Mis padres estuvieron allí, vieron cómo me trataron. Me culparon de algo que no cometí. No trataron de defenderme.
—¡¿Tío Clindi, no lo hice?! ¡Por favor, créame! ¡No lo hice!
—¡Quisiera salvarte, Nadin, pero no me dejas otra opción! ¡Hasta que no confieses la verdad, no sabré cómo salvarte!
—¡Estoy diciendo la verdad! Padre, madre, es la verdad. Hermana, mírame, sabes bien que nunca haría algo así. ¿Por qué no me creen?
Esmeralda, su hermana, le tomó la barbilla bruscamente, mirándola fijamente, enterrando en ella sus palabras venenosas.
—¡Querida hermana, tu tiempo aquí terminó, tu reinado ha concluido!
Cuando escuchó eso, Nadin supo que no había remedio. No importaba lo que dijera; la culparían. Su hermana le decía que «su tiempo había culminado» y Ángelo se preguntaba por qué era ella quien seguía viva. Sus padres no hacían nada para salvarla. No tenía fuerza para luchar más, no tenía más voz; estaba ronca de tanto llorar y suplicar que la escucharan. Nadie estuvo dispuesto a creer que era inocente. No había remedio; no tenía caso luchar más con ellos.
Don Clindi levantó la mano, y unos policías la tomaron de los brazos, como si fuera basura sin importancia. La arrastraron fuera. Antes de salir, Nadin miró fijamente la cara de Ángelo, quien la observaba salir del lugar. El lugar que pisaría por última vez. No se despidió, tal como ellos hicieron con ella. Su hermana sostenía una mirada de sospecha. Nadin grabó en su memoria la cara de sus padres al salir, y uno en particular, el de Don Clindi, y Ángelo. Fue tirada en la parte trasera del coche, y la cerraron.
Nadin Stomcling
A pocos momentos llegamos a una comisaría. Me encerraron de inmediato al llegar. Había otras chicas en la prisión, en la celda donde estuve; me miraban raro. No les presté atención porque no estaba de humor para hacer amigos en la situación en la que me encontraba.
Narrador
No podía creer que la abandonaron así. Las personas en las que siempre confió la dejaron sola a su suerte. Su padre y madre estuvieron allí, pero decidieron no intervenir. Ellos también la acusaron. En su cabeza se repetían las balas que sonaban en las varillas en el muelle. No había tiempo de ver quién disparaba porque era una lluvia de balas.
Cada vez que intentaba recordar cada fragmento de lo que pasó, un fuerte dolor de cabeza la envolvía. Se enfadaba y empezaba a llorar más y más. La noche fue eterna. En la mañana, una policía mujer la agarró del moño bruscamente para que despertara.
—¡Aún tienes deseos de dormir, “Asesina”!
—¡No soy una asesina! ¡No maté a nadie!
—¡Espero que puedas seguir diciendo eso frente al juez!
—¡No soy una asesina!
Se repetía esa frase constantemente: «No soy una asesina»... «No soy una asesina». Después de un momento, le tiraron una ropa para que se cambiara. Miró a la policía y le preguntó si eso significaba su libertad.
—Irás a la corte, niña. Con tanto dinero, aun así, no te puedes salvar. Pero por lo que veo, tú no le importas a tu familia.
Escuchando esas palabras tan lastimosas, no respondió. Un río de lágrimas comenzó a brotar de sus ojos hundidos, apagados como un bombillo sin energía. Las cosas se habían salido de lugar; ni siquiera tenía un abogado. No solo estaba a su suerte, estaba completamente abandonada.
Después de cambiarse, amarró su cabello en una sola cola, aun en este último momento en que podía ver la cara de quienes la rodearon durante tanto tiempo. La dejaron sola, como una persona que nunca existió. Una mujer tocó la varilla de su celda.
—¿Estás lista, Nadin Stomcling?
Ella la miró un segundo antes de responder. Esa llamada de la mujer significaba una sola cosa: su momento había llegado. Había llegado el momento de que le dictaran el veredicto final. Sin que supieran nada. Sin que supieran la verdad. Sin tener la oportunidad de expresar lo que pasó esa noche.
La reja se abrió en dos; ella salió. No bajó la cabeza, no era culpable. Y aferraría esa palabra hasta el final. Era un Stomcling, y un Stomcling nunca baja la cabeza. Aun frente a la muerte, mantendría la cabeza en alto. Eso es lo que ella aún creía: que era un Stomcling.
