El sonido constante del teclado llenaba el despacho, marcando el ritmo de la mañana. Amelia, concentrada en organizar las reuniones de la semana, mantenía la mirada fija en la pantalla mientras trataba de ignorar la imponente presencia de Matías, que repasaba documentos en su escritorio. Pero el peso de su mirada era inconfundible.
Finalmente, exhaló con exasperación y alzó la vista. “¿Por qué me miras así?”
Matías no apartó los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante. “Estaba pensando en cómo alguien tan brillante pudo cometer errores tan... impulsivos en el pasado.”
Amelia arqueó una ceja, no dispuesta a dejarle la última palabra. “Tal vez porque los impulsos son más humanos que la arrogancia”.
La sonrisa que apareció en los labios de Matías era peligrosa, como si hubiera encontrado el desafío que esperaba. “¿Te refieres a mi arrogancia oa la tuya?”
Antes de que pudiera responder, la puerta del despacho se abrió de golpe, revelando a Sofía, la compañera de oficina que parecía tener un radar para interrumpir momentos tensos.
“¡Matías! Aquí tienes los informes de ventas que pediste. Pensé que preferirías que te los trajera personalmente”. Su tono era dulce, casi empalagoso, y la mirada que le dirigió a Amelia fue todo menos amistosa.
Amelia respiró hondo y forzó una sonrisa. “Gracias, Sofía. Puedes dejarlos aquí; yo me encargo de archivarlos.”
“¿De verdad? No quisiera sobrecargarte con más trabajo”. Su sonrisa era una mezcla de inocencia fingida y hostilidad mal disimulada.
“No te preocupes, puedo manejarlo. Es parte de mi trabajo”, respondió Amelia con calma, volviendo la mirada al monitor.
Sofía soltó una risita antes de girarse hacia Matías, quien parecía más interesado en observar el intercambio que en intervenir. “Si necesitas algo más, no dudes en llamarme”, dijo, lanzándole una mirada que casi gritaba su interés.
“Gracias, Sofía. Eso sería todo por ahora”, respondió Matías con tono profesional, aunque su mirada seguía fija en Amelia.
Cuando la puerta se cerró tras Sofía, Amelia soltó un suspiro. “Es encantadora, ¿no crees?”
Matías emocionado. “¿Celosa?”
Amelia rodó los ojos. “Por favor. Solo estoy impresionada de que tenga tiempo para jugar a ser la favorita mientras tú no haces nada al respecto.”
“¿Y por qué deberías hacerlo?” preguntó, recostándose en su silla con una sonrisa que le sacaba de quicio.
Amelia decidió ignorarlo y se concentró en su trabajo. Pero la incomodidad permaneció, una mezcla de tensión profesional y recuerdos de un pasado que no dejaba de acecharlos.
Esa noche
En su apartamento, Amelia respiró hondo al cruzar la puerta. Había dejado atrás las reuniones interminables y las sonrisas falsas de Sofía, pero la batalla real estaba por comenzar: la hora de dormir de los gemelos.
“¡Mami, mami! ¡Hoy Max rompió mi torre de bloques otra vez!” Lía llegó corriendo hacia ella, sus rizos castaños rebotando mientras señalaba a su hermano, quien la seguía con expresión culpable.
“No fue mi culpa, tropecé”, se defendió Max, abrazando su peluche con una inocencia que Amelia sabía que no era del todo real.
“Chicos, por favor. Han tenido todo el día para pelear. Ahora es momento de cenar y descansar.”
“¿Nos cuentas un cuento después de cenar?” preguntó Max con una sonrisa que sabía que era imposible de resistir.
“Claro, pero solo si terminan su cena sin discutir”, respondió Amelia, llevándolos a la mesa donde su madre, Elena, ya había servido la comida.
Elena observó a su hija con una mezcla de preocupación y orgullo. “Te ves agotada, Amelia. ¿Todo bien en el trabajo?”
“Lo de siempre”, respondió, sirviéndose un vaso de agua.
“¿Y él?”
Amelia sabía exactamente a quién se refería. “Matías sigue siendo... Matías. Intenso, arrogante, pero profesional”.
“¿Y tú cómo estás manejando todo esto?”
Amelia miró a sus hijos, que discutían sobre quién tenía más zanahorias en el plato. “Hago lo que puedo. Pero hay días en los que me pregunto si tomé la decisión correcta al aceptar este trabajo.”
“Amelia, tarde o temprano tendrás que decidir si le cuentas sobre ellos”, dijo Elena con suavidad.
“No estoy lista, mamá. Ni siquiera estoy seguro de cómo reaccionaría. Matías es complicado, y no quiero que los niños sufran si las cosas no salen bien.”
Elena suspir, pero no insisti. Sabía que su hija necesitaba tiempo.
En la oficina, al día siguiente
Amelia llegó temprano, revisando las agendas y asegurándose de que todo estaba en orden antes de que Matías llegara. Sin embargo, la tranquilidad de la mañana se vio interrumpida cuando Catalina Ferrer apareció sin previo aviso.
