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capitulo 2 Culpables

Me llevaron a la cárcel. Fui llevada al lugar al que tanta gente de mi familia ha enviado a otros. Claro que mi llegada tendría mucha atención y una gran bienvenida. Hasta una serenata me cantaron, pero era en forma de puñetazos y patadas; me rompieron hasta el alma. Todo a nombre de Ángelo Clindi. «La familia Clindi te envía un regalo de bienvenida». Fui afortunada. Una guardia me rescató del maltrato y la golpiza que me entregaron como bienvenida.

Cada día, las amenazas eran aún más fuertes. En mi celda había una chica que, por estar en la misma celda que yo, recibía maltrato todos los días. Ella me odiaba. Claro, yo haría lo mismo. Cada día las cosas empeoraban en la cárcel. Me enviaron a la sala, que podría describir como el matadero de cerdos. Era lo único que había allí: un matadero. En cuestión de segundos o minutos, un cuerpo salía de una pelea o le montaban una moraleja de puñetazos con una navaja de cepillo.

Por mi comportamiento, me enviaron a la biblioteca a limpiar, otro lugar gobernado por mujeres muy malas. Estaba en la cárcel; ya no era Nadin Stomcling, solo era Clavería 7776. Nadie me llama Nadin; ese nombre ya no existía. La hija de la familia Stomcling ya no existía, fue condenada y estaba muerta. Mi familia, amigos, todos estaban allí el día que me condenaron sin pruebas contundentes.

No me defendieron, no me ayudaron. ¿De qué sirve tener tanto dinero y reconocimiento? No, no tuve la culpa. El hombre que amé con toda mi fuerza y alma me condenó, me acusó sin tener pruebas de que fui yo quien asesinó a Amanda. Todo este tiempo traté de recordar cómo pasó todo en el muelle. Traté de recordar cómo comenzó todo el tiroteo. Cada vez que estoy en este dilema, termino rindiéndome en la cama. Es como caer en un coma postraumático. Me duele la cabeza a montones. No puedo luchar si mi mente ha borrado todo esto. ¿Pero por qué? ¿Por qué no puedo recordar todo con claridad? ¿No fui yo? Estoy pagando una culpa que no es mía. ¿Por qué tenía que ser yo? Ahora, por primera vez, odio haber nacido. Odio haber sido parte de los Stomcling. Odio haber conocido a todos.

Terminé de organizar todos los libros. Nadie nunca me contó que había una hora en la que no debía estar en la biblioteca. Que esta hora era de “Black”, así escuché que la llamaron, la mujer más temible en la cárcel. Hace lo que quiere, como quiere, a quien sea. Me asusté, disimulé como si ellos no existieran y seguí limpiando. Hasta que, por mi falta de mirar y no meterme en sus asuntos, alguien me llamó.

—¡Hey, tú, la que está limpiando! ¿Acaso no sabes que esta hora es de Black? ¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Me mandaron a limpiar la biblioteca! ¡No sé nada de los horarios!

—¡Te mandaron a limpiar, pedazo de basura! ¡Te acabo de decir que esta hora es de Black! ¡Y nadie está aquí en esta hora! Es un lugar privado. Y una rata sucia como tú no debería estar aquí. No, no debes estar aquí.

—¡Pues me iré!

Pelear, claro que no debía pelear. Eran muchas. ¿Cómo iba a pelear con una manada? La chica, respondona y mandona que era yo, no estaba muerta, solo no estaba en acción. No dije ni una palabra porque lo siguiente que saldría de mi boca serían unos sucios insultos, y las cosas no saldrían bien. Me contuve, aguanté.

—¿Te vas? ¿Quién te dio el permiso de irte? ¿Me estás menospreciando?

No podía responder. Entiende, mujer, que las cosas no saldrán bien. Me estoy aguantando. No me colmes la poca cordura que me queda en esta vida. Si es que me queda poca.

—¡Dijiste que esta hora era de Black! Pues me iré para que tengas tu espacio privado.

Puse toda mi fuerza y tensión en "privado". Algo que la mujer hizo que se enojara mucho.

—¡Así que también te haces la inteligente conmigo, ¿cierto? Me menosprecias, te estoy hablando y no estás dispuesta a responderme, ¿verdad?

—¡Mierda, acaso ella está loca!

—¿Qué? ¿Qué dijiste? ¿Mierda? Dime, ¿yo soy una m****a?

—¡No, no te dije m****a a ti!

—¿A quién fue?

—¡Ay, ya basta con tanta gritadera! Me duele la cabeza de escucharte hablar. ¡Me largo!

—¡Ohhhh, miren eso, la chiquilla, es rabiosa también! ¡Sabe cómo sacar sus garras!

—¡Me voy!

Después de decir mi estupidez más grande, ella no me deja ir. Estoy acorralada. Si muero, al menos, todo lo sabrán. Como está toda esta manada armada. Todo estará bien. Estaré bien. Eso me lo repetía cada segundo. Eran muchos; de aquí solo saldría mi cuerpo. Eso lo acabé de confirmar por no saber las reglas como todo el mundo.

Antes de poner un pie para irme, fui bloqueada. Me tomó del cabello y comenzó a arrastrarme como si fuera un saco de basura que tenía que botar. No había forma. No quería luchar. Aun así, me golpeó. No hice ningún esfuerzo, hasta que llegó esta patada y estas palabras.

