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Capitulo 3 Incriminada

—¡Fui incriminada, no cometí el crimen!

—¿Yo también, y crees que me creyeron?

—¿No creo que lo tuyo y lo mío sean iguales?

—¿Y por qué no?

¿Por qué no? La mente de Nadin sonó como una alarma. Ella también fue incriminada. ¿Quién es en realidad? ¿Por qué se llama Black? ¿Qué pasó?

—Porque soy la hija de una familia extremadamente rica, y aun así, me condenaron en esta pocilga por un crimen que no cometí. Por eso digo que no es parecido.

—¿Y por qué no?

—Porque yo fui metida en la cárcel por la persona que más amé. ¡Y toda mi familia estuvo aquí!

—No le veo ninguna diferencia. En mi caso, digo que la mía fue similar, pero en una situación peor.

Nadin se limpiaba la mano con el paño que tenía; sus puños estaban llenos de sangre. Miró detenidamente. ¿Cómo fue en realidad la muerte de Amanda? Empezó de nuevo en el muelle; tenían que encontrarse con Ricky. Comenzó una balacera. El dolor inmenso empezó de nuevo y se agarró la cabeza.

—No trates de detenerla. Hasta que puedas recordar todo con claridad, será una tortura para ti.

Como si Black le leyera la mente. No respondió, se sentó en el suelo y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

—¿Por qué no puedo recordar nada? ¿Por qué no puedo decir justamente lo que pasó, cómo pasó? ¿Por qué no me escucharon o trataron de buscar la verdad? Ángelo solo se empeñó en acusarme y tratarme fríamente. Él no se preocupó por mí ni una sola vez. Solo en su corazón estaba Amanda. Ella no lo amaba, por eso tenía que verse con Ricky a escondidas.

—Sécate esta porquería de lágrimas. Odio ver a las personas que se lamentan por las cosas que pasaron. No pudiste ver aún. No lo entiendes; ellos te abandonaron, no confiaron en ti. No eres nada para ellos. Eres la víctima y aún te estás lamentando. Dime, ¿qué te sirve estar con los ojos llenos de lágrimas por personas que no se lo merecen?

Black le decía esas palabras mientras le tenía la mandíbula agarrada con fuerza y sus ojos estallaban de enojo. Con la fuerza que Black la tenía agarrada, Nadin no pudo dejar de llorar, al tiempo que la miraba con entendimiento de lo que le decía. La estaba haciendo entrar en razón. No tenía a nadie; no tenía con quién llamar. Estaba sola.

Black la abrazó, le dio un abrazo fuerte. Sus lágrimas no secaban. Ese abrazo era lo único que había recibido confortable desde la vez que entró aquí. Le hacía tanta falta, tanta falta recibir un abrazo que pudiera ser cómodo, donde ella pudiera dejar la cabeza. Un abrazo de consuelo. Eso le decía que tenía a alguien en quien confiar, tenía una persona con quien hablar. No estaba sola. Sería de fiar o no, pero en este momento, ella la estaba consolando, y eso es lo que importa.

Black la agarró del hombro para hablarle directamente. Fue cuando ella le apretó sin querer el brazo y ella gritó.

—¿Qué pasó, te hice daño?

¿Qué pasó, te hice daño? Cuando fue la última vez que escuchó algo así en sus oídos y que fuera de preocupación de otra persona, que no fueran insultos y golpes por ser la hija de un Stomcling. Ella miró su brazo, que estaba vendado con una venda roja llena de sangre.

—¿Y esto te lo hicieron aquí?

—No, fue una bala que recibí ese día.

—También saliste lastimada, pero él prefirió que estuvieras muerta en lugar de ella.

—No lo menciones, por favor.

—Como quieras, pero es un maldito patán. Este Ángelo es muy poca cosa.

Black escupió en el piso. Nadin se sorprendió al ver la relación de Black al hablar de Ángelo Clindi, como si lo conociera toda la vida.

—Veo que lo conoces bien.

—¿Y quién no lo conoce? Ha pagado para hacerte pasar un infierno aquí.

—¿Qué?

—Descuida, si lo quisieran hacer, ya estarías media muerta. No soy así. No hago este tipo de cosas a las personas que son iguales a mí.

—¿Y si no fuera igual que tú?

—Dejaría que Medusa te descuartizara junto con la manada.

—¿Y por qué soy igual a ti?

