El salón estaba lleno de tensión. La voz de Raúl resonaba en mis oídos, haciéndome temblar por dentro mientras me presentaba con una sonrisa forzada.—Ella es mi mujer, Elizabeth, y ella es Carla, la esposa de mi primo. —Sentí cómo el peso de esas palabras caía sobre mí, como un yugo que no podía quitarme.—Matt, te dije que sí tenía mamá. —Chris, mi pequeño, le presumía a otro niño, un rubio de ojos esmeralda que era una réplica de Raúl. Verlos juntos me revolvía el estómago.—No te creo. —El niño respondió, cruzando los brazos, con esa inocencia brutal que solo un niño puede tener.—Sí, yo soy la mamá de Chris —dije, acercándome, intentando suavizar el ambiente—. ¿Así que tú eres Matt? ¿También quieres jugar con nosotros?Di un paso hacia adelante, intentando darle un beso en la mejilla al niño, pero la mujer que había mencionado Raúl, Carla, lo apartó bruscamente.—¡A mi hijo no lo tocas, zorra! —escupió las palabras con un odio que me heló la sangre.—¿Qué es una zorra, mamá? —La
Después de ayudar a Chris a ducharse, lo envolví en su pijama favorito y lo acosté en su cama. Al arroparlo, me detuve a observar su habitación, que no era muy diferente a la de Santi. Estaba llena de peluches, juguetes, y decoraciones de dibujos animados. Sin embargo, noté una diferencia: en esta habitación no había cuentos.Chris se acurrucó en su cama, abrazando con fuerza un peluche de un superhéroe. Me acerqué y, con una sonrisa, le pedí suavemente:—Hazme espacio —le pedí, esperando que me dejara un rincón en su cama.—¿Dormirás conmigo? —preguntó, sorprendido, mirándome con esos ojitos curiosos.—Claro, bebé, todas las noches —respondí mientras me recostaba a su lado, envolviéndolo en un cálido abrazo—. ¿No quieres un cuento?—Los cuentos son para niños —dijo, sacudiendo la cabeza con desdén.Reí suavemente, acariciándole el cabello.—¿Y tú qué eres? —le pregunté con una sonrisa.—Ya tengo seis —respondió, como si esa fuera la respuesta más obvia del mundo.—No me digas… Pues t
Estaba agotada de idear formas de escapar de esta cárcel dorada. Esta casa, que alguna vez consideré un refugio, ahora me asfixiaba. Estaba repleta de sombras vigilantes, personas que, aunque tal vez respetaban o temían al Halcón, no moverían un dedo para ayudarme. —Vamos a la piscina, el día está hermoso —le dije a Chris, tratando de mantener la normalidad en medio del caos.Pero Chris, mi pequeño, mi niño que solía adorar el agua, me sorprendió con su respuesta. —No sé nadar.¿Cómo había olvidado el agua? Antes, se zambullía sin miedo. Lo observé con tristeza, preguntándome qué más había cambiado en él sin que yo me diera cuenta.—Yo te enseño, confía en mami —le aseguré con una sonrisa que no llegó a mis ojos.—No quiero.Su rechazo fue un puñal en mi pecho. Pero no quise presionarlo. Quería recuperar su confianza, no perderla más.—Está bien, bebé. Pero, ¿sabes? Yo también tenía miedo de nadar cuando era pequeña. Me caí al agua y me aterraba hasta que un príncipe me enseñó.—¿El
Me acerqué al despacho de Raúl con la intención de hablar, pero al llegar, lo vi besándose con Carla. La sorpresa me golpeó al principio, pero la sensación pronto se transformó en una amarga diversión. Una risa se escapó de mis labios antes de que pudiera contenerla, resonando en la habitación. Sabía muy bien que eran amantes, y la escena era tan patética como predecible.—.¿Interrumpo?. —pregunté con ironía, disfrutando del desconcierto que mi presencia había causado.Carla y Raúl se separaron de inmediato, sus rostros delatando una mezcla de culpa y molestia. Los ojos de Carla se clavaron en mí, llenos de furia. Sabía que me odiaba por haberlos descubierto en un momento tan íntimo, pero su ira solo me provocaba una satisfacción fría.—.No es lo que crees,. —intentó justificarse Raúl, su voz temblando ligeramente, como si supiera que no había manera de salir bien parado de esta situación.—.No te confundas, me da igual si te acuestas con esta o con cualquiera. Si lo haces con ella, a