Cuando llegaron a la puerta principal, se abrió y pudo ver una luz blanca que opacaba su mirada. Tras estar una noche y un día encerrada, no tenía noción del tiempo. Era caluroso y frío a la vez. No sabía absolutamente nada. No la esposaron; alguien la guió hasta su asiento. Mientras pasaba por el pasillo, pudo ver la cara de su padre, su madre, su hermana y algunos amigos. ¿Sería que ellos alguna vez lo fueron? ¿Sería que esos padres alguna vez lo fueron?
La cara de Ángelo no mostraba nada de compasión; tenía las cejas fruncidas y una mirada penetrante que decía claramente su determinación. No estaba dispuesto a escuchar, tampoco a aceptar el hecho de que ella aún estaba viva, y no su amada Amanda. Todas las miradas se centraron en ella. Estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Estaba acostumbrada a ser mirada o ignorada, solo por ser un Stomcling. Todos les temían a los Stomcling por ser los segundos más poderosos. Eso es lo que al menos creía ella.
Fielmente confiada en sí misma, nunca, nunca diría algo que la incriminaría. No daría pie a ser condenada injustamente. No dejaría que la culparan por algo que no cometió. El juez entra: Octavio Sprikler, un juez de la suprema corte. Claro que eso era lo que los Clindi no podían comprar. Aun viendo que estaba condenada, seguía firmemente de pie; no bajaría la cabeza. No podía admitir que era culpable. Ella no fue la que la mató.
No tenía quien la representara; ella sería su propia abogada. No tenía quien luchara por ella. Estaba sola y tenía que luchar para salir de esta jaula de leones. Inició la sección de preguntas. Todo lo que ella respondía, la culpa le recaía encima. No tenía un abogado; ella era su propio abogado. Como estos leones listos para devorar a una simple oveja, tenía que mantener una postura firme.
Algo con qué mantenerse de pie. Y aun firme ante esta tormenta.
—¡Nadin Stomcling, te declaras culpable del asesinato a sangre fría de tu acompañante en el muelle! La fallecida Amanda, que en paz descanse.
—¡No!
Y todo en el público comenzó a murmurar. «Ella se declaró inocente»... «Ella no acepta su culpa». ¿Qué sabían ellos? ¿Cómo podían culparla sin saber la historia realmente? ¿Qué derechos tenían ellos?
—¡Toda la evidencia recae sobre usted, señorita! ¿Aún quiere negarlo?
—¿Cuáles evidencias, si señoría?
—¡El arma, las llamadas telefónicas!
—¡Esa arma no es mía!
—¡Señorita, su caso es tan complicado que nadie la acepta!
—¡Nadie aceptaría un caso donde el incriminado venga de un Stomcling, más si es incriminado por un Clindi!
Esas palabras la hundieron; esa verdad la llevó a la celda más peligrosa de todo City Orlens.
—¿Señorita, no teme ser condenada a cadena perpetua?
—¡Yo no la maté!
Una línea de lágrimas decoró su hermosa cara redonda. Una línea de lágrimas que significaba su inocencia, que no sería escuchada por ellos. Se volvió hacia el público y gritó en voz alta, con toda la fuerza que le quedaba.
—¡Yo no la maté! ¡Tienen que creerme! ¡Yo no la maté, no haría algo así!
—¿Piensas que te creeremos cuando el arma que usaste tiene tus huellas? —dijo Ángelo mirándola fríamente.
—¡No, la maté! Fui incriminada, ¡no la maté!
—¡De acuerdo al artículo 176.8 del código penal, quedas sospechosa implicada en el asesinato de Amanda! La sentencia que debes cumplir en la penitenciaría de City Orlens: diez años —dijo el juez, sin escuchar más.
Diez años tras las rejas. Diez años pagando un crimen que no cometió. Ella volteó a mirar las caras que la observaban, buscando un poco de compasión entre todos los presentes. Fue solo un destello. En la cara de Ángelo solo había una sonrisa de triunfo; en la de su familia, ni siquiera una emoción. Fue solo la sentencia de una cualquiera. Un don nadie.
El policía la arrastró y la encaminó. Mientras caminaba, grabó cada segundo de cada cara que la observaba. Cada una de ellas nunca sería borrada de su memoria. Esa injusticia no debía quedar impune.