“Buenos días, señorita... ¿Amelia, cierto?”
Amelia se levantó rápidamente, sorprendida por la visita inesperada. “Buenos días, señora Ferrer. ¿En qué puedo ayudarla?”
Catalina la estudió por un momento antes de responder. “Quería hablar con mi hijo, pero parece que aún no llega. ¿Cómo ha sido trabajar para él?”
“Exigente, pero gratificante”, respondió Amelia, manteniendo una sonrisa neutral.
“Espero que sigas estando a la altura. Matías tiene poco margen para errores.”
"Perder. Estoy haciendo todo lo posible para asegurarme de cumplir con sus expectativas.”
Catalina ascendió, pero había algo en su mirada que hacía que Amelia se sintiera como si estuviera bajo un microscopio. Antes de que pudiera decir algo más, apareció Matías, su presencia llenando inmediatamente la habitación.
“Madre, ¿a qué debe el honor?” preguntó, lanzando una mirada curiosa entre las dos mujeres.
“Quería discutir algunos asuntos de la familia contigo”, respondió Catalina, levantándose. “No te quito más tiempo”.
Cuando se fue, Matías se giró hacia Amelia, alzando una ceja. “¿Todo bien?”
“Todo bien”, respondió, aunque su corazón seguía acelerado por la inesperada visita.
Esa noche, Amelia se sentó en el borde de la cama mientras observaba a Lía y Max dormir. Se sentía dividida entre la necesidad de protegerlos y la creciente presión de enfrentar la verdad.
El rostro de Matías apareció en su mente, junto con los recuerdos de lo que alguna vez compartieron. No podía negar que aún había algo entre ellos, algo que complicaba todo.
“Un día más”, murmuró para sí misma. “Solo un día más”.
Mientras apagaba la luz, sabía que el pasado estaba cada vez más cerca de alcanzarla.
El sonido del despertador perforó la tranquilidad de la madrugada, arrancando a Amelia de un sueño inquieto. Su cuerpo aún sentía el cansancio de la noche anterior, cuando los gemelos insistieron en jugar hasta quedarse dormidos en sus brazos. Los cubrió con una manta antes de dirigirse al baño, donde se enfrentó a su reflejo.Ojeras sutiles oscurecían su mirada, un recordatorio de la carga que llevaba. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad por siempre, pero cada vez que pensaba en cómo Matías reaccionaría, una ola de incertidumbre la paralizaba.Respiró hondo y se preparó para un nuevo día en la oficina.Cuando llegó al edificio, intentó mantener la compostura. Se subió al elevador y ajustó su blusa, preparándose mentalmente para la jornada.Al entrar a la oficina de Matías, lo encontró revisando documentos, su expresión severa como siempre. Levantó la vista cuando ella entró, y por un momento, sus miradas se encontraron.—Buenos días —saludó ella con voz firme.—Buenos días,
El ambiente en la oficina de Ferrer Enterprises era un campo de batalla silencioso. Amelia lo había notado desde el primer día, pero ahora que llevaba más tiempo ahí, era imposible ignorarlo. No era solo la tensión natural de trabajar con su exmarido, sino también la guerra fría que se libraba entre sus compañeros. Y en el centro de todo, como una reina intocable en su trono de arrogancia, estaba Sofía.—¿Puedes traerme los informes de la junta de la tarde? —preguntó Sofía con una sonrisa demasiado dulce para ser sincera.Amelia ni siquiera levantó la vista de su escritorio. Sabía que Sofía era la mano derecha de Matías antes de que ella llegara. Y aunque técnicamente seguía en el mismo puesto, parecía que no le hacía gracia compartir responsabilidades con la nueva asistente ejecutiva del CEO.—No están en mi área de trabajo —respondió Amelia con calma—. Creo que podrías pedírselos directamente a contabilidad.El falso encanto de Sofía se desvaneció de inmediato, y su expresión se vol
La oficina estaba en calma, pero Amelia sabía que era solo una ilusión. Desde su confrontación con Sofía, los murmullos y miradas inquisitivas habían aumentado. La gente hablaba a sus espaldas y se preguntaba cómo había conseguido un puesto tan alto sin experiencia en la empresa. Amelia lo sabía, lo sentía en el aire cargado de tensión cada vez que caminaba por los pasillos.El verdadero desafío no era su trabajo, sino la necesidad de demostrar que pertenecía ahí sin revelar la verdad sobre su relación con Matías.Aquella mañana, mientras revisaba los reportes de las reuniones pasadas, recibió un correo de Recursos Humanos. "Reunión de desempeño" decía el asunto. Frunció el ceño. Apenas llevaba unas semanas en la empresa y ya la estaban evaluando. Era obvio que alguien había movido los hilos para hacerle la vida más difícil.—¿Problemas? —La voz de Matías la sacó de sus pensamientos. Estaba apoyado en el marco de su oficina, mirándola con curiosidad.—Nada fuera de lo normal —respondi
