La liberare

Rodrigo Montalban

Llegué furioso a la mansión Romano. No podía creer que mi madre hubiese sido capaz de denunciar a Elizabeth cuando ya le había aclarado que ella no era culpable.

—¿Por qué denunciaste a Elizabeth? —le reclamé, sintiendo la rabia arder en mis venas.

—Lo tenía que haber hecho hace mucho, esa mujer mató a mi hijo —contestó mi madre con una frialdad que me heló el alma.

—¿Cómo? —preguntó Don Osvaldo, llegando con Rosalba y Eva, quienes nos miraban con rostros preocupados.

—¿Rodrigo está muerto? —preguntó Eva entre lágrimas, su voz temblando de incredulidad.

—Yo soy Rodrigo —la abracé, intentando consolarla mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. Ricardo murió hace meses.

Todos me miraban como si estuviera loco. Era evidente que no podían procesar la información.

—La maldita de Elizabeth lo mató en la luna de miel —afirmó Lucrecia, su voz llena de veneno.

—Elizabeth no lo mató —aclaré con firmeza, sintiendo la necesidad de protegerla incluso en su ausencia.

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