La cena estaba en su punto más tenso cuando noté que Rosana, una de las sirvientas, se acercaba a mí. Su rostro estaba pálido, sus manos temblaban ligeramente. Podía sentir que algo no andaba bien. —¿Qué ocurre? —le pregunté, tratando de ocultar la ansiedad que comenzaba a invadirme. Ella me miró a los ojos, y en ese instante supe que lo que tenía que decir no sería nada bueno. —No beba nada —me susurró, tan bajo que apenas pude escucharla—. El señor colocó un líquido en su vino para drogarla y abusar de usted esta noche. Antes de que pudiera reaccionar, se marchó rápidamente, dejando tras de sí una estela de miedo y desesperación en mi pecho. ¿Qué demonios iba a hacer ahora? Mis manos comenzaron a sudar, y miré la copa de vino frente a mí como si fuera un arma letal. No pasó mucho tiempo antes de que Raúl se acercara, con Chris a su lado. Su mirada era fría, controlada, pero yo sabía que tras esa fachada había una amenaza constante. —Espero que te comportes esta noc
—Quédate quieta o te amarro —amenaza, mientras me despoja del brasier.Comienza a jugar con mis pechos, devorándolos con una avidez que me revuelve el estómago. Intento resistirme, pero mis fuerzas no son suficientes. Su boca desciende lentamente, besando mi ombligo mientras sus manos intentan bajar mis bragas.—Oh Dios, eres tan deliciosa, toda mía —dice, su voz cargada de lujuria.Cuando intenta abrir mis piernas, cierro con todas mis fuerzas, resistiéndome con desesperación. Sus uñas rasguñan mis muslos en su esfuerzo por separarlas, pero no lo consigue. Me mira con odio, furioso por mi resistencia.—No me lo hagas más difícil —gruñe.—Aunque me violes, nunca seré tuya, y siempre me darás asco. Siempre seré de Rodrigo —le escupo, llenándome de valor.La bofetada que me da es brutal, pero no me rindo. Con las pocas fuerzas que me quedan, grito con todo mi ser.—¡Rodrigo!Él me agarra del cuello y aprieta con fuerza, cortándome la respiración.—¡Rodrigo! ¡Rodrigo! —repito, mi voz aho
Rodrigo Montalban. Estoy en mi habitación, con Santiago acurrucado a mi lado. Desde que Ellie se fue, él no se separa de mí. Cada noche, me pregunta por ella, y yo me encuentro sin respuestas, sin saber cómo aliviar su dolor ni cómo encontrarla. Es desesperante pensar que, aun con todas las pruebas de que ese malnacido es El Halcón, sigue libre, burlándose de la justicia internacional y haciendo lo que le place. La impotencia me consume. —No cuento tan malos cuentos, ¿verdad? —le susurré, acariciando su cabello suave y desordenado. —Mami los cuenta mejor —me respondió con su vocecita. Reí, intentando mantener la calma que no sentía—. Mentiroso, sé que soy tu favorito. —¿Cuándo volverá mami? —me preguntó, con esa inocencia que me rompe el alma. —Muy pronto, amor. Ahora duerme, que ya te conté muchos cuentos —traté de sonar convencido, aunque por dentro me consumía la incertidumbre. —No tengo sueño —me dijo, aunque un bostezo lo traicionó. —Mentiroso —le respondí, acom
La desesperación era un sentimiento que se había instalado en mi pecho, una sensación que no me soltaba. Toqué la puerta toda la noche, rogando que alguien me escuchara, pero fui ignorada. No podía creer que, por mi culpa, la vida de mi bebé estuviera en riesgo. Si pudiera, le avisaría a Ro, pero estaba atrapada, sin opciones.Finalmente, decidí que no podía esperar más. Me puse un vestido negro que encontré en el clóset, mis manos temblaban al alisarlo. Observé la ventana y noté que no tenía rejas, una oportunidad. Desesperada, improvisé una cuerda con las sábanas, haciéndole nudos como cuando me escapaba con Antonio en el pasado. Las até a un mueble firme y, sin pensarlo demasiado, comencé a descender por la ventana.—¡Por favor, que no se rompa!— murmuré para mí misma, con el corazón latiéndome en la garganta.Pero la suerte no estaba de mi lado. A mitad de camino, la maldita sábana se rompió y caí al suelo. Gracias al cielo, había solo pasto debajo, pero mi rodilla no tuvo la mism