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Capítulo 2. El tiempo no perdona

Henry bajó con calma y sin prisa los escalones del bar. El lugar iluminado por una tenue luz le hacía un poco difícil encontrar a sus primos, Lucas y Alexander. Buscó con la mirada los cabellos rubios de Lucas, caminó hasta ellos, haló la silla y se sentó.

—Lamento la demora —dijo disculpándose.

—¿Las sábanas de Nicole no te soltaron a tiempo? —preguntó Alexander, empujando una copa de licor frente a Henry.

—No estaba con Nicole —respondió con seriedad.

—¿De verdad?

—Basta, Alexander —murmuró Lucas, para frenar las preguntas de su primo.

—Bueno, ¿qué les pasa a los dos? No sé si son ideas mías o si es que estoy perdiendo la razón, pero llevan ocho años comportándose como idiotas en esta fecha, ¿se puede saber por qué? —preguntó con tono molesto ante la seriedad de sus primos.

Henry no respondió, tomó la copa y bebió de un solo trago el contenido. El calor del whisky quemó su garganta, pero no mató el recuerdo de la tragedia que sucedió ocho años atrás…

«Las identidades de las víctimas han sido confirmadas por la policía. Se trata del agente y jefe de la DEA Tom Mayer y su hija de dieciocho años, Romina Mayer, estudiante de una reconocida universidad en la ciudad…»

Aquella noticia golpeó a Henry como la primera vez que la escuchó. Entonces, no había podido creer que fuera cierto, se dirigió al restaurante donde había quedado de encontrarse con Romina, sin embargo, ella nunca llegó y eso no fue lo peor. Lo peor llegó al día siguiente, tras confirmarse la muerte de Romina y de Tom, su padre.

«—Henry, dime que Romina está contigo, por favor. Dime que Romina está bien.

La voz de Eloísa, la mejor amiga de Romina, sonaba histérica y poco comprensible por el llanto. En ese momento, Henry ni siquiera se preguntó cómo era que la mujer tenía su número telefónico.

—Lo siento, Romina no llegó a la cita —respondió, aduciendo que Eloísa sabía de su encuentro. Ella y Romina eran mejores amigas.

¡No! ¡No, puedes decirme esto, Henry! ¡Romina tiene que estar bien, ella debe estar bien!

Henry también lo deseaba, ellos no se habían llevado bien, pero Henry jamás se alegraría de la desgracia ajena.

—Lo siento, Eloísa, ni siquiera pudimos hablar —murmuró Henry con pesar.

Me niego a aceptar que Romina esté muerta, Henry. Ella no puede estar muerta ¡Nooo!

Henry no tenía la valentía de seguir escuchando las lamentaciones de la mujer, pero tampoco tenía el valor de colgar, no cuando la duda carcomía su corazón.

—¿Sabes por qué me citó en ese restaurante? —preguntó.

El silencio se hizo al otro lado de la línea. Henry llegó a suponer que Eloísa le había colgado, sin embargo, ella seguía en la línea, en completo silencio, pero seguía allí.

—¿Eloísa? —insistió.

No sé si deba decírtelo ahora, Henry.

—Por favor, Eloísa, dime por qué Romina quería verme —preguntó, apretando el móvil con fuerza, temiendo la respuesta de la mujer.

Romina…, Romina estaba embarazada. Esperaba un hijo tuyo, Henry.

Un silencio sepulcral le siguió a aquella confesión. Henry ni siquiera se dio cuenta del momento en que colgó la llamada o si llegó a colgarla, el móvil cayó estrepitosamente al piso, mientras un dolor desconocido, se adueñó de su ser.

—Un hijo —susurró con voz ahogada».

Henry tomó la botella, se sirvió una copa y la bebió de un solo golpe, desde aquel día nada volvió a ser igual. Desde aquel día, Henry acudía a la tumba de Romina para dejarle flores, a ella y al niño que jamás llegó a conocer…, excepto ese año, que estaba lejos de Los Ángeles, por trabajo y de alguna manera le dolía no poder cumplir con ellos; no era por amor, pero sí era un compromiso que había adquirido para honrar su memoria.

—Entonces, ¿no van a decirme? —insistió Alexander.

­—No hay nada que decir —rebatió Lucas, ante el silencio de Henry.

