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Capítulo cuatro. Una mujer muy inteligente

«Acepta tu destino o termina con ella»

«Termina con ella»

Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Domenico y lo peor es que cada vez que lo pensaba la idea le resultaba realmente tentadora. Pero ¿Sería capaz de hacerlo? La pregunta no tenía ninguna respuesta por su parte.

—Dejé a la señora Conte en ático, tal como me lo has indicado —informó Vittorio, listo para recibir la furia de Domenico.

—Pilar, ese es su nombre —espetó, girándose para ver a su guardaespaldas y amigo con furia contenida.

—Te guste o no, es tu esposa y no debes dar lugar a malos entendidos, te aseguro que Ennio Di Monti tiene puesta la mirada sobre la organización.

—Me importa muy poco lo que Ennio espera de esta unión, fui claro y de no haber sido porque me tendieron una trampa, jamás me habría casado con Pilar —aseguró.

—Yo no estaría tan seguro, Domenico, aquella noche fuiste tú quien la buscó y no, al revés. Dudo mucho que ella supiera quien eras hasta la mañana siguiente —Vittorio sabía que estaba cruzando la fina e invisible línea que estaba marcada entre su jefe y él. Ellos eran amigos, sin embargo, había límites que él siempre había conocido, pero bastaba ver a Pilar para saber que ella no era más que un peón en la tabla de ajedrez que Ennio movía a su antojo.

—¿Piensas que Pilar es una inocente palomita? —le cuestionó, mientras cogía su saco de la silla y lo colocaba sobre su hombro, listo para volver a casa.

—No lo sé, jamás metería las manos al fuego por alguien que no fueras tú, Dominico, pero puedes darle el beneficio de la duda —le recomendó.

Vittorio caminó detrás de Domenico, no le importó en esta ocasión ir a su espalda y no al frente, sabía que estaba metiéndose en un tema que no debería importarle, pero no podía quedarse callado.

—Puedo investigar más sobre ella y saber el motivo real de su presencia en Sicilia —se ofreció.

—Haz lo que se te dé la gana, Vittorio; sin embargo, por tu bien te sugiero que no intervengas a favor de alguien con la sangre Di Monti en las venas.

—Pensé que tu relación con Ennio era mejor que esto —señaló el guardaespaldas mientras le abría la puerta a Domenico.

—Lo era hasta que me hizo volver de España para tratar de casarme con Ilenia, por su culpa y su necedad de unir las dos organizaciones me hizo perder a Pía y eso es algo que no voy a perdonárselo jamás.

Vittorio decidió no continuar con la conversación, sabía el resto de la historia, nadie tenía que contárselo, pues había sido él quien rescató al pequeño Paolo de ser vendido y lo trajo a Italia, desde entonces había pasado a ser el hombre de confianza de Domenico y también su único amigo.

Domenico agradeció el silencio de Vittorio de regreso a su casa, no quería vivir con Pilar Di Monti, pero no es como si tuviera muchas opciones, no está saber si la mujer estaba o no embarazada, él esperaba que no, no deseaba estar atado a la familia Di Monti por un lazo tan sagrado como la sangre.

Mientras tanto, Pilar terminó de acomodar sus pertenencias en la única habitación que encontró vacía, el ático era lujoso, con grandes espacios que desde su punto de vista eran un gran desperdició, dejando únicamente tres habitaciones, una cocina bastante amplía, demasiada si se lo preguntaban y dos baños, por lo que imaginaba que dos habitaciones compartían uno. Pilar dejó de pensar cuando su estómago gruñó, se había saltado del almuerzo y en el desayuno había sido imposible pasar bocado con la presencia del diablo en la mesa.

La mujer caminó a la cocina, esperando encontrar algo que le sirviera para aplacar el hambre feroz que la atormentaba, para su mala suerte no había más que un poco de pan y leche. Con resignación se sirvió un poco del líquido blanco y tomó dos rebanadas de pan, no era mucho, pero de algo debía servir.

Pilar salió de la cocina en el momento que escuchó la puerta abrirse, ella habría deseado no volver a mirar a Domenico por el resto de su vida, pero ese deseo no iba a cumplírsele jamás, así que se dio prisa para ir a su habitación.

—¡Espera! —gritó Domenico y Pilar no supo por qué razón acató la orden.

—No quiero hablar contigo —espetó ella, sin girarse.

—Tampoco estoy de ánimos para tener un nuevo enfrentamiento contigo, pero… —Domenico miró desde la distancia el cartón de leche sobre la encimera y la bolsa de pan abierta—. Te traje algo de comida —dijo.

Las tripas de Pilar rugieron al escuchar la palabra comida, la muchacha tragó saliva, ella estaba famélica y aquel diablo tenía la comida en sus manos.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó ella, no tenía ninguna jodida razón para creer que Domenico fuera un buen samaritano.

—Por el momento me conformaré con que mantengas la boca cerrada, quiero olvidarme por un momento de tu presencia en mi casa y mañana, pues ya veremos para qué es lo que sirves —espetó.

—Puedes comértela toda o meterla por donde no te da la luz del sol, idiota —gruñó Pilar, caminando con prisa a su habitación, ella no iba a permitir que Domenico la humillara cada vez que le viniera en gana.

Vittorio tuvo que morderse la lengua para no reírse y para no decir lo que estaba pensando en ese momento, nadie se había atrevido a tanto, definitivamente Pilar no sería tan fácil de domar.

Mientras tanto, Domenico dejó la comida sobre la mesa y se dirigió a su habitación, el día había sido terrible, como para terminar su noche de la misma manera.

