«Te prometo que te haré pagar por esto».
Aquellas palabras fueron un mantra en la cabeza de Pilar Di Monti durante las horas que duró la fiesta y la acompañaron durante el trayecto al hotel, donde pasarían su noche de bodas.
Pilar echó un vistazo al semblante serio de su marido, apartó la mirada tan rápido como pudo para evitar que él se diera cuenta de que lo observaba.
La joven se preguntaba ¿Cómo diablos fue a terminar precisamente en los brazos del hombre de quien escapaba? Quizá era cosa del destino, realmente había sido una tontería desafiar a su padre de aquella manera tan abierta. Ennio no era un hombre que se fuera por las ramas y lo había dejado muy claro el día que se presentó en su casa y la obligó a venir con él, hasta ese momento Pila no tenía conocimiento de sus verdaderos orígenes, su madre nunca le habló de su padre y menos de lo terrible que podía ser. Pilar jamás se hubiese imaginado que por sus venas corría sangre siciliana y mucho menos se imaginó ser la hija de un mafioso. Pero Ennio no solo la arrancó de su país natal, también la obligó a usar su apellido para poder casarse con Domenico Conte, el diablo siciliano.
Pilar echó otro rápido vistazo al rostro del hombre y la verdad es que le hacía justicia a su apodo. Era serio, frío y arrogante.
¡Y jodidamente guapo!
Pero era el tipo de hombre con quien ella jamás hubiese querido terminar casada; sin embargo, ahí estaba lejos de México, lejos de su madre que necesitaba un trasplante de corazón y casada con un hombre que a leguas se notaba el profundo odio que sentía por ella.
—Deja de mirarme, que no saltaré sobre ti, si es lo que estás imaginado —soltó Domenico con rudeza.
Pilar no se molestó en responder, se fijó en la cantidad de edificios que pasaban delante de sus ojos, con uno de sus dedos se limpió la caprichosa lágrima que abandonó sus ojos y respiró.
Con Ennio había aprendido que llorar no servía de nada, ella tenía que ser fuerte e inteligente y encontrar una manera de verse libre de aquel matrimonio que solo le presagiaba infelicidad.
«Pero que asegura el dinero y el trasplante de corazón para tu madre», le recordó su conciencia.
Pilar dejó escapar un exagerado suspiro que hizo fruncir el ceño de Domenico, no obstante, él no volvió a dirigirle la palabra.
Cuando la limusina se estacionó frente al lujoso hotel, el cuerpo de Pilar tembló.
—No te asustes que no pienso tocarte de nuevo. Eres mi esposa, pero jamás serás mi mujer —dijo con crueldad.
Pilar cerró los ojos por un breve momento.
—Te aseguro que te estoy muy agradecida, por eso —musitó.
Dominico arrugó el entrecejo, pero en lugar de responder, se bajó del auto y caminó al interior del hotel, directamente al elevador, su gente se había hecho cargo del resto.
Pilar apresuró el paso para no quedarse atrás, no quería dormir en el pasillo, aunque entre dormir afuera o hacerlo adentro, ya no sabía que era peor. El frío sería el mismo.
Domenico se quitó el saco y lo lanzó con tal brusquedad que terminó en el piso. Se sentía cómo un animal recién cazado y enjaulado y saberse con Pilar no ayudaba a la causa. Verla solo le hacía sentir el hombre más idiota del mundo.
El hombre caminó el minibar de la suite, se sirvió un Vodka, mientras su móvil sonaba. Por un momento estuvo tentado a ignorar la llamada, pero en ese momento recordó que no se había comunicado con Paolo desde que lo dejó en la casa de seguridad en la isla Bella.
—Ciao —pronunció, saliendo al balcón al ver a Pilar entrar a la habitación.
— Ciao papà, volevo solo dirti che ti voglio bene —expresó Paolo al otro lado de la línea.
—Anch'io ti amo —respondió en voz alta, tan alta como para que Pilar escuchara la última frase.
Pilar se sentó sobre la cama, su italiano era tan pobre, que sabía técnicamente lo básico. Así que imaginó que Domenico le hablaba a alguna mujer que había dejado para casarse con ella; por supuesto que eso le tenía sin cuidado. Pilar era consciente que su matrimonio solo era un acuerdo entre mafiosos y que carecía de cualquier tipo de sentimientos y emociones.
Con aquel pensamiento se puso de pie y se plantó delante de Dominico Conte.
—No voy a tocarte —gruñó.
—Lo escuché, fuiste muy claro antes —habló, tratando de ocultar su miedo y la angustia que tenía instalado en la boca del estómago.
