Santiago estaba furioso. La huida de Luciana la noche anterior había desatado una tormenta de ira en él. La fiesta, que había comenzado como una celebración, se había convertido en un caos emocional. La ausencia de Luciana y su decisión de irse sin previo aviso lo habían dejado con un enojo abrumador. Su rabia se intensificó con cada trago de alcohol que consumió esa noche. Santiago bebió en exceso, buscando ahogar su frustración y desdén en el licor. Mientras el alcohol nublaba su mente, se encontró en los brazos de Perla. Decidió ir al departamento de su hermano para verificar qué había sucedido la noche anterior, preocupado por la desaparición de Chris y las razones detrás de su enojo. Al llegar al departamento de Chris, usó sus propias llaves para entrar. La visión que encontró en la sala lo dejó paralizado. Ropa y un vestido rojo estaban esparcidos por el suelo, una escena que no auguraba nada bueno. Subió las escaleras con una mezcla de miedo y enojo. Cuando abrió la p
Chris llegó a casa aún con el ceño fruncido, sin haber procesado del todo lo sucedido con Luciana. Al entrar, encontró a sus padres en la sala. Su madre, Elizabeth, notó enseguida su expresión y se acercó preocupada. —Mi amor, ¿estás bien? —preguntó, mirando su mano con atención—. ¿Qué te pasó? Chris retiró su mano de manera brusca, sin querer mostrar vulnerabilidad. —No es nada, mamá. Antes de que pudiera seguir, su padre, Rodrigo, intervino con una sonrisa que no fue correspondida. —Christhopher, anoche te fuiste antes de que pudiera darte tu regalo —dijo, mientras le extendía unas llaves—. Tu nuevo carro está en el jardín. Chris miró las llaves sin entusiasmo, y su tono se volvió cortante. —No debiste darme nada —respondió—. Cuando me darán mi parte de la naviera. Elizabeth, notando su falta de gratitud, intentó suavizar la situación. —Chris, agradece a tu padre —dijo, un tanto molesta. —Gracias, Rodrigo —contestó él de mala gana, sin molestarse en disimular su
Luciana no podía dejar de llorar, aferrada a su madre mientras las lágrimas seguían cayendo. El peso de la culpa la aplastaba, le dolía profundamente haber lastimado a Santiago, pero lo que más le destrozaba el corazón eran las palabras de Christhopher cuando le confesó que no la amaba, que solo había sido deseo. En el fondo, siempre lo había sabido, pero escucharlo de sus labios la había destruido. —Tranquila, mi amor... —Ximena intentaba consolarla, acariciando su cabello con ternura—. Todo pasará. —Mamá... los perdí a los dos —sollozó Luciana, aferrándose más fuerte a su madre—. Santiago no querrá volver a verme y... ni siquiera quiero pensar en Christhopher. Me duele tanto... Sus palabras fueron interrumpidas cuando Camilo se acercó con el ceño fruncido. Ver a su hija en ese estado le llenaba de furia; no entendía qué estaba sucediendo, pero no iba a permitir que alguien le hiciera daño. —¿Qué ocurre, Luciana? —preguntó con firmeza, su tono protector pero cargado de preocu
Luciana llegó a la oficina de Elizabeth con una expresión de determinación, aunque todavía estaba marcada por el dolor. Elizabeth la recibió con un abrazo silencioso, y Luciana, al sentir el consuelo de su madrina, se dejó caer en sus piernas, quebrándose en llanto. —Por favor, perdóname, madrina, te lo suplico —sollozó Luciana. Elizabeth, con los ojos aún hinchados por el llanto, levantó a Luciana suavemente, la abrazó con fuerza, y luego la sentó en una silla frente a ella. —De pie, Luciana —dijo Elizabeth, intentando controlar su propio dolor. —Por favor, perdóname, madrina. Yo quería evitar todo esto, que tus hijos se enfrenten por mi culpa. —Nada de esto es tu culpa —respondió Elizabeth con sinceridad—. Rodrigo y yo no supimos fomentar el amor. Mi Chris está demasiado dañado. —Yo no quiero hablar de él —dijo Luciana, apartando la mirada, aún llena de tristeza. Elizabeth, con un suspiro, miró a Luciana con una mezcla de preocupación y afecto.—Luciana, ¿lo amas de ver
