PrefacioDomenico Conte observó con semblante serio al hombre sentado frente a él, lo estudio por un breve momento para luego esbozar una ligera sonrisa.—Me hiciste volar desde España, para decirme esto, ¿estás bromeando? —preguntó con tal calma, que el hombre frunció el ceño.—Déjate de juegos, Domenico —le advirtió el hombre vestido tan elegante, como si fuese a asistir a un funeral. —No estoy jugando, padre —aseguró tomando la copa de whisky entre sus dedos y bebiendo un sorbo sin que la mano le temblara. Como si no estuviese hablando con el jefe de la mafia.—Tus asuntos en España, parecen haberte dejado mal —pronunció Alessio poniéndose de pie con la elegancia de una pantera.—No tenías ganas de verte —respondió con frialdad—, y mis asuntos fuera de Italia no deben importarte.—No debería importarme, si no hubiese cometido la imprudencia de secuestrar a una ciudadana española —señaló.El cuerpo de Dominico se tensó en el acto, cogió la copa y la bebió de un solo trago. Recordar
Hasta que la muerte los separe Domenico abrió los ojos para leer el nombre de Pía Zambrano escrito en el frío mármol, la única mujer que pudo amar y a quien perdió. La misma mujer que le dejó un bello y maravilloso regalo del que muy pocos tenían conocimiento y él lo había preferido así. Paolo era su más preciado tesoro, su hijo.—Lamento haberte dejado aquella mañana, Pía —dijo, acariciando el frío yeso—. Volví por ti, sin embargo, lo hice demasiado tarde —se lamentó.Domenico Conte no se había perdonado y no se perdonaría jamás que su abandono condenara a Pía a casarse con un hombre al que no amaba y la convirtió en una mujer distinta a la jovencita que él había conocido.De aquella mujer únicamente quedó el recuerdo, cuando volvieron a verse Pía lo miró con tal desprecio y odio que él no pudo decirle la verdad sobre su hijo.—Papá —la voz de Paolo le hizo girarse.—Dime.—¿Por qué tienes que irte de nuevo? —preguntó.—¿Cómo sabes que voy a marcharme?—Te escuché hablar con el abue
«Te prometo que te haré pagar por esto».Aquellas palabras fueron un mantra en la cabeza de Pilar Di Monti durante las horas que duró la fiesta y la acompañaron durante el trayecto al hotel, donde pasarían su noche de bodas.Pilar echó un vistazo al semblante serio de su marido, apartó la mirada tan rápido como pudo para evitar que él se diera cuenta de que lo observaba.La joven se preguntaba ¿Cómo diablos fue a terminar precisamente en los brazos del hombre de quien escapaba? Quizá era cosa del destino, realmente había sido una tontería desafiar a su padre de aquella manera tan abierta. Ennio no era un hombre que se fuera por las ramas y lo había dejado muy claro el día que se presentó en su casa y la obligó a venir con él, hasta ese momento Pila no tenía conocimiento de sus verdaderos orígenes, su madre nunca le habló de su padre y menos de lo terrible que podía ser. Pilar jamás se hubiese imaginado que por sus venas corría sangre siciliana y mucho menos se imaginó ser la hija de
Domenico caminó por los pasillos de la empresa, mientras recibía las felicitaciones por su reciente matrimonio, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por mantener la sonrisa en su rostro, al fin y al cabo, ninguna de esa gente tenía la culpa de lo ocurrido. No podía decir lo mismo de la mujer que caminaba detrás de él con una sonrisa tatuada en el rostro.—¿Se puede saber qué es lo que te causa tanta gracia? —preguntó una vez que estuvieron en la seguridad de su oficina.—¿Qué tiene de malo que sonría? —preguntó y añadió—: ¿no es lo mismo que tú hacías mientras saludabas a tus empleados?Domenico apretó los dientes con tal fuerza que su mandíbula se marcó de manera pronunciada, dándole un aspecto rudo. Aunque Pilar pensaba que eso era imposible.—No intentes pasar la línea entre nosotros, Pilar. Te lo he dicho antes y te lo repito, no eres nadie en mi vida —juró.—Lo has dejado tan claro como el agua, Domenico. Por lo que no comprendo tu necedad de repetírmelo —lo encaró Pilar.—Quie
