Desprevenidos

Con toda la seguridad del mundo, Stella se gira hacia Richard y, encarándolo, le dice:

—Creo que la gente verá a alguien dispuesto a superar cualquier obstáculo para liderar esta empresa, eso es algo de admirar, no algo que de vergüenza, además ¿cuál sería la alternativa? ¿Que usted dé el discurso?

—Bueno, vine preparado para ello, así que… —le responde él resignado finalmente a dirigirle la palabra a Stella como se debe.

—¿Por qué mejor no se cuelga un cartel de su cuello que diga: “Estoy desesperado por atención”? —lo confronta ella— O tal vez podría pedirle a su hijo que dé el discurso, eso saldría bien. Subiría, vería a la multitud y luego se orinaría encima de sus pantalones ¿O acaso no recuerda su exposición en décimo grado? Había un charco de orine en el suelo.

Richard se ve mortificado y James intenta ocultar su sonrisa, pero no lo logra.

—Otra opción —continúa hablando ella— podría dejar que lo hiciera la nueva novia de su hijo, pero entonces tendría que pedirles a todos los
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