El sonido del despertador perforó la tranquilidad de la madrugada, arrancando a Amelia de un sueño inquieto. Su cuerpo aún sentía el cansancio de la noche anterior, cuando los gemelos insistieron en jugar hasta quedarse dormidos en sus brazos. Los cubrió con una manta antes de dirigirse al baño, donde se enfrentó a su reflejo.
Ojeras sutiles oscurecían su mirada, un recordatorio de la carga que llevaba. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad por siempre, pero cada vez que pensaba en cómo Matías reaccionaría, una ola de incertidumbre la paralizaba.
Respiró hondo y se preparó para un nuevo día en la oficina.
Cuando llegó al edificio, intentó mantener la compostura. Se subió al elevador y ajustó su blusa, preparándose mentalmente para la jornada.
Al entrar a la oficina de Matías, lo encontró revisando documentos, su expresión severa como siempre. Levantó la vista cuando ella entró, y por un momento, sus miradas se encontraron.
—Buenos días —saludó ella con voz firme.
—Buenos días, Amelia —respondió él, su tono más suave de lo que esperaba.
Durante el día, los roces entre ellos fueron inevitables. En una de las reuniones, Matías insistió en que Amelia lo acompañara a una cena con inversionistas. La noticia la tomó por sorpresa.
—No creo que sea necesario —intentó protestar.
—Es parte de tu trabajo —dijo él con una sonrisa desafiante—. A menos que tengas algún otro compromiso.
Amelia apretó los dientes. Sabía que no podía negarse sin levantar sospechas.
Más tarde, mientras se preparaba para la cena, Amelia no pudo evitar pensar en lo difícil que era mantener la distancia con Matías. Había momentos en los que casi podía olvidar el dolor del pasado… pero solo casi.
En la cena, Matías se mostró encantador y carismático con los inversionistas. Amelia lo conocía lo suficiente como para saber que, aunque su actitud parecía relajada, siempre estaba analizando la situación. En un momento, él le susurró al oído:
—Estás hermosa esta noche.
Su piel se estremeció. Intentó ignorar el efecto que aún tenía sobre ella, pero cuando él le tomó la mano para guiarla en la presentación, supo que estaba perdiendo el control de la situación.
El pasado los perseguía, y Amelia comenzaba a preguntarse si podría seguir escondiendo su secreto por mucho más tiempo.
Amelia se obligó a mantener la compostura, recordándose que estaba aquí por trabajo. No importaba lo que Matías dijera o hiciera, debía mantener su profesionalismo intacto. Inspiró hondo y sonrió con cortesía antes de responder.
—Gracias, señor Ferrer —replicó con formalidad, enfatizando su apellido en un intento de poner distancia.
Matías alzó una ceja, notando el cambio de tono, pero no insistió. En su mundo, el profesionalismo era una máscara tan común como un traje a medida, y si Amelia quería jugar esa carta, él sabría adaptarse.
La velada transcurrió entre discursos, brindis y reuniones con ejecutivos importantes. Amelia cumplió su papel a la perfección, manteniéndose a su lado como una sombra eficiente. Respondía preguntas cuando era necesario, tomaba notas mentales de cada posible inversor y evitaba cualquier contacto innecesario con Matías. Sin embargo, no podía evitar sentir su mirada en ella cada tanto, como si él estuviera analizándola, buscando grietas en su coraza.
Cuando finalmente la reunión principal terminó y las conversaciones se distendieron, Amelia aprovechó un momento de distracción para alejarse unos minutos. Necesitaba un respiro, lejos de las luces y la tensión. Se refugió en el balcón del hotel, donde la brisa nocturna le refrescó el rostro. Cerró los ojos por un momento, disfrutando la tranquilidad.
—Pensé que ya te habías escapado —la voz de Matías interrumpió su breve paz.
Amelia se giró lentamente y lo encontró de pie en la entrada del balcón, con las manos en los bolsillos y una expresión inescrutable. Él siempre había sido así: imponente sin esfuerzo, con una presencia que llenaba la habitación. Era frustrante cómo su simple existencia podía hacerla sentir vulnerable.
—Solo necesitaba un momento a solas —dijo con calma.
Matías asintió y, sorprendentemente, no intentó acercarse más. En cambio, se apoyó en la baranda y miró hacia la ciudad iluminada.
—Esta noche fue un éxito. Los inversores quedaron satisfechos, y todo gracias a tu impecable organización.
Amelia arqueó una ceja. No esperaba un cumplido tan directo.
—Es mi trabajo —respondó con simpleza.
—Aun así, lo hiciste bien.
Se hizo un breve silencio entre ellos. Amelia se preguntó si debía marcharse, pero algo la detuvo. Tal vez era la nostalgia, tal vez la necesidad de entender en qué punto exacto su relación se había convertido en esto: dos extraños con un pasado enredado.
