Elizabeth:Hablé con mi abuelo y le expliqué que me siento muy mal en la casa, tengo muchos problemas con Ricardo y mi suegra, por lo cual, me quiero ir de casa. No quise profundizar mucho en el asunto.Él lo entendió y aceptó que venga a vivir con mamá siempre y cuando tome terapia y lo siga visitando.Acepté, en verdad quiero ser feliz como antes. Nunca me imaginé que llegaría a atentar contra mi vida, que llegaría a esa situación tan horrible. Me arrepiento, me dejé llevar por las palabras de Lucrecia y el dolor que sentía en ese momento.Necesitaba salir de ese ambiente tóxico. Es horrible cuando te repiten todo el tiempo que no vales nada, creo que terminé por creerlo. Todavía, cuando pienso en todo lo que ocurrió, tengo la necesidad de llorar.Esta semana ha sido muy tranquila. Saqué una cita con la psicóloga y debo recoger unos análisis que me hicieron, pero el doctor solo dijo que es rutina. Tuve mucha suerte de que me atendieran a tiempo.Aunque sí morí durante unos segundos,
Rodrigo Montalbán:No entiendo qué está pasando. ¿Qué tiene que ver mi madre con el arresto de Marina? ¿Y de qué amenaza me habla Elizabeth?Definitivamente, hay cosas que mi madre me está ocultando. No sé por qué me sorprende de ella.—¿Por qué no trajiste a esa niña? Ella debe seguir sufriendo —me dice Lucrecia, molesta, con el ceño fruncido.—Se acabó, mamá. No le harás más daño. ¿Por qué denunciaste a su madre?—Elizabeth te mencionó a ti. ¿Qué tienes que ver con esto, mamá? —la interrogué, con una mezcla de incredulidad y enojo.—Nada. Esa mujer está demente, por algo hizo lo que hizo —respondió despectivamente.—No hables así de ella. Ya me hartaste, mamá. Siempre preferiste a Ricardo. Lo apoyaste para que se casara con Elizabeth cuando sabías que yo la amo. Me corriste de la casa y me sigues mintiendo. Tengo un límite —le dije, sintiendo la rabia crecer dentro de mí.Noté que se enfadó, sus ojos se encendieron de furia.—No puedo creer que la defiendas. Yo soy tu madre y ella m
Elizabeth Romano —¿Por qué esa cara? —me pregunta Ximena cuando me ve, notando mi expresión preocupada. —Volvió Ro, ya le dije todo —respondo, todavía con el peso de la confesión. —Eso es genial, Ellie. Te mereces ser feliz con él —dice Ximena, con una sonrisa de apoyo. —¿Crees que yo pueda ser feliz? Fui la mujer de su hermano —digo, dudando de mi propio futuro. —Ellie, nada de esto es tu culpa. Solo fue sexo y él prácticamente te obligó —responde, intentando consolarme. —Solo quiero el divorcio y estar en paz —suspiro, deseando que todo termine. —Se acabó todo lo malo, Ellie. No importa si estás con Rodrigo o no, solo quiero verte feliz como antes —afirma Ximena, tocando mi hombro con ternura. Invité a Rodrigo a cenar para charlar de todo lo que ocurrió entre nosotros. Al parecer, se quedó con muchas dudas. No tengo ganas de cocinar, por lo cual, solo compré una pizza. —Es increíble que mi propia familia hizo esto. Quiero pedirte perdón, Ellie —dice Rodrigo, mirándome con o
Rodrigo Montalbán—Perdóname, Ro —Ellie no deja de disculparse, su voz temblorosa y llena de angustia.Me siento muy mal porque ella no está tan feliz como yo con la noticia de que seremos padres, pero entiendo la situación. —No tengo nada que perdonarte, hermosa —digo, tratando de consolarla.—Estoy embarazada de tu hermano —replica por milésima vez, su voz quebrándose.Debo arreglar esto o mi hijo me llamará tío, pero si le digo la verdad terminará odiándome y no puedo permitirlo, ahora menos que nunca. Quiero estar con Ellie y mi hijo todo el tiempo, al fin tendré la familia que siempre quise. No cabo en la felicidad, me estoy conteniendo para no brincar y saltar.—Nada de esto es culpa tuya, mi amor —intento tranquilizarla, acariciando su mejilla.—Tal vez sí, no debí dejar que me tocara —dice, con lágrimas en los ojos.—El pasado no se puede cambiar. Ahora pensemos en este bebé hermoso —bajo mi rostro hacia su estómago y lo beso—. Hola, bebé hermoso. ¿O serás beba? Tan guapa com
