No puedo perderla

Cuando Luciana terminó de despabilarse, se dirigió al baño para darse una ducha rápida. Secó y cepilló su cabello con esmero, luego se maquilló, buscando un equilibrio entre lo natural y lo sofisticado. De su guardarropa habitual eligió un vestido en tono pastel, que era elegante pero casual, perfecto tanto para la universidad como para la oficina más tarde.

Al bajar las escaleras, notó que sus padres ya habían llegado. Ambos la recibieron con un cálido abrazo.

—¿Volviste antes? —preguntó Camilo, mirándola con curiosidad.

—Sí, es que seré la asistente de Christhopher por esta semana y no quise quedar mal —respondió Luciana, mientras se acomodaba el cabello—. ¿Qué tal el viaje?

—Hermoso, mi amor —contestó Ximena con una sonrisa maternal.

—Las amo, pero necesito descansar para mi reunión de la tarde —dijo Camilo, con tono cansado mientras se dirigía a su habitación.

Ximena se quedó observando a Luciana con detenimiento, como si notara algo distinto en su hija. Sus ojos brillaron c
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