Capitulo Dos

Caerás, eso te lo aseguro o te juro que seré yo quien termine a tus pies.

Isabella

Creo que mis nervios se han calmado un poco, estoy a un paso de al fin tener un mejor trabajo, cotizar y adquirir experiencia real dentro de mi campo. Aunque ser asistente no es lo mismo que ser economista, pero al menos puedo hacer todo lo que esté en mis manos para hacerle notar al director ejecutivo mis habilidades y conocimientos.

Me pierdo tanto en mis pensamientos, en esos anhelos que me acompañan día con día, en el deseo de recibir la aprobación de mi padre al ver que si pude salir adelante por mi cuenta, que no me percato de las pisadas que se acercan hasta que ya es demasiado tarde.

—Buenos días. —La voz fría y carente de emociones me hace temblar internamente, alzo la mirada con intención de responder, pero las palabras se desaparecen de mi boca.

Un hombre de ojos y cabello tan negro como la noche me observa con un brillo oscuro en sus iris, se me saca la boca al repasarlo e imaginarme que me envuelve entre sus brazos. Trago en seco y la garganta me arde al tiempo que un extraño calor se propaga por todo mi cuerpo.

Rueda los ojos y suelta un bufido impaciente.

»Tal parece que la primera opción que me envía Rebecca no posee educación ni buenos modales —espeta y pasa de largo hacia la oficina—, en cinco minutos la quiero adentro y espero que cuando cruce la puerta recuerde cómo hablar —añade sin girarse a verme de nuevo.

Todo mi cuerpo pesa, el corazón me late tan rápido que me duele cada vez que bombea. Un pitido agudo aturde mis oídos y siento cómo el sudor recorre cada centímetro de mi piel. Corro hacia el baño cuando siento la bilis subirme por la garganta. Todo me da vueltas, maldición, debería irme de este lugar, escapar del lobo que aguarda por mí.

Ignoro a mi instinto de supervivencia y vuelvo sobre mis pasos, toco la puerta y espero a que me indique qué puedo pasar. Las piernas me tiemblan, estoy segura de que en cualquier momento caeré de culo delante del dueño de la empresa.

—Buenos días —musito en un hilillo de voz apenas audible. Tuerce el gesto—, Soy Isabella Turner... —Mis palabras mueren cuando despego los ojos de su rostro y me fijo en el panorama a su espalda.

La pared acristalada ofrece una vista amplia de la ciudad, el cielo de un azul limpio y puro me roba el aliento. Toda la oficina, en tonos oscuros y metálicos, es iluminada por la luz que entra de la ventana y captura toda la atención de quien sea que entre.

Vuelvo a la realidad cuando el dueño de la empresa se aclara la garganta. Sus ojos me miran con una intensidad que me hace jadear mentalmente. Veo oscuridad, deseo y superioridad en él, me humedezco los labios y trago saliva, entendiendo que de nuevo estoy siendo grosera.

—Lo siento —musito y camino hasta acercarme al escritorio.

—Tome asiento, señorita Turner. —Su voz tiene la capacidad de ser un golpe y una caricia al mismo tiempo.

No entiendo qué es lo que sucede conmigo hoy. Me debo de estar volviendo loca, es la única explicación lógica.

—Gracias. Me gustaría decirle que no suelo ser una persona distraída y si decide no aceptarme como su asistente, entenderé los motivos, no le he dado una buena impresión. —Vomito las palabras una tras la otra, dejando que los nervios de nuevo se apoderen de mí.

Sin embargo, ahora no son solo los nervios los que me hacen hablar atropellando las palabras, sino el aura oscura que despide y me atrae por igual.

—No tiene que continuar hablando. —Me calla—, el puesto es suyo, pero le advierto que soy un hombre muy exigente y me gusta tener en mis manos todo lo que quiero, cuando lo quiero. —Trago saliva de nuevo, pero tengo la boca seca.

—Le doy mi palabra de que no tendrá quejas de mi señor… —Se pone de pie y rodea el escritorio, camina hasta donde estoy y se apoya sobre el mismo.

—Castle, Alexander Castle. —Jadeo sin poder evitarlo, provocando que sus labios esbocen una sonrisa que hace que mi centro palpite descontrolado.

—Señor Castle —repito y de nuevo me humedezco los labios, sintiéndolos agrietados.

—¿Le ofrezco algo de tomar? —Su pregunta me saca de donde sea que haya estado y me deja de nuevo en su oficina.

Se aleja con paso seguro hacia un minibar colocado discretamente a un costado de la estancia y se sirve un trago. Gira y clava sus ojos en mí, repitiendo sin pronunciar palabras su pregunta.

—Agua, por favor —me apresuro a decir.

Sonríe y devuelve su atención a las bebidas. Cuando se acerca, coloca delante de mí un vaso de vidrio con hielo y una botella de agua.

Me sirvo un poco y dejo que el líquido refresque mi sediento paladar.

—La asistente anterior era una incompetente que solo me causó problemas —comenta déspota y vuelve a ocupar su lugar—, le pediré a Rebecca que le ayude a ponerse al día con todos los asuntos de la agenda y señorita Turner, tendrá cuarenta y ocho horas para demostrarme que no es igual de ineficiente que su antecesora. Puede retirarse. —Asiento incapaz de pronunciar algo y me pongo de pie para irme al ver que él simplemente desvía su atención hacia la computadora.

Debería decir algo como despedida, pero tengo un nudo en la garganta y mi cerebro está ocupado en hacer que mis piernas no me dejen caer. Al salir, siento que de nuevo quiero vomitar; sin embargo, la gerente de recursos humanos me espera afuera de la oficina con los brazos cruzados, chasquea la lengua al verme y niega con la cabeza.

—Primera regla para trabajar con ese hombre: no dejes que te intimide, de lo contrario te comerá de un bocado. —Demasiado tarde para esa advertencia—. Ven. —La sigo en silencio, sintiendo que de nuevo puedo respirar.

Tal vez no sea tarde para arrepentirme de tomar este empleo, pero entonces eso se verá fatal en mi hoja. Quizás los nervios causaron más estragos en mí de lo que tenía pensado y por eso me siento de este modo, cuando venía lo hice suplicando con ser yo quien se quedara con el puesto, ahora que lo tengo no puedo estar renegando de él solo porque el jefe es una especie de demonio que me intimida y me hace sentir cosas en donde nunca había sentido nada.

Entro en una pequeña sala, hay un escritorio pequeño, un par de archiveros, un florero con flores marchitas, algo de polvo en la mayoría de las superficies y que, además de la puerta por la que entramos, cuenta con otra a un costado.

—¿Qué es aquí? —pregunto sintiendo cosquillas en la punta de la nariz.

—Esta será tu oficina, no es muy grande, pero es cómoda y esa puerta de ahí es el acceso a la oficina del señor Castle. —El corazón me deja de latir al escuchar el nombre de mi jefe—. Haré que limpien hoy mismo este espacio y mañana podemos empezar a trabajar. No te preocupes, me he estado ocupando de la agenda de Alexander, así que se te hará relativamente fácil cogerle el hilo.

Asiento a todo lo que dice, saca algunas carpetas del archivero y me las entrega. Me explica que son las firmas más importantes a las que la empresa les ofrece sus servicios. Conversamos un poco más, pero antes salimos de ese espacio y vamos a su oficina. Me explica muchas cosas y al terminar me indica la hora en la que debo llegar cada día, por suerte, suelo levantarme temprano, así que el horario de entrada no será un problema.

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