Elizabeth Romano — ¡Al fin vuelves! —exclama mi abuelo con una sonrisa débil.—Hola abuelo. ¿Cómo te has sentido? —pregunto, aunque solo vine porque mi tía me llamó para decirme que se ha sentido mal por su enfermedad del corazón.—Bien. ¿Has visto a Ricardo? No lo vemos hace días —su voz se tiñe de preocupación.—Estaba conmigo. Abue, ¿has sabido algo de Rodrigo? —intento cambiar el tema.—Solo sé que sigue en New York. ¿Lo conoces? —su tono cambia, pero no puedo responder porque Ricardo se acerca a nosotros.—¿Ya le diste la noticia? —me pregunta directamente, interrumpiendo la conversación.—¿Cuál? —pregunta mi abuelo, desconcertado.—Que tendremos un bebé —Ricardo responde por mí, su rostro iluminado por una sonrisa.—Felicidades, Elizabeth —mi abuelo me abraza con fuerza—. Me haces muy feliz, amor.—Gracias, abue. Me voy —respondo, sintiendo la presión aumentar.—¿No regresarás a casa? Estás embarazada y deben arreglar sus problemas —dice mi abuelo con firmeza.—El bebé no tien
Rodrigo Montalban Llegué furioso a la mansión Romano. No podía creer que mi madre hubiese sido capaz de denunciar a Elizabeth cuando ya le había aclarado que ella no era culpable.—¿Por qué denunciaste a Elizabeth? —le reclamé, sintiendo la rabia arder en mis venas.—Lo tenía que haber hecho hace mucho, esa mujer mató a mi hijo —contestó mi madre con una frialdad que me heló el alma.—¿Cómo? —preguntó Don Osvaldo, llegando con Rosalba y Eva, quienes nos miraban con rostros preocupados.—¿Rodrigo está muerto? —preguntó Eva entre lágrimas, su voz temblando de incredulidad.—Yo soy Rodrigo —la abracé, intentando consolarla mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. Ricardo murió hace meses.Todos me miraban como si estuviera loco. Era evidente que no podían procesar la información.—La maldita de Elizabeth lo mató en la luna de miel —afirmó Lucrecia, su voz llena de veneno.—Elizabeth no lo mató —aclaré con firmeza, sintiendo la necesidad de protegerla incluso en su ausencia.—
Elizabeth Romano. Han sido los peores días de mi vida. Rechacé todas las visitas y ni siquiera quiero ver a mi abogado. No confío en nadie más que en Raúl, aunque él me odia tanto que ni siquiera quiere decirme cómo va mi caso. Mi abuelo está furioso y atado de manos. Ya todos saben que Ricardo está muerto y Lucrecia organizó una misa en su honor. Incluso salió en los medios la noticia. Lo que más me enoja es que lo presentan como una víctima. Finalmente, Rodrigo logró que aceptara verlo. —Mi amor, te juro que te sacaré de acá —intenta tomar mi mano, pero el guardia no le permite acercarse. —No hay nada que puedas hacer, nunca saldré de acá —le respondo, sintiendo una profunda desesperanza. —Claro que sí, Ellie —insiste, con la voz quebrada. —No entiendo nada, ¿tú quién eres? —le pregunto, confusa. —Soy yo, Rodrigo, el amor de tu vida —responde, desesperado por hacerme recordar. —No tiene sentido — Expresó confusa. —Días después de la luna de miel, mi madre me llamó diciendo
Rodrigo Montalban.El peso de la culpa y la decisión que había tomado se reflejaba en cada arruga de mi rostro mientras me enfrentaba al detective. Su confusión era palpable, y no podía culparlo; mi confesión era tan inesperada como dolorosa. —¿Que ha dicho? —me preguntó el detective, claramente desconcertado. —Lo que escuchó, yo maté a mi hermano —respondí, con una frialdad que no sentía. —Usted estaba en la ciudad —formuló confuso, intentando encontrar un fallo en mi confesión. —Viaje ilegalmente al hotel para cometer el asesinato. Ricardo y mi madre, con engaños, me quitaron a Elizabeth. No podía permitir que él la tocara, por eso lo maté y luego usurpé su identidad para quedarme con ella —expliqué, manteniendo la mirada fija en sus ojos. Era una historia creíble. Sabía perfectamente cómo murió Ricardo gracias a los resultados de la autopsia y lo que me contó Ellie. No fue difícil inventar una historia creíble. Los celos pueden llevar a uno a cometer atrocidades. Ellos no dud