Lucas era el único que conocía lo que había ocurrido ocho años atrás, fue el único que había estado con Henry tras confirmarse la muerte de Romina y Tom Mayer en aquel trágico accidente. El único que sabía que su noche de aventura con la joven había tenido consecuencias y que, junto a ella, había muerto un bebé de los dos.

—Deberíamos volver al hotel, hoy no es un buen día —dijo Lucas. No necesitaba saber lo que pasaba por la cabeza de Henry en ese momento, pese a mantener un noviazgo con Nicole y no haber tenido ninguna relación amorosa con Romina, él le había guardado respeto a su memoria y no quería que nadie más supiera de ella.

Sin embargo, ni Henry, ni Alexander se movieron de su sitio, sino hasta que Henry ya no pudo ponerse de pie por su cuenta y fue llevado al hotel donde se hospedaba para el evento de mañana. Tenían una misión en Nueva York y no podía irse sin cumplirla.

Los rayos del sol se filtraron por las ventanas, las cortinas no habían sido corridas y un dolor agudo atravesó la cabeza de Henry, sintiendo como si fuera a partirse en dos. Afortunadamente, estaba solo, Nicole había regresado a Los Ángeles, ayer por la tarde.

Un gruñido escapó de los labios del menor de la dinastía Cameron cuando el timbre de su móvil sonó de manera estrepitosa.

—Aló —respondió, no era el deseo de hablar, sino de mandar callar el infernal aparato.

Buenos días, cariño. ¿Cómo amaneciste?

«Con un terrible y jodido dolor de cabeza», pensó Henry para sí.

—Estoy yéndome a la ducha, tengo que revisar los pormenores del contrato antes de acudir a la gala de esta noche —dijo, arrugando la cara ante el dolor.

Es una pena que no pudiera quedarme contigo, pero estaré ansiosa por tu regreso. Muero de ganas de anunciar con bombos y platillos nuestro compromiso.

Henry no respondió, no tenía cabeza para nada.

—Te llamaré más tarde, voy a la ducha —dijo en tono cortante.

Estaré esperando tu llamada, ten un buen día.

Henry colgó la llamada, salió de la cama y se dirigió a la ducha. No tenía idea del porqué su padre le dio la misión de representar a la Casa Productora en Nueva York, cuando él no tenía nada que ver con el negocio del cine, lo suyo era dirigir H&B; sin embargo, su padre había insistido en que fuera él quien lo representara y otorgara el premio al actor o actriz ganador en la Casa de las Estrellas. Un nuevo proyecto que llevaba el sello de Blake Cameron.

Entre tanto, Mina corrió de un lugar a otro, tenía poco tiempo para empacar su vestuario, maquillaje y otras pocas cosas que necesitaba para su presentación de esa noche, era su momento para brillar y colocar su nombre entre los más grandes de la industria del cine.

—Tendremos que utilizar una buena base para cubrirte esas ojeras. Las tienes muy marcadas, Mina, y créeme que, por muy profesional que estas manos sean, no obro milagros —murmuró el hombre.

—Lo sé, Alec, pero confío en ti; sé qué harás un gran trabajo —dijo sin detenerse.

—Tu confianza me aterra —aceptó el maquillista.

Mina le sonrió.

—Tus manos hacen más que milagros, has sabido personificar muy bien mis últimos papeles, Alec, mi vida y mi carrera están en tus manos —dijo con aflicción.

—¡Oh! Exageras, Mina, eres tú la del talento, yo solo aporto mi granito de arena.

La mujer no respondió, abrió su closet de par en par y sacó tres vestidos, no sabía por cuál decidirse, así que, no dudó en preguntarle a su amigo.

—Verde, rojo o turquesa. ¿Cuál escogerías?

—Qué difícil elección, son mis tres colores favoritos; sin embargo, me quedaría con el verde esmeralda, pues realza tu mirada —le aconsejó.

Ella asintió.

—Gracias, Alec, te debo una —musitó.

—En realidad me debes demasiado, pero ya me pagarás cuando firmes ese contrato y nos mudemos a Los Ángeles, el sueño dorado de todo actor y maquillista, conquistar Hollywood.

Mina no respondió.

Recogió los vestidos que no iba a usar y miró fijamente el vestido sobre la cama.