—Entonces, ¿Qué es lo que quieres? —preguntó con frialdad.
—Quiero hacer un trato contigo —expuso.
Domenico elevó una cena y sus labios se curvaron en lo que debía ser una bonita sonrisa, pero que solo fue una burda imitación de una. Era un gesto torcido que no transmitía nada.
—¿Qué te hace pensar que estoy interesado en hacer tratos con una mujer como tú? —cuestionó pasando de ella, para dirigirse al minibar.
—¿Una mujer como yo? —cuestionó Pilar, caminando detrás de él, olvidando el miedo que le producía estar frente a Domenico, lo enfrentó— ¿Qué quieres decir exactamente con eso?
Domenico se giró tan bruscamente que terminó chocando con el cuerpo de Pilar, la mujer cayó de bruces sobre el sofá. Cosa que Domenico aprovechó para acercarse a ella, como si fuera un león en plena cacería.
—¿Qué-qué haces? —preguntó al sentir el aroma del aliento de Domenico sobre su rostro, era una extraña combinación, alcohol y menta.
Embriagador.
Domenico sonrió con crueldad al verla temblar como si fuera una maldit4 hoja mecida por un fuerte y rabioso viento; pero se alejó en el momento que ella cerró los ojos. Se había roto el encanto.
—No creo que tú y yo, tengamos nada que negociar. Conseguiste convertirte en mi esposa bajo todas las leyes, pero no serás más que eso, Pilar Di Monti, no serás más que un papel firmado.
La sangre latina en las venas de Pilar ardió con furia ante el trato despectivo del que estaba siendo víctima en ese momento, así que dijo lo primero que se le vino a la mente.
—Y es todo lo que tenía que hacer, te guste o no. Soy la señora Conte, cumplí con el deseo de mi padre y es todo lo que me importa —espetó con rabia, mientras pensaba en su madre y en el trasplante que necesitaba de otra manera, habría preferido estar muerta que someterse a vivir una vida que no era vida.
Domenico la fulminó con la mirada y su odio por ella aumentó a pasos agigantados.
—Pues te has equivocado conmigo, ser mi esposa no te dará ningún tipo de privilegios, pero sí te garantizo que no habrá día que no te arrepientas de haberme tendido una trampa ese día en el Malavita, lamentarás haberte cruzado en mi camino.
Pilar apretó los dientes, tanto que sintió que iba a partirlos por la presión ejercida, sus manos se cerraron en dos puños, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no arremeter contra Domenico, ella tenía que pensar en su madre.
—Duérmete, mañana será el primer día de tu infierno, por el momento prepararte para ganarte el pan que te lleves a la boca.
Pilar se tragó el enojo, caminó al futón y se dejó caer sobre él, no era la primera vez, ella estaba acostumbrada a dormir en un sillón mucho más pequeño que ese, pero… ¿Por qué tenía que dejarle a ese diablo la cama para él solo?
Aquella pregunta hizo que Pilar volviera a ponerse de pie y caminó con paso firme hacia la enorme cama, era tan grande que bien podían dormirse sin tocarse. Y si al diablo no le parecía, era libre de ocupar el futón.
Entre tanto, Domenico miró su reflejó en el espejo del baño, no había tenido el estómago para continuar discutiendo con esa mujer que ahora era su esposa. El recuerdo del rostro de Pía cruzó por su cabeza y la culpa le cayó como losas sobre sus hombros.
Le había dado a Pilar Di Monti, lo que no le había podido dar a la única mujer que había amado y que era la madre de su hijo.
Con el sentimiento de culpa, la frustración y el alcohol haciendo estragos en su cuerpo, volvió a la habitación para llevarse la sorpresa de ver a Pilar en su cama.
Domenico apretó los puños y estuvo tentado a echarla de la cama, pero decidió no caer en las provocaciones de Pilar, esa mujer se había robado su libertad, pero no le robaría la paz.
A la mañana siguiente y fiel a su palabra, Domenico llevó a Pilar a las instalaciones de la empresa, una de las tantas que figuraban en su haber, pero la única a la que le dedicaba su tiempo completo.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Pilar, bajando del auto.
—Te lo dije ayer, Pilar, ser mi esposa no te resolverá la vida, así que, a partir de ahora, trabajarás como el resto.
Pilar no le tenía miedo al trabajo, era algo que había hecho desde muy joven; sin embargo, las circunstancias ahora eran distintas. Tenía la impresión de que Domenico quería castigarla y eso le causaba terror. No saber cuál era el límite del hombre le angustió.
—No soy una de tus empleados, Domenico, soy tu esposa y mi padre no estará muy feliz de saber lo que pretendes hacer —dijo, pensando que Ennio iba a sentirse indignado y que terminaría culpándola a ella y no a Domenico por esto.
