En este momento estoy en la empresa, revisando en la computadora unos documentos sobre el dinero que manejaba Ricardo. No soy una experta en matemáticas, pero estoy intentando encontrar algo útil.Quizás pueda encontrar los nombres de los proveedores con los cuales se manejaba. Me dirigí a hablar con la secretaria para que me consiga esos documentos.—Necesito el nombre de los proveedores con los cuales se manejaba Ricardo, los inversionistas que tenía y todos los contratos que ha hecho él —le solicité.—El licenciado Montalbán prohibió que le muestren esos archivos —respondió ella.—Yo soy la dueña de la empresa —dije con firmeza.—Lo siento, señorita Romano, pero mi lealtad está con el licenciado Rodrigo —se disculpó.Me acerqué furiosa a la oficina de Rodrigo. Mi odio solo aumentó cuando lo vi besándose con mi odiosa prima Flavia. Inmediatamente me acerqué a ella y prácticamente la arrastré del cabello.—¡Qué te pasa, mesera! —exclamé.—Eres peor de lo que pensaba. ¿Te enredas con
Elizabeth Romano Llegué a la oficina y me encontré con alguien que pensé que no vería en mucho tiempo, o más bien, que no quería ver por ahora.No olvido que la última vez que nos vimos, me llamó "estúpida y fácil". No permitiré que nadie me trate de esa manera, aunque entiendo que estaba enojado por nuestra pelea y el recuerdo de su novia fallecida.Seguí de largo, ignorándolo por ese hecho y porque no puedo verlo a la cara después de lo que pasó anoche con Rodrigo.Cuando llegué a mi oficina, él se presentó allí como Pedro en su casa.— Necesito que firmes unos papeles —dijo, con un tono impersonal.— ¿Solo me dirás eso? —respondí, tratando de mantener la calma.— No tengo nada que decir. Lo nuestro se acabó, Elizabeth. Es obvio que sigues enamorada del imbécil de Montalbán, y yo no soy segundo plato de nadie. Si algo me sobra es dignidad —me espetó, con desdén.— Lo siento, yo no quise...Él me interrumpió bruscamente.— No digas nada. Solo te advierto una cosa: tú puedes andar de
En este momento, me encuentro en el departamento de Rodrigo, sentada en su regazo, mientras mis labios se entrelazan con los suyos. Hace dos horas que no nos hemos separado. La atmósfera está cargada de pasión y deseo.—No me dirás tu plan —le pregunto, dejando que mis labios recorran su cuello y mordiendo suavemente su piel mientras mi mano baja hacia su entrepierna.Él ríe con una sonrisa traviesa.—No, solo confía en mí, celosa.—Seguro que no me dirás —insisto, intensificando mis caricias.—Detente por tu propio bien. Más que hablar, conseguirás que te lleve arriba y no te permita salir hasta mañana —responde, con un tono que mezcla advertencia y deseo.—Dime —suplico.—Mi ángel, solo confía en mí —susurra con ternura.—Bien, pero no te acostarás con ella, ¿verdad?Él niega con la cabeza.—Lo prometo. Sabes que te amo.—No te creo —murmuro, sintiendo una mezcla de desconfianza y deseo.—Me encantas cuando te pones en tu plan, niña —dice, sonriendo mientras sus labios se encuentran
En este momento estoy en mi casa con Ximena, charlando, o más bien, ella me está reclamando por mi imprudencia. —¡Siempre has sido una chismosa! ¡No sé cómo fue que confié en ti!— Me grita molesta —No le dije nada a Rodrigo. Ella ríe—. Entonces, te leyó la mente, Ellie. Siempre pierdes el control cuando lo tienes cerca. Debí saber que estarías de su lado y no del mío. —Siempre estoy de tu lado, pero no soy la clase de amiga que te dice que estás haciendo lo correcto cuando no es así. Tu hijo tiene todo el derecho a conocer a su padre. Ahora serás madre, Ximena, y debes pensar en lo que es mejor para él.— Espeté —Exacto, es mi hijo y tú no tienes por qué meterte, o yo te diré cómo cuidar a los gemelos. Fuimos interrumpidos cuando Rodrigo y Camilo llegaron a mi casa; el segundo se veía muy molesto. No quise meterme en los problemas de Camilo y Ximena, pero fracasé terriblemente. —Rodrigo, dijiste que no le dirías.— Le reclamé —Dije que tal vez no le diría; además, escuchamos
