Elizabeth Romano.Rodrigo me despertó con suaves besos en el cuello y la mejilla. Sus caricias eran tiernas, reconfortantes, como si intentara disipar la pesadilla que aún me perseguía.—Amor, ya está listo el desayuno. ¿Quieres que llame a tu madre? —me preguntó en un susurro, mientras acariciaba mi cabello.—No, a mi mamá no —respondí rápidamente, casi en un suspiro ahogado.El miedo se apoderó de mí al recordar cómo Raúl la manipuló tantas veces. Tenía terror de que él lograra convencerla de decirle dónde estaba. No quería volver a verlo en mi vida, no después de lo que intentó hacerme.Rodrigo me observó en silencio, notando mi agitación, y decidió no insistir. Luego, con un tono más serio, dijo:—Amor, ahora que estás más tranquila, necesito que me digas qué ocurrió.Tomé aire, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se hacía más fuerte. Mis manos temblaban mientras intentaba recordar aquella noche.—Fue un día tranquilo, pero luego comenzó la tormenta. Él dijo que los caminos esta
Rodrigo Montalban Mi plan funcionó a la perfección. Las cámaras de seguridad captaron cuando Flavia entró en la oficina de Ellie con el arma en sus manos. Al salir, fue detenida por la policía, quien ya estaba alertada gracias a Lila. Ahora mismo estoy observando el interrogatorio que le están realizando a Flavia. Ella no deja de llorar, repitiendo que la van a matar. La policía le aconseja que confiese para que puedan protegerla. Cuando la trasladaron a una celda, solicité un permiso para verla.Al verme, ella comenzó a reírse a carcajadas. Su risa era aterradora, mezclada con llanto, como una melodía perturbadora. —Lo planeaste todo, ¿verdad? —preguntó, su voz cargada de amargura. —Por supuesto —respondí con frialdad—. Te metiste con mi hermano y mi mujer. —¡Eres un maldito! ¡No diré nada! —gritó, apretando los puños con desesperación. La miré con calma, sabiendo que tenía la ventaja. —Entonces serás condenada como la asesina, Flavia —dije, observando cómo su expresión
Me dormí esperando a mi príncipe. Habría querido que me despertara con un beso, pero eso no ocurrió.Me despertó doña Rosalba con su llanto. Noté que tenía los ojos hinchados, como si hubiera estado llorando toda la noche. Sentí un extraño déjà vu, recordando la noche en que murió mi abuelo.—¿Qué pasó? —pregunté con preocupación al ver su expresión desolada.—Rodrigo tuvo un accidente —me informó entre sollozos, apenas pudiendo pronunciar las palabras.Esas palabras detuvieron mi mundo. El terror se apoderó de mí, y no pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. Solo un pensamiento invadió mi mente: *No puedo perderlo*.—¿Cómo que un accidente? —insistí, tratando de entender lo que estaba pasando.—No me explicaron mucho… su carro… —continuó doña Rosalba, sin poder contener el llanto.—Pero él está bien, ¿verdad? Tengo que verlo ya —dije, decidida, con el corazón acelerado.Dejé a los gemelos con mi madre y me dirigí al garaje. Conduje lo más rápido que pude hacia la clínica,
Elizabeth Romano Odio este plan con cada fibra de mi ser, pero la sed de justicia arde más fuerte. Raúl no solo destruyó mi vida, sino que también puso en peligro la de aquellos que amo. Estoy decidida a hacerle pagar por cada lágrima que derramé. Al salir de la ducha, el agua tibia resbalaba por mi piel, llevándose el cansancio, pero no la sensación de repulsión que me invadía cada vez que pensaba en lo que estaba a punto de hacer. Me envolví en una toalla suave y caminé hacia el espejo. Tomé mi cepillo y comencé a desenredar mi cabello, alisándolo con cuidado.Luego, apliqué maquillaje en mi rostro: base para ocultar cualquier rastro de cansancio, un toque de rubor para darle vida a mis mejillas, y delineador negro para enmarcar mis ojos, haciéndolos parecer más seguros de lo que realmente me sentía. Terminé con un labial rojo intenso, el color de la seducción y la venganza. Me perfumé con un aroma embriagador, uno que sabía que Raúl reconocería de inmediato. Luego, me vestí c