—Me tienes sin cuidado lo que Ennio sienta o quiera; pero siendo honesto contigo, todo lo que quería era el acta de matrimonio firmada, te aseguro que lo que ocurra contigo, le tendrá sin cuidado —respondió con crueldad.
Pilar caminó detrás de Domenico, mientras muchos de los empleados se detenían a saludarlo, el hombre se mostró amable, tanto que, si Pilar no lo conociera, creería que estaba delante de un dechado de virtudes y no delante de un diablo sin corazón.
«Si crees que voy a salir corriendo, te has equivocado, Domenico», pensó con una sonrisa en los labios.
Domenico caminó por los pasillos de la empresa, mientras recibía las felicitaciones por su reciente matrimonio, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por mantener la sonrisa en su rostro, al fin y al cabo, ninguna de esa gente tenía la culpa de lo ocurrido. No podía decir lo mismo de la mujer que caminaba detrás de él con una sonrisa tatuada en el rostro.—¿Se puede saber qué es lo que te causa tanta gracia? —preguntó una vez que estuvieron en la seguridad de su oficina.—¿Qué tiene de malo que sonría? —preguntó y añadió—: ¿no es lo mismo que tú hacías mientras saludabas a tus empleados?Domenico apretó los dientes con tal fuerza que su mandíbula se marcó de manera pronunciada, dándole un aspecto rudo. Aunque Pilar pensaba que eso era imposible.—No intentes pasar la línea entre nosotros, Pilar. Te lo he dicho antes y te lo repito, no eres nadie en mi vida —juró.—Lo has dejado tan claro como el agua, Domenico. Por lo que no comprendo tu necedad de repetírmelo —lo encaró Pilar.—Quie
«Acepta tu destino o termina con ella»«Termina con ella»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Domenico y lo peor es que cada vez que lo pensaba la idea le resultaba realmente tentadora. Pero ¿Sería capaz de hacerlo? La pregunta no tenía ninguna respuesta por su parte.—Dejé a la señora Conte en ático, tal como me lo has indicado —informó Vittorio, listo para recibir la furia de Domenico.—Pilar, ese es su nombre —espetó, girándose para ver a su guardaespaldas y amigo con furia contenida.—Te guste o no, es tu esposa y no debes dar lugar a malos entendidos, te aseguro que Ennio Di Monti tiene puesta la mirada sobre la organización.—Me importa muy poco lo que Ennio espera de esta unión, fui claro y de no haber sido porque me tendieron una trampa, jamás me habría casado con Pilar —aseguró.—Yo no estaría tan seguro, Domenico, aquella noche fuiste tú quien la buscó y no, al revés. Dudo mucho que ella supiera quien eras hasta la mañana siguiente —Vittorio sabía
Pilar luchó para que su cuerpo no temblara, su vestido era pegado a su cuerpo y se sentía incómoda además de expuesta, pero la nota que llevaba escrita era clara, debía usar el vestido esa noche y hacer su mejor papel. Ella no sabía lo que eso significaba, no obstante, el recordatorio del trasplante de corazón que su madre necesitaba, estaba fina y delicadamente escrito al final.Lo que definitivamente Pilar no esperaba era la penetrante mirada de Domenico sobre su cuerpo y mucho menos ese fuego que había visto en sus ojos el día que terminaron en la cama, aquel día que fue su condena y sentencia.—¿Te comieron la lengua los ratones? —preguntó Pilar de repente, pues el silencio era abrumador, cargado de una tensión que ella no quería y tampoco necesitaba en ese momento. Ya tenía mucho con ir vestida de aquella manera para ser exhibida ante la sociedad siciliana.La pregunta de Pilar sacó a Domenico de su burbuja e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí mismo.—
Que nunca se entere Pilar gimió sin poder contener más el dolor que le atravesaba el cuerpo, no era solamente su costado herido y lleno de sangre, sino también el dolor intenso que sentía en la parte baja de su vientre, justo donde su cadera pegó contra la puerta del auto.—Me duele —expresó mientras el olor metálico de la sangre le hizo sentirse mareada.—¿Pilar? —llamó Domenico saliendo de su estupor inicial.—¿Qué sucede? —preguntó Vittorio girando la cabeza para ver lo que ocurría con Domenico y Pilar.—¡Maldición! —exclamó Domenico al sentir el cuerpo de Pilar desvanecerse.—¿Domenico? —insistió Vittorio, mientras el auto se desplazaba por la zona de rocas para retomar la carretera principal.—¡Pilar está herida y se ha desmayado! —gritó.Vittorio miró a Pilar, tenía los ojos cerrados y una mano llena de sangre sobre su costado.—¡Conduce a Palermo sin detenerte, no importa lo que tengas que hacer, pero hazlo a la brevedad posible! —gritó el guardaespaldas.El chofer asintió, pr