—¡Sabemos quién eres, Nadin Stomcling! ¿Nunca imaginaste que estarías aquí, verdad? Hoy te dejaré muerta para tu familia.

Familia, Nadin Stomcling, ¿quién es ella? Esa no soy yo. Mi nombre es Clavería 7776, así me llaman. No soy Nadin Stomcling; ella murió. Ellos la mataron. Ellos la condenaron por un crimen que no cometió.

—¡Sabemos que eres una asesina! Todo de ti se sabe, mamasita. Nunca pensé que tenías tantas agallas. ¡Era tu amiga!

Esas palabras me rompieron el último fragmento que tenía en mi alma. «Asesina», pero yo no la maté. ¿Cómo debo explicar esa parte para que entiendan que no la maté?

—¡Ya que sabes quién soy, para qué te molestas tanto?! No soy Nadin Stomcling; ella murió desde el día que entró aquí. Nadin Stomcling no existe. Soy Clavería 7776, así me llamo.

—¡Así que abandonaste tu nombre cuando ellos te rechazaron?! Dime, ¿no recibiste la ayuda de papi? ¿No son las gentes más ricas de todo el mundo? ¿Por qué no te salvaron?

Mis ojos estaban sin luz; no tenía ganas de discutir con una persona como ella. Pero que me llame como la mujer que yo misma enterré, no, no era justo. Esa chica inocente, de apenas dieciocho años, no era justo.

Mis maletas de malas palabras e insultos salieron del fondo del mar. Y que era la callada que no quería meterse en problemas. No quería problemas, pero ya que llevo este maldito nombre, mi mano nunca cesará de estar sucia. Y por llevar ese nombre, siempre estaré en problemas.

Me paré del piso, la tomé de igual modo, no dejé que nadie se involucrara.

—¡Escúchame bien, lo que te voy a decir! No quiero que nunca más, nunca más me llames así. ¿Escuchaste? Soy una rata ahora que está sin nombre de familia. Si muero ahora, el cumplido de haber matado a la hija de una familia millonaria, este triunfo no existe. No soy tu enemiga y tampoco quiero serlo. Déjame en paz. Cada quien por su camino.

—¡Por más que te empeñes en no ser la hija de un Stomcling, esa eres tú! Es tu nombre, y por llevar este nombre no eres bienvenida aquí. ¿Entiendes eso? —me dijo ella sonriendo, como si supiera lo que me haría a continuación. Lo siguiente que pude interpretar como un ataque nuclear.

La ira estaba en mi sangre; la muerte era mi alma gemela. No tenía corazón ni alma. ¿Para qué me necesitaría el Diablo si ni siquiera le seré útil?

—¡No me vuelvas a llamar así!

—¡Y si te llamo de esta manera, ¿y qué?! ¿Qué harás? ¿Me asesinarás como asesinaste a ella? ¿Yo no soy tu amiga? ¿No podrás asesinarme?

Cosas que nunca debió decirme. No tenía un temperamento tan controlable. Mi vida estaba llena de rencor y odio, y ella lo aumentaba. Me calentaba la sangre con cada palabra que mencionaba, con cada salpicada de sal a mi herida. No me dolía, me ardía más.

Arme el rompe-cabezas con ella. Cada palabra de ella avivaba mis recuerdos. Fue una balacera. Ella me llamó; era de noche, teníamos que ir con Ricky. Ella quería encontrarse con él. Ricky era un chico fuerte y muy guapo. Le gustaba a Amanda; no podía decir nada de eso, era mi amiga. Mi mejor amiga.

Ella me insultaba, me repetía que soy una asesina y mi mente formateaba sus palabras, devolviéndome fragmentos pequeños de lo que pasó. ¿Teníamos que ir con Ricky, pero después qué pasó?

Un inmenso dolor de cabeza me atacó. Me dolía mucho, no aguantaba más sus palabras. La ataqué y la golpeé sin parar. Le gritaba que yo no la maté. Detrás de mí, en la esquina oscura, escuché una voz.

—¡Ya basta! No eres una asesina. ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿Las vas a matar?

Volteé a ver quién hablaba. Estaba en la oscuridad. Ella salió; ella es Black.

—¡Te creo! Alguien que ha matado a una persona no lo anda negando tanto y tan firme, aun en la cárcel, pagando una condena por ello. Suéltala o ahora serás una verdadera asesina.

“Black”, bonito nombre. Una mujer de piel morena, alta y fuerte. Es una belleza, pero ¿por qué la llaman Black? ¿Qué pasado tiene ella para que se ponga ese nombre? Por primera vez, escuché a una persona decirme que me creía. Me detuve a mirarla con cuidado.

—¿Por qué tú me crees? Todos dicen que soy una asesina porque tú no crees que lo soy.

—¡Porque tú y yo somos parecidas! Es decir, somos idénticas. Estamos aquí por la misma cosa.

Por la misma cosa, un crimen que ella no cometió. Black es igual que yo. ¿Pero qué crimen fue ese?

—¡No soy idéntica a nadie!

—¡Eso es lo que piensas! Todos aquí somos idénticos en algo. ¿En este caso, como m****a, estás aquí en la cárcel?

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