Pedestal

Elizabeth Romano

En este momento estoy en mi oficina, cuando fui interrumpida por una visita inesperada de alguien que pensé que nunca volvería a ver.

—Elizabeth, no me agradas y no te agrado, pero necesitamos hablar sobre Rodrigo —dijo Lila con un tono frío.

—¿Qué quieres, Lila? —respondí, tratando de mantener la calma.

—Seguramente sabes que él ya no quiere que lo defienda —continuó ella, su voz cargada de frustración.

—Más que defenderlo, tú quieres acostarte con él. No soy imbécil —repliqué, con firmeza.

—Yo amo a Rodrigo, y por eso mi prioridad es su libertad. Pero dime, ¿también es tu prioridad? —me preguntó, con una mezcla de desafío y preocupación.

—¡Claro que sí! —exclamé, convencida.

—Entonces, convéncelo de que se defienda. El juicio se acerca, y él me despidió. No quiere ser defendido por nadie —dijo Lila, su tono un tanto desesperado.

—¿Por qué hizo algo así? —pregunté, confundida.

—¡Por ti! —respondió Lila con un acento de enojo.

—¿Por mí? De verdad estás loca. Yo nunc
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