—No pensé que aceptarías trabajar para mí —comentó Matías, girándose hacia ella.
—No pensé que me contratarías —replicó Amelia con una sonrisa irónica.
Matías esbozó una leve sonrisa. Algo en su expresión le resultó familiar, y por un instante, se sintió como si hubieran retrocedido en el tiempo. Pero esa ilusión se desvaneció rápidamente cuando él volvió a hablar.
—No creo en coincidencias, Amelia. Si el destino nos puso en el mismo camino otra vez, tal vez hay algo que aún no hemos resuelto.
Su corazón dio un vuelco, pero se negó a darle ese poder sobre ella.
—O tal vez el destino tiene un sentido del humor retorcido —replicó con ligereza, antes de enderezarse.
No le daría más espacio para abrir viejas heridas. Con un ademán profesional, le dirigió una última mirada.
—Mañana tenemos una reunión importante a primera hora. Descansa, señor Ferrer.
Antes de que él pudiera responder, Amelia salió del balcón con la cabeza en alto, sintiendo la intensidad de su mirada siguiéndola. Sabía que Matías no se rendiría tan fácilmente, pero ella tampoco.
El pasado podía estar al acecho, pero Amelia no iba a permitir que la consumiera. Al menos, no esta noche.
El ambiente en la oficina de Ferrer Enterprises era un campo de batalla silencioso. Amelia lo había notado desde el primer día, pero ahora que llevaba más tiempo ahí, era imposible ignorarlo. No era solo la tensión natural de trabajar con su exmarido, sino también la guerra fría que se libraba entre sus compañeros. Y en el centro de todo, como una reina intocable en su trono de arrogancia, estaba Sofía.—¿Puedes traerme los informes de la junta de la tarde? —preguntó Sofía con una sonrisa demasiado dulce para ser sincera.Amelia ni siquiera levantó la vista de su escritorio. Sabía que Sofía era la mano derecha de Matías antes de que ella llegara. Y aunque técnicamente seguía en el mismo puesto, parecía que no le hacía gracia compartir responsabilidades con la nueva asistente ejecutiva del CEO.—No están en mi área de trabajo —respondió Amelia con calma—. Creo que podrías pedírselos directamente a contabilidad.El falso encanto de Sofía se desvaneció de inmediato, y su expresión se vol
La oficina estaba en calma, pero Amelia sabía que era solo una ilusión. Desde su confrontación con Sofía, los murmullos y miradas inquisitivas habían aumentado. La gente hablaba a sus espaldas y se preguntaba cómo había conseguido un puesto tan alto sin experiencia en la empresa. Amelia lo sabía, lo sentía en el aire cargado de tensión cada vez que caminaba por los pasillos.El verdadero desafío no era su trabajo, sino la necesidad de demostrar que pertenecía ahí sin revelar la verdad sobre su relación con Matías.Aquella mañana, mientras revisaba los reportes de las reuniones pasadas, recibió un correo de Recursos Humanos. "Reunión de desempeño" decía el asunto. Frunció el ceño. Apenas llevaba unas semanas en la empresa y ya la estaban evaluando. Era obvio que alguien había movido los hilos para hacerle la vida más difícil.—¿Problemas? —La voz de Matías la sacó de sus pensamientos. Estaba apoyado en el marco de su oficina, mirándola con curiosidad.—Nada fuera de lo normal —respondi
El aire en la oficina se había vuelto más denso desde el enfrentamiento con Sofía. Amelia podía sentir las miradas sobre ella, como si cada movimiento suyo fuera analizado en busca de una razón para desacreditarla. Aunque trataba de concentrarse en su trabajo, la tensión era innegable. Sabía que no podía permitirse errores.Matías también parecía notarlo. Aunque no había vuelto a intervenir directamente, su actitud había cambiado. No era abiertamente protector, pero de vez en cuando lanzaba miradas de advertencia a cualquiera que pareciera estar dificultando el trabajo de Amelia. Era un equilibrio extraño: por un lado, mantenían la profesionalidad, pero por otro, la conexión entre ellos seguía latente.El día se volvió aún más complicado cuando Matías convocó a una reunión de equipo. El proyecto en el que estaban trabajando era de suma importancia para la empresa, y la presión por presentar resultados era alta. Amelia entró en la sala de conferencias con su tableta en mano, lista para