—Ten un buen descanso —le dijo a Vittorio justo antes de perderse en el interior de su habitación.

—Descansa, Domenico, lo necesitas —musitó el guardaespaldas, mirando la comida y la puerta de Pilar.

El hombre suspiró, quizá estaba a punto de cometer una locura, pero no hacerlo le iba a atormentar toda la noche o la vida. Así que cogió la comida y caminó a la puerta de Pilar, colgó la bolsa en el pomo y llamó un par de veces, apenas escuchó los pasos venir en su dirección, huyó a su propia habitación.

Pilar frunció el ceño al descubrir que no había nadie, pero su cadera fue a dar contra la bolsa de comida, pasó saliva y al notar que estaba sola, la cogió y volvió al interior de su habitación con prisa.

La noche transcurrió demasiado rápido para Pilar y a la mañana siguiente no se sentía preparada, como había pensado, para enfrentar a Domenico Conte. Aun así, se obligó a ponerse de pie, darse un rápido baño y estar presentable para sea lo que sea que el diablo le mandara a hacer.

Una hora después el auto en el que viajaba se estacionó en el parqueo de la empresa, Pilar respiró profundo, cuando Vittorio le abrió la puerta.

—El señor Conte, la espera en su oficina —informó.

Pilar asintió cuando salió de su habitación, no se sorprendió al no encontrarse con Domenico, el tipo se había marchado antes incluso de que ella despertara.

Pilar no sabía cómo sentirse al respecto, quería pensar que el diablo le tenía miedo, pero eso era demasiado bueno para ser verdad, por lo que dejó las ilusiones fuera de su cabeza.

—Por favor —indicó Vittorio mientras la guiaba al ascensor.

El trayecto al último piso fue en completo silencio, Pilar jugó sus dedos, no podía evitar sentirse nerviosa y cuando las puertas el ascensor se abrieron, ella sintió que su cuerpo entero era tragado por un hoyo negro.

—Buenos días, Gaia —saludó Vittorio a la secretaria.

—Buenos días, el señor Conte espera a la señora en su oficina y pide que le lleves esto al club, es importante —indicó la mujer con una exquisita cortesía.

—Avísame si el señor Conte, necesita algo más —pidió Vittorio a la secretaria.

—Como siempre —convino Gaia.

Vittorio asintió y volvió sobre sus pies para caminar al elevador, mientras Pilar temblaba de pies a cabeza, estaría a solas de nuevo con él.

«Tú no eres una mujer cobarde Pilar, no puedes dejar que solo el nombre de Domenico te haga temblar de esta manera. Tienes que demostrarle de qué estás hecha, así que para atrás ni para coger impulso», pensó, armándose de valor, golpeando la puerta un par de veces hasta escuchar la inconfundible voz del diablo.

—Adelante…

Pilar abrió y cerró la puerta con una tranquilidad que estaba lejos de sentir, su cuerpo parecía una hoja mecida por un fuerte viento, pero trató de mantenerse serena.

—Ya estoy aquí, ¿Podrías decirme cuáles serán mis obligaciones? —preguntó la joven, deseando salir corriendo de la oficina.

Domenico permaneció callado y con la mirada fija sobre Pilar, como si pudiera adivinar lo nerviosa que ella estaba y lo mucho que luchaba para no quedar en evidencia ante sus ojos.

—Serás mi asistente, por el momento y espero que sepas hacer por lo menos un buen café —pronunció apartando la mirada del rostro de Pilar, demostrándole desinterés.

—Sí, señor —respondió ella con toda la dignidad de la que fue posible, provocando que Domenico apretara los dientes.

—Ocúpate de ordenar los informes para esta misma tarde sin demora, los necesito sobre mi escritorio antes de las tres —indicó.

Pilar asintió.

—Como ordene, señor —pronunció, saliendo de la oficina con una calma que estaba lejos de sentir, fue en ese momento que Pilar se dio cuenta de que no sabía dónde estaban esos informes, por lo que solicitó a Gaia le ayudara con la información, apenas Gaia le informó lo que necesitaba saber.

Pilar se sumergió de lleno en su trabajo. Esto era pan comido para ella, en México había trabajado en distintos puestos, desde ser personal de limpieza, hasta ser asistente de gerencia. Así que esto no era realmente un trabajo para ella y cuando dejó las carpetas sobre el escritorio de Domenico faltando dos horas para cumplirse el plazo, Pilar no pudo evitar sentirse muy satisfecha y así fue durante el resto de la semana.

Pilar no falló en ningún encargo que Domenico le había pedido, algo que llenaba de frustración al hombre, pues no encontró ni un solo motivo para meterse con ella.

—Tienes que aceptar que Pilar es una mujer muy inteligente —pronunció Vittorio, mientras esperaba en la sala por la mujer. Era fin de semana y no hubo manera de evadir la cena que Alessio ofrecía esa noche “en su honor”, más bien, era porque necesitaban saber que Pilar seguía con vida.

—Tengo que admitir que es una mujer que sabe jugar muy bien sus cartas —espetó, mirando la hora en su reloj, llevaba cinco minutos de retraso.

—¡Date prisa Pilar o me largaré sin ti! —exclamó con rudeza al tiempo que la puerta se abrió de par en par.

Domenico giró el rostro con el ceño fruncido, decidido a gritarle unas cuantas verdades a Pilar, sin embargo, se quedó mudo al verla enfundada en un precioso vestido negro que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y su cabello rubio recogido, una imagen que envió mensajes equivocados a su cuerpo.

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