Capitulo Seis

Cada segundo que pasa, el deseo se vuelve obsesión y la obsesión locura. No logro sacarte de mi mente y solo conozco un antídoto para mi demencia.

Alexander

Azoto con furia el culo de la puta que tengo en cuatro. Me hundo en ella una y otra vez mientras chilla como perra en celo y se frota el coño con su mano. Con mi mano libre sujeto su larga melena y tiro de ella cuando siento que ya estoy cerca; arremeto, arremeto sin contemplaciones y salgo de su interior para derramarme en su espalda.

Suelta un alarido lastimero que me infla las bolas y me hace expulsar más semen sobre ella. Se gira temblorosa y se lleva mi polla goteante a la boca, lame de arriba abajo saboreando cada gota de fluido. Anoche encontré a esta zorra en un bar, sabe chuparlo como diosa y se menea bastante bien, sin embargo, no pudo quitarme las ganas de follar.

Solo una puede hacerlo, pero se niega a darme lo que le pido. Me aparto de ella para ir al baño, se queja por mi brusquedad, pero la ignoro. No la traje para convertirla en princesa sino para follar. Abro el grifo del agua caliente y me meto bajo la cascada, sintiendo cómo mi piel arde al contacto con el líquido.

Tardo unos quince minutos en salir del baño para encontrarme a la zorra acostada con las piernas abiertas sobre mi cama.

—Ven, podemos comernos un poco más —dice en tono hambriento.

Sin embargo, soy un hombre de negocios.

—Tienes veinte minutos para desaparecer, mi chofer te llevará a donde le digas. —Entro al vestidor y cierro la puerta tras de mí.

Ceder a su petición es darle ideas que no debe tener. No pasa mucho tiempo cuando escucho la puerta, ser azotada y luego el silencio total, seguido de un texto de Rogert en el que me informa que se ha llevado a la señorita.

Señorita mis pelotas.

Rogert es mi jefe de seguridad y mi chofer, aunque por lo general manejo el deportivo y él solo me sigue o realiza algunos encargos. Termino de vestirme y bajo al comedor, vivo en el último piso del edificio más costoso de toda la ciudad.

—Buenos días, señor Castle. —Mi ama de llaves deja una taza de café sobre la mesa al saludarme.

El aroma de la bebida recién hecha llena el aire.

—Buenos días, señora Davis —correspondo con amabilidad al tiempo que tomo asiento. Tomo un sorbo y cierro los ojos al sentir que recupero las energías que perdí con la puta de anoche.

Pocas personas reciben esta amabilidad de mi parte, y la señora Davis es una de ellas.

—¿Le traigo su desayuno?

—Por favor. —Tomo otro sorbo de café mientras espero.

Mientras desayuno, me informa que ya ha hecho los preparativos para recibir a mi madre y a mi hermana, también del cambio en el menú y de las previsiones que debe tomar para mantener en secreto ciertas actividades privadas que suelo llevar a cabo en una habitación especial del departamento.

Ella sonríe y sus ojos brillan tras las gafas.

—Está bien, Sara, cuento contigo para mantener a mi madre y a Cassandra lejos de esos asuntos. —Me pongo de pie al terminar de comer.

—No se preocupe, señor Castle, cuenta con mi total discreción —afirma con una sonrisa en los labios.

—Lo sé y por eso es que estás a cargo de una parte importante en mi vida. —Asiente—. Por cierto, el libro que te encargué, ¿lo tienes?

— Por supuesto, señor. Lo he dejado en su escritorio.

— Perfecto, señora Davis. Es posible que hoy en la noche lleve a mi madre y a Cassandra a cenar, por lo que luego de ayudarlas a instalarse, te puedes retirar.

—Gracias. —Le doy la espalda y camino hacia el living, sin embargo, me detengo antes de que pueda salir del comedor—. Se… señor. —Giro.

—¿Sí?

—La señorita de anoche, señor, no debería de…

—Señora Davis, no olvide que cuento con su discreción y eso incluye su silencio. Manténgase al margen, solo obedezca órdenes —advierto sin alzar la voz.

—Disculpe. —Quizás y tenga razón, pero solo le doy a esas mujeres lo mismo que ellas me dieron a mí cuando solo era un imbécil que creía en sus falsas palabras.