—Ven, aquí estarás conmigo a partir de ahora. Hablaré para que te trasfieran a mi patio. Te hablaré luego de quién soy.

La siguió y entraron a un cuarto. Salieron a otro. Black no estaba en ninguna celda; era como estar en un apartamento. Pero alguien me sacó del chiquero donde estaba. No podía ni siquiera dormir por la angustia de que alguien viniera a dejarme una estocada por las costillas mientras dormía.

Estaba llena de enemigos por todas partes. Ángelo Clindi pagó para que me hicieran la vida imposible. Ahora que estoy junto a Black, no se acercan hacia mí sin prudencia. Una tarde, estaba en el baño; habían cambiado el turno. Las chicas que siempre estaban conmigo no estaban en ese momento. Black me hacía entrenar para defenderme mejor.

Ese día había dejado mi navajilla. Entré a la sala de baño; no había muchas chicas, pero ninguna me lucía familiar. Cuando abrí el llavero, el agua estaba cayendo. Me lavaba la cabeza cuando sentí el golpe, no pude reconocer a nada.

Cuando por fin abrí los ojos, estaba en la sala de enfermería. Tenía una venda en mi costilla. Mi temor se hizo realidad, no durmiendo, sino bañándome. Black estaba enojada. Me preguntó si conocía a las que me apuñalaron; no pude responder.

—Ninguna era familiar. No las había visto.

Con los días que duré para recuperarme, fue casi una eternidad. Mi piel estaba opaca, sin brillo, sin vida. Estaba con un extremo de adelgazamiento. Era como si hubiera perdido toda la vida que tenía antes.

Mientras dormía, volvía a soñar con la escena donde empezó la balacera. Cuando Ricky llamó a Amanda, ella volteó y gritó un “¡noooo!”. La estaba cubriendo con mi arma, pero recibí una bala en el brazo, lo cual me hizo caer. Ella me ayudaba a levantarme cuando algo me arrebato la conciencia. Antes de cerrar los ojos, había unos pies, una voz que era familiar, había una mujer en medio de ellos.

Pero no puedo ver quién es, tampoco reconozco bien la voz. El fuerte dolor de cabeza empezó de nuevo. Desperté y el médico enfermero estaba a mi lado.

—Despertaste, por fin. ¡Tus pesadillas son largas!

—Sí, y de muy mal gusto. ¡Ahhh!

—¿Te duele?

—Sí, mucho.

Cuando él miró, estaba sangrando de nuevo. Era como si la herida se volviera a hacer, como si volviera a ser apuñalada en el mismo lugar, pero imposible de llevarse mi vida con ella.

—Esto no puede ser. Nadie entró aquí, sin embargo, ¿cómo es que esto está aún peor de cuando te trajeron? Estás muy mal. No tengo suficiente equipo aquí para cuidarte. Tengo que hablar para que te lleven a un hospital; estás muy mal. Esto es grave. Lo que no entiendo son tus signos vitales. Tienes un brazo roto y, aun así, haces todos esos trabajos. ¿No te duele esa herida?

Él puso su mano sobre el brazo; era como si tuviera cincuenta mil heridas de balas. Me dolía, como un infierno ardiente.

—¡Ahhh! ¡Sí duele mucho! Mantente así para que te lleven. Si muestras que estás bien, a ellos no les importará nada.

—No entiendo tu cuerpo. ¿Por qué tiene tanta resistencia a los golpes? Es muy extraño.

—Tampoco yo lo entiendo. Cuando cogí la bala, ella duró días en mi brazo. La sacaron, y es cuando vine aquí.

—Solo los cielos te están cuidando. Ellos de seguro no son tu verdadera familia, porque no debieron tratarte así. Ni siquiera tuviste un abogado. Tampoco había tantas pruebas que te acusaran tanto. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Cuatro años.

—Tu brazo aún no mejora. Estás en muy mal estado; tienes un hueso roto, pero es imposible que lo sigas usando. Espero que solo sea cosa de mi imaginación y que no sea real.

—Desde niña me decían “bicho raro” por mis ojos verde peridoto.

—Tienes unos ojos hermosos; eso no tiene nada de raro. Aun si fuera raro, es único y especial.

—Gracias por consolarme. ¡Ahhh, duele mucho esto!

—Tu cuerpo está reaccionando como debe ahora.

—¡Duele mucho!

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