Me desperté temprano; luego me duché y me vestí con un short vaquero azul y una blusa rosa. Recogí mi cabello por la mitad y luego me maquillé. En cuanto terminé de arreglarme, esperé a que los gemelos despertaran. Primero vestí a Santi, quien estaba más tranquilo. Le coloqué una camisa roja, unos jeans azules y sus tenis. En cambio, a Chris lo vestí con una camiseta azul y jeans blancos. Siempre los visto con las mismas prendas pero con colores diferentes. De todas formas, aunque los vistiera idénticos, yo sé distinguirlos a la perfección. Le pedí a mi madre que les diera el desayuno mientras yo terminaba de preparar el bolso; coloqué unos pañales, ropa extra, mamaderas y un suéter por si refresca, entre otras cosas. —Mamá, de verdad quiero que vayas con nosotros —le pedí. Ella rió. —Ya que presumes que eres una mujer libre para tomar tus decisiones, puedes encargarte tú sola de tus hijos. —Esto es infantil; simplemente no quiero más problemas entre Raúl y Rodrigo —le expl
Rodrigo Montalbán No permitiré que nada ni nadie me aleje de Elizabeth y mis hijos. Lo que tengo que hacer es reconciliarme con mi suegra; por eso, visitaré la mansión para intentar hablar con ella.Haría lo que fuera para recuperar a mi Elizabeth. Necesito encontrar las palabras correctas para que me perdone. En verdad, siento que es estúpido, porque yo a la señora no le hice nada, y ella no es nadie para juzgarme, pero no tengo opción.En este momento, estoy charlando con Flavia, o más bien, ella no deja de besar mis labios y mi cuello.—Ro, debí hacerme el rogar un poco más contigo, pero eres tan irresistible —dice Flavia, sonriendo mientras se acerca a mí, su aliento cálido en mi piel.Reí. —Ya te dije que lo siento; después de lo que ocurrió con Ro y de pasar tanto tiempo en prisión, ya no me siento yo —le contesto, tratando de mantener la distancia, aunque su cercanía me resulta tentadora.—En eso tienes razón; antes eras pura miel, ahora eres más hombre —comenta Flavia, juguet
Santi comenzó a llorar desesperadamente, como si entendiera la gravedad de lo que estaba ocurriendo o, quizás, lo asustaron mis gritos o los truenos de la tormenta. Su llanto resonaba en la habitación, sumándose al caos que me rodeaba.—¡Déjame ir! —Supliqué con voz temblorosa, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado en mi pecho.—¡Cállate, estúpida! —gruñó Raúl, su rostro deformado por la furia.Intenté golpearlo, desesperada por liberarme, pero fue más rápido. Sujetó mis manos con fuerza y las torció detrás de mi espalda, inmovilizándome. Sus labios se pegaron a mi cuello, mientras sus manos asquerosas recorrían mis pechos sin ningún pudor. Sentí náuseas, un asco profundo que me revolvía el estómago.—Está llorando —espeté, buscando distraerlo, aunque fuera solo un segundo.—Que llore, no se va a morir —respondió con desdén—, pero hoy me quito las ganas —agregó, mientras comenzaba a besar mi ombligo y a bajar mi short con movimientos bruscos.El sonido de su celular vibrando irrum
RaúlMe desperté adolorido en una habitación extraña. Lo último que recuerdo es que estaba en la cama con Elizabeth. La maldita se resistió demasiado y me golpeó. Ya conseguiré mi venganza; será mía tarde o temprano.Fui interrumpido cuando él se acercó a mí, notándose la furia en su mirada.—¡Al fin despiertas, imbécil! —me gritó mi primo, Rogelio, con los ojos llenos de desprecio.—Habla más bajo, Rogelio —le pedí con un susurro mientras me sentaba con dificultad.—¿Me insultas después de que prácticamente te salvé? Sabes lo que ocurriría si vas a prisión —me respondió, cruzando los brazos con evidente frustración.—No iré a prisión nunca —le aseguré, entrecerrando los ojos.—Más te vale. No arruinarás nuestros negocios por una tipa —espetó, acercándose amenazadoramente.—Esa "tipa" es mi mujer —dije, levantándome del sillón y enfrentándolo.—Debería estar muerta. Yo puedo encargarme —propuso con frialdad.—Si la tocas, te mato —le advertí, apretando los puños hasta que los nudillos