Santi comenzó a llorar desesperadamente, como si entendiera la gravedad de lo que estaba ocurriendo o, quizás, lo asustaron mis gritos o los truenos de la tormenta. Su llanto resonaba en la habitación, sumándose al caos que me rodeaba.—¡Déjame ir! —Supliqué con voz temblorosa, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado en mi pecho.—¡Cállate, estúpida! —gruñó Raúl, su rostro deformado por la furia.Intenté golpearlo, desesperada por liberarme, pero fue más rápido. Sujetó mis manos con fuerza y las torció detrás de mi espalda, inmovilizándome. Sus labios se pegaron a mi cuello, mientras sus manos asquerosas recorrían mis pechos sin ningún pudor. Sentí náuseas, un asco profundo que me revolvía el estómago.—Está llorando —espeté, buscando distraerlo, aunque fuera solo un segundo.—Que llore, no se va a morir —respondió con desdén—, pero hoy me quito las ganas —agregó, mientras comenzaba a besar mi ombligo y a bajar mi short con movimientos bruscos.El sonido de su celular vibrando irrum
RaúlMe desperté adolorido en una habitación extraña. Lo último que recuerdo es que estaba en la cama con Elizabeth. La maldita se resistió demasiado y me golpeó. Ya conseguiré mi venganza; será mía tarde o temprano.Fui interrumpido cuando él se acercó a mí, notándose la furia en su mirada.—¡Al fin despiertas, imbécil! —me gritó mi primo, Rogelio, con los ojos llenos de desprecio.—Habla más bajo, Rogelio —le pedí con un susurro mientras me sentaba con dificultad.—¿Me insultas después de que prácticamente te salvé? Sabes lo que ocurriría si vas a prisión —me respondió, cruzando los brazos con evidente frustración.—No iré a prisión nunca —le aseguré, entrecerrando los ojos.—Más te vale. No arruinarás nuestros negocios por una tipa —espetó, acercándose amenazadoramente.—Esa "tipa" es mi mujer —dije, levantándome del sillón y enfrentándolo.—Debería estar muerta. Yo puedo encargarme —propuso con frialdad.—Si la tocas, te mato —le advertí, apretando los puños hasta que los nudillos
Elizabeth Romano.Rodrigo me despertó con suaves besos en el cuello y la mejilla. Sus caricias eran tiernas, reconfortantes, como si intentara disipar la pesadilla que aún me perseguía.—Amor, ya está listo el desayuno. ¿Quieres que llame a tu madre? —me preguntó en un susurro, mientras acariciaba mi cabello.—No, a mi mamá no —respondí rápidamente, casi en un suspiro ahogado.El miedo se apoderó de mí al recordar cómo Raúl la manipuló tantas veces. Tenía terror de que él lograra convencerla de decirle dónde estaba. No quería volver a verlo en mi vida, no después de lo que intentó hacerme.Rodrigo me observó en silencio, notando mi agitación, y decidió no insistir. Luego, con un tono más serio, dijo:—Amor, ahora que estás más tranquila, necesito que me digas qué ocurrió.Tomé aire, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se hacía más fuerte. Mis manos temblaban mientras intentaba recordar aquella noche.—Fue un día tranquilo, pero luego comenzó la tormenta. Él dijo que los caminos esta
Rodrigo Montalban Mi plan funcionó a la perfección. Las cámaras de seguridad captaron cuando Flavia entró en la oficina de Ellie con el arma en sus manos. Al salir, fue detenida por la policía, quien ya estaba alertada gracias a Lila. Ahora mismo estoy observando el interrogatorio que le están realizando a Flavia. Ella no deja de llorar, repitiendo que la van a matar. La policía le aconseja que confiese para que puedan protegerla. Cuando la trasladaron a una celda, solicité un permiso para verla.Al verme, ella comenzó a reírse a carcajadas. Su risa era aterradora, mezclada con llanto, como una melodía perturbadora. —Lo planeaste todo, ¿verdad? —preguntó, su voz cargada de amargura. —Por supuesto —respondí con frialdad—. Te metiste con mi hermano y mi mujer. —¡Eres un maldito! ¡No diré nada! —gritó, apretando los puños con desesperación. La miré con calma, sabiendo que tenía la ventaja. —Entonces serás condenada como la asesina, Flavia —dije, observando cómo su expresión
