Hoy es el cumpleaños de Santiago. Han transcurrido cuatro años desde que ese infeliz se robó a mi pequeño Chris. Hoy, mi otro hijo debería estar cumpliendo seis años. Todos los días pienso en él, me duele no poder verlo, tocarlo. No saber si está bien, si está comiendo, o si sigue con vida, es una angustia que no me deja en paz. Intento convencerme de que Raúl siempre lo ha querido, pero también sé que es un desgraciado que me odia y haría cualquier cosa para lastimarme. En este momento, estoy observando a Santiago. Está vestido con una camisa azul y un jean negro. Juega con sus amiguitos del colegio, se ve tan feliz. Santi es un niño feliz, amoroso, y algo travieso; es mi más grande amor. Es increíble lo sociable que es a pesar de llevar poco tiempo en el colegio. Ya tiene varios amigos, de hecho, varios niños de su salón y del colegio están aquí hoy. Él quiso invitar a todos para su cumpleaños y no pudimos negarnos, de hecho, Rodrigo no le niega nada a Santiago. Lucrecia se ac
El día llegó a su fin y todos se marcharon. Santi se fue a dormir hace rato, llevado en brazos por Ro, quien después le leyó un cuento, como lo hace cada noche. A mi pequeño le encantan los cuentos; no se duerme sin que Ro o yo le leamos algo. Me dirigí al antiguo cuarto de los gemelos. Este es mi santuario, un lugar donde todo permanece como la última vez que vi a Chris. Me recrimino una vez más el no haberlo llevado conmigo a la clínica aquel fatídico día. "Si lo hubiera llevado, ahora mi pequeño estaría con nosotros," pensé, mientras un nudo se formaba en mi garganta. Abracé su ropita de bebé, empapándome del aroma que aún guardaba, y me recosté en la cama. Como lo hago todas las noches, me permití llorar. Pero hoy, en su cumpleaños, la necesidad de llorar era más intensa que nunca. Mi familia ya se ha rendido conmigo; han aceptado que llorar es mi única forma de desahogo. "¿Dónde estás, mi bebé? ¿Estarás comiendo bien? ¿Te tratarán con cariño?" Esas preguntas me atorment
Elizabeth Romano.—No puede volver a ocurrir —susurré con firmeza, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de mi cuerpo.Rodrigo me abrazó por la cintura, atrayéndome hacia él con una fuerza posesiva. Sin previo aviso, comenzó a morder mi cuello, su respiración caliente contra mi piel.—Ellie —murmuró, su voz impregnada de deseo mientras continuaba acariciándome—, habías olvidado lo fogosa que eres. Claro que seguirá ocurriendo. Serás mía todas las noches... o mejor dicho, toda la vida.—No hablo de eso, Rodrigo —le respondí, tratando de mantener la compostura—. Hablo de no cuidarnos...Él llevó sus manos a mi cabello, enredando sus dedos en mis mechones mientras me miraba con una intensidad que me desconcertó.—Quiero otro hijo —declaró con una seguridad que me dejó helada.—Muy gracioso —repliqué, intentando desviar la conversación, pero él no se dejó engañar.—Estoy hablando en serio, Ellie —dijo con una sonrisa—. Si no encuentras las pastillas, es porque las tiré a la basura. Quier
Elizabeth Romano Finalmente, cuando tomé la decisión, con el corazón latiendo en mi pecho como un tambor, le envié un mensaje a Raúl. Sabía que no había vuelta atrás. —Me iré contigo —tecleé con manos temblorosas, sintiendo cómo una oleada de desesperación y miedo me invadía. No tardó en responderme. Apenas unos segundos después, mi teléfono vibró y la pantalla se iluminó con varias fotografías. La primera era del último cumpleaños de Santi, su sonrisa pura e inocente brillando mientras soplaba las velas. La segunda mostraba a Luciana jugando en el jardín, su risa casi audible a través de la imagen. La tercera... era de mí, en ese mismo instante, sentada en la cama con el teléfono en la mano, la desesperación claramente visible en mi rostro. Un frío estremecimiento recorrió mi columna. Me estaba vigilando. Cada movimiento, cada suspiro, lo sabía todo. —"Si es una trampa, todos morirán, sobre todo tus hijos, preciosa"— escribió, su amenaza flotando en la pantalla como un veneno