La oficina estaba en completo silencio. El murmullo habitual de teclados, teléfonos y conversaciones había desaparecido, dejando solo el leve zumbido del aire acondicionado y el sonido de la ciudad a lo lejos.Amelia se sentó frente a la computadora en la sala de conferencias, repasando el informe con atención. Cada número debía cuadrar perfectamente, cada proyección debía estar justificada. No podía haber margen de error, no cuando Matías había confiado en ella para arreglar el desastre que Sofía había dejado.Suspiró y se frotó las sienes. La noche sería larga.—Espero que no te moleste la compañía —la voz grave de Matías la sacó de su concentración.Amelia levantó la mirada y lo vio apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, observándola con esa intensidad característica.—¿Tú también te vas a quedar? —preguntó, sorprendida.—No voy a dejarte sola trabajando en esto. Además… —hizo una pausa, con una media sonrisa—. Me aseguré de que nos traigan cena.Antes de que
La oficina, con sus paredes blancas y muebles de madera, parecía un lugar poco probable para que la pasión se desatara. Pero allí, en ese espacio aparentemente ordinario, la tensión entre Amelia y Matías ardía bajo la superficie, lista para consumirlos en cualquier momento. Amelia, con su cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, estaba concentrada en la pantalla de su computadora, tecleando con determinación. Su mirada, fija en las cifras y gráficos, reflejaba una mente analítica y precisa. Pero algo más profundo en su interior revelaba un deseo reprimido, una chispa de lujuria que luchaba por liberarse. Matías, su compañero de trabajo, se había convertido en una distracción constante. Con su presencia alta y su cabello oscuro cuidadosamente peinado, irradiaba una confianza que contrastaba con la timidez natural de Amelia. Mientras ella se perdía en los datos, él la observaba desde su escritorio, sus ojos oscuros brillando conuna intensidad que ella no podía ignorar
Amelia estaba ahora expuesta, vestida solo con su ropa interior negra, pero no sentía vergüenza. El deseo en los ojos de Matías la hacía sentir poderosa, deseada. Él se arrodilló frente a ella, sus manos recorriendo sus muslos, acercándose a su centro de placer. —Quiero saborearte —susurró, y sin esperar una respuesta, bajó su cabeza, deslizando su lengua por su vientre. Amelia se aferró a la pared, sus piernas temblando al sentir su lengua explorando su piel. Matías se tomó su tiempo, disfrutando de su sabor, antes de centrarse en su punto más sensible. Lamió y chupó su clítoris con habilidad, haciendo que Amelia se retorciera de placer. Sus dedos se unieron a su lengua, penetrando su humedad, haciendo que su cuerpo se tensara al borde del éxtasis. —¡Oh, Dios! —gimió Amelia, su voz llena de necesidad. Matías la miró a los ojos, viendo la pasión reflejada en su rostro. —¿Quieres más? —preguntó, su voz ronca. Amelia asintió, incapaz de hablar.—Te daré más — aviso. Matías se l
A la mañana siguiente, la oficina estaba más silenciosa de lo habitual. Amelia llegó temprano, revisó los últimos detalles del informe que había corregido y lo dejó sobre el escritorio de Matías. Sabía que la reunión de las dos de la tarde sería tensa, y aunque había hecho su parte, no podía evitar sentir un leve nerviosismo.Poco antes del mediodía, Matías llamó a Sofía a su oficina. Su tono de voz era serio, lo que dejó en claro que la conversación no sería placentera. Cuando ella entró, cerró la puerta tras de sí con cierta altivez, pero su expresión cambió al ver la mirada fría de su jefe.—Sofía, explícame cómo es posible que un informe tan importante estuviera incompleto la noche anterior —su voz era firme, controlada, pero con una clara nota de desaprobación.Sofía tragó saliva y compuso una sonrisa forzada.—Hubo algunas complicaciones, pero pensé que el equipo podría ajustarlo hoy en la mañana… —comenzó a decir.Matías la interrumpió con un gesto de la mano.—No es excusa. Es
Matías cerró la puerta de su oficina con un suspiro, dejando caer su cuerpo contra el respaldo de su silla. La reunión había sido un recordatorio de que, por más que intentara mantener el control, siempre habría factores inesperados que amenazarían con desmoronar su mundo perfectamente estructurado.Pero lo que realmente le inquietaba no era el desempeño de su equipo, sino la mujer que estaba sentada frente a él. Amelia.Había algo en su presencia que lo desestabilizaba, algo que lo hacía olvidar su propia regla de oro: nunca involucrarse demasiado.Y justo cuando creía que tenía las cosas bajo control, una llamada de su abogado lo sacudió por completo.—Matías, necesitamos hablar. Es sobre el contrato familiar.Matías frunció el ceño.—¿Qué pasa con él?Hubo un silencio incómodo antes de que su abogado respondiera.—La cláusula que establece tu matrimonio con Amelia… es más complicada de lo que pensábamos. No puedes anularlo sin consecuencias graves.Matías sintió un escalofrío recorr