¿Quién es él?Domenico miró el cuerpo inerte de Pilar sobre la cama, había logrado que el médico de turno firmara el traslado y la había traído a casa. Sabía que era una locura darle tanto conocimiento, pero mientras estuviese inconsciente, no la miraba como un peligro.—No debiste traerla a la isla —dijo Vittorio entrando a la habitación acompañando a la enfermera encargada de vigilar la salud de Pilar.—No tuve más opciones, no podíamos quedarnos en Palermo luego del ataque —mencionó Domenico prestando atención a la mujer que aplicaba una dosis de antibiótico en el suero conectado a la vena de Pilar.—¿Confías en ella? —preguntó una vez que la mujer salió de la habitación.—Hay muchas cosas que pasan por mi cabeza, Vittorio. Quizá y solo quizá tengas razón —aceptó, dejando a Vittorio confundido.—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.—Esa noche en el antro —dijo, alejándose de Pilar y posando su mirada sobre el inmenso mar que rodeaba la isla Bella—. Esa noche fui yo quien se fijó
Zona prohibida Pilar apartó la mira para no ver más a Paolo, el niño jugaba por los alrededores, ajeno a ella y por el momento prefería que fuera así. Ella no sabía si la enfermera estaba en lo cierto, lo único que ahora le importaba era recuperarse y no pensar en que le importaba poco a Domenico como para no estar en la habitación con ella. Pilar cerró los ojos y se quedó dormida de nuevo. Dos horas más tarde el hambre la despertó, supuso que moriría famélica; sin embargo, se encontró con Vittorio y una bandeja de comida. —El chef ha seguido las instrucciones del doctor y la enfermera, no habrá ningún problema con que comas —expuso. Pilar asintió y no se detuvo a preguntar qué era lo que había en la taza, ella comió como si no hubiese un mañana. —Hazlo despacio, Pilar, nadie te está corriendo —la regañó, pero su tono era jocoso, por lo que Pilar se sonrojó. —Lo siento —se disculpó. Vittorio negó, se apartó de ella para dejarle comer y se acercó al ventanal, pensando en cómo ret
Por culpa de una manzana«¿Tienes un hijo?»Domenico se congeló en su sitio al escuchar la pregunta de Pilar, se mordió el labio hasta hacerse sangre al comprender que debía existir una razón fuerte para que ella hiciera tal cuestionamiento y solo podían existir dos opciones: Paolo se había dejado ver o ella había salido de la habitación, lo cual era imposible dada su condición, a lo mucho Pilar podía caminar dentro del chalet y confiaba su vida a Vittorio como para imaginar que él hiciera ese tipo de comentario.—¿Por qué no respondes, Domenico? —insistió Pilar. La joven de repente sintió un extraño vació en el pecho, algo que fue haciéndose más y más grande.—¿Quién te ha dicho que tengo un hijo? —cuestionó en lugar de responder.—Vi al niño en el ventanal y sé que ha estado aquí —susurró.Domenico giró sobre sus pies y miró a Pilar, pensando si decirle o no la verdad, ¿Qué pasaría si ella un día lo traicionaba? ¿Podría confiar en ella la vida de su hijo, un único hijo vivo? La culp
¿Serás mi mamá?«¡Iba a morir por culpa de una manzana!»«¡Iba a morir!»Aquel pensamiento se colocó en su cabeza y cogió fuerza al intentar pasar el trozo de manzana, sin embargo, parecía que su garganta se había cerrado sobre aquel pequeño bocado y no había manera de tragarlo o sacarlo.—¿Estás bien? —preguntó Paolo con evidente preocupación, el rostro de Pilar había cambiado de color.Ella negó incapaz de hablar.—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Alguien que nos ayude! —gritó Paolo abriendo la puerta y gritando a todo pulmón para que alguien pudiera escucharlo. Para su fortuna lo hizo, Domenico dejó lo que estaba haciendo en la biblioteca y corrió escaleras arriba al escuchar los gritos de auxilio que su hijo pronunció.Domenico nunca esperó que su hijo estuviera en la habitación con Pilar, pero no prestó atención a ese detalle al ver el rostro casi azulado de su esposa.—¿Qué pasó? —preguntó Domenico mientras se acomodaba detrás de ella.—Creo que se ha tragado un pedazo de manzana —señaló el niñ