Luciana pasó todo el día recostada en su habitación, envuelta en sus propios pensamientos, hasta que su madre, Ximena, llegó al caer la tarde. —Cariño, levántate —dijo su madre, asomándose por la puerta—. Papá reservó lugares en tu restaurante favorito. —No tengo ganas, mamá —respondió Luciana con voz apagada, sin ni siquiera moverse de la cama. Ximena, sin darse por vencida, entró en la habitación y se sentó a su lado. —Vamos, cariño —le dijo suavemente, acariciándole el brazo—. Ponte guapa y vamos a cenar, un poco de aire te hará bien. Luciana suspiró, pero finalmente aceptó. De mala gana, se levantó y se dirigió al baño. El agua de la ducha la ayudó a despejarse, aunque seguía sintiendo el peso de los últimos días. Cuando salió, eligió un vestido rojo sencillo, pero elegante. Dejó su cabello suelto, ahora lacio de manera natural, ya que las ondas que solía llevar habían desaparecido con el tiempo. —Mira lo hermosa que eres —dijo Ximena mientras la maquillaba con delicad
Christopher la había llevado a un rincón apartado del restaurante, donde la luz tenue y la tranquilidad del lugar contrastaban con la tensión que se acumulaba entre ellos. Luciana lo seguía con el corazón acelerado, consciente de que enfrentarse a él en este momento sería complicado. Aún así, sabía que debía hacerlo. —Por favor, no golpees a Andrés ni te enfrentes con mi papá —le pidió, su voz ligeramente temblorosa. Christopher la miró con frialdad, pero detrás de sus ojos había una tormenta. Se cruzó de brazos y la observó fijamente antes de hablar. —No lo haré... si vienes conmigo a nuestro departamento —respondió, su tono suave pero cargado de intención. Luciana frunció el ceño, sintiendo que su paciencia se agotaba. —Chris, no me acostaré contigo esta noche. Lo nuestro se acabó. Christopher la miró, su mandíbula apretándose al escuchar esas palabras. Dio un paso hacia ella, recortando la distancia entre ambos. Sus ojos brillaban con furia, pero también con algo más os
Luciana se despertó temprano y comenzó a preparar el desayuno. Solo llevaba puesta una camisa de Chris, que le quedaba grande y le daba un aire de ternura. Mientras ella se movía por la cocina, Chris la abrazaba por la cintura y la llenaba de besos en el cuello. —Mi amor, estoy preparando el desayuno —le dijo ella entre risas. —Yo estoy saboreando mi desayuno —respondió Chris, su voz cargada de satisfacción mientras continuaba con sus caricias. Luciana no podía contener la risa ante la forma en que él la mimaba. A pesar de sus gestos juguetones, ella se sentía cómoda y feliz. —Mi amor, esta noche hablaré con mis papás —Anuncio Luciana, su tono más serio. —Yo iré contigo —respondió Chris. —Pero Chris, no eres el favorito de mi papá —le advirtió ella. —Pues tendrá que acostumbrarse al futuro padre de sus nietos —dijo él, con un toque de arrogancia en la voz. —Está bien, organizaré la cena. Debo ir a la academia y tú a la empresa —dijo Luciana, volviendo a la tarea de pre
Christhopher estaba en una oficina moderna, con vistas panorámicas del puerto, donde su hermano Santiago y su padre Rodrigo esperaban a que el notario completara la firma de los documentos para formalizar la adquisición de la naviera. La emoción y la tensión eran palpables. Él, vestido con un traje elegante, miraba los papeles con atención. Santiago, igualmente bien vestido, estaba sentado frente a él, con una expresión seria. Rodrigo, el padre de ambos, estaba al lado del notario, revisando el contrato una última vez. El notario, un hombre de mediana edad con gafas y una actitud profesional, revisó el contrato antes de hablar. —Bien, señores, todo parece estar en orden. Solo falta la firma de todos para que el acuerdo sea oficial. Christhopher tomó el bolígrafo con firmeza y firmó el primer documento, seguido por Santiago. El notario, aún en la sala, asintió con seriedad al escuchar la discusión entre los hermanos y Rodrigo. —Muy bien, muchachos, ya todo es suyo, su abue