Me coloqué un vestido rojo ceñido al cuerpo, complementado con lencería de encaje, y me dirigí a la casa de Raúl. No tardé mucho en llegar. Cuando me recibió, noté que había preparado una cena romántica para nosotros. La mesa estaba adornada con rosas rojas, velas y pétalos. Se había esmerado realmente.—Está hermoso, Raúl —le dije, admirando el arreglo.—Todo para mí, bonita. Estás perfecta, Ellie —respondió, besándome suavemente en los labios. Yo correspondí al beso.—No puedo creer que al fin serás mío —murmuré con emoción.—Lo bueno se hace esperar, pero primero cenemos, mi amor —dijo él, mientras me guiaba hacia la mesa.Raúl había preparado mi comida favorita, y realmente estaba deliciosa, al igual que el vino. Durante la cena, nuestra conversación fue ligera, centrada en mis hijos y la empresa, sin entrar en temas importantes.Cuando terminamos, comencé a recoger los platos, pero Raúl me acorraló contra la mesa y me sentó en su regazo.—Espera ansioso —le dije, sintiendo la pre
Elizabeth Romano.El ambiente en la habitación del hospital está cargado de emociones intensas. La luz tenue filtra a través de las persianas, creando un contraste con la frialdad del equipo médico y la calidez que surge entre ellos. —Creí que te había perdido —le digo mientras lo abrazo con fuerza, sintiendo su calidez reconfortante. Su aroma familiar y la sensación de su piel bajo mis manos me devuelven un poco de la tranquilidad perdida.Rodrigo me rodea con sus brazos, envolviéndome en un abrazo que es tan fuerte como su promesa. —Eso nunca pasará, te amo, mi angelito —susurra en mi oído, su voz profunda y sincera. Puedo sentir su pecho elevarse contra el mío, su latido acelerado casi sincronizado con el mío.—Te amo, Ro, más que a mi vida —susurro de vuelta, apretándolo con la misma intensidad, como si al hacerlo pudiera protegerlo de cualquier peligro que pudiera acechar. El miedo que había sentido al pensar en perderlo comienza a disiparse, reemplazado por la certeza de su am
Elizabeth Romano En este momento estoy en la empresa, tratando de pensar a dónde enviar a los gemelos. Creo que el lugar más seguro sería Villa del Carmen, pero quizás sería mejor opción enviarlos a Estados Unidos. Estamos a punto de desenmascarar a Raúl, y cuando eso ocurra, no quiero que ellos estén aquí. Ese infeliz es capaz de todo.—Amor...Fui interrumpida cuando él entró en mi oficina y me saludó con un beso en los labios.—Hola, amor —respondí, intentando mantener la calma mientras mi mente seguía calculando las posibilidades.—Quiero ver a mis hijos, Elizabeth —dijo, su tono se volvió más serio, con una mirada que me heló la sangre—. Siempre pones excusas para que vaya a la casa.—Olvidé decirte, amor, que se fueron unos días con mi madre —mentí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.Él soltó una risa amarga.—¿Crees que soy imbécil, Elizabeth? Sé perfectamente que están en la casa, así que por favor, no me subestimes.Tragué saliva, tratando de no mostrar miedo.—No sé de
Hoy es el cumpleaños de Santiago. Han transcurrido cuatro años desde que ese infeliz se robó a mi pequeño Chris. Hoy, mi otro hijo debería estar cumpliendo seis años. Todos los días pienso en él, me duele no poder verlo, tocarlo. No saber si está bien, si está comiendo, o si sigue con vida, es una angustia que no me deja en paz. Intento convencerme de que Raúl siempre lo ha querido, pero también sé que es un desgraciado que me odia y haría cualquier cosa para lastimarme. En este momento, estoy observando a Santiago. Está vestido con una camisa azul y un jean negro. Juega con sus amiguitos del colegio, se ve tan feliz. Santi es un niño feliz, amoroso, y algo travieso; es mi más grande amor. Es increíble lo sociable que es a pesar de llevar poco tiempo en el colegio. Ya tiene varios amigos, de hecho, varios niños de su salón y del colegio están aquí hoy. Él quiso invitar a todos para su cumpleaños y no pudimos negarnos, de hecho, Rodrigo no le niega nada a Santiago. Lucrecia se ac