Me llevaron a la cárcel. Fui llevada al lugar al que tanta gente de mi familia ha enviado a otros. Claro que mi llegada tendría mucha atención y una gran bienvenida. Hasta una serenata me cantaron, pero era en forma de puñetazos y patadas; me rompieron hasta el alma. Todo a nombre de Ángelo Clindi. «La familia Clindi te envía un regalo de bienvenida». Fui afortunada. Una guardia me rescató del maltrato y la golpiza que me entregaron como bienvenida.Cada día, las amenazas eran aún más fuertes. En mi celda había una chica que, por estar en la misma celda que yo, recibía maltrato todos los días. Ella me odiaba. Claro, yo haría lo mismo. Cada día las cosas empeoraban en la cárcel. Me enviaron a la sala, que podría describir como el matadero de cerdos. Era lo único que había allí: un matadero. En cuestión de segundos o minutos, un cuerpo salía de una pelea o le montaban una moraleja de puñetazos con una navaja de cepillo.Por mi comportamiento, me enviaron a la biblioteca a limpiar, otro l
—¡Fui incriminada, no cometí el crimen!—¿Yo también, y crees que me creyeron?—¿No creo que lo tuyo y lo mío sean iguales?—¿Y por qué no?¿Por qué no? La mente de Nadin sonó como una alarma. Ella también fue incriminada. ¿Quién es en realidad? ¿Por qué se llama Black? ¿Qué pasó?—Porque soy la hija de una familia extremadamente rica, y aun así, me condenaron en esta pocilga por un crimen que no cometí. Por eso digo que no es parecido.—¿Y por qué no?—Porque yo fui metida en la cárcel por la persona que más amé. ¡Y toda mi familia estuvo aquí!—No le veo ninguna diferencia. En mi caso, digo que la mía fue similar, pero en una situación peor.Nadin se limpiaba la mano con el paño que tenía; sus puños estaban llenos de sangre. Miró detenidamente. ¿Cómo fue en realidad la muerte de Amanda? Empezó de nuevo en el muelle; tenían que encontrarse con Ricky. Comenzó una balacera. El dolor inmenso empezó de nuevo y se agarró la cabeza.—No trates de detenerla. Hasta que puedas recordar todo co
Era como si en mi cuerpo inyectaran un milenario de dolor. Un fuerte dolor en el estómago, todo mi cuerpo me dolía demasiado. Era insoportable; empecé a dar gritos. Sandez, el doctor me dio unos antibióticos, pero nada ayudaba. El dolor era demasiado. Mi cuerpo sentía como si me estuvieran cortando cada pedazo de carne sin anestesia.Ya no podía aguantar más. Solo escuché que algunos decían: “que si habían excedido con la inyección” y otros que preguntaban qué había pasado. Si muero, las cosas empeorarán. ¿Quiénes eran? ¿Por qué aún Ángelo me quiere en tan mal estado? ¿Tanto que no puedo valerme por mí misma? ¿Por qué él me sigue persiguiendo si ya pagué mi condena? Solo me queda un año. ¿Acaso él quiere condenarme aquí?Black entró, estaba enfadada y escuché cómo golpeaba y hablaba fuertemente con ellos. Cuando se acercó, su olor me decía que era ella. Sentí una gota caliente caer sobre mi rostro.—Te sacaré de aquí, te llevaré a un médico.—Black, él me sigue acusando. Ellos estaban
Me sentí tan incómoda. Tan vulnerable. No podía concebir, no podía ser madre. El sueño mayor que Amanda y yo teníamos era ser madres al mismo tiempo. No solo no podía volver a verla, tampoco podría cumplir uno de los sueños que teníamos juntas.Las lágrimas empaparon mi cara. Frendy y Black me abrazaron. Sus palabras fueron de muy poca ayuda, porque repetía una sola cosa: “Me lo pagarán, me lo pagarán”. Era como un mantra para poder manifestar mis deseos.Tras una lucha constante con mi cuerpo, me dormí. Caí rendida en la cama. Cuando desperté, era de tarde y el sonido de la marea del mar me calmaba mucho. Me paré y miré por la ventana. Estábamos en una casa muy hermosa. El pasillo allá abajo era espectacular.El doctor y Black estaban hablando, pero sus sonrisas constantes me dijeron que no era sobre mí. Salí al balcón. El paisaje, la luz, el aire... Todo fue como si fuera la primera vez que salía a la luz del día. Como si fuera la primera vez que pudiera respirar un aire adecuado, de