Me dormí esperando a mi príncipe. Habría querido que me despertara con un beso, pero eso no ocurrió.Me despertó doña Rosalba con su llanto. Noté que tenía los ojos hinchados, como si hubiera estado llorando toda la noche. Sentí un extraño déjà vu, recordando la noche en que murió mi abuelo.—¿Qué pasó? —pregunté con preocupación al ver su expresión desolada.—Rodrigo tuvo un accidente —me informó entre sollozos, apenas pudiendo pronunciar las palabras.Esas palabras detuvieron mi mundo. El terror se apoderó de mí, y no pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. Solo un pensamiento invadió mi mente: *No puedo perderlo*.—¿Cómo que un accidente? —insistí, tratando de entender lo que estaba pasando.—No me explicaron mucho… su carro… —continuó doña Rosalba, sin poder contener el llanto.—Pero él está bien, ¿verdad? Tengo que verlo ya —dije, decidida, con el corazón acelerado.Dejé a los gemelos con mi madre y me dirigí al garaje. Conduje lo más rápido que pude hacia la clínica,
Elizabeth Romano Odio este plan con cada fibra de mi ser, pero la sed de justicia arde más fuerte. Raúl no solo destruyó mi vida, sino que también puso en peligro la de aquellos que amo. Estoy decidida a hacerle pagar por cada lágrima que derramé. Al salir de la ducha, el agua tibia resbalaba por mi piel, llevándose el cansancio, pero no la sensación de repulsión que me invadía cada vez que pensaba en lo que estaba a punto de hacer. Me envolví en una toalla suave y caminé hacia el espejo. Tomé mi cepillo y comencé a desenredar mi cabello, alisándolo con cuidado.Luego, apliqué maquillaje en mi rostro: base para ocultar cualquier rastro de cansancio, un toque de rubor para darle vida a mis mejillas, y delineador negro para enmarcar mis ojos, haciéndolos parecer más seguros de lo que realmente me sentía. Terminé con un labial rojo intenso, el color de la seducción y la venganza. Me perfumé con un aroma embriagador, uno que sabía que Raúl reconocería de inmediato. Luego, me vestí c
Me coloqué un vestido rojo ceñido al cuerpo, complementado con lencería de encaje, y me dirigí a la casa de Raúl. No tardé mucho en llegar. Cuando me recibió, noté que había preparado una cena romántica para nosotros. La mesa estaba adornada con rosas rojas, velas y pétalos. Se había esmerado realmente.—Está hermoso, Raúl —le dije, admirando el arreglo.—Todo para mí, bonita. Estás perfecta, Ellie —respondió, besándome suavemente en los labios. Yo correspondí al beso.—No puedo creer que al fin serás mío —murmuré con emoción.—Lo bueno se hace esperar, pero primero cenemos, mi amor —dijo él, mientras me guiaba hacia la mesa.Raúl había preparado mi comida favorita, y realmente estaba deliciosa, al igual que el vino. Durante la cena, nuestra conversación fue ligera, centrada en mis hijos y la empresa, sin entrar en temas importantes.Cuando terminamos, comencé a recoger los platos, pero Raúl me acorraló contra la mesa y me sentó en su regazo.—Espera ansioso —le dije, sintiendo la pre
Elizabeth Romano.El ambiente en la habitación del hospital está cargado de emociones intensas. La luz tenue filtra a través de las persianas, creando un contraste con la frialdad del equipo médico y la calidez que surge entre ellos. —Creí que te había perdido —le digo mientras lo abrazo con fuerza, sintiendo su calidez reconfortante. Su aroma familiar y la sensación de su piel bajo mis manos me devuelven un poco de la tranquilidad perdida.Rodrigo me rodea con sus brazos, envolviéndome en un abrazo que es tan fuerte como su promesa. —Eso nunca pasará, te amo, mi angelito —susurra en mi oído, su voz profunda y sincera. Puedo sentir su pecho elevarse contra el mío, su latido acelerado casi sincronizado con el mío.—Te amo, Ro, más que a mi vida —susurro de vuelta, apretándolo con la misma intensidad, como si al hacerlo pudiera protegerlo de cualquier peligro que pudiera acechar. El miedo que había sentido al pensar en perderlo comienza a disiparse, reemplazado por la certeza de su am