Valeria siempre estuvo un paso detrás de Sofía, como una sombra fiel y silenciosa. Desde que conocieron en la universidad, había estado dispuesta a todo por ella. A conseguirle información, a encubrir sus errores, a hacerle favores sin pedir nada a cambio. Y Sofía, consciente de ese poder que ejercía sobre ella, lo aprovechaba a su favor.Aquella noche, en medio de su frustración, Sofía la llamó con una invitación imposible de rechazar.—Ven conmigo al Royale —dijo, su voz arrastrando una nota de desespero—. Necesito un trago. Oh varios.Valeria no dudó ni un segundo. Sofía nunca dijo abiertamente que la necesitaba, así que cuando lo hacía, ella respondía al instante.El Royale no era ningún bar. Se trata de un sitio exclusivo, reservado solo para aquellos con el dinero y la influencia suficiente para cruzar sus puertas de cristal ahumado. Los camareros vestían impecables trajes negros, las luces eran tenues y el aroma a whisky añejo y perfume caro flotaba en el aire. El murmullo de l
El aire nocturno estaba cargado con la mezcla de perfume caro y el tenue aroma del alcohol en la piel de Sofía. La brisa era fresca en contraste con el calor de su cuerpo, que se apoyaba sin reservas contra Valeria mientras caminaban fuera del Royale.—No tienes idea de lo mucho que te quiero, Valeria —murmuró Sofía, arrastrando ligeramente las palabras mientras se aferraba a su brazo.—Lo sé —respondió Valeria con suavidad, aunque no estaba segura de cuánto de eso era el alcohol hablando y cuánto era Sofía de verdad.Sofía dejó escapar una risita traviesa y giró el rostro hacia ella, sus labios rozando apenas su mejilla antes de acercarse a su oído.—Eres tan linda cuando te pones seria —susurró—. Tan responsable.Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que Sofía coqueteaba de manera ambigua cuando estaba borracha, pero algo en la forma en que sus dedos empezaron a deslizarse distraídamente por su cintura la hizo contener el aliento.—Sofía… —intentó
La tenue luz de la madrugada cubría la habitación con un resplandor suave, pintando sombras sobre la piel desnuda de Sofía. Valeria permanecía en silencio, apoyada en un codo, observándola dormir.No debería sentirse así. No después de todo lo que había pasado. Pero ahí estaba, con el pecho apretado, sintiendo cómo algo dentro de ella se rompía poco a poco.El roce de sus dedos sobre la mejilla de Sofía fue apenas un susurro. Su piel se sentía cálida, su respiración tranquila, como si nada en el mundo pudiera perturbar su sueño. Como si la noche anterior no hubiera significado nada.Valeria tragó en seco.Porque, en realidad, no significaba nada.Para Sofía, solo había sido una noche más. Un juego. Un capricho pasajero.Y Valeria lo sabía. Desde el momento en que Sofía la miró con esa mezcla de desafío y deseo, supo que estaba condenada a ser una más en la larga lista de cosas que Sofía tomaba cuando le placía y desechaba cuando se aburría.Pero aún así, se quedó allí. Porque, aunque
El ambiente en la oficina estaba cargado de una tensión casi palpable. Sofía se removió en su asiento, tamborileando los dedos contra la superficie de su escritorio. Su mirada se desviaba constantemente hacia la puerta de la oficina de Matías, entrecerrando los ojos cada vez que veía a Amelia dentro.Desde el otro lado de la sala, Valeria observaba en silencio. Sabía exactamente lo que pasaba por la mente de Sofía. Lo mismo que había visto una y otra vez: el fastidio de no ser el centro de atención, la rabia oculta tras una mueca de indiferencia, el deseo de ser la que acaparara todas las miradas.Pero esta vez, el golpe fue más directo. Matías había llamado a Amelia a su oficina con la excusa de revisar unos documentos que Sofía misma le había entregado hace apenas veinte minutos. No había razón lógica para que la llamara de nuevo, salvo que buscara una excusa para estar a solas con ella.Y Sofía lo notó.Valeria también.Sofía soltó un bufido bajo y cruzó los brazos, pero no apartó