A medida que avanzaba al muelle, se hacía más oscuro. Las luces eran muy pocas. Después de cruzar debajo del puente para evitar a los guardias, entré sin hacer ruido. Cuando me estaba bajando, vi movimientos sospechosos en el muelle. Me puse nerviosa porque Amanda se encontraba en el lugar.Había hombres armados estableciéndose en el perímetro. No tuve tiempo de escribir ni hacer una llamada para advertirle. Cuando busqué con mi vista, la vi junto a Ricky; habían detectado el movimiento y se escondieron. Era evidente que tenía que encontrar una manera de sacarlos de allí.Cuando trepé bajo las rejas para entrar, una parte de mi bota topó con un metal que hizo ruido. Un hombre se acercaba y yo estaba demasiado a la vista. Él apuntó su arma caminando hacia mí. Cuando me vio, no dudó en disparar. Desde entonces, empezaron una lluvia de balas por todas partes. Lo irónico de esto es que solo un disparo provocó que todos los demás comenzaran a disparar.Dados mis cálculos, era una señal para
Ella salió al salón para desayunar tras una llamada de Black. Se sentó en la mesa, pero tenía tanta vergüenza de mirar a Frendy, que aún tenía la cara roja por el puñetazo.—Frendy, lo lamento mucho. ¡Me estás ayudando y terminé golpeándote! ¡Lo lamento mucho!—No es nada, Nadin. Y me alegraría si no tocaras el tema.Black explotó en carcajadas. Siempre fue una mujer fría, con el ceño fruncido. Muchos la llamaban "hombre en una mujer". Su fuerza y su contorno eran producto de tanto trabajo duro y de haberse forjado a sí misma.—Ustedes, por favor. Ja, ja, ja, ja, veo que ella está haciendo mucho progreso.—Black, no le eches más leña al fuego, por favor.—Ja, ja, ja, ¿qué hombre aceptaría ser golpeado por una chica en este estado? Pero me imagino lo que dirás en el hospital cuando tu lista de chicas te vea así de roja.Frendy las miró y sonrió. Black seguía riéndose. Frendy y Black se conocieron en la cárcel. Él estaba cumpliendo un servicio y ella era una paciente. Desde ese momento s
Cuando Esmeralda salió, Ángelo llamó a Flek, su asistente.—Necesito que investigues esto también. No quiero nada a medias. Quiero saber su paradero, con quién está y qué tipo de vida está viviendo.—¿Crees que es propicio hacer esto? —preguntó Flek, un poco nervioso.—Flek, has estado hablando demasiado.—Lo lamento, me ocuparé de ello.Tras salir de la oficina de Ángelo, Flek se sintió abrumado por los recuerdos del pasado. Como su prometida, había enviado recados a la cárcel a nombre de Nadin, deseando torturarla sin escrúpulos. Ella había salido antes de tiempo por buena conducta y ahora quería saber su paradero. Ángelo era su jefe, le temía, pero también le respetaba. A pesar de eso, sabía que él conocía a Nadin y no esperaba que alguien más tuviera un afecto genuino por ella.Desde joven, Nadin se había hecho cargo de la mayoría de las empresas familiares. Era una chica con un futuro brillante, inteligente y capaz, llena de vida y con un fuerte deseo de vivir. Cuando ocurrió ese
Estaba apurada por dejar ese rincón donde este bastardo me había retrasado. De pronto, sin mirar, choqué con un tipo y caí al suelo. Mientras miraba hacia abajo, vi esos zapatos de marca y sentí que su presencia encendía un fuego de miedo en mí. Era un trauma difícil de superar. En mi mente solo llegó el nombre de Ángelo, y me dio pereza levantar la mirada para verlo.No quería encontrarme con él de repente. Eso no era de mucha ayuda. Pero sentí que esa mirada se posaba en mi espalda. Mi pelo cubría mi cara, y vi cómo una mano larga, con tatuajes salvajes, se extendía ante mis ojos. Cuando me di cuenta, supe que Ángelo no tenía tatuajes en el brazo. Me sostuve de su mano y me levanté.La presencia de este hombre me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. Un olor a peligro se apoderó de mí. Cuando finalmente enfrenté su rostro, mis ojos se encontraron con los suyos. Casi vuelvo a caer, pero presioné con fuerza contra el suelo para mantener mi postura.Tenía ojos negros, piel morena y