Capitulo Treinta y Dos

El calor de tu cuerpo me seduce, el rubor de tus mejillas me desquicia y la inocencia de tu mirada me trastorna. Tu voz me llena de energía y tu toque incendia toda mi piel.

Alexander

Regresamos a cubierta. Camino con ella de mi mano, —se siente tan bien—, nuestros dedos se entrelazan de un modo que me hace sentir parte de ella y me gusta. La brisa marina nos recibe haciendo que su cabello suelto hondee, mientras me sujeta con más fuerza, provocando que mi corazón duela en cada latido.

No entiendo lo que sucede y sinceramente no quiero averiguarlo.

Es como si toda ella se me estuviese metiendo entre la piel sin darme tiempo a nada. Me siento embrujado, obsesionado, hechizado por Isabella y, aunque me asusta, me es difícil retroceder y apartarla de mi lado. Quiero todo de ella, sus gritos, sus risas, sus miradas, todo, la quiero completa y enteramente mía.

—Isabella, querida, porque no te has cambiado. —Salgo de mis pensamientos cuando mi madre se acerca.

Lleva puesto un vestido largo
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