«Acepta tu destino o termina con ella»«Termina con ella»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Domenico y lo peor es que cada vez que lo pensaba la idea le resultaba realmente tentadora. Pero ¿Sería capaz de hacerlo? La pregunta no tenía ninguna respuesta por su parte.—Dejé a la señora Conte en ático, tal como me lo has indicado —informó Vittorio, listo para recibir la furia de Domenico.—Pilar, ese es su nombre —espetó, girándose para ver a su guardaespaldas y amigo con furia contenida.—Te guste o no, es tu esposa y no debes dar lugar a malos entendidos, te aseguro que Ennio Di Monti tiene puesta la mirada sobre la organización.—Me importa muy poco lo que Ennio espera de esta unión, fui claro y de no haber sido porque me tendieron una trampa, jamás me habría casado con Pilar —aseguró.—Yo no estaría tan seguro, Domenico, aquella noche fuiste tú quien la buscó y no, al revés. Dudo mucho que ella supiera quien eras hasta la mañana siguiente —Vittorio sabía
Pilar luchó para que su cuerpo no temblara, su vestido era pegado a su cuerpo y se sentía incómoda además de expuesta, pero la nota que llevaba escrita era clara, debía usar el vestido esa noche y hacer su mejor papel. Ella no sabía lo que eso significaba, no obstante, el recordatorio del trasplante de corazón que su madre necesitaba, estaba fina y delicadamente escrito al final.Lo que definitivamente Pilar no esperaba era la penetrante mirada de Domenico sobre su cuerpo y mucho menos ese fuego que había visto en sus ojos el día que terminaron en la cama, aquel día que fue su condena y sentencia.—¿Te comieron la lengua los ratones? —preguntó Pilar de repente, pues el silencio era abrumador, cargado de una tensión que ella no quería y tampoco necesitaba en ese momento. Ya tenía mucho con ir vestida de aquella manera para ser exhibida ante la sociedad siciliana.La pregunta de Pilar sacó a Domenico de su burbuja e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí mismo.—
Que nunca se entere Pilar gimió sin poder contener más el dolor que le atravesaba el cuerpo, no era solamente su costado herido y lleno de sangre, sino también el dolor intenso que sentía en la parte baja de su vientre, justo donde su cadera pegó contra la puerta del auto.—Me duele —expresó mientras el olor metálico de la sangre le hizo sentirse mareada.—¿Pilar? —llamó Domenico saliendo de su estupor inicial.—¿Qué sucede? —preguntó Vittorio girando la cabeza para ver lo que ocurría con Domenico y Pilar.—¡Maldición! —exclamó Domenico al sentir el cuerpo de Pilar desvanecerse.—¿Domenico? —insistió Vittorio, mientras el auto se desplazaba por la zona de rocas para retomar la carretera principal.—¡Pilar está herida y se ha desmayado! —gritó.Vittorio miró a Pilar, tenía los ojos cerrados y una mano llena de sangre sobre su costado.—¡Conduce a Palermo sin detenerte, no importa lo que tengas que hacer, pero hazlo a la brevedad posible! —gritó el guardaespaldas.El chofer asintió, pr
¿Quién es él?Domenico miró el cuerpo inerte de Pilar sobre la cama, había logrado que el médico de turno firmara el traslado y la había traído a casa. Sabía que era una locura darle tanto conocimiento, pero mientras estuviese inconsciente, no la miraba como un peligro.—No debiste traerla a la isla —dijo Vittorio entrando a la habitación acompañando a la enfermera encargada de vigilar la salud de Pilar.—No tuve más opciones, no podíamos quedarnos en Palermo luego del ataque —mencionó Domenico prestando atención a la mujer que aplicaba una dosis de antibiótico en el suero conectado a la vena de Pilar.—¿Confías en ella? —preguntó una vez que la mujer salió de la habitación.—Hay muchas cosas que pasan por mi cabeza, Vittorio. Quizá y solo quizá tengas razón —aceptó, dejando a Vittorio confundido.—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.—Esa noche en el antro —dijo, alejándose de Pilar y posando su mirada sobre el inmenso mar que rodeaba la isla Bella—. Esa noche fui yo quien se fijó