“ Príncipe , eresmi vida, pero no puedo seguir así. Debo encontrar a mi hijo. Raúl me contactó hace poco; él conoce todos nuestros movimientos.Te dejaré el celular con las fotos que me envió Por favor, cuida mucho a Santi y a Luciana. Todos los que amo están en riesgo, contrata seguridad para todos.Te amo, Ro. Mi plan es encontrar a Chris y huir, pero si no funciona, recuérdale a Santi todos los días que su madre lo ama. No me odies, mi amor. Te ama, tu Ellie"El silencio que siguió fue ensordecedor. Salí de la casa sin decir más. No tardé más de media hora en llegar al lugar acordado. Faltaba exactamente un minuto para la medianoche, tal como lo había pactado con Raúl. El aire era frío, y la oscuridad de la noche parecía presagiar lo peor. Estaba a punto de darme la vuelta e irme cuando sentí una mano que cubrió mi boca con un pañuelo. Intenté luchar, pero fue inútil. Sentí cómo mis fuerzas me abandonaban y cómo el mundo se volvía borroso.Siento mi cuerpo débil, y en cuestión de mi
El salón estaba lleno de tensión. La voz de Raúl resonaba en mis oídos, haciéndome temblar por dentro mientras me presentaba con una sonrisa forzada.—Ella es mi mujer, Elizabeth, y ella es Carla, la esposa de mi primo. —Sentí cómo el peso de esas palabras caía sobre mí, como un yugo que no podía quitarme.—Matt, te dije que sí tenía mamá. —Chris, mi pequeño, le presumía a otro niño, un rubio de ojos esmeralda que era una réplica de Raúl. Verlos juntos me revolvía el estómago.—No te creo. —El niño respondió, cruzando los brazos, con esa inocencia brutal que solo un niño puede tener.—Sí, yo soy la mamá de Chris —dije, acercándome, intentando suavizar el ambiente—. ¿Así que tú eres Matt? ¿También quieres jugar con nosotros?Di un paso hacia adelante, intentando darle un beso en la mejilla al niño, pero la mujer que había mencionado Raúl, Carla, lo apartó bruscamente.—¡A mi hijo no lo tocas, zorra! —escupió las palabras con un odio que me heló la sangre.—¿Qué es una zorra, mamá? —La
Después de ayudar a Chris a ducharse, lo envolví en su pijama favorito y lo acosté en su cama. Al arroparlo, me detuve a observar su habitación, que no era muy diferente a la de Santi. Estaba llena de peluches, juguetes, y decoraciones de dibujos animados. Sin embargo, noté una diferencia: en esta habitación no había cuentos.Chris se acurrucó en su cama, abrazando con fuerza un peluche de un superhéroe. Me acerqué y, con una sonrisa, le pedí suavemente:—Hazme espacio —le pedí, esperando que me dejara un rincón en su cama.—¿Dormirás conmigo? —preguntó, sorprendido, mirándome con esos ojitos curiosos.—Claro, bebé, todas las noches —respondí mientras me recostaba a su lado, envolviéndolo en un cálido abrazo—. ¿No quieres un cuento?—Los cuentos son para niños —dijo, sacudiendo la cabeza con desdén.Reí suavemente, acariciándole el cabello.—¿Y tú qué eres? —le pregunté con una sonrisa.—Ya tengo seis —respondió, como si esa fuera la respuesta más obvia del mundo.—No me digas… Pues t
Estaba agotada de idear formas de escapar de esta cárcel dorada. Esta casa, que alguna vez consideré un refugio, ahora me asfixiaba. Estaba repleta de sombras vigilantes, personas que, aunque tal vez respetaban o temían al Halcón, no moverían un dedo para ayudarme. —Vamos a la piscina, el día está hermoso —le dije a Chris, tratando de mantener la normalidad en medio del caos.Pero Chris, mi pequeño, mi niño que solía adorar el agua, me sorprendió con su respuesta. —No sé nadar.¿Cómo había olvidado el agua? Antes, se zambullía sin miedo. Lo observé con tristeza, preguntándome qué más había cambiado en él sin que yo me diera cuenta.—Yo te enseño, confía en mami —le aseguré con una sonrisa que no llegó a mis ojos.—No quiero.Su rechazo fue un puñal en mi pecho. Pero no quise presionarlo. Quería recuperar su confianza, no perderla más.—Está bien, bebé. Pero, ¿sabes? Yo también tenía miedo de nadar cuando era pequeña. Me caí al agua y me aterraba hasta que un príncipe me enseñó.—¿El