El aire en la oficina se había vuelto más denso desde el enfrentamiento con Sofía. Amelia podía sentir las miradas sobre ella, como si cada movimiento suyo fuera analizado en busca de una razón para desacreditarla. Aunque trataba de concentrarse en su trabajo, la tensión era innegable. Sabía que no podía permitirse errores.Matías también parecía notarlo. Aunque no había vuelto a intervenir directamente, su actitud había cambiado. No era abiertamente protector, pero de vez en cuando lanzaba miradas de advertencia a cualquiera que pareciera estar dificultando el trabajo de Amelia. Era un equilibrio extraño: por un lado, mantenían la profesionalidad, pero por otro, la conexión entre ellos seguía latente.El día se volvió aún más complicado cuando Matías convocó a una reunión de equipo. El proyecto en el que estaban trabajando era de suma importancia para la empresa, y la presión por presentar resultados era alta. Amelia entró en la sala de conferencias con su tableta en mano, lista para
La oficina estaba en completo silencio. El murmullo habitual de teclados, teléfonos y conversaciones había desaparecido, dejando solo el leve zumbido del aire acondicionado y el sonido de la ciudad a lo lejos.Amelia se sentó frente a la computadora en la sala de conferencias, repasando el informe con atención. Cada número debía cuadrar perfectamente, cada proyección debía estar justificada. No podía haber margen de error, no cuando Matías había confiado en ella para arreglar el desastre que Sofía había dejado.Suspiró y se frotó las sienes. La noche sería larga.—Espero que no te moleste la compañía —la voz grave de Matías la sacó de su concentración.Amelia levantó la mirada y lo vio apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, observándola con esa intensidad característica.—¿Tú también te vas a quedar? —preguntó, sorprendida.—No voy a dejarte sola trabajando en esto. Además… —hizo una pausa, con una media sonrisa—. Me aseguré de que nos traigan cena.Antes de que
La oficina, con sus paredes blancas y muebles de madera, parecía un lugar poco probable para que la pasión se desatara. Pero allí, en ese espacio aparentemente ordinario, la tensión entre Amelia y Matías ardía bajo la superficie, lista para consumirlos en cualquier momento. Amelia, con su cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, estaba concentrada en la pantalla de su computadora, tecleando con determinación. Su mirada, fija en las cifras y gráficos, reflejaba una mente analítica y precisa. Pero algo más profundo en su interior revelaba un deseo reprimido, una chispa de lujuria que luchaba por liberarse. Matías, su compañero de trabajo, se había convertido en una distracción constante. Con su presencia alta y su cabello oscuro cuidadosamente peinado, irradiaba una confianza que contrastaba con la timidez natural de Amelia. Mientras ella se perdía en los datos, él la observaba desde su escritorio, sus ojos oscuros brillando conuna intensidad que ella no podía ignorar
Amelia estaba ahora expuesta, vestida solo con su ropa interior negra, pero no sentía vergüenza. El deseo en los ojos de Matías la hacía sentir poderosa, deseada. Él se arrodilló frente a ella, sus manos recorriendo sus muslos, acercándose a su centro de placer. —Quiero saborearte —susurró, y sin esperar una respuesta, bajó su cabeza, deslizando su lengua por su vientre. Amelia se aferró a la pared, sus piernas temblando al sentir su lengua explorando su piel. Matías se tomó su tiempo, disfrutando de su sabor, antes de centrarse en su punto más sensible. Lamió y chupó su clítoris con habilidad, haciendo que Amelia se retorciera de placer. Sus dedos se unieron a su lengua, penetrando su humedad, haciendo que su cuerpo se tensara al borde del éxtasis. —¡Oh, Dios! —gimió Amelia, su voz llena de necesidad. Matías la miró a los ojos, viendo la pasión reflejada en su rostro. —¿Quieres más? —preguntó, su voz ronca. Amelia asintió, incapaz de hablar.—Te daré más — aviso. Matías se l
A la mañana siguiente, la oficina estaba más silenciosa de lo habitual. Amelia llegó temprano, revisó los últimos detalles del informe que había corregido y lo dejó sobre el escritorio de Matías. Sabía que la reunión de las dos de la tarde sería tensa, y aunque había hecho su parte, no podía evitar sentir un leve nerviosismo.Poco antes del mediodía, Matías llamó a Sofía a su oficina. Su tono de voz era serio, lo que dejó en claro que la conversación no sería placentera. Cuando ella entró, cerró la puerta tras de sí con cierta altivez, pero su expresión cambió al ver la mirada fría de su jefe.—Sofía, explícame cómo es posible que un informe tan importante estuviera incompleto la noche anterior —su voz era firme, controlada, pero con una clara nota de desaprobación.Sofía tragó saliva y compuso una sonrisa forzada.—Hubo algunas complicaciones, pero pensé que el equipo podría ajustarlo hoy en la mañana… —comenzó a decir.Matías la interrumpió con un gesto de la mano.—No es excusa. Es