—¡Es tu armadura de esta noche, ve y conquístalos a todos mi diosa griega! —exclamó Alec con entusiasmo.

Mina miró el vestido, admiró la belleza del corte griego, por supuesto, que, con ese vestido, podría disimular esas libritas de más que había adquirido luego de…

El chasquido de un par de dedos interrumpió sus pensamientos.

—¿Qué? —preguntó ante la acción de Alec.

—El reloj corre y el tiempo no perdona. Date prisa, te llevaré al hotel —le urgió él.

Mina miró la hora en el reloj de pared, tenía una hora y no le parecía tiempo suficiente …

[…]

Henry se acomodó la pajarita de su traje hecho a medida, se miró al espejo y se lamentó por su actuación de la noche anterior. Alexander no tenía la culpa, él solo sabía que Romina había fallecido, pero desconocía lo que su muerte había dejado a su paso.

Negó con un movimiento de cabeza, no podía vivir atormentado por el pasado, eran ocho años. ¡Ocho años! Y él debía dejarlos ir, debía aceptar, que nada podía cambiar el destino, ni retrocediendo el tiempo.

—¿Estás listo?

—Nací listo —respondió, tratando de sonar entusiasta y bromista.

Alexander negó.

—Lamento lo de anoche, Henry. Estuve fuera de lugar —se disculpó su primo.

Henry palmeó su espalda.

—Perdóname tú a mí —respondió.

—De seguir así, me harán llorar —intervino Lucas.

Los tres hombres se veían espectaculares, esa noche seguramente robarían el aliento a más de una mujer, eso sin mencionar que eran tres de los hombres más cotizados de Los Ángeles, California. Dos actores y el CEO de H&B e hijo del magnate y cineasta Blake Cameron, una leyenda entre leyendas.

—¿Nos vamos? —preguntó Alexander, acomodando su pajarita.

Los tres hombres salieron de la habitación de Henry, bajaron por el ascensor exclusivo de su piso, caminaron por el lobby hasta el salón principal, donde se estaba llevando a cabo la presentación de los finalistas de la competencia, nuevas promesas del cine y el objetivo de muchas casas productoras.

Henry cogió una copa de champaña cuando el camarero se la ofreció, mas no la bebió. La sostuvo en su mano derecha como única compañera, mientras caminaba con sus primos a sus asientos.

El salón pronto se llenó y cobró vida, el presentador dio la bienvenida a los visitantes y participantes, antes de iniciar con las actuaciones de los participantes y algunos artistas invitados, para deleitar al público presente.

—Cada actor y actriz tendrá dos participaciones, para mostrarnos sus dotes y su capacidad de interpretación, para que el jurado pueda apreciar su talento y trabajo. ¡Suerte a los participantes! —exclamó el hombre.

Las actuaciones comenzaron, Henry prestó atención, pero ninguno de los participantes que había visto hasta el momento había logrado captar su atención.

—Hemos perdido el tiempo, vinimos por algo que ya tenemos en casa —murmuró Henry al oído de Lucas.

Henry no estaba involucrado de lleno con la casa productora de su padre, era el trabajo de Daphne y Matthew, ahora, que se había retirado del fútbol y también de sus dos primos, quienes habían seguido los pasos de sus padres. Así que…

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la última participante de la noche hizo su presentación. 

—Mina, es una actriz promesa, ha tenido la oportunidad de participar con pequeños papeles que la han traído hasta este escenario —expuso el presentador.

Henry giró el rostro para entender las palabras del hombre, ya había perdido el interés y las esperanzas de llevarse al mejor. Fue entonces, que se fijó en la escenificación de la mujer, parecía una vampiresa de verdad, su maquillaje realista y su actuación, digna de una actriz consagrada.

Él sonrió, quizá después de todo, no había perdido el tiempo y el susurro de Alexander y Lucas confirmó sus pensamientos.

Su mirada siguió a la actriz, fue entonces que tuvo un ligero vistazo de la muñeca de la mujer, que sonreía en la distancia. Él parpadeó, pues su primera impresión fue creer que había visto un tatuaje que él había visto una sola vez. Él buscó volver a verlo, pero la manga del vestido cubrió la mano en su totalidad. Quizá era su imaginación que le jugaba una mala pasada.

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