Retomo mis pasos. Deberían de estar agradecidas conmigo, por al menos ser sincero al dejarles claro que lo único que quiero es cogerlas sin ningún compromiso. En el estacionamiento me encuentro con Rogert que ya viene de regreso.

—No lo apagues, hoy me llevarás —indico y me subo.

—Señor.

—¿A qué hora tienes que ir al aeropuerto?

—A mediodía, la señorita Turner irá conmigo, al parecer la señora Castle se lo pidió personalmente —informa.

—Está bien, Rogert. —Hago una pausa masajeándome las sienes para tratar de asimilar que por los próximos meses tendré a dos entrometidas que amo en mi vida—. Rogert, sé que es una tortura lo que te voy a pedir, pero ¿podrías vigilar que mi hermana no se meta en ningún problema ni me los cause, por favor? Recuerda lo que sucedió en Londres. —Esboza una sonrisa irónica.

—No lo olvido señor, no podría hacerlo jamás. —La última vez que las visité tuvimos que viajar a Londres, porque según ella, quería estudiar Literatura Inglesa, y me tocó sacar a mi jefe de seguridad de la cárcel porque ella lo acusó de acosarla, para poder irse a escondida a un club de muy mala reputación.

—Señor, estoy para cumplir sus órdenes, pero con todo respeto pondré a uno de mis hombres como guardaespaldas de la señorita Castle y le doy mi palabra de mantenerme y mantenerlo informado de cada movimiento que ella dé. —Detiene el auto al entrar en el estacionamiento de la empresa y me mira a través del espejo retrovisor—. Aunque ambos sabemos que no será una tarea fácil de cumplir —señala.

Suelto el aire retenido.

—Es justo. —Baja y rodea para abrirme la puerta—. Y si crees que dará problemas, avísame antes de que suceda. —Le palmeo el hombro y lo dejo para ingresar al edificio.

Espero que Cassandra haya madurado, ya es una mujer adulta, joven, pero adulta y lo correcto es que se comporte como es debido. Valoro mucho la presencia de Rogert dentro de mi equipo de seguridad, tiene cinco años trabajando para mí y antes de quedarme sin él, recluyo a mi hermana en un sanatorio mental contra su voluntad.

Al salir del ascensor, la imagen de un rostro nuevo me recibe. Una mujer de cabello cobrizo y con algunas pecas en las mejillas me sonríe formando hoyuelos al final de las comisuras de sus labios.

—Buenos días, señor Castle —saluda—, soy la nueva secretaria del piso, Alison Rivera, un placer —añade con su pequeña boca.

—Bienvenida, Alison. —Me acerco un poco más por sobre el mostrador—. Espero que disfrutes trabajar conmigo y que me permitas conocerte un poco más —agrego en tono sugerente, provocando que se sonroje.

—Por supuesto, señor Castle, para mí será un placer —musita cambiando su forma de mirarme.

¿Quién dijo que no podía entretenerme con canapés en lo que espero el plato fuerte?

El ascensor se abre de nuevo a mi espalda, pero no le presto atención. No cuando tengo la posibilidad de pasarla bien mientras trabajo.

—Buenos días, señor Castle. —Me enderezo al escuchar la dulce voz de mi asistente detrás de mí—. Veo que ya conoció a la señorita Rivera. —Se acerca a nosotros, sus ojos brillan con intensidad y la expresión de su rostro no tiene ni un ápice de serenidad.

—Así es, Isabella, el señor Castle me estaba dando la bienvenida —anuncia la secretaria; sin embargo, yo no aparto la mirada de mi asistente.

Su postura irradia descontento.

—De acuerdo, pero no le robes el tiempo, nuestro jefe es un hombre muy ocupado. —Me mira y sonríe con los labios apretados—. Toma, tienes que hacer seis copias de cada documento en esta carpeta y cuando tengas armadas las todas las carpetas correctamente, me las llevas a mi oficina. Tienen que estar listas antes de las nueve, por favor. Señor Castle, lo espero en su oficina. —Me hago hacia atrás cuando pasa entre el mostrador y mi cuerpo para ir a mi oficina, dejando en el aire las notas delicadas de su perfume.

No entiendo lo que acaba de suceder, pero su actitud territorial me ha abierto el apetito del todo.

—Señorita Rivera. —Me despido y voy detrás de mi dulce y ardiente asistente.

Me saboreo viendo cómo su culo se bambolea de un lado al otro mientras camina, atrayéndome como una mosca a la miel.

L'obscurité du péché

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