronar su mundo perfectamente estructurado.Pero lo que realmente le inquietaba no era el desempeño de su equipo, sino la mujer que estaba sentada frente a él. Amelia.Había algo en su presencia que lo desestabilizaba, algo que lo hacía olvidar su propia regla de oro: nunca involucrarse demasiado.Y justo cuando creía que tenía las cosas bajo control, una llamada de su abogado lo sacudió por completo.—Matías, necesitamos hablar. Es sobre el contrato familiar.Matías frunció el ceño.—¿Qué pasa con él?Hubo un silencio incómodo antes de que su abogado respondiera.—La cláusula que establece tu matrimonio con Amelia… es más complicada de lo que pensábamos. No puedes anularlo sin consecuencias graves.Matías sintió un escalofrío recorr
Cuando la reunión finalizó, Matías dio por concluida la sesión y todos comenzaron a recoger sus cosas. Justo antes de que Sofía saliera, Matías la detuvo.—Pide dos postres y llévalos a mi oficina.Sofía parpadeó con sorpresa, pero asintió rápidamente y salió para cumplir la orden.Amelia lo miró con una ceja arqueada.—¿Invitas a alguien a merendar?Matías sonrió levemente y metió las manos en los bolsillos.—A ti. Quiero hablar contigo sin interrupciones.Ella lo analizó por un momento, pero no rechazó la oferta. Sabía que algo importante se avecinaba.Cuando llegaron a la oficina de Matías, Sofía ya había dejado los postres sobre la mesa de reuniones pequeña. Amelia tomó asiento mientras Matías destapaba los envases.—No sabía si preferías tarta de frutos rojos o mousse de chocolate, así que pedí los dos.Amelia sonrió levemente, sorprendida por el gesto.—Qué detallista. No parecías el tipo de hombre que se preocupa por esas cosas.Matías se encogió de hombros mientras servía un p
El silencio entre Amelia y Matías era denso, cargado de significados no expresados. Ninguno de los dos apartó la mirada, como si estuvieran esperando que el otro diera el primer paso, que rompiera esa barrera invisible que los mantenía en vilo.Matías exhaló con suavidad y tamborileó los dedos sobre la mesa.—No quiero presionarte, Amelia —dijo en un tono bajo—, pero tampoco quiero fingir que nada ha pasado.Amelia bajó la vista a su taza de café, girándola levemente entre sus manos.—No se trata de fingir —susurró—. Se trata de saber si esto tiene sentido.Matías frunció el ceño.—¿Quieres decir que lo que sentimos no tiene sentido?Amelia cerró los ojos por un instante, tratando de ordenar sus pensamientos. Cuando volvió a mirarlo, su expresión era seria.—Quiero decir que no sé si sea lo correcto —admitió.Matías apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos.—La vida no siempre nos da opciones que sean completamente correctas —replicó—. A veces, solo podemos elegir lo que nos h