Los celos de Rodrigo

Elizabeth

—Todo salió perfecto anoche —comenta mi abuelo mientras desayunamos.

Esta mañana hice un gran esfuerzo para levantarme debido a que me duele cada rincón de mi cuerpecito. Es increíble lo que permito que ese tipo haga con mi cuerpo y lo que más me duele es que él está campante.

—¿De qué hablas, papá? Esta niña nos dejó en ridículo —mi suegra me lanza una mirada asesina.

—Solo bailé —rodeé los ojos.

—¿Sabes bailar el tubo como las zorras? —me pregunta Flavia sisañoza.

—Si las zorras bailan el tubo, tú podrías enseñarme a mí.

—¡Elizabeth! —me regaña mi tía Caridad.

—Es solo un baile, no me hace una cualquiera. Una cualquiera se enredaría con un hombre casado y no tendría dignidad —centré mi mirada en mi prima.

—Qué bueno que lo disfrutaste porque no lo volverás a hacer —afirma Ricardo.

—Claro que sí, no soy una esclava, Ricardo.

—¡No digas tonterías!

—No puedo ver a mamá, a mis amigos, ni ir a la academia. Me tienen prácticamente presa, pero se acabó, se supone que soy dueña d
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