Matías apenas había terminado de leer la infame cláusula nupcial nuevamente cuando su celular vibró con un mensaje de su padre. "Ven a casa. Ahora." Tres palabras que no dejaban espacio para excusas.Sabía lo que venía. Desde el momento en que descubrió que el contrato familiar lo obligaba a permanecer casado con Amelia, sintió un nudo en el estómago. Pensó que podría encontrar una salida, una forma de anularlo, pero los Ferrer no eran personas que dejaban cabos sueltos.Cuando llegó a la majestuosa residencia familiar, los esperaba en la gran sala de reuniones. Su padre, Lorenzo Ferrer, estaba sentado al centro de la mesa de caoba, con su madre, Irene, a su derecha. Su hermano mayor, Rafael, y su tío Esteban completaban la formación. Todos con rostros impasibles, pero con la mirada firme y calculadora.—Matías —dijo su padre con voz grave—. Sabemos que ya leíste la cláusula. Así que nos saltaremos la parte donde intentas fingir que esto no es importante.Matías entrecerró los ojos.—
Amelia Torres se tambaleaba entre el entusiasmo y el terror absoluto mientras cruzaba la puerta giratoria del edificio Ferrer Enterprises. Era su oportunidad soñada: el puesto de asistente ejecutiva en una de las empresas más importantes de la ciudad. Sin embargo, la posibilidad de arruinar todo en el primer día no dejaba de rondar su cabeza.Con su carpeta de documentos bien apretada contra el pecho y su vestido azul de "quiero este trabajo, pero no soy desesperada", se encaminó hacia la recepción.—Hola, soy Amelia Torres. Vengo para la entrevista de las 10 —dijo con una sonrisa nerviosa.La recepcionista, una mujer de traje impecable y sonrisa mecánica, asintió mientras hacía clics en su computadora.—Piso 25. El asistente del CEO la estará esperando."¿El CEO?" El corazón de Amelia dio un brinco. No esperaba tener que cruzarse con la cima de la pirámide corporativa en su primera visita. Con un resoplido, presionó el botón del ascensor. Todo irá bien, se dijo, aunque su voz interna
Amelia salió de la sala de juntas con el corazón latiendo a toda velocidad. Sentía que cada interacción con Matías era como caminar sobre brasas: una mezcla de peligro, excitación y un calor sofocante que no podía ignorar.Cuando llegó a su oficina, encontró a Clara, su compañera de equipo y una de las pocas personas que parecía genuinamente amable, revisando unos documentos en el escritorio contiguo.—¿Cómo fue tu reunión? —preguntó Clara, levantando la vista.Amelia dejó sus cosas sobre la mesa y suspiró.—Intensa, como todo con Matías Ferrer.Clara sonrió con simpatía, aunque había un brillo curioso en sus ojos.—Dicen que es un genio en los negocios, pero también que tiene un carácter… complicado.Complicado era una forma amable de decirlo. Amelia asintió, recordando la manera en que Matías la había desafiado con esa sonrisa arrogante que parecía diseñar exclusivamente para ponerla de los nervios.—Bueno, sobreviví. Eso ya es algo, ¿no?Clara rió.—Eso cuenta como un logro. Aunque
El sonido constante del teclado llenaba el despacho, marcando el ritmo de la mañana. Amelia, concentrada en organizar las reuniones de la semana, mantenía la mirada fija en la pantalla mientras trataba de ignorar la imponente presencia de Matías, que repasaba documentos en su escritorio. Pero el peso de su mirada era inconfundible.Finalmente, exhaló con exasperación y alzó la vista. “¿Por qué me miras así?”Matías no apartó los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante. “Estaba pensando en cómo alguien tan brillante pudo cometer errores tan... impulsivos en el pasado.”Amelia arqueó una ceja, no dispuesta a dejarle la última palabra. “Tal vez porque los impulsos son más humanos que la arrogancia”.La sonrisa que apareció en los labios de Matías era peligrosa, como si hubiera encontrado el desafío que esperaba. “¿Te refieres a mi arrogancia oa la tuya?”Antes de que pudiera responder, la puerta del despacho se abrió de golpe, revelando a Sofía, la compañera de oficina que parecía